La foto de Ingrid (Betancourt)

Emblema de la crueldad contra una persona arrebatada a su vida, a su familia y a toda legalidad, la imagen de la célebre cautiva colombiana es analizada por mujeres de distintas profesiones y puntos de vista.


 Milagros Socorro

 Se sabía, por el testimonio de Pinchao, un cabo del ejército evadido del cautiverio, que Ingrid Betancourt Pulecio, secuestrada por las FARC desde hace seis años, había tratado de fugarse cinco veces y que por eso los terroristas la encadenaban por la noche. Por eso, al ver su imagen en el video que prueba su sobrevivencia (al menos hasta octubre, cuando fue rodado) se pensó que la ex candidata a la Presidencia de Colombia tenía una cadena enroscada en la muñeca pero su esposo aclaró que se trataba de un rosario, una pieza de familia que, no se sabe por qué, le han permitido conservar.

En cuestión de horas, la imagen de Ingrid Betancourt (I.B.), posada, casi ingrávida, en un taburete que parece extraído a punta de hacha del paisaje, ha ingresado a nuestro álbum mental como una estampa familiar, que nos provoca fuertes sensaciones.

La antropóloga Elizabeth Burgos, estudiosa de los movimientos guerrilleros de América Latina, ve “una mujer agotada por su empeño de preservar su dignidad de ser humano. Ha pagado muy caro por no haber incurrido en el síndrome de Estocolmo. Me recuerda a los presos políticos cubanos ‘plantados’ (los que rechazan toda colaboración con las autoridades carcelarias, y son, por ello, sometidos a castigos, vejámenes permanentes). La gran diferencia entre la represión ejercida por las dictaduras militares de América Latina y las «marxistas», como la cubana y la de las FARC, es que las primeras han sido brutales, terribles, pero si has logrado sobrevivir, te dejan vegetar o sobrevivir en la cárcel. En cambio las ‘marxistas’, si no vuelven dócil o colaborador al prisionero, si no logran apropiarse de su conciencia, continúan castigándolo durante todo el cautiverio. No se puede opinar acerca de la fotografía si no se toma en cuenta la carta enviada a su madre donde, I.B. narra los castigos a los que es sometida, el carácter mezquino y perverso de sus captores, que tienen por objeto quebrarla como ser humano. Ella, igual que el senador Luís Eladio Pérez, no mira al camarógrafo, ni pronuncian palabra. Demuestra que está ‘plantada’, que rechaza todo contacto que pueda parecer de complacencia, de amistad o de colaboración con las FARC”.

 Como si estuviera muerta

-Me evocó la santidad de la renuncia a la carne- dice la escritora Colette Capriles-. Una especie de Santa Rita o Santa Catalina de Siena, elevándose sobre las restricciones del cuerpo. No podía ver a la persona que es o fue I.B, sino su espíritu. Su cuerpo parece simplemente accidental, pero también, con los estragos de la depresión, parece conectada de una manera indescriptible consigo misma, como si su conexión con el dolor fuera una plenitud. Me pareció que ya no está viva. Por eso es inverosímil que las FARC ofrezcan esa imagen como prueba «de vida». Es el testimonio de la cosificación de una persona, convertida en mercancía que se traslada de campamento en campamento. Esto algo distinto a los campos de concentración nazis o soviéticos: es una conciencia cuya cárcel es el propio cuerpo.

Para la cineasta Fina Torres, la imagen es muy confusa. “Impresionante. Sobrecoge la gélida patología de sus autores. Es como una pantalla en la cual uno puede proyectar sus miedos o fantasmas. La primera vez que vi el video pensé que Ingrid estaba muerta y la habían colocado allí como una muñeca, como el Cid amarrado a su caballo. Pero luego noté que levantaba ligeramente la cara. Estaba viva. Entonces sentí que su inmovilidad  y postura eran rebeldía. Cuando cierran a primer plano sobre su cara, fíjate en sus parpados y localiza el iris de sus ojos, allí donde se nota un ligero abultamiento: su mirada, aunque oculta por los párpados parece estar hacia arriba. Eso no habla de sometimiento sino de rabia”.

-Sus manos entrelazadas con los pulgares alineados –advierte la actriz Elba Escobar- me hablan de una mujer en el equilibrio de la nada. Es como si dijera: “No tengo ganas de nada”. Lo que, dadas sus circunstancias, es lo mejor: quedar libre al menos de deseos. Sus labios sellados… las mujeres perdemos los labios dentro de la boca, cuando la sensualidad no tiene ningún sentido.

 Inanición y agotamiento

La novelista y psicoterapeuta Ana Teresa Torres ve “una persona en un severo estado depresivo. No mira a la cámara porque pareciera haber perdido contacto con el mundo exterior. Su deterioro es mayor que el de los otros rehenes: los hombres hablan, tienen el pelo cortado, han conservado un peso acorde con su constitución. En cambio, ella mantiene un silencio persistente, presenta una pérdida de peso que rebasa la delgadez, pareciera haber pérdida de masa muscular en los brazos; no se ha cortado el pelo. Esto sugiere que el instinto de conservación la está abandonando y pudiera estar en un cuadro anoréxico (si los hombres conservan un buen peso es porque los rehenes reciben suficiente alimentación)”.

