Perfil de Antanas Mockus, cuando era alcalde de Bogotá

Antanas Mockus, Alcalde Mayor de Bogotá

 Milagros Socorro

  Carajo, qué hombre más feo. Eso es lo primero que uno piensa cuando el Alcalde Mayor de Bogotá traspone las puertas de su gabinete para acceder a la salita donde atiende las visitas. A los quince minutos ya uno ha variado su primera impresión y comienza a encontrarle un parecido con, digamos, Michael York, un cierto tipo de sajón esculpido toscamente en piedra. Al rato ya se ha hecho un inventario de sus músculos, nada mal para un hombre sedentario (pesa 74 kilos), y se ha concluido que la expresión más amable es aquélla que revela destellos de inteligencia. Y al final se duda: tampoco es que espante. Claro que cuando él no está presente uno vuelve a pensar, carajo, qué lituano más feo parece un extra de una película búlgara.

Eso debe ser lo que llaman carisma. Si de entrada Mockus es una mezcla de obrero representado según cánones del realismo socialista con tímido-autoritario y catedrático-pedante; al rato de estar en su presencia uno empieza a pensar: y por qué no. A lo mejor debajo de esa retórica hay un proyecto sensato. A lo mejor la pega. Por lo menos piensa un poco. Por lo menos tiene sentido del humor y él mismo es el principal blanco de sus chistes. Ya es algo.

Ese algo, más intuido que codificado, lo sacó del claustro universitario y lo puso en la oficina más espaciosa del Palacio Liévano, en pocos meses, sin gastar apenas un centavo y con una ventaja de 263.000 votos, sobre su contendor más cercano, el liberal Enrique Peñalosa Londoño, en las elecciones para la Alcaldía Mayor de Bogotá, celebradas el 30 de octubre de 1994.

Antanas Mockus Sivickas nació en Bogotá el 25 de marzo de 1952, hijo de una pareja lituana lo que hace comentar a los semanarios colombianos que Mockus, entre otras similitudes con Fujimori con quien suelen compararlo, no tiene una gota de sangre nativa. En 1969 se graduó de bachiller en el Liceo Francés Louis Pasteur, de Bogotá, al que asistían por esa época los hijos de la pequeña burguesía ilustrada. Un compañero de entonces lo describe siempre brillante y con una curiosa tendencia a llorar sobre todo a la hora de atraer la atención de alguna niña. “Siempre se salía con la suya”.

Ya para entonces tenía una voluntad de hierro, clave en su éxito. “A los catorce años reemplacé el deporte por trabajo físico y aprendí a hacer algunos oficios manuales. Y, luego, esporádicamente, me sometía a esfuerzos de suprema exigencia como caminatas prolongadas, el traslado de cinco o seis toneladas de esculturas de mi madre, en camión. Cada cierto tiempo acometo esfuerzos físicos así, me encanta sentir que mi cuerpo responde”.

Una vez concluido el liceo, se traslada con una beca del gobierno francés a la Universidad de Dijon donde sigue estudios de matemáticas hasta concluirlos en 1972. Posteriormente, en 1988, recibe el título de magister en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, casa de estudios donde se desarrolla su carrera como profesor y autoridad universitaria. Naturalmente, además de español, domina el francés y el lituano con soltura de lengua materna y se defiende en inglés. Después de ocupar el vicerrectorado académico de la UNC por un período de cuatro años, Mockus es elegido rector en 1991 pero dos años después se vería forzado a abandonar el cargo. Sus excentricidades así como su trasero ya eran conocidos en todo el país y necesitaban un entorno más amplio para circular.

Ya desde la silla del rector, Antanas Mockus concilió la atención de toda Colombia. Por un lado, estaban sus ampulosos gestos de pedagogía paralela que lo llevaban a acudir al Consejo de Ministros, en la Casa de Nariño, armado con una espada de plástico rosada y una chupeta de payaso. En otra ocasión asistió a una reunión de decanos ataviado con un traje de baño y un chupón colgado al cuello. Después se fotografió desnudo en pose escultórica. Y la guinda fue el célebre destape de sus nalgas frente a los estudiantes de Arte congregados en el Auditorio León de Greiff, de la Universidad Nacional, el 30 de octubre de 1993. Es decir, justo un año antes de que ganara las elecciones a alcalde de Bogotá duplicando la votación del abanderado liberal, el partido mayoritario en Colombia.

Pero por otro lado, y al margen de estos arranques subidos de tono, estuvo una exitosa gestión al frente del alma mater. La Revista Semana, al distinguirlo como hombre del año en 1993, lo expresa  así: “En medio de sus rarezas, sacó adelante la reforma académica que significó, entre otras cosas, la renovación de los programas curriculares y el fomento de la investigación. Además de esto, con Mockus a la cabeza, la Nacional volvió a tener solidez económica: en 1993 los recursos propios aumentaron en un ciento por ciento y el presupuesto del año entrante será el más alto de las últimas dos décadas. Mockus demostró que, aparte de ser un controvertido personaje, es un buen ejecutivo. Con pulso firme logró la modernización administrativa que tanto necesitaba la universidad. Para sacar adelante sus proyectos, tuvo que casar varias peleas. Y todas las ganó. Una de ellas fue establecer la evaluación anual del profesorado por parte de los alumnos. Es decir, que serán los estudiantes los que dirán quiénes son los buenos y los malos maestros, y conforme a ello se decidirán sus salarios. Esto, sumado al aumento de las matrículas, al desalojo de las residencias y a la denuncia de la convención colectiva del sindicato, fue muestra de que se estaba ante un rector de armas tomar”.

