Juan Carlos Zapata

Milagros Socorro

–Mi papá –dice Juan Carlos Zapata- fue empleado público, era escribiente. Aunque estudió muy poco, tiene una letra maravillosa (cosa que yo no poseo) y, en aquel tiempo, el hecho de tener buena ortografía era importante, daba prestigio. Eso le abrió puertas para ser prefecto, juez, concejal, y presidente del Concejo Municipal. Se trata, además, de un hombre de un estrato social muy pobre que se hizo a sí mismo, trabajando. Tuvo dos mujeres (yo soy de la segunda), cada una de las cuales le dio diez hijos, así que somos veinte hermanos. Por el lado de mi mamá, tengo antecedentes de familia muy  peleadora. Como cuento en el último libro, mi bisabuelo estuvo al lado de Maisanta. Era uno de los financistas de la guerrilla que operaba en Apure, socio de Carmelo París. Tenían ganado entre Colombia y Venezuela porque entonces eran los venezolanos quienes se refugiaban en el Arauca, merced al ímpetu del régimen gomecista. En 1920, el 80% de los habitantes del Arauca eran venezolanos. Todavía en el Arauca quedan muchos apellidos originarios de Venezuela. Cuando uno ha hecho su primer mercado en Arauca, comprado el primer interior en el Arauca y tenido la primera mujer allí, ve esa situación de conflicto en la zona con otros ojos. Para uno, la frontera ha sido mágica, una bendición, una participación permanente, una convivencia; un espacio de compenetración, no de separación. Allí no ha habido fronteras, ni límites, ni siquiera el río. En Semana Santa tú estás bañándote en esta orilla del Arauca y, en la otra, están los colombianos, y uno dice: “Oye, pero aquella playa está mucho mejor, vámonos para allá”. Pasaba el puente, o nadaba, y en medio del río quedaban los grupos mezclados.

–Para las comunidades, no. Pero para los grupos armados, la delincuencia, el narcotráfico y los paramilitares sí hay una frontera, la de la legalidad y de lo que no es permisible.

–Eso ocurrió también en el pasado, cuando las autoridades igualmente se quejaban de los grupos armados que se refugiaban en el Arauca y se protegían de ellos. Estoy hablando de Arévalo Cedeño, de Maisanta, del Tuerto Vargas… guerrilleros y revolucionarios legendarios de entonces. Esa incomodidad para las autoridades araucanas de aquella época es la misma para las autoridades venezolanas de hoy. No es que en Guasdualito y en ese sector del Apure estén refugiadas las cabezas de las Fuerzas Armadas, ni del ELN, pero por supuesto existe esa zona de aliviadero que tanto ha afectado la zona.

–¿Hasta qué edad está en Guasdualito?

–Hasta los 17 años, cuando me gradué de bachiller. Salí y llegué directamente a Caracas, para estudiar en la Universidad Central de Venezuela.

–¿Cuándo esboza el tipo de reportero que va a ser, cuándo cree que ocurre este dibujo definitivo de su vocación?

–Yo me he preguntado siempre de dónde salió mi vocación de periodista, porque no tuve ningún tipo de duda. Lo supe desde siempre. Después de viejo, he conversado con mi papá, y ahora, con la paciencia que da el hecho de que él tiene más de 70 años, él me cuenta de su capacidad de redactar y de las crónicas que él escribía cuando estaba muy joven. Su grupo de amigos hacía una fiesta, y él se encargaba de hacer el resumen, una especie de crónica que se repartía luego entre los amigos. Mi abuelo por parte de mamá era un hombre muy curioso: rosacruz, leía y escribía mucho. La familia tendió siempre tendió a gustar de profesiones como la de maestro. Uno se impregnó por ello de la existencia de los libros, que eran un objeto de adorno, pero también de uso permanente. El primer libro que leí, a los diez años, era un libro misionero, por ejemplo. Cuando lo leí, me impactó como lectura y como historia. No solté nunca más un libro. A los once o doce años, comencé a hacer periódicos en papel carbón. Hacía cuatro copias, se las vendía a mis hermanos o a otra gente. Nunca tuve dudas sobre eso. Y creo la universidad sí me enseñó a ordenar la escritura, a tener método de investigación. Tuve buenos profesores.

