José Ramón Medina / El Nacional 10 – 07 – 2010

José Ramón Medina

“Soy, fundamentalmente, poeta”

Escritor, ensayista, crítico, articulista, abogado, jurista diplomático, senador, profesor universitario, fundador de instituciones culturales, director de medios de comunicación y director del Papel Literario, José Ramón Medina murió el lunes 14 de junio en la madrugada.

Milagros Socorro

-Fundamentalmente, yo soy poeta –afirmó José Ramón Medina ante las cámaras de televisión.
Era el 13 de julio de 1982. Había sido convocado al estudio de Buenos días, el programa de entrevistas que conducían Sofía Imber y Carlos Rangel, en Venevisión, a propósito de su nombramiento como director de El Nacional, diario con el que Medina venía colaborando desde 1947 como articulista y donde había publicado sus primeros versos, en 1945. En la introducción del espacio, Sofía comentó que no había querido aludir al largo currículum de su invitado a quien “unas gentes le dicen el poeta Medina y otros le dicen el fiscal Medina? “Cuéntanos quién eres tú”, le propuso ella. A lo que él contestó sin titubear.
-Todo –precisó Medina- gira alrededor de un eje fundamental en mi vida: la búsqueda de la poesía, el trabajo de la poesía. Aún cuando he tenido necesidades, que son muy explicables en esta sociedad nuestra venezolana, de tener que ejercer otras actividades, hubiera preferido ser poeta a tiempo completo.
La anfitriona comenta que mucha gente se cree poeta, ya porque quiere formar parte de algo extraordinario o porque banaliza la poesía al creer que cualquiera puede hacerla.
-Una cosa es creerse poeta y otra es ser poeta en verdad. La gente tiene, ciertamente, ese sentido de la vanidad de creerse dentro del mundo de la literatura. Ésta es una atracción muy fuerte. La banalización de la poesía es muy corriente, todo el mundo cree que poesía es simplemente escribir unos versitos que tenían cierto sentido. Pero hay algo más profundo, la poesía es, fundamentalmente, una expresión del sentimiento humano en cualquiera de sus expresiones, es decir, es una vivencia, es una realidad del ser del espíritu.
En mayo de 1965, José Ramón Medina fue seleccionado para pronunciar el discurso de orden en el décimo aniversario de la muerte de Andrés Eloy Blanco, en el (entonces llamado) Concejo Municipal de Caracas. Allí reflexionó sobre ese imponderable que distingue la buena literatura de la mala, o de la que simplemente no lo es. Y habló de la “poesía popular”, referencia que los entrevistadores le recordaron con curiosidad.
-Poeta popular –dijo José Ramón Mendina- es aquel que alcanza una especie de conciliación entre la expresión particular propia y el sentido del alma popular. Eso lo logran los poetas que escriben versos que la gente aprende de memoria: el pueblo se siente en comunicación con una poesía que lo expresa. El poeta encuentra un equilibrio entre el sentido popular de la poesía y el sentido culto. Ahí es donde está el milagro.
-¿A ti te gustaría que te recordaran como un poeta popular? –quiso saber Sofía.
-No, -reconoció él -porque yo no soy un poeta popular. No lo he logrado.
A la pregunta de si era un poeta hermético, lo negó también. “Yo escribía y escribo”, explicó Medina, “rimados poemas endecasílabos. Comencé a hacerlo así en 1945 porque veníamos de la experiencia de 1942, una vuelta al clasicismo en Venezuela como reacción contra el grupo ‘Viernes’, que había marcado una apertura total y la ruptura con el verso tradicional, es decir, había sido la irrupción entre nosotros de un surrealismo adaptado al temperamento latino, tropical, venezolanista”.