Mockus lo resume de esta guisa: “Alguna gente decía que yo adornaba con folclor un proceso de ajustes con rasgos neoliberales. A lo que respondía: yo también ambiento una revitalización de la honestidad haciendo algunas modificaciones que pueden ser vistas como una venia a sistemas neoliberales pero aquí hay un proyecto de universidad relacionado con pertinencias sociales”.

 La jefatura de prensa de la Alcaldía Mayor de Bogotá, en tiempos de Mockus, guarda estilos muy diferentes a los que suelen regir este tipo de buró. Para empezar, su titular, la periodista Constanza Cubillos, carecía de experiencia en lides de relaciones públicas y en todo ese asunto de imagen pública de funcionarios oficiales y era más bien una brillante periodista de El Tiempo. Mockus la conoció cuando Cubillos fundaba y ganaba espacio para la fuente de Educación en ese diario, uno de los dos más poderosos de Colombia. Lo primero que hizo este nuevo equipo fue eliminar la gacetilla diaria que se enviaba a los medios de comunicación “hubiera o no algo que decir”, como explica Cubillos. El burgomaestre pasa de la prensa y no aspira a aparecer todos los días con foto en sus páginas. De hecho, una vez instalado en la Alcaldía, estuvo un mes sin recibir a ningún reportero. Ahora, en cambio, la bonita Constanza debe hacer malabares para incluir en la agenda a los periodistas venidos de todo el mundo que solicitan una entrevista con Mockus. “Sobre todo los europeos están fascinados con él. Vienen de todas partes, creen en su leyenda, ve en él más que todo a un artista”.

Tras pasar un estricto control policial, los visitantes ingresan al austero Palacio Liévano, ubicado en el centro de la ciudad. Las oficinas del alcalde sorprenden por sus enormes dimensiones. En la primera sala, que debe ser la  del trono, y que desde luego Mockus no usa, se ven al fondo la bandera de Colombia y la de Bogotá flanqueando un escritorio solemne donde en el pasado se hacían las audiencias. A la izquierda un Cristo doliente y, colgando del techo, una zanahoria de satén de un metro veinte, regalo de uno de sus fanáticos que lo han abrumado con regalos de esta hortaliza en todos los materiales para reflejar su agradecimiento con las últimas las medidas del alcalde, quien decretó el diciembre zanahorio, las primeras navidades en que no habría pólvora en Colombia -país muy afecto a los fuegos artificiales y donde los muñecos rellenos de pólvora son tradición-, y en que los expendios públicos de alcohol cerrarían a la una de la madrugada. Sin excepción.

Una elevada puerta comunica esta oficina con otra salita ocupada sólo por una mesa, donde sostuve el diálogo con el alcalde a quien mucha gente llama profesor, “que es lo que más generoso me parece” según dice, pero la mayoría lo llama Antanas. Un mesonero ofrece aguas aromáticas y el alcalde bebe su taza sin agregarle ni pizca de azúcar.

 El primer año de su gestión, él mismo lo dice, se lo pasó pensando. En discutir con sus colaboradores, todos salidos de la academia sin rastros de experiencia gubernamental, estuvo esos primeros doce meses. No por nada entonces los bogotanos, que se babean por él, casi sin excepción, comentan sin rencor que Antanas no ha hecho nada. En el espacio de un siglo Bogotá pasó de ser una ciudad pequeña, con cerca de cien mil habitantes que ocupaban una extensión de cinco mil kilómetros, a convertirse en una metrópolis de unos seis millones y medio de habitantes, con una extensión de 1.700 kilómetros cuadrados. Todos los asedios de una ciudad moderna cercan a la capital colombiana y entre ellos destaca una gran inseguridad a la que no es posible sustraerse puesto que 150 pandillas juveniles siembran el terror en unas calles donde, según publicó El Tiempo en junio del año pasado, en sólo 24 cuadras hay 4.250 mendigos, que no siempre solicitan la limosna con la humildad esperada. Esto y la basura acumulada en las calles, así como el deplorable estado de las vías de tránsito terrestre constituyen los peores quebraderos de cabeza de los bogotanos.

— Entiendo -dice Mockus- que desde afuera se perciban muy pocos resultados. Aparte de que he hecho muy pocos esfuerzos para que se vean esos pocos resultados: reducción de tiempos de reclamos, de tiempos de reparaciones en tuberías de agua y en teléfonos… Las compañías aseguradoras, en aquellos casos en que tenemos plan de desempeño, muestran por lo menos que no hemos empeorado las cosas… Estoy muy orgulloso de cómo va la empresa de Energía, por ejemplo, porque está en un proceso radical de reestructuración hacia sociedad por acciones, privatización parcial, y al mismo tiempo en un ambiente laboral bastante bueno. La empresa de Acueducto tiene cada vez un ambiente más conflictivo pero con la parte técnica hay un proceso de reflexión global con respecto al cual soy optimista. Soy consciente de que no empujo suficientemente sobre la reforma administrativa que debería suprimir el obstáculo que media hoy en día entre la formulación de planes y la acción.