–¿Cómo vino el dibujo definitivo como periodista investigador a largo plazo? Usted hace investigaciones largas, profundas, no las que se hacen en un mes para un reportaje de revista

–Yo pasé por muchas etapas: reportero policial, de tribunales, etc. Por aquella época pensaba que no eran lo mío, y yo leía mucha política y mucha economía y, por toda mi militancia política, además, me sentía más vinculado a eso. Militaba en la Juventud Comunista. Sin embargo, cuando llegué a El Universal para hacer pasantías, tuve la suerte de tener a Carlos Croes, con quien descubrí la fuente económica. Me interesó ese contacto con los empresarios, con el poder de escribir sobre economía, de estudiar, e hice todo lo posible luego por quedar en Economía. Más tarde, estaba en la revista “Número”, que hacía periodismo económico. Ahí tuve también buenos maestros: Manuel Felipe Sierra, Miguel Ángel Diez, Carlos María Gutiérrez, todos ellos legendarios. No pude soltar eso, me encantó, me gustó investigar, meterme en los números y en las historias de esos triunfadores y perdedores. Luego me dije: “Nunca voy a aprender Economía, a ser un experto económico. Déjame escribir historias sobre esto”. No quise estudiar Economía, hacer postgrados, maestrías, cosas de ésas. Preferí buscar otro ángulo, que aparte de mí nadie más está haciendo, incluso ahora. La anécdota con la historia, el perfil, la búsqueda del trasfondo, el por qué se dio esta negociación, por qué no se dio esta otra, dónde fracasó, dónde radicó el éxito de este personaje, de aquella empresa, dónde estuvieron las reglas claras, etc., las vinculaciones, toda la mezcla y todas la maraña de las relaciones del empresario con el político; eso me comenzó a interesar más, al verlo como el descubrimiento de algo nuevo y como un reto. Me decían que a este empresario hay que tratarlo así, que de éste no se puede decir esto; había tal censura y autocensura había en los medios, en los jefes de Economía, en los periodistas. Entonces comencé a escribir, y resulta que nadie me censuró, ni yo me autocensuré, y eso me dio vida para seguir. Cuando comencé a ver mi record en otras publicaciones, internacionales, lo utilizaba con mucho cuidado, hasta que un día la gente creía que el dato era un fidedigno, y me di a cultivar eso como lo principal del periodista. Eso me ha dado resultados hasta ahora, tantos que creé una publicación solamente para marcar mi record, que es descifrado.

–¿Se refiere a record como el dato pequeño, la indiscreción de uno, la interpretación de otro, que va recogiendo y armando con su criterio y con su visión?  

–En principio, el dato; después, cuando tú tienes todo el background, la confianza de la fuente, vienen entonces todas las confesiones, con el debido respeto a las mismas. Mientras armas, dices “Ésta es una historia bellísima,¿por qué se está dando esto?”. Me da curiosidad el hecho de que haya periodistas muy bien informados que a la hora de armar un texto alternativo, con una historia confidencial, no pueden.

–¿No sólo no tuvo autocensura en cuanto al tipo de datos que vas a manejar y el tipo de personaje sobre el que iba a escribir, sino que tampoco la tuvo para mezclar géneros, para echar mano de la crónica y hasta de herramientas que son del relato de ficción?

