Antonio López Ortega – Escribir como mujer, de nueve a doce

Milagros Socorro

Tras un largo tránsito de incubación y escritura, acaba de salir de la imprenta Ajena, primera novela de Antonio López Ortega, (Punta Cardón, 1957), escritor conocido por sus cuatro libros de relatos, sus ensayos acerca de la literatura y las artes plásticas venezolanas, y por su intensa actividad en la promoción cultural. Director de la Fundación Bigott desde hace una década, López Ortega es figura de alta referencia en el debate sobre las políticas culturales, el mecenazgo y la función del sector privado en la promoción y difusión de la creación artística. En esta ocasión, sin embargo, la consulta se desvía hacia las arenas de su propia creación literaria. El asunto es Ajena, publicada en junio de este año porla Editorial Alfaguara.

 

El tema

-Hubo una situación que yo viví muy de cerca, -rememora López Ortega- cuando tuvo lugar aquella diáspora estudiantil a finales de los 70: esos desplazamientos, por lo general, producían rupturas, fracturas de las relaciones afectivas, recomposición de cuadros; al irse de Venezuela, muchos dejaban novias o romances y entonces el tema de las cartas recibidas, leídas e incluso intercambiadas entre los que teníamos más confianza, era una constante en nuestras conversaciones. Eso me dio pie para el primer atisbo de esta novela, cuyo primer proyecto fue concebido a mediados de los 80, cuando yo me encontraba estudiando en París.

“Desde luego, aquel grupo de estudiantes que viajamos no teníamos entonces la dimensión de lo epistolar, que comienza a tomar cuerpo con la distancia. Ese descubrimiento fue la base germinal de la novela. Mis amigos, conociendo mis inclinaciones literarias, me leían las cartas que recibían y también fragmentos de lo que ellos escribían. Fue un periodo muy largo de convivencia con esa espera de las cartas, con la necesidad de alimentar una relación interrumpida por la distancia, con la expectativa de encontrar a la novia al regreso… o la disolución de la relación.”

-Llama la atención que a la hora de establecer el punto de vista de la novela, no lo haga desde la perspectiva del que se ha ido, que era su caso, sino en el de quien se queda, cual es la situación de la protagonista de su trama.

-Esta decisión fue el producto de una maduración. Llegué a la conclusión de que era muy fácil el punto de vista del receptor, que, efectivamente, era el nuestro. Me pareció que el ejercicio agudo, el realmente literario, era ponerse allá, en el pellejo de quien escribe, lo que requirió una operación de cambio de óptica para escribir desde el emisor. Y también desde el que ama.

-Con Ajena, usted reincide en el género epistolar.

-Sí. Cartas de relación, mi primer libro, contiene cinco grandes cartas fechadas. Calendario, apunta al diario. Y en Ajena, el género está llevado al extremo, es una novela compuesta exclusivamente por cartas. Durante todo el proceso de escritura, e incluso en la etapa previa, me alimenté constantemente de ese tipo de materiales, que me apasionan porque el plano de intimidad que la carta establece es absoluto y cualquier otro lector que tenga acceso a esas cartas siente por momentos que está espiando la intimidad de unos amantes. Dentro del universo de la carta hay dos interlocutores: quien escribe y quien lee; pero uno de los elementos que funciona en esta novela es que ese al que ella apela se confunde con otro lector, el de la novela. Ese lector funciona como el amante que se ha ido. Ella lo interpela constantemente, lo cautiva y lo apresa en la trama.

-En las cartas escritas por su personaje ella intenta, sin éxito, llegar al amado a través del papel. Y este propósito fallido se repite cuando se reúnen en París y en Caracas; la incomunicación persiste pese a la coincidencia física. Da la impresión de que la novela postula la imposibilidad de la realización plena del amor.

-No creo que debamos sacar la conclusión de que el amor es imposible incluso cuando el encuentro realmente se da; sino que hay tal acumulación de malentendidos, desencuentro, omisiones, dentro de cada proceso epistolar, que el tiempo de recuperación que les queda a los amantes es mínimo. Las cartas no han bastado para mantener vivos sus antiguos códigos y no han podido elaborar los nuevos. En el fondo, lo que no termina de funcionar en esos encuentros físicos es que el tempo de la escritura, de lo epistolar, sigue predominando y los sigue condicionando.

-¿Cómo fue el proceso de meterse en la piel de una mujer?

-Muy complicado. Con muchas fases. Me propuse ser fiel a la voz de una joven caraqueña, de un estrato social acomodado, educada, muy protegida, con una vida familiar muy armoniosa, con un círculo de amistades reducido… cómo hacer que ese discurso fuera verosímil, que no fuera artificial ni correspondiera a otro tipo de personaje, cómo hacer que esta muchacha viviera lo emocional en el plano que debía vivirlo… ése era el reto. Yo tenía que construir un mundo privado, donde lo público apenas roza esa especie de cúpula donde ella vive y escribe. Me llevó mucho tiempo de ensayo y error, de eliminar partes que me parecían ampulosas o incongruentes con la experiencia de mi personaje, para encontrar finalmente un tono que la expresara.

