Francisco Arias Cárdenas – El otro

Milagros Socorro

Estos aviones alquilados para cubrir rutas electorales no suelen tener más de ocho puestos, quince a lo más. No son más que insectos de hojalata que comienzan a remecerse en cuanto despegan la panza del suelo. Y aunque los dos pilotos responsables de su conducción se presentan en el hangar a la hora señalada, muy atildados y sin rastros de resaca, nada puede contribuir a que descienda la intensidad del miedo. No el mío, desde luego. En nuevo acto de temeridad me he colado en la navecilla que llevará al candidato Francisco Arias Cárdenas a la isla de Margarita, a 40 minutos de vuelo de Caracas, donde deberá batirse como un guapo, un mes antes de las elecciones, pautadas para el 28 de mayo.

“Yo también tengo miedo”, concede Arias, en el momento de desplegar un periódico, “pero no lo demuestro”. Y con esa frase, pronunciada justo en el despegue, el hombre se retrata de cuerpo entero. Nadie sabe lo que piensa este andino de 49 años, militar retirado con el rango de teniente coronel del Ejército, ex seminarista, ex golpista, ex gobernador del estado Zulia y actual retador en la pelea porla Presidenciadela Repúblicade Venezuela, a la que acudirá, en el bando contrario, el actual mandatario, su antiguo compañero de cuartel y asonada, Hugo Chávez Frías, el presidente que somete su cargo a la relegitimación tras la aprobación de la nueva Constitución venezolana.

Y, efectivamente, no lo demuestra. Claro que ni una sola vez se asoma a la ventanilla y opta, más bien, por concentrarse en la prensa de la mañana. Su esposa que, como siempre, lo acompaña, le ofrece algo de comer pero él declina la oferta y le recuerda que ya ha comido en su casa. “Una arepita”, precisa distraídamente, como si la arepita fuera un trámite y no un bocado relleno acaso con queso fresco. Igual que sus pensamientos, ambiciones e intenciones, los apetitos de Arias están cuidadosamente escondidos tras su fachada imperturbable.

Los asientos del avión son pocos –son ocho- imponen una estrecha cercanía entre los pasajeros. Mi asiento es vecino al de Arias, un mínimo pasillo nos separa, de manera que mientras él revisa los titulares puedo observar cómodamente esas gotas de cabello blanco que tiene a ambos lados del rostro, islas de canas en el casco de su cabello aún oscuro. Es su rasgo emblemático. La piel de la cara, requemada por la exposición al sol que suponen las marchas electorales, se ve cruzada por finos vasos capilares. Quién lo diría, Arias es un  tipo delicado, si no observa ciertos miramientos con su cutis capaz que se le resquebraje al final de una jornada de prolongada intemperie. Intento escrutar en sus ojos cuando, al cruzar la página, se le pone delante una fotografía de Chávez –quien no ha ahorrado insultos contra su contendor, a quien ha llamado serpiente, mosca, traidor y Frijolito II, en alusión al nombre del caballo de Salas Röhmer, el candidato que Chávez derrotara en las elecciones de diciembre del 98-, pero ni un respingo. Arias mira la foto de su ex hermano del alma sin cambiar un ápice su expresión de interés apenas intelectual por la lectura. La imagen del presidente, en la foto a color del periódico, resalta una más de las muchas diferencias que separan a los dos comandantes: Chávez es dado a la combinación, digamos, imaginativa, de tonos vivos en su atuendo mientras que Arias demuestra en este campo su profundo conservadurismo; va vestido, como siempre, con una camisa azul añil (la otra muda es una camisa mil rayas, también azul), un pantalón de gabardina negro muy bien cortado y zapatos de piel de excelente factura. “Aunque no sabe de marcas”, concede su secretaria, “siempre se orienta a las cosas finas. Lo guía un instinto”. El resultado nos presenta un peso pluma vestido por sastre italiano.