–A mí me gusta la literatura y pienso que una noticia debe estar fundamentalmente bien narrada. Inclusive, cuando García Márquez le respondió a José Vicente Rangel que el realismo mágico es un hecho real que parece fantástico. Creo también que una historia de cualquier fuente, sea política o de sucesos, debe narrarse de manera tal que le deje al lector algo de mucha expectativa, de curiosidad y hasta de espacio para interpretar, para decirse “¿Esto será verdad? ¡Esto es mentira! ¡Este tipo me está engañando!”. A mí me han dicho algunos banqueros: “Me gusta tu historia porque es, además, una suerte de novela, no sólo el dato?”. Como les gusta, uno también piensa desde un punto de vista comercial, y les doy lo que están pidiendo: una historia bien narrada, bien construida, con especulación. La especulación no la estoy inventando, estoy proponiendo escenarios posibles: de diez escenarios, dos serán reales, tres o cuatro, se harán realidad, pero están puestas todas las barajas sobre la mesa.

Es decir, rellenar los vacíos de información con especulaciones que podrían ser perfectamente ser real, por los indicios que tiene. Todo esto, ¿lo convierte en el experto en la oligarquía venezolana?

–No sé si seré el más experto. He escrito bastante sobre el tema, conozco los apellidos, las actividades de cada uno, además, tengo mi propio archivo, mi propio fichero, he seguido personajes que, creo, han cumplido tareas importantes, están por cumplir etapas o están cumpliendo etapas. He podido armarle a cada uno su historia cuando el momento también conviene desde el punto noticioso pero también desde el punto de vista (y lo digo claramente) del impacto comercial. Es decir, escribo, huelo el momento y publico.

–Impacto comercial es asegurarse de que eso va a tener lectores.

–Exactamente, que eso tiene lectores, que eso lo va a comprar la gente, bien sea un libro o un artículo que puede tener capacidad procedente, capacidad de respuesta.

–Hasta ahora, la intuición no le ha fallado.

Hasta ahora, no. Todos los días hay historias y pasa algo en el mundo que pasa desapercibido y, sencillamente, hay que recortar las sociales y guardarlas: observar que éste salió con éste, el otro salió con aquél, cómo se retrataron juntos una vez, porque el mundo da tantas vueltas que esos mismos personajes, dentro de cierto tiempo, no se hablarán. Además, el hecho de que se hayan sentado juntos a una mesa en una fiesta te da tanta capacidad de especulación… Te dices: “¿Por qué estaban juntos estos dos señores? ¿Por qué se hicieron esta foto?”. Por observar las sociales de una manera perspicaz, he conseguido muchas noticias así: se han dado después operaciones, negocios, alianzas, peleas.

–¿Cómo sería el retrato robot que usted haría del rico venezolano? ¿Cómo es su descripción? ¿Es heredero, por ejemplo? ¿Es blanco?

-La historia del capital venezolano es de un capital hecho a sí mismo; la historia de unos grupos, unos apellidos, que estuvieron por mucho tiempo acostumbrados a la inversión en momentos turbulentos. Este país nunca tuvo paz hasta hace muy poco y, en consecuencia, esos apellidos se habituaron a invertir, a producir, a ganar y a apostar, a pesar de las incertidumbres. Allí aparecieron unos apellidos que duraron hasta hace poco. Durante mucho tiempo también tuvimos una élite política generalmente enfrentada a esos empresarios, a esos ricos, tratando de justificarse mediante el echarles la culpa de la situación del país porque nunca habían preparado un proyecto de país y nunca se habían dedicado a lo que es el desarrollo del país. Más bien, poniendo como los malos a los empresarios venezolanos.

