Entrevista con Carlos Monsiváis / El Nacional, agosto de 2002

Carlos Monsiváis

“Invocar a los héroes es confiar que hubo pasado escolar en los oyentes”

Milagros Socorro

El escritor y periodista mexicano Carlos Monsiváis es uno de los intelectuales latinoamericanos más importantes de la actualidad, lo que podría atribuirse no sólo a la alta calidad de su prolífica obra sino a la variedad de temas que aborda, a la ductilidad con que se mueve entre los diversos géneros y, por consecuencia, a la amplitud de la audiencia que ha acaparado en todo el continente y fuera de él. Todo menos aburrido, lo que se le agradece siempre, incluso cuando sus posturas ideológicas no convencen al embelesado lector, Monsiváis tiene un público cautivado en Venezuela, a donde viene con frecuencia y con llenazos asegurados.
Entrevistado para el Papel Literario en la residencia del embajador de México en Caracas, donde estuvo a mediados de julio, Monsiváis opta por ir de lo general a lo particular: “Hay la sensación, que comparto, de que América Latina está viviendo una de sus peores crisis porque muchas de las salidas están ya negadas orgánicamente y el neoliberalismo ha destruido en mucho lo que había de esperanza, de continuidad, de sentido de porvenir. Y los países evidentemente afligidos en esta coyuntura son Argentina, con una crisis monstruosa; Venezuela, con el debate iniciado a partir del 11 de abril; Colombia, con el horror de la amenaza de las guerra, las FARC, los paramilitares, el Ejército, etc.; Ecuador, con un problema terrible que impulsa la migración; y México, con una adaptación bastante difícil y forzada a una democracia que se está dando en la sociedad pero que falta realizarse en los gobiernos. Esa sensación de crisis generalizada hace que América Latina importe mucho más de lo que importaba antes, porque, además, uno no siente escindible la situación dramática entre uno y otro país… la cantidad de veces que pasó la televisión mexicana los sucesos del 11 de abril venezolano, la cantidad de tiempo dedicado a lo de Argentina… la globalización está uniendo la experiencia latinoamericana”.
-¿Cuál fue su percepción, en abril, cuando vio por la televisión mexicana lo que estaba ocurriendo en Venezuela? ¿Cómo lo interpretó?
-Lo interpreté precariamente porque había seguido discursos, pronunciamientos y visiones críticas de un sector de la prensa mexicana por así decirlo bolivariano, con la salvedad de respeto por el Libertador, y también de otro sector furibundamente antichavista, ambos muy categóricos. Y cuando vi las imágenes, la verdad, no tuve mayor punto de vista, pensé que era una provocación, que era un acto de gran autoritarismo, luego leí interpretaciones que daban por hecho una intervención de la mano del imperialismo yanqui y un periódico mexicano muy bolivariano, por así decirlo, señalaba que era la impaciencia de los sectores reaccionarios contra las medidas del populismo que les parecían atroces. Y, luego, finalmente, cuando vi surgir una oposición no muy coordinada, no muy organizada, no muy orientada en propósitos, que cuenta con un enorme caudal de gente, vi que lo que está pasando es muy muy real y, al margen de las conspiraciones o las fuerzas de la oscuridad o lo que sea que existan, lo que hay es una movilización y una politización de la sociedad venezolana como nunca la había sentido y frente a la cual, independientemente de los puntos de vista que uno adopte, lo que debe reconocerse es una sociedad enormemente exasperada y enormemente viva. De todo, me quedaría esperar que esa fuerza, esa energía y esa vitalidad que se demuestra tan múltiplemente, se condense en un gran proyecto democrático porque, en un sentido, creo que tanto Argentina como Venezuela están disponiendo ahora de un patrimonio de energía social que no habían conocido.
-Usted entrevistó al Presidente Chávez para un espacio de televisión…
-Conversé con él. No lo he entrevistado, exactamente. Fue para un programa de HBO Olé, que nos recibió a (el escritor argentino) Mempo Giardinelli y a mí, y horas antes había recibido a Tomás Eloy Martínez; nos refirió lo que significaba para él el ideario de Zamora, su entusiasmo por el pensamiento de Simón Rodríguez, en quien el Presidente veía un patrimonio desconocido al que presentaba en sociedad, y nos contó de su programa de radio, de su experiencia en su región, de su formación atropellada, leyendo libros con amor de autodidacta.
-¿Qué impresión tuvo del residente Chávez?
-Me pareció que era un temperamento autoritario, que buscaba las claves de un lenguaje democrático de una manera impaciente.