Deben ser los nervios pero el caso es que de pronto me veo atrapada en una extraña situación: la esposa de Arias, Gladys Margarita Fuenmayor, dos años mayor que él y dueña de una voz aguda que pugna por imponerse al ruido de las turbinas, está leyendo –me está leyendo- una larguísima oración impresa en el dorso de una estampita del Corazón de Jesús. No sé cómo me metí en esto. La oración parece escrita por un mercenario que se habrá ganado unos reales por ese trabajito. Pero Arias ha arrugado los periódicos para atender aquellos maitines. No demuestra ningún espíritu crítico ante el obvio oportunismo de la prosa mística en cuyo estilo creo reconocer a cierto escritor… en fin, los Arias no pierden ocasión para exhibir su religiosidad. Mientras él era gobernador acudía todos los días a la capilla de la residencia oficial a escuchar misa antes de llegar al despacho oficial y vérselas con problemas fronterizos, de narcotráfico, de secuestro de ganaderos y de falta de agua, entre muchos otros. En 1995, cuando se presentó por primera vez de candidato ala Gobernación del Zulia, los adecos, entonces todavía enseñoreados del país, quisieron escamotearle el triunfo. Faltaban horas para que se anunciara su derrota cuando un reportero entró a la suite de hotel donde se alojaba con su esposa, sus hijos y sus padres. “Yo iba a decirle que todo estaba perdido para él”, cuenta el periodista, “y lo encontré rodeado de su familia, todos arrodillados en torno a la cama. Estaban rezando para que las cosas se resolvieran a su favor. Poco después encendimos el televisor y ahí estaba el comisionado electoral reconociendo el triunfo de Francisco Arias Cárdenas. ‘Ya ves el poder de la oración’, me dijo entonces, completamente en serio”.

Cuando el avión comienza el descenso, la secretaria de Arias le pasa un pomito de crema sin decir nada. Dócilmente, el candidato se sirve generosamente el fluido en el cuenco de la mano y luego se lo distribuye a manotazos por toda la cara. Alcanzo a ver que se trata de la crema hidratante para el día, de la casa francesa Clarins. Tomo nota: debo seguir el ejemplo de Arias en materia de cosméticos, últimamente mi tez tiende a la resequedad.

En tierra la multitud lo traga como instantes antes su tostada piel absorbió el ungüento. Sus más cercanos colaboradores, que habían llegado poco antes, se mezclan con los partidarios margariteños y la gira da inicio en medio de un jolgorio de música y consignas coreadas con megáfono. La gritería súbita contrasta con el zumbido monótono del avión pero Arias conserva la expresión ensimismada de la víspera, nada parece sacarlo de su introspección y, de hecho, la expresión de su cara permanece imperturbable: una media sonrisa como de pediatra oyendo a la mamá del paciente y los párpados resbalados hasta la mitad de los ojos saltones (un poco más caído el izquierdo). Algo más que echar al cajón de los contrastes con Chávez: éste es el tipo de situaciones donde Chávez se crece, cuando las muchedumbres se le arrojan encima para saludarlo, escucharlo hacer chistes, festejarle sus gracejos e incluso tocarlo. En cada aparición pública Chávez suma votos por carretones, Arias… bueno, apela a lo que él llama el voto consciente, sobre todo de las clases medias de donde proviene el grueso de sus electores.

Chávez no considera su investidura presidencial lo suficientemente inhibitoria como para impedirle lanzar piropos al enjambre de mujeres que aletea en torno a su miel. Arias, en cambio, sería incapaz de alabar la morenez del prójimo; se lo obstaculizan su timidez, su zamarrería poco dada a las expansiones verbales… y la cercanía constante de su esposa, quien asegura que las mujeres jamás han sido motivo para rencillas conyugales. “Y claro que soy celosa, muy celosa”, puntualiza con la misma voz de rezar a la que se ha agregado un brillo filoso, “pero yo veo venir a las tipas cuando lo rondan con alguna intención, ya sabes, secundaria. Y tomo mis medidas. A veces lo alerto a él, que es muy inocente y no se da cuenta de esas cosas; y otras veces, cuando está a mi alcance, hago retirar a la tipa de su entorno. Hace un tiempo mandé a trasladar de cargo a una empleada de protocolo que le hacía ojitos con todo desparpajo. Tengo absoluta confianza en él pero no bajo la guardia”.

La caravana de Margarita se inicia bajo un sol que se abate sobre la isla como una andanada de lanzas. A la cabeza de la seguidilla va el candidato, de pie en un vehículo sin techo. Sin mudar el gesto –una especie de mascarilla beatífica que mira a los ojos a cada persona y asiente como dando a entender una complicidad que va más allá de la presente circunstancia, del solazo con veleidades turísticas y de sus limitaciones, puesto que no destaca por su simpatía ni por su chispa discursiva-, Arias recibe el saludo de sus partidarios y una que otra diatriba que le lanza a la cara el chavismo duro. Traidor, le gritan por aquí; Judas, le espetan más allá. Y él, como si percibiera la hostilidad. Una anciana con menos dientes que arrestos se le planta al lado y le grita: ¡Chávez! A lo que una de las seguidoras de la caravana responde, rauda: “¿Chávez?, lo tienen en un hospital psiquiátrico en Cuba”. A su alrededor la contienda eleva la temperatura pero Arias está al margen de tales pasiones, él sigue encaramado en el jeep, haciendo su trabajo. Cabecea levemente, como los muñecos de un parque de diversiones, suda por el espinazo pero no revela ninguna mortificación por las imprecaciones de que a veces es blanco.

Está ahí parece retraído en el interior de su alma recóndita. Arias se las arregla para quedarse solo con sus pensamientos cada cierto tiempo. A veces, para dar libre curso a sus ensoñaciones, Arias monta en su motocicleta Honda Virago 1100 y, tocado por recio casco, se lanza a la sorda oscuridad de las calles o a los polvorientos parajes de una carretera en construcción. Inspecciona y cavila.

Pese a que la vida le ha impuesto constantemente la profusa coincidencia de parientes y compañeros ya sea de estudios o de carrera, Francisco Arias Cárdenas es un hombre de clara tendencia taciturna y solitaria. Nacido en San Cristóbal, capital del montañoso estado Táchira, el 20 de noviembre de 1950, en el hogar de Ramón Arias, chofer de autobús, e Isolina Cárdenas, maestra de escuela que muy pronto abandonaría este oficio para dedicarse a la procreación y crianza de doce hijos. Hermano mayor –como casualmente lo sería después, en la cofradía de los golpistas-, a los doce años comprendió que la prioridad de los escasos recursos familiares favorecía a los más pequeños y optó por encaminarse al seminario, “un poco por vocación y otro poco por aligerar a mis padres de una boca que alimentar y una cabeza que educar”, como él mismo ha reconocido en su entorno privado. Ingresó al seminario dela Ordende los Eudistas a cursar el quinto grado de instrucción primaria y permaneció allí hasta graduarse doblemente de bachiller: en Humanidades, a los 17 años, y en Ciencias, a los 19. Paralelamente, siguió los estudios de filosofía que prevén los eudistas para formar a sus muchachos y le faltaron tres de los cuatro años de teología exigidos para diplomarse de cura. “No tenía suficiente vocación”, se excusa con un aire de cura que sobrecoge y que no debe sorprender porque tiene un tío materno que es sacerdote; una tía paterna que profesa entre las madres adoratrices; y por lo menos cuatro hermanos que abrazaron la vida religiosa. Pero no tenía suficiente vocación y Arias no parece el tipo de gente que acepta por mucho tiempo un destino torcido. Se apuntó parala Academia Militarcon una cara de soldado que no crece más, lo que tampoco debe extrañar puesto que siete de sus hermanos también enfilaron por trilla castrense.

Cuatro años después, sin dilaciones ni nuevas crisis, egresa como subteniente y licenciado en Ciencias y Artes Militares. Posteriormente completa, enla Universidadde los Andes, una maestría en Ciencias Políticas, mención Geopolítica y Frontera, y después se inscribe enla Universidad Javerianade Bogotá, de donde egresa con una especialización en Historia Social y Política de América Latina.

-Comencé a leer mientras estaba interno en el seminario –rememora Arias- porque era obligatorio seguir la lectura que otro hacía durante el almuerzo y cada día los curas hacían preguntas sobre la lectura de la jornada anterior. Allí leímos novelas de caballería, los libros de Julio Verne, historias de exploradores, los autores clásicos infantiles. Podría pensarse que fui marcado muy precozmente por la idea del héroe épico, pero la verdad es que más bien me impregné desde niño de la noción de servicio a mis semejantes.

Las lecturas del seminario lo orientaban hacia la filosofía escolástica, los padres dela Iglesiay el existencialismo cristiano. “Por eso mi biografía intelectual es diversa y tiene influencias paralelas”, enriquecidas por la selección de textos que hacía para sus ratos libres, cuando consumía, sentado y con la espalda recta (“porque si lo hago acostado caigo rendido”) poesía, principalmente de autores venezolanos como Andrés Eloy Blanco, Ramón Palomares y Rafael Cadenas; y novela, entre cuyos cultores confiesa preferir al colombiano Gabriel García Márquez, el peruano Mario Vargas Llosa (“sobre todo el de La ciudad y los perros”, mira por donde), la venezolana Laura Antillano, el checo Milan Kundera y el comunista portugués, premio Nobel por más señas, José Saramago, cuyo Evangelio según Jesucristo “es la visión más descarnada y cercana de Cristo que he leído en mi vida”.

