¿De qué es culpable Tarek William? /El Nacional, 13 de abril de 2002

¿De qué es culpable Tarek William?

Milagros Socorro


El Nacional, sábado 13 de abril de 2002

Resulta que el odio no venía en una sola dirección, que no se trataba de que el país estaba polarizado: dividido entre las hordas chavistas, sedientas de sangre, en una orilla, y en la otra, los buenos ciudadanos, observadores atentos del Manual de Carreño y puntuales pagadores de impuestos. Hete aquí que las mismas pantallas de televisión, que introdujeron en nuestro inventario de estampas nacionales la imagen de Lina Ron y su carnal Donatello fumando el tabaco del delirio revanchista, nos presentan la contraparte «demócrata» reprimiendo a mansalva, persiguiendo gente acusada de haber portado una boina roja, allanando casas de diplomáticos y abatiendo esposas en las muñecas de antiguos funcionarios. Qué exacta resultó ser la simetría entre «los dos países» que el comandante había dividido con la raya de cal de su discurso recalcitrante.

La verdad, la hemos tenido delante todo este aciago viernes, es que el corazón de muchos compatriotas que querían el fin del régimen del ex presidente Chávez, por considerarlo violento y vector de antagonismos, demostró ser tierra abonada para la siembra de odio de la que tanto denostaban. Ahora vemos con toda claridad que algunos de los que denunciaban la distribución de inquina al detal, por parte del gobierno recién finalizado, estaban apuntados a su lista de clientes y el eclipse del chavismo los encontró aviados de odio como al comprador compulsivo lo pilla el asueto con la alacena repleta.

Los atropellos que muchas veces denunciamos en el grupo que detentaba el poder —hasta la víspera de su sangriento epílogo— los hemos visto repetidos, multiplicados y aumentados, en apenas veinticuatro horas, por quienes decían constituir la reserva de probidad, sensatez y espíritu civilizatorio. No habrá en Venezuela democracia ni justicia ni desarrollo si la caída de un gobierno exacerba los anhelos de venganza y la vil aspiración de tomar la justicia por propia mano. Qué democracia podemos levantar si en el primer día de una nueva etapa, iniciada en nombre de su reivindicación y fortalecimiento, somos testigos —y cómplices si no abominamos de ello— del sitio abusivo a que fue sometida la casa deTarek Saab William, ex presidente de Política Exterior de la Asamblea Nacional y militante del depuesto partido de gobierno —y, por cierto, uno de los pocos voceros que en los últimos días tuvo el coraje y la coherencia intelectual y política de salir a defenderlo como mejor pudo—, de donde fue sacado a empujones, entre hordas que desfogaban su ira, para luego ser compelido a entrar en una furgoneta de policía, de las llamadas «jaulas», por su contenido de degradación a la condición humana. Y yo quiero que alguien me diga: ¿de qué es culpable Tarek? La coartada para proceder en su contra con los métodos antedichos es que el poeta de la revolución es señalado de instigar a la violencia, culpable de haber movilizado a los delincuentes de los círculos chavistas a rociar de metralla a los manifestantes que se dirigían a Miraflores para exigir la renuncia del entonces Presidente de la República. Si esto es así, si es legítimo detener a una persona porque alguna apasionada arenga ha insuflado, de retruque, los impulsos violentos de un grupo que solo necesitaba el vuelo de una pavesa para incendiar la nación, entonces todos deberíamos apretujarnos con Tarek en esa jaula que lo arrebató de la casa donde seguramente estaban su mujer y sus hijos todavía en edad infantil.

Aquí nadie es inocente. Todo el que terció en el debate público de los últimos meses puso lo suyo para encrespar los ánimos del colectivo. O es que ya lo olvidaron las muchas voces que clamaron por un golpe de Estado —que, ciertamente, no iba a ser aplicado con guantes que eliminaran las posibilidades de infligir dolor y clausuraran la muerte—, las que insinuaron la conveniencia de un magnicidio, las que intentaban descalificar al gobernante con argumentos racistas (¿se acuerdan de «mico-mandante»?) y clasistas. Y nunca hubo una furgoneta con las fauces abiertas para recibir al bocón que con todo énfasis incitaba al enfrentamiento. Tampoco debe olvidarse el entramado de amenazas e intentos de amedrentamiento del que fueron víctimas algunos periodistas y figuras de la oposición, por delincuentes mandados y financiados por el gobierno ahora disuelto. Pero si es cierto que muchos compatriotas fueron hostilizados con insultos del propio mandatario, con llamadas telefónicas amenazantes perpetradas por sus seguidores, con cartas insultantes, con impertinencias de algún borracho de tres al cuarto y hasta con piquetes de desarrapados que vomitaron su rabia fachada de por medio, es preciso reconocer que ninguno fue sacado a rastras de su casa, ante la mirada horrorizada de sus hijos, para ser detenido y expuesto al desprecio público.

Los asesinos de la avenida Urdaneta deben ser identificados por la justicia de la democracia, juzgados y castigados con la pena que les cuadre según sus acciones, cuyo nombre no podemos encontrar, aturdidos como estamos por el olor de la sangre recién derramada. Pero no puede obnubilarnos ni la profundidad de la pena ni el alborozo de haber visto la conclusión de un régimen que finalmente cumplió su tantas veces proclamado vaticinio de defender la revolución con la muerte. La oposición disfruta hoy el triunfo de una sociedad civil que empujó con todas sus fuerzas hasta ver demolido un gobierno que, pese a haberse constituido con la unción de los votos, se creyó facultado para torcer el pacto e imponer un proyecto que contó con pocas simpatías y un apoyo sostenido más por la desesperanza y la eterna posposición que por una genuina comprensión y aquiescencia del rumbo trazado por su líder. Y es cierto que, en buena medida, el Presidente que aseguraba que estaría en una tarima vociferando consignas hasta 2021 se desplomó de ella aventado por marchas, concentraciones y cantos en la calle. Muy bien; no es falso que se trata de un considerable logro para una nación hasta tal punto politizada. Pero todos esos méritos se resquebrajan si los mismos venezolanos que se empaparon con las lluvias de Chuao no rechazan, con el mismo fervor, las acciones de esos grupos que fueron a la Embajada de Cuba, ubicada, por cierto, en la misma zona, a cortar el suministro de luz de esa representación extranjera y a intimidar con maneras nada diplomáticas a los funcionarios destacados por un país que, pase lo que pase, es amigo de Venezuela, condición que no podrán solapar la torpeza y groseras intromisiones en la política nacional del actual embajador, a cuya despedida asistiremos con alivio. No perdamos de vista el hecho de que la actitud de ese embajador responde a un cuadro de flagrancia dictatorial e inverosímil atropello de los derechos humanos que acogota al pueblo cubano, cuyo 11 de abril deseamos a la vuelta de la esquina. Ya lo echará el gobierno provisional con una carta en papel crujiente y lacre muy fino, pero a empellones no, con gritos de verduleros no. No fue para eso que marchamos de Chuao al matadero.

El tramo que nos aguarda no será transitado con bien y con justicia mientras no sepamos, con absoluta certeza, de qué es culpable Tarek William y por qué lo mantenemos privado de la libertad y dignidad que queremos para todos los venezolanos.

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