-¿Qué rasgos de la personalidad del Presidente le hicieron pensar que estaba ante un temperamento autoritario? ¿O se debió a lo que ya sabía de él?
-Desde luego, mi prejuicio estaba guiado por su intento golpista del año 92, que no me había entusiasmado grandemente. En principio, toda solución de fuerza me desalienta y no creo en los golpes de Estado, pienso que para cualquier país un golpe es un precedente funesto; y, si no hay una posibilidad racional, los golpes suelen verterse en un clima que normaliza la irracionalidad, y con eso no hay manera de que esté. Pero tenía dos conocimientos previos que me hacían pensar en el temperamento autoritario del Presidente Chávez: el intento de golpe, es decir, el apresuramiento de la historia, que es todo golpe de Estado, por vías que no me interesan, y su formación militar, que nunca he considerado la más conducente para guiar un proceso democrático.
-Después de abril, ¿cree saber qué fue lo que ocurrió en Venezuela?
-Después de abril, de Carmona, de las reacciones, de los atemperamientos, de los incendios… la conclusión a la que llego es que aquí se tiene que arribar a una solución democrática y pacífica, lo que se aplica Venezuela y a cualquier país latinoamericano. Está claro que el autoritarismo ya dio de sí, que ninguna sociedad latinoamericana puede ya encauzarse con autoritarismo, que es una fórmula que se gastó drásticamente y para fortuna de todos, que lo que viene es muy nebuloso, en la medida en que no hay tradiciones previas de países conducidos sin autoritarismo (entendiendo por autoritarismo no la autoridad sino la conversión de autoridad en culto, en semi-religión, en único lenguaje, en desprecio por la voluntad de los gobernados, etc.). Creo que el autoritarismo se ha gastado en América Latina y que va a ser muy duro el aprendizaje de la democracia real en cuanto al lenguaje de la convivencia y al reconocimiento de la voluntad de las mayorías, de búsqueda conjunta de solución de los problemas. Creo, también, que muchos de los problemas parecen insolubles: la economía no admite fórmulas de buena voluntad, y la economía en este momento en toda América Latina vive el caos. El neoliberalismo es una pesadilla cruenta y tanto las respuestas populistas como las neoliberales aparecen agotadas sin que se haya encontrado una tercera opción. Pero no se necesita ser vidente, aunque siempre hay la tentación de improvisarse en vidente aunque eso no sea posible, preveo muy modesta y humildemente que lo que viene va a ser muy duro pero enormemente provechoso si se ratifica que los regímenes autoritarios no sólo son moralmente cuestionables sino que su ineficacia impide ya su continuidad. Y también llego a la conclusión, como pacifista, de que la perspectiva de un golpe es la prolongación del autoritarismo, que, además, niega la crítica a esta forma de gobierno porque un golpe, en cualquier país, es la potenciación del lenguaje autoritario.
-¿Qué uso cree usted que se hace de los héroes en América Latina en la actualidad, sobre todo por parte del poder?
-Antes fue un uso exhaustivo. Cada gobierno se revestía de los héroes, que eran su decoración, su traje de noche, su traje de etiqueta, su manera de recordar en qué época del año se estaba, su transformación de las fechas en túmulos sagrados, etcétera. Ahora, yo siento que los héroes han perdido mucha de esa eficacia en función del deterioro de la educación: ya es muy difícil que se ubique con la exactitud de antes a los héroes y éstos son invocaciones más que todo al pasado escolar. Cuando se dice el nombre de un héroe se espera que reverbere la conciencia de quienes escuchan el discurso porque los héroes son un llamado a ese más allá poblado de tareas escolares. En ese sentido, invocar a Bolívar, a Hidalgo, a Juárez, a O’Higgins, a San Martín, a Caupolicán, a Cuauhtemoc, a Miranda, a Fray Servando Teresa de Mier, es confiar que hubo pasado escolar en los oyentes: los héroes se están convirtiendo en el acto de confianza educativa mayor de los gobernantes, porque suponen que al mencionarlos despiertan algo en los oyentes o en los presuntos lectores de los discursos, que esa especie sí ya no existe, que los vincule con los gobernantes. Dicen el nombre de los héroes para certificar que son gobernantes y para suponer optimistamente que están acudiendo al imaginario colectivo en su capítulo de memorias de entusiasmo nacional.
-¿Ha percibido usted que, en ese contexto continental al que alude, la memoria de Simón Bolívar sea invocada y utilizada de manera específica?