Inventario
José Ramón Medina acudiría muchas otras veces a ese programa y, de hecho, sería figura permanente en las primeras planas de los periódicos. Su obra literaria crecía al tiempo que lo hacía su compromiso ciudadano.
Había nacido el 20 de julio de 1921 en San Francisco de Macaira, estado Guárico. Recibió el nombre de su padre, fallecido meses antes del alumbramiento. Y su madre, Myriam Elorga, moriría también cuando el pequeño tenía 8 años. A esas sucesivas faltas se refirió el poeta Eugenio Montejo cuando hizo el retrato de José Ramón Medina en estos términos: “Unos ojos atentos y miopes, el cabello liso y como fijado con gomina, un cuerpo menudo, de rasgos amables dibujados por una sencillez que no necesitaba valerse de ademanes tropicales. Se percibía en su mirada la lumbre de quien había conocido el sufrimiento de pequeño, esa llama que una vez adquirida parece servirle al hombre de brújula para situarse ante los seres y las cosas”.
Esa infancia campesina se resolvió tempranamente en un destino de poeta, hombre de prensa y tribuno. De niño se traslada a Ocumare del Tuy, donde hace la primaria al tiempo que se desempeña como linotipista en una imprenta. La secundaria la haría entre el Colegio Federal de Maracay y los liceos Fermín Toro y Andrés Bello, en Caracas. En 1945 entra a la UCV para estudiar Derecho. Y en 1947 aparece su primer poemario, Edad de la esperanza, en Bogotá. Para ese momento, el germen de lo que sería su vida estaba hondamente sembrado en tierra fértil.
Muy pronto comenzaría la ubérrima cosecha. En 1948 formó parte del grupo ‘Contrapunto’. En 1950 se gradúa de abogado y se va a Roma a cursar una especialización en Derecho Penal y, luego, Criminología en París. En 1954 ingresa al cuerpo docente de la UCV. En los años 50 dirige la revista Shell. Ejerció la Secretaría de la Universidad Central de Venezuela desde 1963 hasta 1967. Fue Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Fiscal General de la Nación y Contralor de la República, ocupó una curul en el Congreso Nacional como Senador por el Distrito Federal y fue Embajador.
En 1974 fundó, con el crítico uruguayo Ángel Rama,la que sería su gran obra, la Biblioteca Ayacucho, que presidió desde sus inicios hasta el año 2001. También participó en la creación y organización del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallego (Celarg), fundado el 30 de julio de 1974. Sus más de 40 libros le valieron innumerables premios. Destacan entre sus títulos: Examen de la poesía venezolana contemporánea (1956); Antología venezolana, prosa y verso (1962); Rómulo Gallegos: ensayo biográfico (1966); 50 años de literatura venezolana (1969) y los poemarios Edad de la esperanza; Rumor sobre diciembre (1949); Vísperas de la Aldea (1949); Elegía (1950); Parva luz de la estancia familiar (1952); Texto sobre el tiempo (Premio Boscán 1952); Como la vida (1954). En la reciente orilla (1957); Antología poética (1957); Memorias y elegías (1960); Poesía (1961); Bajo los altos árboles (1962); Testigo de verano (1962); Poesía plural (1969); Sobre la tierra yerma (1971) y su título cumbre en el área de la crítica, Noventa años de literatura venezolana (1992).

Los cargos y los versos
Al referirse a José Ramón Medina, en la presentación de la última antología de su obra poética, en 2007, Eugenio Montejo afirmó: “Ha sido además estudioso de nuestra literatura, antólogo, ensayista, editor y hombre vinculado por años a la administración pública. No se aminoran tales créditos de la valía que lo distingue si en su reconocimiento destacamos también al escrupuloso practicante de la amistad, a quien ha sido siempre capaz de conjugar la palabra amigo con los signos de la tolerancia, el respeto y la entrañable simpatía”.
A propósito de esa vinculación con lo público, Medina explicaría a Sofía Imber, en 1989, “el intelectual nunca ha estado fuera de la realidad, sino pendiente de lo que está sucediendo y buscando soluciones desde el plano que le corresponde. […] Mediante una especie de disciplina intelectual, se puede conjugar una cosa aparentemente árida, como el trabajo público al frente de la Contraloría y de otros cargos, con la creación puramente literaria, específicamente, la poesía. Es una especie de compensación entre lo que el hombre se ve obligado a hacer con lo que quiere hacer por impulsos de su vocación. El poeta, el escritor en general, el intelectual, no puede desvincularse de la realidad donde está actuando, es una necesidad de la propia vida, que tiene su lado práctico pero también, su lado espiritual”.

Papel Literario, El Nacional, 10 de julio de 2010

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