-En esa imagen –dice la cineasta SolveigHoogesteijn- hay una mujer desolada, entregada, triste y, sobre todo, mal nutrida, al borde de la inanición. La tristeza le ha robado toda energía. Es la postura de la persona que se ha entregado, que no puede oponer resistencia. No mira a la cámara por vergüenza, por no querer encarar al que tiene la osadía de fotografiarla en este estado.

Y la bailarina Belén Lobo asegura que “cuando un bailarín interpreta roles donde debe proyectar el dolor, suelta los hombros y el cuello como ha hecho Ingrid en esa imagen. Su manera de estar, que no es reposo sino agotamiento, me recuerda las coreografías de Anna Sokolow, bailarina y coreógrafa norteamericana ascendencia ruso-judía, formada en la compañía de Martha Graham, que muestra a los seres agobiados por el dolor, por la miseria, por la falta de libertad”.

 La libertad que le queda

-El rosario en sus manos –dice la socióloga y ex ministra de la Familia, Mercedes Pulido- recuerda a Victor Frankl en sus estudios de sobrevivencia del holocausto, donde las creencias y la fe en sí mismo es la fuerza para no perder la libertad interior, lo único que no te pueden quitar.

Para la periodista argentina Olga Wornat el hecho de que no mire a la cámara es una forma de rebeldía. “Como si fuera la única libertad que puede permitirse. Como si no quisiera darles el gusto”.

Mientras que a la artista plástica Nela Ochoa la impresiona “el pelo largo y canoso. Acostumbrada a verla con un corte moderno y bien peinada, su pelo es como la barba del náufrago. No mira a cámara porque ya no mira afuera. Creo que la poca vida que conserva es su vida interior, el afuera no merece mirarlo. Parece perdida en sus recuerdos y sólo eso la alimenta. Pero esos recuerdos, después de seis años, son como la tierra desgastada, que no recibe abono, que no se renueva”.

 

Propaganda macabra

 -Es la representación del terror –dice Sagrario Berti, experta en evaluación y conservación de materiales fotográficos-. Es la evidencia del poder que tienen los líderes criminales para ejercer y propagar dolor y violencia desde la perversidad. No muy lejos de la imagen de Ingrid Betancourt se encuentran las fotografías tomadas por militares norteamericanos en la cárcel de Abu Ghraib, donde los reclusos eran torturados y humillados sexualmente; las decapitaciones en Irak que circulan por Internet y hasta algunos “cascarones vivientes” que deambulan por las calles de Caracas.

Sagrario Berti es, probablemente, la experta de mayor calificación con que contamos en Venezuela en materia de investigación y curaduría de imágenes fotográficas. “Como instrumento de registro”, explica Berti, “la fotografía ha tenido varias funciones, entre ellas: 1.  Documentar la postura del otro, la raza o la diferencia, para cosificarlo siguiendo la elemental teoría de la antropología: nosotros/ellos o yo/otro. 2. En otros casos, embellece la figura de la miseria. 3. Nos hace conscientes del ‘dolor de los demás’ y, finalmente, ha sido y es utilizada como propaganda ideológica, como postura política. La tercera y última función se transparentan en la imagen de Ingrid Betancourt”. 

-Su delgadez –sigue- es afín a las primeras escenas fotográficas de refugiados de la Guerra Civil Americana, dadas a conocer por el ejército de la Unión en 1864, con el propósito de denunciar el mal trato que las milicias sureñas habían infligido a los soldados del Norte. Al culminar la guerra, algunos de los sobrevivientes, agotados y desnutridos, fueron llamados “esqueletos vivientes”.  Pero la foto de Betancourt también nos recuerda a los deportados en Auschwitz a quienes denominaban “musulmanes”, personas privadas de acción que, al vivir en un permanente estado de excepción, en situación de precariedad, de “nuda vida”, [expresión del filósofo contemporáneo Giorgio Agamben, que alude a la condición de viviente pero no de sujeto] se les aniquilan las fuerzas y destruye la voluntad.

“Esa foto es una macabra propaganda. Es una herramienta mediática de expresión política, un ejercicio panóptico, el lado oscuro de la globalización, la violencia, el terror, el dinero ilícito, el tráfico de narcóticos y armas, la delincuencia amparada bajo la execrable ideología de ‘igualdad’ social, a costa de subordinar al otro a través del miedo”.

 

Un comentario en “La foto de Ingrid (Betancourt)

  1. ….sin haber leido el analisis de cada especialista ….quiero decir…que me he derrumbado !!al ver tanto…NO.!!!…en cada pensamiento que la define allí…..ooh Dios..porque seremos capaces de hacerle «eso» a otra persona …….por ODIO DEL MAS CONCENTRADO….y decir que es por la LIBERTAD? ….acaso es IVAN SIMONOVIS….?….SOMOS IGUALES LOS UNOS CON LOS OTROS ……entonces esa no es la via…..no, no, y no

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