Lucia Etxebarria: Mis libros surgen de mis obsesiones

Milagros Socorro

 

Generalizada ya una pauta de conducta, la mayoría de los novelistas españoles se comportan como estrellas de telenovela: llevan vestuarios llamativos y a la moda; cultivan sus rencores y los airean en público sin miramientos; sobreestiman sus propias capacidades artísticas; dan de qué hablar a la prensa del corazón y luego se muestran destrozados cuando una nota periodística los trata como a criaturas frívolas e irreflexivas; y, desde luego, parecen prestar mucha atención a los dictámenes del mercado, al flujo de las cotizaciones de tal o cual figura literaria y a las cifras de ventas.

Lucía Etxebarria, por ejemplo, fue fotografiada desnuda en una playa y las imágenes fueron difundidas, sin su consentimiento, en una revista de gran tirada. Fue el segundo impacto publicitario que sacudió su vida, tras haber ganado en 1998 el Premio Nadal, una de las distinciones literarias más prestigiosas de España, que recibió por su novela Beatriz y los cuerpos celestes, publicada ese mismo año por Ediciones Destino.

La escritora, nacida en 1966, se detuvo en Caracas cuando hacía una gira promocional de su trabajo que incluyó varios países de Sudamérica. Por los días en que estuvo en Venezuela, Etxebarria estaba especialmente propensa a reflexionar en torno a fenómenos inexplicables. La cercanía del Avila, dijo, movilizaba en ella ciertas pulsiones de difícil explicación.

“Si se pueden enviar señales de radar, de satélite y de televisión”, se pregunta, “¿cómo no vamos a mandar energía del cuerpo y de la mente? Yo soy una persona eminentemente telepática. Con mucha frecuencia tengo premoniciones. Veo que esto va a pasar y pasa; y pienso que es casualidad hasta que me doy cuenta de que se ha repetido muchísimas veces. El cuerpo es la mayor central energética que hay en la naturaleza. Todas las cosas se pueden explicar, no veo por qué hay que empeñarse en negarlas. El hecho de que la ciencia no dé todavía una explicación para este tipo de fenómenos no implica que la telepatía no existe, porque la ciencia antes no ofrecía explicaciones para fenómenos que hoy son perfectamente comprensibles. Me ha costado mucho hablar nuevamente de estas cosas y cuando lo digo se supone que estoy loca”.

-¿Hay otras cosas que hacen suponer que está loca?

-La locura es un estado sensato: el que se vuelve loco está en una situación superestable en que se desconecta de la realidad externa que no puede soportar por su hostilidad, su violencia, su enorme absurdo. Y lo otro es que la locura depende del ojo del que lo ve.

 

Mi enfermedad

En su ensayo autobiográfico La letra futura (Ediciones Destino, 2000), Etxebarria escribe: “¿Por qué acabé escribiendo, entonces, si nunca me había planteado emprender una carrera en el mundo de las letras? La razón que me llevó a hacerlo tiene que ver con lo que se ha dado en llamar mi enfermedad, una condición de difícil diagnóstico que sucesivos especialistas han catalogado como psicosis maníaco depresiva, neurastenia, depresión endógena, personalidad histérica, dificultad de integración, depresión reactiva e incluso esquizofrenia, pero que en definitiva no ha hallado de momento una definición concluyente que la abarque, o al menos a mí no se me ha facilitado. (Incluso hubo un profesional que llegó a aventurar que lo que se había tomado por esquizofrenia podría ser la manifestación de una sensibilidad exacerbada, con lo cual no habría que catalogarme en el apartado de enfermos mentales sino de fenómenos paranormales…). La tal enfermedad lleva manifestándose desde hace veinte años en una infinidad múltiple de síntomas: bulimia, autolesiones, fobias varias, crisis depresivas, estados de disociación de la personalidad, etc.”.

-¿No habrá un disfrute de su parte con esa imagen, una cierta ambivalencia puesto que aunque le molestan las especulaciones que rodean a su persona, también parece haber un disfrute en la imagen que proyecta?

-A mí no me gusta tener imágenes. No me dejaría plantar nunca como performance o como protesta artística. El problema es que el hombre es un ser social y gregario, entonces tu percepción se define según la forma en que los demás te ven. Cuando tú eres famoso no eliges quienes te reflejan y te definen.

-¿Qué está escribiendo ahora?

-He recibido una beca y me iré por un tiempo a Escocia. De manera que escribiré una novela sin que nadie me llame por teléfono todos los días, tomaré cursos de idiomas e impartiré un seminario. Escribiré una novela que trata de la fama y de la intuición y que se llamará Detrás de lo visible y lo invisible. La protagonista es una escritora y actriz que no quería ser escritora ni actriz.