“En cuanto la basura, hemos podido tener una actitud demasiado blanda en cuanto a la interventoría que debemos hacer, a la exigencia que debemos tener sobre las empresas concesioanrias. La recolección de basura está privatizada e infinitamente mejor a como estaba hace cuatro años. Y aunque es un problema no es el más grave puesto que la ciudadanía no lo ve así, lo que ya es un problema de cultura ciudadana: la gente no exige más aseo. Nosotros iniciamos un profundo trabajo de investigación sobre la cultura urbana y, entre otros asuntos, quisimos saber quiénes son exactamente los que arrojan basura a la vía pública, mediante un estudio etnográfico contratado con los departamentos de antropología de las universidades. Y hemos encontrado, por ejemplo, que el comercio formal es uno de los mayores contaminantes puesto que barre hacia afuera, pero los grandes contaminadores de las calles son, quién lo creería, los policías; viven comiendo y tirando papelitos”.

Las pocas cosas que hiciera el nuevo equipo recibió, sin embargo, mucha atención de los medios de comunicación dentro y fuera de Colombia. Ya que su fuerte es contribuir a la creación de una cultura ciudadana no sesgada por la presión punitiva, la gente de Mockus ha dado mucho cordel a la imaginación para concebir mecanismos que metan en cintura, por ejemplo, a los conductores del tráfico más disparatado del mundo (ríanse del de Caracas) sin andarles detrás con multas y castigos. Para empezar repartió varios miles de pitos entre la población para que unos a otros se chiflaran cuando se sentían agredidos por otro automovilista. Con el objeto de que se respetaran las cebras, contrató mimos para que ridiculizaran a quienes se detuvieran sobre el rayado; y como una forma de penalizar a los infractores distribuyó también tarjetas rosadas que al mostrarse implican una protesta ante vel atropello, como en el fútbol.

“Después de revisar varios manuales sobre prevención de desastres”, explica, “llegué a la conclusión de que cargar un pito es el único recurso democratizable de todo lo que aquéllos recomiendan. Y hemos descubierto que es utilísimo para cantidad de eventos. Además, es el símbolo de una política de seguridad basada en el desarme, en la sustitución de armas por un instrumento sonoro. Lo de los mimos duró menos de quince días porque los mimos eran profesionales y había que pagarles salarios de mimo para que dirigieran el tránsito. Ellos fueron muy colaborativos al principio pero después querían que les pagáramos como si estuvieran en función todo el tiempo. Resultó que un mimo es más costoso que un alcalde. Decidimos capacitar veinte grupos de veinte mimos, en veinte horas cada uno; pero en veinte horas usted no forma un mimo, así que optamos por entrenar cincuenta bachilleres policías para que ayuden en esto como mimos”.

Todas estas iniciativas han constituido soluciones parciales a un problema verdaderamente grave. Los extranjeros que caen en el tráfico bogotano unen a sus oraciones por llegar vivos a su destino, una total perplejidad: cómo no desbaratan sus carros en un mes, cómo no se han matado unos a otros en una semana conduciendo. Si la violencia colombiana es un lugar común, su dramatización es el tránsito de la capital. A lo que se añade una vialidad más que accidentada que los choferes sortean con golpes de timón inesperados, parece que todos tuvieran una vocación imperiosa de rozarse, de amontonarse en un contacto que no llega a producirse porque, claro, son habilísimos al volante.

Pero si sus conciudadanos aparentan estar muy acostumbrados a esto, a Mockus le molesta y mucho. “El asunto de parcheo es trágico y la meta que me puse en el Plan de Desarrollo es asegurar financieramente el mantenimiento de doce mil kilómetros de vías que hay en la ciudad. Ni siquiera asegurarlo materialmente sino generar un esquema financiero que permitiera hacer del mantenimiento una tarea rutinaria. Tuve una pelea política muy fuerte con el Concejo (y ésa la perdí) en el sentido de que tuviéramos una asignación fija de mantenimiento que hiciera de ésta una actividad sostenida e incluso prioritaria frente a la construcción de nuevas vías. ¿Qué hice entonces? Para este año mantuve el presupuesto muy parecido a como hubiera quedado si hubieran aprobado mi propuesta, pero la transición hacia un modelo de concesiones en mantanimiento se vio fregado. Vamos a hacer uno o dos contratos de mantenimiento sobre algunas vías y entraremos en un proceso de aprendizaje más lento, cuando yo quería que la ciudad no volviera a hablar de huecos más nunca”.

La idea pasaba por aplicar una sobretasa  a la venta de gasolina del veinte por ciento. Con esa medida, el gobierno distrital pensaba recaudar anualmente unos 20.000 millones de pesos (20 millones de dólares) que serían invertidos en los primeros tres años en la recuperación de la malla vial. “Así”, dice Mockus, “el usuario pagaría por un servicio y estaría en su derecho de armar un escándalo por cada mínimo hueco que se encontrara en las calles. Tal vez sobrevaloré la importancia de los huecos en la escala de prioridades de los ciudadanos, hace poco me di cuenta de que a la gente tampoco le importan mucho los huecos”.