Esa lucha desgastó a ambos bandos, que nunca llegaron a entenderse, y esas dos élites, que coincidían ideológica y políticamente, permanecieron divididas en vez de estrechar lazos para conveniencia mutua y del país. Les habría sido propicio tener un proyecto de economía claro, un proyecto político claro, un proyecto social claro, para que las empresas se desarrollaran, los partidos buscaran diferentes mecanismos de participación, para que no llegara lo que llegó después. ¿Qué llegó? Los políticos se desgastaron al igual que los ricos nuestros, unos se autodesgastaron, otros fueron desgastados, y a otros se los llevó completamente el entorno del país. Apellidos de hace unos años, ya no están. De los grupos de los años sesenta y setenta, solamente quedaban dos: el grupo Polar y el grupo Cisneros. Pero si tú hablas de los Vollmer, Zuloaga, Tamayo, Salvatierra, Domínguez, existen todavía como hombres de dinero, como jefes que viven en el Country Club o en La Lagunita y se dan una buena vida, pero con empresas completamente disminuidas. ¿Qué pasó? Los afectó lo de la élite dividida, que se enfrentó a sí misma, siempre en una mutua desconfianza, y eso tomó cuerpo justamente cuando el país había entrado en una etapa en que las diferencias se estaban diluyendo. Hablo del proyecto de Carlos Andrés Pérez, en 1990, en que hay un esquema económico y político con que se le dice a los empresarios “Vamos a hacer esto juntos, vamos a una apertura económica juntos, vamos a competir, a cambiar las reglas de juego y a ver cómo las hacemos”. Con ello comulgaron algunos, otros se quedaron fuera. Cuando aquello comenzó más o menos a orientarse hacia un camino de entendimiento, llegó el proceso actual, que vuelve a separar el poder de aquel que está en Miraflores y el partido y el líder que gobierna del resto de la sociedad.

El poder se ha caracterizado siempre en Venezuela por ser excluyente: el que está arriba excluye, desconfía de los demás de manera revanchista, porque se cree que el otro no debe existir. Hay que ver la historia del período de Betancourt hasta el de Leoni, un período durísimo de ataques, de enfrentamientos, de confrontaciones. Unos empresarios, por supuesto, llegaron arriba y se ubicaron al lado del poder betancourista, pero otros fueron íntegramente desplazados. Luego viene el período de Caldera, considerado como menos revanchista; sin embargo, también ahí se dan exclusiones y privilegios. Después, Carlos Andrés Pérez, del 73 al 78, y él mismo dice estar dispuesto a crear una nueva oligarquía, con lo que  vienen otras exclusiones y otros privilegios para otros grupos. Con Luis Herrera pasa lo mismo. Es lo que está sucediendo hoy, aunque, desde el punto de vista empresarial, el presidente Chávez y el MVR todavía no se han desenmascarado diciendo: “Éstos son los grupos que vamos a privilegiar”; lo está haciendo de manera soterrada, fuera del hecho de que todavía están componiendo el poder y no saben ni siquiera con quién se van a entender al final de los tiempos, si es que les alcanza el tiempo. Han ido saliendo paulatinamente de los aliados que se ganaron en las elecciones.

¿Incluido Tobías Carrero?

–No, Tobías se ha mantenido con un bajo perfil. No hay nada que diga que está enfrentado al Presidente, ni que está recibiendo privilegios completos de él; sin embargo, tú puedes medir por ciertas informaciones que su grupo, Multinacional de Seguros, lo ha puesto a resguardo, para más bien establecer alianzas con otras compañías que puedan actuar como especie de frontis o mampara para los negocios, en vez de trabajar con el gobierno. Pero no es cierto que el Presidente no lo ve, que no se reúnen. Hay una actitud más tranquila por parte de Tobías Carrero, como hombre inteligente y empresario brillante que es, que sabe dónde pisa. Puede estar midiendo las consecuencias de plegarse abiertamente y descubrirse abiertamente con un poder que no sabemos si va a lograr estabilizar sus reglas de juego a largo plazo. Un poder puede sostenerse los siete, ocho diez o doce años que quiere Chávez, pero no sabemos si va a lograr que su esquema funcione de una manera equilibrada tomando en cuenta su contrapeso, es decir los cuarenta años de lo que llaman puntofijismo. El proceso chavista establece unas reglas de convivencia, unos consensos, unos contrapesos, pero no sabemos si va a lograr el funcionamiento de su propio esquema.

–Si no logra esto, no creo que logre tampoco su perpetuación. ¿Cómo podría permanecer en caso contrario?