Quiero contar mi verdad. Mi experiencia al hacerme muy pero muy famosa de la noche a la mañana. Esto para mí fue un trauma terrible… se dañó mi vida. La novela trata de eso. Pero como no quería contar mi vida, pensé en el caso de una directora de cine. Para crearla, usé como modelo a Catherine Breillat, una cineasta francesa, autora de una célebre película porno titulada Romance. Su historia como directora de cine incluye el hecho de haberse hecho muy famosa de la noche a la mañana.

-¿Qué le ocurrió a usted con la fama?

-Pues el horror, la pesadilla. Primero, unas críticas nefastas, personales, destructivas, que me llevaron a considerar la idea de dejar de escribir inmediatamente. Las críticas afectan tu autoestima. Tu familia y tus amigos íntimos empiezan a perder confianza en ti, y esto es muy duro. Los periodistas agregan cosas que tú no has dicho en una entrevista y los otros reclaman: ‘Es que me han dicho que tú has dicho no sé qué’. Eso envenena tus relaciones personales porque de repente estás en boca de todo el mundo, que piensa que tú has dicho cosas. Mi pobre madre ha aguantado mucho… cualquier respuesta mía que tuviera que ver con ella se malinterpretaba y daba la impresión de que la odiaba. Pierdes a tus amistades porque no puedes estar todo el tiempo justificándote. Te das cuenta de que has tenido experiencias amorosas con alguien que sólo está contigo porque eres famoso. Pierdes tu privacidad, no puedes salir a la calle, el reflejo que observas en los ojos de la gente es ‘qué horrible eres’ o “qué absolutamente maravillosa eres’. No lo puedes manejar, simplemente te vas sumiendo en la depresión. Lo que te pasa básicamente es que pierdes tu sentido de la autoprotección. Se tiene una especie de constante espejo distorsionado a su alrededor.

“Llegué a plantearme el suicidio. Cualquiera se preguntará cómo se suicida alguien después de firmar un contrato de un millón de dólares; habida cuenta de que el año anterior estaba hasta aquí de las deudas. Era la primera vez que tenía dinero en mi vida y en lo que estaba pensando era en matarme. Por eso entiendo la cantidad de suicidas famosos que hay, porque te metes en una espiral de depresión que al principio eres incapaz de manejar, sólo sabes que el escribir te hace sentir mal y mal y mal y mal… Lo tenía complicado porque no sabía cómo afrontar una experiencia así. Pero cuando me iba poniendo peor, una de mis amigas llamó a un psiquiatra y le contó lo que me estaba pasando. Y éste lo entendió perfectamente, incluso le pareció natural que yo me sintiera pésimo ante lo que me estaba pasando y que a muchos les parecía fantástico”.

“Lo que ocurre que es que hay un montón de gente que no quiere escribir, quiere publicar. Ansía el reconocimiento. Yo nunca quise publicar, y cuando empecé a publicar no quería ser famosa. Pero ves a muchos que lo que ansían es que les den un premio; más del noventa por ciento de los escritores que he conocido son así. Esa necesidad de celebridad es, me imagino, un mecanismo de compensación porque no la han reconocido a una en su casa, y busca un sustituto en la celebridad. Mis sesiones de terapia giraron por un año entero alrededor de eso, de defenderme del espejo distorsionado que los otros me ponían delante e intentar salvaguardar mi propia imagen para no volverme loca. No sé si lo he logrado. Voy a escribir un libro sobre eso para saberlo. Yo sólo puedo escribir un libro cuando tengo una obsesión respecto a algún asunto, todos mis libros tratan de mis obsesiones. Puedo contar esto ahora porque es antiguo: he escrito de relaciones amorosas entre mujeres porque de joven yo me enamoraba de mis amigas. Luego me entró una crisis porque yo soy católica… o era católica. También es cierto que he tenido con mi madre una relación de amor – odio, como el que ha tenido el noventa y cinco por ciento de las mujeres. Todos los libros son consecuencia de  mis obsesiones, pero la historia nunca tiene que ver conmigo e intento en todo lo posible que no se identifique con mi vida para no herir a las personas que están a mi alrededor”.

“Todo el mundo le dijo a mi pobre madre que yo era lesbiana. Es una pesadilla que sólo el que la ha vivido la conoce. De la novela que escribo ahora llevo muy pocas cuartillas porque voy poco a poco. Su escritura forma parte de todo un trabajo de salida de un conflicto que no me mató pero estuvo a punto”.

 

Verbigracia, El Universal, 2001

 

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