El Concejo Municipal desaprobó la medida pero la ciudadanía, con todo y considerarla impopular, la aplaudió y estaba dispuesta a acatarla. Siempre pasa así con Mockus, cuando lanza una de sus propuestas, casi siempre sin comtemplaciones, hay un instante de desconcierto en que parece que lo van a mandar a freir monos y al minuto siguiente ya lo están ovacionando.

  Al comienzo de su gestión, Mockus lanzó una campaña que llamó Bogotá coqueta, que aludía al esfuerzo de todos los ciudadanos para embellecer una urbe cuyo emplazamiento natural es un privilegio según cualquier canon universal. “Pero, se lamenta ahora, “yo mismo no hablo ya mucho de Bogotá coqueta porque claramente Bogotá no es coqueta, es desgreñada. Y todos estamos acostumbrados a eso. Cuando recuerdo la nostalgia de Bogotá que sentía mientras estudiaba en el exterior, me doy cuenta de que lo que amaba era su color gris y su desorden; yo pensaba que si me cerraban los ojos y me ponían en cualquier punto de la ciudad, incluso en uno donde nunca hubiera estado, yo reconocería que es Bogotá precisamente porque el andén está desportillado, porque no se ha barrido completamente, porque el pasto está sin cortar. En fin, el desaliño contra el que ahora quiero luchar. A veces siento que Bogotá es hasta excesivamente contemporánea en ese sentido, que prioriza las cosas con un criterio pragmático: los servicios tienen fallas de todo orden pero en cierta manera resuelven la vida: el transporte con todo y que ambientalmente trágico, lleva a la gente donde hay que llevarla; el agua, la gente pero la tiene… en suma, el rebusque. Es una ciudad a prueba de infarto, sus habitantes encuentran caminos para resolver sus problemas así sea de una manera que afea la ciudad o que la deteriora. La imagen de la ciudad, su estética, no es sino un elemento superfluo. Finalmente, nos importa que la ciudad funcione no que sea bella”.

Ya para terminar ese año extático, Antanas advirtió que “al primer niño quemado en la ciudad, no más pólvora en Bogotá”. Los colombianos están acostumbrados a ver en los noticieros las horripilantes imágenes de niños mutilados por una explosión de pólvora y los paneos sobre salas de hospital atestadas de lesionados por esta tradición. Así, a las campañas de organización del tráfico y la educación de conductores y peatones sumó, en noviembre pasado, este anuncio. Sucedió lo previsible, un niño resultó quemado y se acabó lo que se daba. Llegó el comandante y mandó a parar. Ni un saltaperico en las calles. Gran escándalo de los polvoreros que trabajan todo el año para colocar su producción en diciembre. Pero el hombre no pensaba transigir. Ya estaba decretado el diciembre zanahorio que además imponía un estricto control en las ventas de bebidas alcohólicas. Aguardiente hasta la una y después de eso, calabaza calabaza. A dormir los bogotanos. Y lo inverosímil: después de quejarse un poco, todo el mundo tan contento. Los polvoreros aceptaron una compensación parcial por los prejuicios que les ocasionara la medida, mientras que los dueños de bares y restorantes, más ruidosos, propusieron crear ellos mismos un servicio de taxis o de conductores al servicio de las personas que salen de las tabernas.

-Pero este proyecto -ataja el alcalde- no nos pareció lo suficientemente convincente como para aceptarlo; tampoco la organización era tan representativa como para que uno sintiera que efectivamente ellos tenían la intención de vender el alcohol y además administrar las consecuencias de su consumo. Lo que terminó de inclinar la balanza a favor de mantener el decreto fue la corriente de opinión pública que lo aceptó como válido. Mucha gente comenzó a apreciar el hecho de que comenzaban a divertirse más temprano, a la una se iban a su casa y no perdían el día siguiente. El consumo de aguardiente en Bogotá bajó en un veinte por ciento y las mujeres me han hecho sentir su apoyo por esta medida. Lo de ser zanahorio en diciembre no consistía solamente en no tomar sino en compartir la idea de que los excesos deben ser excepcionales. No se puede desconocer la relación incontestable que existe entre el exceso de alcohol y los accidentes de tránsito. La cantidad de gente que maneja… yo mismo he manejado por esta ciudad borracho. Y asimismo, la relación entre el alcohol y la violencia. No es fácil un seguimiento estadístico de esta causalidad porque es un mundo muy privado pero hay demasiados testimonios de mujeres que han manifestado su simpatía por esta medida porque han disminuido las agresiones de sus maridos en estado de ebriedad.

El caso es que con toda puntualidad, a la hora señalada el bartender suspende las provisiones. Los asiduos a los bares lanzan su acostumbrada pita al alcalde y proceden a cancelar sus cuentas para marcharse mientras se citan para acogerse a la medida anti-Mockus que consiste en comenzar la rumba los fines de semana a partir de las tres de la tarde. Afuera dos policías con perros aguardan para comprobar si el cierre del local se efectúa según la norma, de otra manera, les colocarán unas cintas adhesivas que proclaman en amarillo la clausura por tres días… y si hubiere reincidencia…

Mockus puede perseguir la caña pero no se las da de santo. “Mi última borrachera fue hace tres años. Bebí hasta ese grado en que uno no sabe llegar al cuarto. Aguardiente y ron. En un aniversario de la Universidad Nacional, en la plaza de toros de Manizales, siendo yo rector. Me sacaron alzado. Cuando era estudiante en el exterior participaba del rito latinoamericano de beber una vez a la semana y celebrar muchísimo lo que un nicaragüense llamaba un encave (hacer un papelón). Yo mismo hice uno muy aplaudido cuando, borracho, saqué a bailar a un tipo al que le faltaba una pierna diciéndole: si tú quieres, tú puedes. Al otro día no podía con la vergüenza”.

Abanderado de un colectivo zanahorio, tuvo también sus devaneos con la divina yerba. “Yo probé la mariguana por primera vez cuando entré a enseñar en la Universidad en el 73 y tuve un consumo muy esporádico, una o dos veces al año, en fiestas o reuniones, durante ocho o diez años. Le tenía gran terror a la adicción porque tenía una amiga, profesora, que no podía dar clases si antes no se fumaba un tabaco. Mi madre era adicta al cigarrillo y ahora es esclava del nicorette. Siempre me ha violentado que la gente se vuelva dependiente de cualquier cosa. Y es raro porque la fuerza de la personalidad y de los lazos sociales que rodean al individuo determinan mucho el riesgo de adicción, así que debería ser más optimista sobre mi propia fortaleza, pero el caso es que he tenido terror a la adicción. De todos modos, cuando tengo que discutir este asunto suelo decir que entiendo que busquen probar pero que también deben tener en cuenta los riesgos porque no hay una regla fija para todos: hay gente que va a ensayar y se queda por allá. En las Leyes de Platón hay una discusión sobre el vino, se compara a Atenas, donde los soldados beben y no tienen disciplina, con Esparta, donde ocurre al contrario. Y el argumento de Sócrates es que si bien el soldado espartano es mejor, también es cierto que el día que le toca enfrentarse a la tentación del vino puede ser muy peligroso. Forzando un poco la lectura, podría decirse que buena parte de la discusión sobre el tema educativo en Platón viene de eso, de que no se puede prohibir el vino, tampoco se puede ser tan liberal con el vino como en Atenas, pero sí que quienes lo han probado en forma moderada pueden ser guías de los que se inician en él”.

 A Mockus le gusta producir la impresión de que es un afán pedagógico lo que vertebra todas sus acciones públicas. Esa es la explicación que propone para todo, incluso para el lance aquél en que, siendo abucheado por los estudiantes, les dio la espalda, se bajó los pantalones y mostró unas posaderas que sólo se han desvaído en la memoria colombiana ahora muy recientemente en que Amparo Grisales ha mostrado las suyas, más bronceadas, en una telenovela que se transmite en horario de adultos.

“Lo de los calzones se me ocurrió unos segundos antes de hacerlo. Yo había asistido a situaciones de abucheo. Una vez me tocaba hablar después de un rector que había sido abucheado a lo largo de toda su intervención, y me negué a hablar optando más bien por abrazar a la niña que venía a recibir una medalla, con lo cual logré esquivar la rechifla y convertirla más bien en un aplauso. Varias veces llegué al auditorio con una corneta de bicicleta pensando que si me chiflaban la sacaba y respondía a cornetazos a ver quien se cansaba primero. Pero estaba decidido a no pasar por la situación absolutamente humilante de hablar sin que la gente escuche. Yo admiré el coraje de aquel rector que mantuvo su discurso pero al mismo tiempo me pareció una situación demasiado trágico. En ese momento yo no tenía ningún otro recurso. Había sido invitado por los organizadores del Encuentro Nacional de Estudiantes de Arte, ellos habían insistido en que yo fuera y al mismo tiempo estaba en el lugar más sagrado de la Universidad, que es el Auditorio León de Greiff donde habían ocurrido cosas muy importantes en mi vida. De manera que quería defender de algún modo ese espacio…

– Y decidió entrar de culo en la historia.

– Se podría decir así. Era al mismo tiempo el riesgo y el no me importa. Además, en el momento la situación evolucionó muy bien, me pareció algo muy adecuado al contexto de los estudiantes, y muy efectivo. Esa noche me fui de lo más tranquilo a ver una película y al día siguiente me enteré de que habían tomado un video. Pensé que eso motivaría un debate en la Universidad y nada más.

Pero el video, filmado por un aficionado, fue entregado al Noticiero QAP que lo divulgó en cadena nacional. Y nació la letenda.

