Entrevista con Ramón Guillermo Aveledo, por la salida de su libro Dictador

Ramón Guillermo Aveledo

“Casi nunca el tránsito de la dictadura a la libertad es pacífico”

El más reciente libro del ensayista barquisimetano se titula Dictador; y es, según dice Teodoro Petkoff, su prologuista, un conjunto de minibiografías de tiranos, “redondas, concisas e historiográficamente precisas”.

Milagros Socorro

Los tres periodos constitucionales que Ramón Guillermo Aveledo permaneció en el antiguo Congreso Nacional de Venezuela, como diputado, le granjearon una reputación de legislador de lujo que los años de ausencia no han hecho sino acrecentar. Escritor de gran talento y solvencia, catedrático (en la Universidad Metropolitana), Aveledo fue también presidente de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional durante seis años, hasta 2007.

Dictador (Editorial Libros Marcados, Caracas, 2008), su libro más reciente, se ha convertido en un éxito de lectores y crítica, en los escasos siete meses que tiene en circulación. Se trata de un estudio de la vida y trayectoria de seis tiranos: Hitler, Mussolini,  Stalin, Franco, Mao y Fidel Castro.

– ¿Cómo se metió usted en el estudio de unas figuras que encarnan lo que usted mismo califica de anormal e indeseable (la dictadura)?

-A lo largo de mi vida he tenido contacto con el poder, tanto en la teoría como en la práctica. En mi vocación de político lo busqué; en mi vocación académica por el Derecho y la Ciencia Política, lo he estudiado. Siempre he tratado de comprenderlo. Creo en un poder que es creación humana al servicio del bien común. Buena parte de mis libros ha estado dedicada a ese menester. Y siempre, una y otra vez, me encontré con la quimera del poder total, como aspiración, una locura en sí misma. De la dictadura puede decirse que es el colmo del poder. El poder desnaturalizado. Es anormal y, a mi modo de ver, indeseable, pero es un fenómeno recurrente, como si la humanidad no pudiera liberarse de ella. Además, soy un venezolano de este tiempo, así que el tema tiene naturalmente para mí una significación especial.

-Usted afirma que las dictaduras no son todas iguales. ¿Podría hacer un resumen de los rasgos que tienen en común?

-El dictador es «el hijo monstruoso de la emergencia» dijo Churchill, ese genial arquitecto del lenguaje. Pueblos desesperados, crisis que parecen callejones sin salida y miedo a sus consecuencias, sociedades debilitadas e instituciones frágiles. Punto más punto menos, esos datos dan forma a un origen compartido.  Después, una voluntad insaciable de concentrar poder. Nunca es suficiente. La noción civilizada de poder despersonalizado, distribuido y limitado es un molde incómodo para el mesianismo y la paranoia que rondan el poder dictatorial.

Tercero en una lista que podría continuar pero que prefiero dejar aquí, el círculo de adulantes, mitad miedo-mitad picardía, que se forma alrededor del dictador para manipular sus inseguridades y sacar partido de ellas. Por ejemplo: convencerlo de que es grandioso, y no todos lo comprenden (ellos sí); y de que es indispensable, y por eso quieren matarlo (y ellos lo protegen).

– ¿Y cuáles son los aspectos en los que las dictaduras divergen entre sí?

-El nacimiento: unas llegan por elección democrática (Mussolini, Hitler, Trujillo); otras por insurrección o guerra civil (Franco, Mao, Castro); otras por golpe de estado (Pinochet, Pérez Jiménez) y otras por evolución gracias a la conspiración interna, en dictaduras pre-existentes (Stalin o Gómez). El pretexto para la «salvación nacional» que puede ser de izquierda (en nombre de la justicia) o de derecha (en nombre del orden). Los métodos: Hay unas más represivas que otras, unas más demagógicas que otras, unas más populares que otras.

El final: Aunque todas hacen crisis y colapsan, invariablemente, unas lo hacen por desmoronamiento interno; otras, porque el pueblo se les rebela y otras, por causa de las guerras que desataron. Casi nunca el tránsito de la dictadura a la libertad es pacífico, porque aquella es el reino de la fuerza y la legalidad acaba siendo mera coartada, pero hay casos muy importantes. El fin de dictaduras fuertemente personales como la de Franco y la de Pinochet, ambas revolucionarias de derecha, fue mediante transiciones que podríamos considerar ejemplares. En España Franco había muerto, pero en Chile no. El país se hizo ingobernable por la dictadura y se dio la desembocadura. En dictaduras totalitarias, sistemas integrales de control social, como las del mundo socialista de Europa del Centro y el Este, salvo el caso rumano, todas tuvieron salida a la libertad con mínima violencia. Pero siempre es preferible prevenir a tiempo. No dejar que lleguen a consolidarse.