–Estoy especulando con que no sé si lo va a lograr. Ahora, si no lo logra, vendrá otra cosa. Es lo que le ocurrió a Fujimori: se planteó un esquema similar, no alcanzó sus metas en diez años, y ahora vemos cómo en Perú vuelven a surgir antiguos factores en la toma del poder. No sabemos si ese esquema se va a lograr en Venezuela, ni qué grupos tradicionales o emergentes, identificados ideológicamente con Chávez o no, lograrán entenderse y establecer cuáles serán las reglas. Hay empresarios que por su capacidad y por el peso que tienen están obligados a permanecer y a actuar como contrapeso y consenso. Tú no has visto al grupo Polar sometido a ningún tipo de querellas con el gobierno, se ha mantenido al margen, invirtiendo y reinvirtiendo como lo hizo también en tiempo de Rómulo Betancourt, de Leoni, de Caldera, de Pérez, de Lusinchi, etc. Se ha mantenido siempre en una sola dirección. Ahora, ¿el gobierno entenderá eso? ¿Lo avalará? ¿Lo apreciará? ¿Le dirá a Polar: “Tú eres un grupo que me interesa, no me importa que te metas en política, pero me interesa tu comportamiento? Como aprecio eso, empezaré a invitar a la gente de Polar a reuniones, consensos, participaciones”.

–¿Cree que eso va a ocurrir?

–Eso tiene que ocurrir. No es porque lo deseamos, sino porque debería ser así.

–¿Qué libros tiene en mente en estos momentos?

–Una novela, una novela maldita, cuyo título, que ya está escogido, es “El asesino Juan de la Cruz”, personaje conflictivo que cree que todo lo que les ha ocurrido a él y a otros a su alrededor siempre es culpa suya, por lo cual se siente muy atormentado.

–¿Algo que ver con el místico español?

–Nada que ver. Es una novela acerca de un personaje que observa el país a través de los ojos de ese conflicto, que se presiona a sí mismo y presiona además a todo el mundo. Al final, uno sabe si es que está en el Infierno, loco o muerto, y terminando colocando a los personajes de poder de la comedia venezolana en círculos como los de Dante.

–¿Influenciado por Dante, Rulfo, Rimbaud, Dostoievski?

–Dostoievsky, por “Crimen y castigo”, porque como hay cosas que no puedes inventar, y ese crimen de la vieja es un crimen perfecto, prácticamente lo plagio. Una parte en que un personaje mata a otro tiene mucho que ver con la tensión, con la atmósfera de ese crimen. Da la casualidad de que éste fue un crimen que fue real, y los crímenes ocurren en circunstancias y hasta con la misma arma con que se mata en “Crimen y castigo” se mata en la realidad. En el caso de Dostoievski, se trata de un hacha. En el caso de Juan Julito, es un cuchillo cocinero, pero ninguno de los dos los usan para introducirlo, sino para dar un golpe en la cabeza, igual que con una peinilla. Mi novela está escrita en primera persona, es muy autobiográfica, y su epígrafe es una canción que dice “Traicionero es mi propio corazón”. Pero el personaje cree que traiciona a todo el mundo y que todo lo que ha pasado es por su traición. Un personaje paranoico, por supuesto.

–¿A qué hora la escribe?

–Lo grueso se escribió siempre a la madrugada, de las cinco de la madrugada hasta las siete u ocho de la mañana. No puedo escribir de noche, me da mucho sueño.

–¿Cuántas cuartillas logra escribir por día?

–No hay una meta, sencillamente hay ideas que surgen y en el esquema esas ideas están anotadas. Trato de hacer que esas ideas queden lo suficientemente desarrolladas en cada sentada. La estructura de la novela es periodística, hay descripciones del Infierno en Rimbaud o en Dante que no tengo por qué inventar, me gusta más lo que escribieron Rimbaud y Dante y lo coloco entre comillas, como citas textuales.

¿Cree usted que el periodismo faculta al autor o, en todo caso, inhibe el pudor de saquear otras obras?