“Lo bonito es que ese gesto, aunque no fue premeditado, terminó siendo una ilustración de que la cultura maneja una serie de reglas y de límites importantísimas para el orden social; y yo terminé encarnando la paradoja de ser a un tiempo el violador de una convención cultural y al mismo tiempo sensible, como pocos en este país, a la importancia de las convenciones culturales. Sensible, quiero decir, no sólo al orden ritual del intercambio de palabras, que debe ser respetado, sino también a las trasgresiones de las normas culturales. Estar cerca del sacrilegio implica una enorme sensibilidad frente a lo sagrado. Lo más peligroso que puede existir es jugar con el orden cultural pero es también de lo más seductor. Yo había presionado para que los profesores de Arte presentaran trabajos escritos para promoverse, con el argumento de que esa institución estaba en un ámbito universitario, que no era una escuela de oficios. Y ellos me habían respondido que había otros lenguajes, que las imágenes y los gestos también hablan. Me puse pues en sintonía”.

 

 

Ya decidido a que este año fuera el de las realizaciones, Mockus lo inició prolongando la ley semiseca y dejándola allí como una chaperona con mil ojos. Y proponiéndole matrimonio a Adriana Córdoba, su novia, a la sazón con varias semanas de embarazo. La tarjeta de invitación, que no condonaba el pago de una entrada de cincuenta mil pesos por persona ($50), inidicaba que el escenario del enlace civil (Antanas es divorciado y tiene una hija adolescente) sería la jaula de los tigres de un circo. Lo recaudado en la ceremonia se destinó a una organización de niños maltratados y los fotógrafos del mundo se dieron banquete fotografiando al titular del segundo cargo de mayor importancia en Colombia, encaramado sobre el lomo de un elefante junto a su novia, ataviada como una heroína de Teresa de La Parra.

¿Cómo explica el hombre esta ocurrencia? Con su estilo alambicado: “La primera mujer distinta de mi madre de quien me enamoré siendo niño fue una domadora de elefantes en el circo. Ella le daba la vuelta a la arena y repartía su fotografía. Hubo eso, hubo una peladita de la fila del colegio que corrió y me besó, y luego una profesora de religión que encontré parecida a la domadora del circo. Parte de lo que yo escribí en una época era una pelea contra la división del trabajo y hoy en día, en muchos aspectos, tengo un mensaje de confianza en la división del trabajo. Para lograr que el notario, que es el presidente del Colegio Nacional de Notarios, entrara en la jaula de los tigres, me tocó decirle: confiemos en la división del trabajo. Nosotros le decimos el sí, como corresponde y si los tigres nos atacan, eso es problema de los domadores. Si cada quien hace su trabajo, todo sale bien. En fin, casarse allí fue un pequeño placer raro.

– Un poco cursi ¿no?

– No, no, no. Pues sí, un placer liviano. Yo creo mucho en la condensación de los mensajes en las cosas pequeñas. Parecen bobadas. De luna de miel, estuve en Cuba por una semana y andaba buscando yuca hasta que encontré una plantación en una reserva forestal. Al pasarla por el exprimidor, la yuca cortada a lo ancho produce una argolla tradicional y a lo largo una cinta como ésta (me muestra su alianza de bodas, un anillo que al torcerse crea como un pico en el centro, en fin, un anillo distinto a todos los anillos de boda).

Y por ahí se extiende una larga explicación sobre su aro de bodas y sobre la yuca exprimida de la que me distraigo recordando lo que me ha contado una periodista colombiana: no es mentira que el edipo de Antanas es tan fuerte como su exhibicionismo. Cuentan que cuando la señora Sivickas se enteró de que su hijo estaba saliendo con Adriana o que ella estaba embarazada, algo así, se puso tan furiosa que le quitó la llave de la casa donde ambos vivían y lo dejó en la calle, a merced de la intemperie bogotana, que no es cosa de bromas. Según los corrillos, el alcalde tuvo que trepar por la reja y colarse por una ventana para regresar a la cama… donde dormía con su mamá.

 Pero los colombianos están tan hartos de la política y de los desmanes de sus líderes que les importa un culo, como ellos dicen, con quién duerma su dirigencia. Sociedad conservadora, ya se sabe, la colombiana sólo aspira a que lo privado se mantenga en privado y lo público, lo más público posible de manera que sus manejos sean transparentes. Hoy lo que cuenta no es la ideología; de hecho, como en todas partes, los mensajes de los diferentes partidos pueden superponerse sin que sobresalga un borde. Ellos lo que quieren es honestidad y Antanas Mockus encarna la honestidad como la Grisales los deleites de la madura morenez. Sin discusión.

En el libro colectivo Antanas Del rito al mito, se citan estas declaraciones del entonces candidato a la Alcaldía: “Las elecciones no se resuelven tanto por los programas (…) no es tanto lo que Antanas diga o lo que Peñalosa diga. No son tanto sus propuestas, si son acertadas. Porque la gente no se mete en esos líos. Básicamente se resuelven es en el terreno de los imaginarios. Y así es en todo el mundo. Los programas electorales no son importantes en ningún lugar del mundo. Los programa electorales son importantes para gobernar, pero no en términos de elecciones. Entonces imaginarios como ésos: honestidad, credibilidad, confiabilidad, antipolítico, el hecho de que sea un intelectual yo creo que también pesa. Porque para la gente es importante que una persona sea, no solamente formada, sino también inteligente y que tenga un saber y una erudición muy ajenas a las artimañas, a las componendas, a la manipulación. Un saber que es independiente de ese tipo de cosas. Eso es importante porque muchos políticos han sido asociados con la brutalidad y con la torpeza. Todos los chistes que se hicieron con Turbay, sean ciertos o no, son un ejemplo de ello. En todo caso, en el imaginario popular, el saber es una cosa que no va muy asociada, por lo general, al político”.