Pero no se detienen en los pasadizos de la ficción las ansias lectoras de Arias, también el gran periodismo lo ha retenido con sus encantamientos. A finales del año 1991 apareció una crónica en el diario El Nacional que contaba la mínima historia de una muchacha enamorada de un marinero que debe acudir al puerto de Maracaibo a despedirlo. La cronista impostó la voz de una vieja empleada del muelle que observa a la niña de largas pestañas en el instante de soltar la mano del amado que será tragado por un buque dela Armada Francesa.Arias Cárdenas leyó el artículo, aparecido justamente en los días en que la conspiración tomaba cuerpo, y quedó fascinado con la anécdota y la visión de la falda de la muchacha agitado por los tristes vientos de un muelle final. El artículo iba firmado por la escritora venezolana Jacqueline Goldberg y Arias se propuso conocerla para manifestarle su admiración. “Me fui para el puerto a preguntar por ella y a ver el lugar desde donde ella contaba que veía la escena de los enamorados. Pero, claro, nadie la conocía. Un día entré a una librería en Maracaibo y encontré uno de sus libros de poemas en cuya contraportada ponía que ella trabajaba enla Alianza Francesa.La llamé y le dejé un mensaje”.

-Y yo le contesté –recuerda Jacqueline Goldberg-. Tenía mucha curiosidad por ese teniente coronel que me había dejado varios mensajes. Quedamos en vernos en un café y él se presentó vestido con el uniforme de campaña. Yo estaba muy sorprendida porque aquel hombre era la negación de la idea que yo tenía de los militares. Jamás se me hubiera ocurrido que un oficial del Ejército pudiera leer poesía y mucho menos poesía. En vez de cultivar esa amistad, me dejé ganar por una especie de sospecha, es una tontería, lo sé, pero es que no me cuadraba una persona tan inteligente y sensible… llevando un uniforme. En diciembre del 91 me envió una tarjeta de Navidad. Y el 4 de febrero del 92 vi su cara en televisión, aparecía entre los autores del golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Chica, qué hombre tan raro.

La verdad es que es un hombre de una personalidad impenetrable, concede el periodista Roberto Giusti, quien lo ha entrevistado unas seis veces en los dos últimos años. “Arias es muy introvertido, tiene varias capas, es como una cebolla, quizá porque encarna cuatro estereotipos venezolanos que convergen en él: tachirense (y aquí Giusti alude a una vocación de poder a la que se han acogido antecesores de tanta solera como los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, y el dos veces presidente constitucional Carlos Andrés Pérez), seminarista, militar y golpista. Esta multiplicidad podría explicar el enigma de Francisco Arias Cárdenas”.

El asunto es que el propio Arias parece ser el primer interesado en mantener oculta la solución de su acertijo. No falta quien piense que tras la contención de sus impulsos no hay más que un injerto de sacristán con sargentón sin más talento que el dominio de las artes del disimulo. Pero sus allegados no están dispuestos a aceptar la tesis de la presunta simpleza que Arias encubre tras su aparente frialdad (incluso gente que simpatiza con él señala que sería capaz de esperar veinte o treinta años para cobrarse una afrenta).

Para el mediodía del 4 de febrero de 1992 la asonada estaba abortada y los cabecillas detenidos en la sede dela DIM(Dirección de Inteligencia Militar). Por entonces comenzaron a profundizarse las diferencias entre Hugo Chávez y Francisco Arias Cárdenas, rivales naturales en una contienda a la que ambos acudían llamando hermano al otro (y escupiendo al piso tras el abrazo). Ellos eran los más notorios del grupo, pero sobre todo Chávez, que había sellado su destino al político al aceptar su responsabilidad de los hechos por televisión (gesto inédito en el universo venezolano que, por cierto, no ha tenido la delicadeza de reeditar). En presidio mermó el espacio y crecieron los antagonismos: donde Arias es callado, Chávez se desborda; cuando Arias calcula, Chávez improvisa; Chávez arrasa con su carisma y atractivo personal mientras que Arias es más bien gris; si Arias, abstemio y negado para las rochelas, ve por los ojos de su esposa -con la que se casó en 1978, y tuvo sus dos hijos Jesús Javier y Javiela Coromoto, de 19 y 18 años respectivamente- Chávez tiene fama de no perdonar a la que se le ofrece y se jacta de su complexión de machazo castigador.