– ¿Todas las dictaduras se asienten en el miedo y se sostienen en él?

-Sí. Tarde o temprano lo necesitan. Se trata de un miedo multiforme. El miedo a la incertidumbre, a la inseguridad, conduce a la dictadura. Después, ésta tiene que mantener ese miedo y fomentarlo, porque es parte del ecosistema que le permite sobrevivir. Hay miedo físico y miedo moral, acaso más perverso. Hay miedo a la represión, pero también miedo a la exclusión, a la muerte civil o social. Los dictadores carismáticos, quienes conjugan miedo con demagogia, son especialmente hábiles en presentarse como supremas amenazas y supremos protectores. Meten miedo con lo que son capaces de hacer, y meten miedo con lo que podría pasar si ellos no estuvieran allí para salvarnos. Les meten miedo a sus adversarios y a quienes tuvieran la tentación de serlo, y a sus propios partidarios, asustándolos con que les podría pasar si él no estuviera aquí para representarlos, defenderlos de sus propios compatriotas.

-¿Hay alguna diferencia entre una dictadura de izquierda y una de derecha?

-Al final del día, el pretexto. Se parecen entre sí más de lo que se diferencian, como fascistas y comunistas se asemejan más de lo que les gusta reconocer.

– ¿Hay diferencias entre las dictaduras anteriores a la caída del   muro de Berlín y las posteriores (esto por establecer una división temporal?

-Las dictaduras se parecen a su tiempo, tanto en su causalidad, como en sus procedimientos. Es lo lógico. La caída del Muro de Berlín es un factor. Se depositaron esperanzas, correctas, humanitarias y racionales, pero tal vez algo ingenuas, demasiado optimistas ha dicho Sarkozy hace poco, en que la democracia y la economía de mercado habían llegado para quedarse. También la globalización y los modernos medios de comunicación y su impacto transformador tienen un peso en los desarrollos políticos. No digo que por algún plan siniestro, sino como efecto secundario de una verdadera revolución tecnológica, económica y cultural. Por ahí anda también la cuestión de los valores, creo que ya es demasiado evidente que pagamos un precio por ignorarlos.

– ¿Cree usted que las dictaduras tienen alguna ventaja, por mínima que fuera, para los pueblos?

-Al comienzo alimentan la esperanza. Esperanza de justicia, de orden o de ambas. Después, se ve que el remedio es peor que la enfermedad. Cada vez que me siento en la tentación de «comprender» ciertos casos, me acuerdo del terrible riesgo que conlleva poner tanto poder en manos de un hombre o un grupo. Es algo que deberíamos tener claro desde Aristóteles, y mira que no lo tenemos.

Fíjate en el caso de Fujimori. Puede mostrar logros como la derrota del terrorismo y el abatimiento de la inflación, que peruanamente hablando no son cualquier cosa. Pero deja una estela vergonzosa de corrupción, de destrucción institucional, de amoralidad en la vida pública, de deterioro ético en la sociedad. Es un precio muy alto ¿Era indispensable pagarlo? Me parece que no.

-¿Podría explicar cuál fue el criterio para conformar el elenco de su reflexión y por qué dejó  afuera los dictadores venezolanos?

-Si dejé afuera a Venezuela no fue por falta de ejemplos y, como te dije antes, mi condición de venezolano me motivó a escribir este libro; como me animó a escribir «Churchill, Vida Parlamentaria» en 2000, la disolución de nuestro parlamento y el ocaso que ya se presentía en la deliberación política, esencial en una democracia. Pero pensé que marcando distancia, y leyendo los por qués, los qués y los cómos de casos cuyo carácter dictatorial nadie discute, podríamos comprender mejor de qué se trata.  En esos «siete terroríficos» hay europeos, latinoamericanos y asiáticos, de derecha y de izquierda, militares y líderes populares.

– ¿Diría usted que Hugo Chávez es un dictador?

-Esa es su vocación y hacia allá apuntan sus ideas y sus actos, que lo logre es otra cosa.

El Venezolano, 2009

 

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