Más claro no puede estar. Y el resultado es que, según una encuesta publicada por la Revista Semana en marzo de este año, el 74% de los consultados piensa que Mockus es honesto (y el 82% lo considera “diferente a todos los políticos”). Nadie sabe muy bien qué se trae pero todos se desgañitan proclamando su honestidad. Su jefe de prensa lo resume así: ¿tú lo quieres ver emputado?, basta que alguien le insinúe un chanchullo”. Y no hay quien la contradiga. Esa rara cualidad lo puso en la Alcaldía Mayor de su ciudad cuando era prácticamente un desconocido fuera de los círculos universitarios, sin ostentar alguno del puñado de apellidos que se ha alternado en el Palacio Nariño y en el Congreso y en ese mismo cargo que él hoy detenta. Y llegó, como ha dicho Javier Sanín, decano de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana, “sin llamado a la emotividad partidista, sin reclamo de realizaciones o proclamación de promesas, sin mención a la burocracia, sin dinero a rodos en propaganda, casi sin medios de comunicación o manifestaciones de plaza, sin aparato el día para el día de las elecciones”. Sin vallas o letreros en la vía pública, la inversión de Mockus en publicidad electoral se redujo a un aviso de prensa. Era, y es, el símbolo de la antipolítica, lo más rentable en la actualidad en materia de política.

Eso lo llevó al Palacio Liévano y muy probablemente lo ponga en la primera magistratura nacional.

— Es una tarea que muy posiblemente vendrá -admite. Esto recuerda los libros de matemáticas donde el primer ejercicio es fácil, el segundo es regular y la tentación siempre lo lleva a uno a ir hacia el tercero, que es el más difícil. En mi época de estudiante me iba bien en todos. Es muy metafísico decir que puede existir una conexión entre la interioridad de cada individuo y el organismo social; es raro y hasta peligroso afirmar que la vida colectiva se impone más allá de las decisiones de los individuos porque uno pertenece a una sociedad a través de unos lazos muy profundos. El caso es que mi sociedad invirtió en mí, me toleró en años de duda, de pura exploración, y formó a alguien que no es fácil de repetir y que tiene en este momento evidentes ventajas pero también peligros. Soy consciente de que una opción como ésa sería bien razonable vista la situación del país y también más arriesgada que muchas otras porque sería apostarle a lo nuevo.

– O a lo viejo con etiqueta remozada.

– Esa es la pesadilla. A cada rato pienso en la Metamorfosis de Kafka y me horroriza la posibilidad de despertar una mañana con paticas de político creciéndome en la barriga. Es horrible. Un día frente, al mar, me dije que si alguna vez me metía en el terreno de la política tenía que mantener muy claro que lo aceptaba porque ése es el grado cero de la pedagogía. Y si el pedagogo naufraga y aparecen patas de político, ahí mismo me iría mal. Sólo entiendo la acción pública como acción educativa, yo no me imagino una reunión con políticos sino sólo bajo la idea de que voy a aprender algo o les voy a enseñar algo. Tengo una pelea frontal contra todas las teorías de negociación, odio el concepto de negociación. Cuando me tocó hablar con los polvoreros les dije: ¿nos metemos en una negociación larga o ustedes prefieren que les diga cuál es mi posición, escrita en este papelito? Así nos ahorramos una negociación de diez o veinte horas que entonces arrancaría no con éstas sino con otras cifras. Escogieron escuchar mi posición y luego intentaron negociar a partir de allí. Me negué. Claro que para cualquier persona es conmovedor ver a una gente defendiendo un oficio de varias generaciones, diciendo: qué voy a hacer yo que he hecho pólvora toda mi vida igual que mis padres. Venda pólvora simbólica, sugerí yo. Vendamos calzones amarillos, de ésos que se pone la gente el 31 de diciembre, con una zanahoria pintada. Entonces el polvorero indignado se levantó y me dijo: además de quitarnos el oficio va a volver maricas a nuestros hijos. Eso no es tan grave, dije yo por lo bajo. Cada uno de nosotros navega en tradiciones que no son imputables a nosotros. Uno ataca los fenómenos y sus consecuencias tratando de respetar al máximo a las personas. Sé que me contradigo permanentemente, pero estoy consciente de que hay planos de poder. El poder que manifiesta una mujer en cierta manera que lo mira a uno es absolutamente conmensurable con el poder de un presidente.

Nuestra sociedad necesita una relación con el orden después de que se ha estado mucho tiempo en relajo. Creo que la misma sociedad está queriendo ya pasar de la adolescencia a una madurez, valorando a la vez ese tiempo de adolescencia para valorar más los patrones del orden y llegar a una relación jerarquizada con las formas jurídicas que son las reglas de juego culturales, lo que algunos llaman control social, lo que corresponde a la vergüenza. No hay duda de que la gente necesita siempre un sinvergüenza que reanime el sentido de pudor de la sociedad.