-Sí, por supuesto. Y sus antecedentes directos son el uso de Martí por la Revolución Cubana y el de Zapata, en una etapa de la Revolución Mexicana. A Zapata intentaron, con gran éxito quitárselo al Estado mexicano que ya sólo lo usaba para saludar campesinos viejos, se lo arrebataron los del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Martí ya no tiene la fuerza evocativa de antes porque se leer menos, con lo que pierde mucho porque es un gran escritor. Y Bolívar siempre estuvo presente en el imaginario latinoamericano, prueba de ello son las muchas obras literarias que lo citan y lo evocan, quizá porque tiene una dimensión heroica indudable pero, además, una dimensión personal trágica que interesa mucho: el héroe que está conciente de su fracaso es muy especial y le confiere un enorme atractivo. De todas formas, estoy convencido de que ningún gobierno puede validarse sobre héroes, ni el mexicano con Zapata, ni el cubano con Martí, ni el venezolano con Bolívar. Creo que son síntesis de su idea de gobierno y de su idea de cómo quieren que se les juzgue como gobernantes; es decir, son actos de buena voluntad para sí mismos más que homenajes efectivos a un pensamiento y una actitud. Siempre se piensa que la historia viva ya ocurrió y que lo que queda ahora es el gobernante, que sabe que existió una historia viva pero que ahora presenta la única historia posible para los pueblos, que es la historia institucional: que ya no exige movilizaciones sino tributos fiscales y apoyos a las acciones del gobierno; y es muy contradictorio el hecho de pensar que los héroes recuerdan el pueblo vivo, dinámico, enérgico, que existió, mientras se le atribuye una actitud pasiva a la sociedad que presencia la evocación de esos héroes.
-En los dos últimos dos años, Carlos Monsiváis ha publicado los siguientes títulos: Aires de familia, un libro sobre culturas latinoamericanas; Las herencias ocultas, sobre el liberalismo del siglo XIX, el anticlericalismo y la creación literaria; Las tradiciones de la imagen, sobre poetas mexicanos de la primera mitad del silo XX; y Yo te bendigo, vida, sobre Amado Nervo. Es impresionante, ¿cómo puede ser tan prolífico?
-Tengo que trabajar porque no tengo nada que hacer.
-¿Cómo fue el procedimiento para escribir ese libro sobre Amado Nervo?
-Fue una pesadilla, tengo que admitirlo, porque releer a Amado Nervo no es fácil: son tres tomos de Obras Completas, y hay que leer materiales sobre su época, relacionarlo con otros poetas… leí bastante, pero la pesadilla consistió en encontrar los poemas excelentes en medio de un mar de literatura vencida, jubilada, proscrita por la necesidad de leer poesía en verdad. Encontré que había poemas muy muy buenos que, aunque estuvieran en la memoria popular de una época, seguían siendo buenos; encontré textos que no conocía bien o que no conocía a secas de narrativa muy extraña, muy original, encontré crónicas muy divertidas… y pensé que a todos los escritores les haría falta una antología muy severa que sería la que verdaderamente los rescatase. En el caso de Nervo, desde luego, produjo con abundancia y mucho de ello era menor, pero los momentos deslumbrantes están ahí todavía. Finalmente, escribí el ensayo en unos seis meses, trabajando en él todos los días, claro que combinado con el trabajo periodístico porque de eso vivo.
¿Qué libro tiene ahora en preparación?
-Estoy terminando un libro de ensayos sobre escritores mexicanos y tengo otro, de crónicas, sobre lo que llamábamos la edad de oro del cine mexicano, que no sé si efectivamente fue la edad dorada de ese cine pero que ciertamente sí lo fue de su público. Creo que saldrán los dos antes de fin de año.
-¿Se ha topado con algo de la literatura venezolana que le parezca digno de mención?
-La poesía de Eugenio Montejo, que es de una delicadeza y una inteligencia poética notables; Rafael Cadenas, a quien he descubierto recientemente. Rafael Arráiz Lucca me envió hace tiempo su antología de la poesía venezolana; ahí he encontrado escritores que me interesan, como Ramos Sucre, aunque al principio me costó mucho leerlo porque no entendía sus claves pero después me he hecho adicto, creo que hay allí una imaginación que te va orientando sobre los métodos de lectura que los textos requieren y estoy muy feliz… en fin, Rómulo Gallegos se me queda como un mito no visitable, es un monumento cuya ubicación conozco pero al que no voy ya, francamente. De Adriano González León me sigue gustando mucho su País portátil, y Salvador Garmendia también me gusta mucho, sentí mucho su desaparición. De los nuevos no he leído porque la literatura venezolana simplemente no llega a México si no es vía España. No hay manera de que las editoriales venezolanas lleguen a México.

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