Uno de los comandantes presos con Chávez y Arias cuenta que el donjuanismo de aquél llegó a convertirse en un conflicto para los otros convictos porque mientras todos ellos recibían a sus esposas e hijos, Chávez, en la actitud de una estrella de rock, recibía a sus amiguitas y les hacía los honores ante la incomodidad de las señoras que veían afrentada su dignidad de bastiones del hogar. Decidieron pues hacer una reunión formal para recriminarle a Chávez su ligereza pero en cuanto comenzó el cónclave, y el interpelado vio cómo venía la mano, puso una botella de ron y un tabaco sobre la mesa y comenzó a temblar. Cambió de voz y entonces se le incorporó Maisanta, su bisabuelo, un jefe guerrillero de finales del siglo XIX. Maisanta increpó a los comandantes y les exigió que no molestaran a su muchacho por andar raspándose mujeres en el calabozo porque de raza le viene al galgo; “yo también era así”, se ufanó el espectro. Dicho esto desapareció para dar paso al Libertador quien también vino a incorporársele a Chávez, fenómeno que provocó la inmediata reacción de algunos de los oficiales presentes, quienes se pusieron firmes y se cuadraron, faltaba más, ante la comparecencia de semejante fantasma. Para ese momento ya Arias Cárdenas llevaba rato en su celda, ajeno al desfile de almas en pena.

El lunes 13 de marzo de 2000, ya en la brega electoral, aparecería Arias en los periódicos diciendo que Chávez “tiene problemas de equilibrio mental”. Se había tardado ocho años en declarar lo que asegura tener muy sabido desde que lo conoció enla Academia.“Pero yo no podía decirlo”, se escuda ahora, “no quería romper el grupo. En aquel momento todo estaba concentrado en la derrota del enemigo. Y yo pensé que podía influir en Hugo hasta el día en que vi claramente que sus compañeros del alzamiento no contábamos para nada y, claro, cuando me dijo en mi cara que él estaba más allá del bien y del mal. Entonces se me reveló que Hugo había perdido toda noción de la realidad. Y lo otro es que es más fácil enfrentar un gobierno espurio que a un compañero de armas”.

Esa noche, en Margarita, Pancho y Gladys acudieron a la cita fijada para cenar en la casa de playa que tiene en la isla el general (Ej.) Romel Fuenmayor, hermano de ella y factor fundamental para que se conocieran puesto que fue él quien le vendió a Arias el equipo de submarinismo que la hermana se encargaría de cobrar.

Durante todo el día la pareja había estado desempeñando la muy dura faena del proselitismo en un país del Caribe (eso nomás es pal que lo ha vivido) y ahora el candidato se regala con un plato de espaguetis con mariscos que su cuñado le ofrece en el ambiente distendido de una reunión familiar. Arias, cuyo plato favorito son las lentejas, está en su elemento, sólo disfruta verdaderamente de una comida en casa. “Es que no sé comer en restaurantes, eso no es para mí”, dice y acepta complacido una segunda ración que le desliza su pariente. Pero no siempre ha comido Arias de la mano de Fuenmayor. Años hubo incluso en que ni siquiera se dirigían la palabra por rencilla iniciada el 4 de febrero de 1992, cuando el entonces teniente coronel Romel Fuenmayor, uno de los edecanes de Carlos Andrés Pérez, hubo de hacer frente en Miraflores al asedio de los golpistas que lo encontraron refrendando su lealtad con una ametralladora en los brazos. Se reconciliarían en octubre del95, ala muerte de la madre de Gladys.

-Me ha tocado perder muchos afectos –remata Arias. Con Hugo ya no quedan ni rastros de amistad que lamentar, quedan dos caminos bifurcados. Más que una pelea entre dos golpistas, el reto que me he trazado responde a una propuesta de auténtica democracia. Yo soy mucho más que un alzado latinoamericano, de hecho, no tengo nada que ver con el esquema tradicional del militarismo y el autoritarismo que le cuadra al golpista típico.

El 10 de marzo, sorprendiendo incluso a sus lugartenientes que habían concertado una rueda de prensa para informar de lo contrario, Arias Cárdenas se interrumpió en mitad del discurso y anunció su aspiración a la presidencia. Unas semanas después un periódico pronosticaba un empate técnico en las encuestas; Rómulo y Remo, gemelos contrarios, polarizaban un país al debatir la apasionada firmeza de su rivalidad.

Publicado en Revista Gatopardo, mayo de 2000

 

Un comentario en “Francisco Arias Cárdenas – El otro

  1. Me parece muy aleccionador en cuanto al ensalzamiento mediático que sufren los candidatos presidenciales. Los medios de comunicación le hicieron propaganda hasta el hastío a Chávez, lo mismo que en 2000 la hacían a Arias. En cuanto al personaje en cuestión es alguien que da lástima, un «gemelo maldito» y eso lo hace aún más miserable.

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