 

Fuera de los muros de la Universidad Nacional de Colombia, la más importante del país, antes de 1992 nadie había oído hablar de un tal Antanas Mockus ni siquiera por el hecho de que cuando las asambleas entraban en punto muerto, él se acostaba en la mesa de debates para continuar en esa posición los alegatos. Pero a comienzos de ese año, el recién estrenado rector dio el Braguetazo de Manizales, episodio a partir del cual  toda la nación comenzó a conocerlo y a hacer esfuerzos para retener el nombre del matemático.

El rector, reseña una nota de El Tiempo, se encontraba en Manizales mediando para solucionar la ocupación violenta del recinto universitario por varios estudiantes encapuchados que se declararon en huelga de hambre y secuestraron un vicerrector por más de siete horas. Abajo, en el patio interior de la universidad, los estudiantes gritaban consignas y abucheaban. Al escucharlos, Mockus recordó la escena de una película de Fernando Arrabal en la que un niño orinaba desde las alturas en el momento en que va pasando una ruidosa manifestación. Entonces se le ocurrió responder con un poco de violencia simbólica a la violencia de hecho de los estudiantes. Se puso la mano en la bragueta y caminó hacia el balcón. “Si ustedes han llegado a hacer cosas tan profanatorias, entonces yo también entro en la onda y les ofrezco un gesto profanatorio”, cuentan que dijo mientras cambiaba de idea y se dirigía al baño.

No llegó a orinar sobre los estudiantes pero el escándalo quedó servido. “La cosa se tergiversó un poco”, dice. “Para muchas personas lo que hice fue exhibir los genitales y para otras me desnudé. Fue muy curioso. No había sospechado que a veces simplemente mencionar la idea de hacer algo puede ser equivalente a hacerla”.

En abril del 93, intentó explicar el concepto de autonomía universitaria amarrando con cordones de tenis a los asistentes a un seminario sobre el tema. Y dos semanas después, convocado por el presidente de la República para discutir acerca de los problemas de la Nacional, se apareció muy correctamente vestido con traje y corbata… blandiendo una espada de plástico.

El catálogo de sus excentricidades incluye también el exabrupto de Girardot, donde debía presidir un consejo de decanos en el que se decidiría, entre otras cosas, la estrategia de reforma de la ley de la Universidad. Antes de acudir al consejo, Mockus se lanzó a la piscina con bañador y corbata. Pero hete aquí que al salir de la pileta cayó en cuenta de que había olvidado las llaves, así que se presentó a la reunión tal como estaba, llevando además en la boca un chupón de niño.

“Yo les decía a los decanos: a los niños les colocan un chupo para que dejen de llorar y quejarse. Yo me lo pongo en la boca para demostrar que tengo ganas de hablar pero me toca callarme”, explica con ademán de lógico.

Claro que el estrellato definitivo lo alcanzó cuando mostró “sus lindos glúteos” como escribió el columnista D’Artagnan, en octubre de 1993, performance que ratificó la especie corrida en Bogotá, según la cual “Mockus aprendió glamour y diplomacia en la Caterpillar Motor”.

De raza le viene al galgo. La madre del alcalde, la escultora Nijole Sivickas, ha tenido también su pequeña reputación de excéntrica. Es la explicación de que le pusiera a su bebé el nombre de Aurelius Rutenis Antanas. Por fortuna, los periodistas que se deleitan reseñando sus salidas sólo anotan el último. Y escriben, por ejemplo: El alcalde mayor de Bogotá, Antanas Mockus, organizó el Concurso La sombra más larga de Bogotá, como homenaje al poeta José Asunción Silva con motivo de los cien años de su muerte. Y la gráfica al funcionario encaramado en una bicicleta con María Mercedes Carranza, haciendo una sombra en la Plaza Bolívar de esa ciudad.

De esta manera, Mockus ilustra las exigencias del certamen y de paso vuelve a su vehículo preferido. “Por ahí anda el telegrama de un juez de la República en el que decía al presidente que era el colmo que un funcionario de este rango (entonces era rector) se expusiera andando en bicicleta. La evaluación interna por parte de Seguridad de la universidad puso fin al cuento de la bicicleta”.

Pero el verdadero fin al cuento del rectorado lo puso el presidente Samper cuando le pidió la dimisión en noviembre de 1993, poco después de que la nación entera comprobara la palidez de su trasero. Sin poder contener las lágrimas (o sin quererlo) Antanas apareció en televisión explicando que su renuncia obedecía a “un conjunto de reacciones adversas a mis últimas actuaciones en la Universidad Nacional y pienso que se han expresado bajo la forma de presiones ante la Presidencia. Mi actuaciones fueron sacadas de contexto y por tanto inaceptadas. Pienso que han provocado una especie de catarsis y personas como el general Maza Márquez, a quien había respetado enormemente por su labor en la dirección del DAS, curiosamente claman por un análisis siquiátrico del rector de la universidad”.

No sería de extrañar, sin embargo, que Samper y Mockus se volvieran a encontrar, esta vez en el acto de transmisión de mando para el próximo periodo gubernamental de Colombia.

 

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Un comentario en “Perfil de Antanas Mockus, cuando era alcalde de Bogotá

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