-¿Ese empeño supuso agudizar su mirada hacia el universo femenino?

-En muchos planos. Desde el más literario (hay maravillosos modelos femeninos en el género epistolar) hasta el plano cotidiano, en la observación detenida de las amigas, de las hermanas. En todo este proceso de hechura de la novela, que ha sido tan largo y complicado, yo he querido expresar mi profunda devoción a lo femenino; con las limitaciones que pueda tener, hay allí un homenaje real a la mujer, un esfuerzo supremo para hablar desde esa piel, desde esa sensibilidad, desde esa visión del mundo. La verdad es que estoy hastiado de la cosmovisión masculina y desde hace tiempo mantengo un rito de celebración de lo femenino, mundo del que me nutro y que admiro profundamente. No dejo de maravillarme ante la mirada femenina y todo lo que esa mirada concentra: en ella hay una inteligencia global, capaz de mezclar elementos racionales y sensoriales de una manera muy equilibrada y fina; los valores y las variables que están presentes en esa perspectiva, me parecen mucho más ricas y que integran mucho más elementos que la masculina. Yo quise dar cuenta de eso en la novela. Y, obviamente, eso se radicaliza más cuando pienso en la escena pública que estamos viviendo, donde hay una remasculinización de la que estoy harto.

Llegó el momento en que internalicé de tal manera aquel personaje femenino, que ya escribía en ese registro de manera natural y me sentía totalmente cómodo hablando desde ella. Pero el esfuerzo para comenzar a hablar desde ese centro fue verdaderamente muy tortuoso, lleno de dudas; durante mucho tiempo tuve la sensación de que no lograba apresarlo.

-¿Dejarla, al término de la escritura, fue doloroso?

-Mucho. Todavía me persigue. En la novela apenas está descrita físicamente, pero yo la veo, sé cómo es. Es un personaje con el que he convivido mucho, es como un pedazo de cuerpo que se me ha ido. Pero, a la vez, me gusta mucho, en esta etapa, ya publicada la novela, reconocerla a ella como una excrescencia, verla autónoma, como viviendo en otra orilla. Ya no es mía, ahora es de otros.

-¿En qué momentos escribió usted una novela de casi cuatrocientas páginas?

-De noche. Y en uno que otro fin de semana. Por razones forzosas, soy un escritor nocturno, aunque rindo más en las mañanas, inmediatamente después del sueño cuando la conexión con el inconsciente es más expedita. Pero a mí no me queda otra opción.

-¿Encuentra comprensión en su círculo familiar para robarle esas horas a su dedicación?

-Sí, pero no es fácil. La mía, como toda familia hermosa, nutritiva, que se ama, es muy demandante. Y ya bastante tiempo le dedico a otras actividades, de trabajo y de vida pública. Entonces, que ese escaso espacio hogareño, el de la llegada al final del día, también se enajene por el trabajo literario, bueno, no es fácil de manejar. Lo que hago es estar con ellos en la cena y un rato más, para ocultarme después, desde las nueve hasta las doce de la noche.

-¿Cuál fue la primera imagen, la primera frase, que le sirvió de combustible para emprender la escritura de esta novela?

-Siempre supe, desde el año 83, que la primera frase de la novela sería “Te veo por un huequito”. Esa frase no tiene ninguna capa geológica encima, está pulcra, en la versión definitiva, como estaba en la primera. Y siempre supe que la escena inicial tendría lugar en el aeropuerto y, claro, que sería de despedida, de punto final a la edad de oro de la relación de los amantes.

-Además de las referencias a lugares de Caracas y de las marcas de habla ¿en qué es venezolana esta novela? ¿Cómo se inscribe en la tradición?

-Se inscribe en una tradición venezolana no dominante. Me parece que está en una tradición periférica y bastante atípica: aquélla que ha trabajado los terrenos de la subjetividad. En Venezuela ha dominado lo objetivo, el realismo, el hiperrealismo y, en general, las elaboraciones en torno al realismo. En el año 86 le hice una entrevista a Salvador Garmendia, para la revista Imagen, donde él afirmó que a la narrativa venezolana le hacían falta personajes y subjetividad. Eso me impactó, me dio una brújula. Me di cuenta de que yo estaba trabajando con orientación a lo que Salvador estaba apuntando, y eso se constituyó en un estímulo, adicional y secreto, que cobijé a lo largo de muchos años sin siquiera comentárselo, pero que le dio una base a la novela. Eso está presente en las novelas de Teresa DeLa Parra, de Antonia Palacios y de Ana Teresa Torres, también en los cuentos de José Balza y en la narrativa del propio Garmendia. Yo intenté, muy humildemente, crear un personaje por intermedio del cual el lector pueda padecer, sentir, identificarse, aborrecer, en suma, percibir el mundo.

 

Verbigracia, El Universal, 2001

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