–Yo creo que el periodista debería atreverse a ser escritor, cosa que nadie le va a reclamar. Uno no vería a García a Márquez, a Carlos Fuentes haciendo lo que estoy haciendo yo, tomando cosas de distintos autores. En este mundo de comparaciones, el periodista y el banquero se parecen, en el sentido de que ambos cumplen con la palabra y son altamente conservadores: el periodista debe confirmar hasta el último detalle de lo que investiga, lo que ocasionalmente le impide ser audaz, y el banquero es conservador en su negocio, que tiene que estar también detallado y cubierto a todos los riesgos. No recuerdo en qué pasaje del libro anterior yo escribí una información que jamás pude confirmar, pero la fuente era tan importante que no puede dejarla pasar. Ésta fue una audacia, pero una audacia necesaria. El banquero, igualito: “Este negocio me parece muy extraño, pero es tan bueno que tengo que meterme en él”

–Y ahora, como novelista, ¿va a ser muy distinto del trabajo reporteril?

–No, porque en mi novela ha estado el periodista inmerso como nunca antes. Además, esto es el trabajo de muchos años. He recopilado crímenes horrendos y tenido una pasión por ver cables de crímenes, muertos de quiénes me ha llamado la atención cómo han quedado. Todo eso va ahora en la novela. A veces, transcribo cables textuales.

–¿Cómo hace con lo del impacto comercial?

–Esta novela tiene, además, un alto concepto comercial.

–¿Lo cual desmedra su calidad?

–No la desmedra.

–¿Se va a descubrir ahora la fórmula, por fin?

–He tratado de hacer que ninguna de las cosas que se hagan comercialmente afecte la calidad. De pronto podría sentirse que un capítulo muy importante está mal escrito, pero, para colocar a los poderosos de Venezuela en los círculos de Dante, he tenido que investigar las debilidades de cada uno: sus rutinas, sus vicios, sus debilidades. Aparecen los personajes con nombre y apellido, y estoy hablando de los personajes de los últimos cuarenta años en Venezuela, los que se han muerto y los que están vivos, porque la novela es atemporal y más bien ubico al personaje en el Infierno, con la capacidad de viajar en el tiempo en ese otro plano de la realidad, así que uno va encontrándoselos en el pasado y en el futuro.

–¿Cuándo sale su libro?

–En este momento, están leyéndolo los amigos míos para que me den su opinión. Imagino que será hacia junio o julio. Los amigos míos, tres que leen y me devuelven todo en enero, habrán puesto algunas correcciones allí. Además, puede haber algo en enero o febrero.

–¿Es una novela que se va escribiendo según cambie el escenario?

–Algunas cosas pueden pasar. La muerte del Papa, por ejemplo.

–Es perfectamente comprensible que usted vaya al Infierno (Risas). Lo que no entiendo es qué va a hacer el Papá ahí.

–¿Sabes por qué el Papa va al Infierno? Por decir que el Infierno no existe. Yo rescato la visión tradicional del Cristianismo. El personaje dice: “¿Cómo es posible que después de tantas enseñanzas, éticas, moralidades, etc., venga ahora el Papa a decir que el Infierno es un estado de ánimo de cada quién?”

–En ese sentido, ¿qué es Venezuela? ¿Cielo, Infierno, Limbo?

–No, no puedes colocar Venezuela como el Infierno, pero si los personajes principales del quehacer están en el Infierno, puedes interpretar lo que pueda ser.

–Y el Libertador, ¿está en el Infierno?

–No, está junto al Señor.

–El personaje, ¿se topa con Chávez en el Infierno?

–Chávez tiene que estar en el Infierno no porque sea Chávez, sino porque el personaje en sí mismo implica el poder en sí mismo, y alcanzar el poder no está exento de riesgos, de culpa; bueno, tiene que ubicarse el poder en algún sitio.

–Está disfrutándolo, ¿no?

–He metido allí a Caldera, Carlos Andrés Pérez…

–Eso no lo va a creer nadie (Risas). El doctor Caldera no puede estar en el Infierno.

–Yo no recuerdo cómo fue que introduje a Caldera, pero la de él es una historia bien buena.

 

Entrevista hecha en 2000, inédita hasta ahora

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *