A propósito de Rodolfo Izaguirre / El Nacional, 1-08-2010

A propósito de Rodolfo Izaguirre

Milagros Socorro

Hace unas semanas esbocé un discurso de presentación para la conferencia que Rodolfo Izaguirre dictaría en la apertura del Festival Atempo, -de música académica contemporánea-, que se mantiene vivo en Venezuela contra los vientos más bravos y gracias al tesón de sus organizadores. Rodolfo, que en enero de 2010 cumplirá 80 años, trazó la biografía política de su generación en un arco que, como es su costumbre, electrizó a la audiencia arrancándole risas y sacándole lágrimas.
A los pocos días, la conferencia de Rodolfo comenzó a circular por Internet; y ya va camino a convertirse en un clásico, antes incluso de pasar por la imprenta. Sobre esa ola de afecto y pasión venezolana traigo aquí algunos fragmentos del texto que leí aquella noche, la noche en que al hablar de Rodolfo y al escuchar sus confesiones nos acometió muchas veces un nudo en la garganta.
Allí dije que cada vez que leía los textos o entrevistas de los escritores que comenzaban a escribir en 1948, me estremecía de espanto y conmiseración al pensar en unos jóvenes intelectuales que habían experimentado la satisfacción incomparable de contemplar el ascenso al poder de Rómulo Gallegos, escritor, fundador de revistas, el novelista más famoso de la lengua en su momento… para luego ser testigos de su derrocamiento por mano militar. Y quedar por ello perplejos en medio de un desierto de legalidad. Mudos en la sabana de concreto que iba a tender Pérez Jiménez como un horizonte de tumbas.
-Debe ser horrible –pensaba yo, que había nacido en la democracia de Venezuela y vivía en un país con muchos dramas, pero con jefes de Estado civiles que se transmitían el mando en los plazos establecidos por la Constitución y por métodos inspirados en el mismo libro.
Está bien, ninguno era el autor de Doña Bárbara, novela de mi adoración hasta la fecha, pero sobre sus espaldas no se izaba la sombra de ningún teniente coronel… Eso creía yo. Y desde aquella certeza esparcía mi compasión sobre Elisa Lerner, Salvador Garmendia, Adriano González León y Rodolfo Izaguirre, muchachitos escritores a quienes la dictadura les arrebató las cuartillas y les puso en las manos un guión de mutismo.
“Siendo adolescentes”, me había confirmado Rodolfo en el libro de entrevistas que preparamos, “perdimos el equilibrio y se desplomó sobre la república el fascismo ordinario de Marcos Pérez Jiménez: una circunstancia que pesó sobre toda una generación. Quienes estuvieron conmigo en el grupo literario Sardio y los que se agruparon en Tabla Redonda, el otro movimiento literario de los años 60, detuvieron y postergaron durante diez años sus procesos creativos. Tuvimos que esperar una década y en algunos de nosotros un tiempo mayor, para que unos y otros comenzáramos a producir y revelar los frutos de nuestra actividad creadora. Las ricas aunque difíciles vivencias acumuladas antes y durante el perezjimenismo tardarían años en revelarse a través de la literatura o las artes plásticas”.
Rodolfo Izaguirre, quien es uno de los mejores escritores de Venezuela, llegó a creer que vería su país distinto. Por lo menos, la ley campeando y no los caudillos. Las universidades bullendo y no los cuarteles. En vez de eso… “Hoy, a los ochenta años, instalado como estoy en el término y final de mi propio futuro, constato con furiosa tristeza que aquel país pleno, hermoso y satisfecho que avizoré y creí estar construyendo cuando joven, un país al que aspiraba moderno y vigoroso, libre, rico, sensible y culto se asfixia en la hora actual en la mediocridad de una cultura cuartelaria; se hunde en la pobreza y en la confusión; se dilapida; se desgarra civil y moralmente; erosiona el lenguaje; se degrada desde el poder asaltado por un autoritarismo militar que se alimenta de sus propios abusos, corrupción y procacidad. No otro es el país que padecemos en los inicios del siglo 21, testigos como somos de la aniquilación de la democracia. De tal suerte que, en el ocaso de mi vida, en la siempre difícil, oscilante e incierta vida venezolana, debo enfrentar como nunca antes la dura experiencia de sentirme exiliado en mi propio país, apartado, excluido, postergado y ofendido permanentemente sólo por defender mi derecho a disentir”.
Pero no todo está perdido. La sola mención del derecho a disentir nos devuelve a nuestro héroe de cuerpo entero. Es lo que Rodolfo ha hecho toda la vida. Disentir. Que es como sentir dos veces: una vez con la mente, con el espíritu; y otra, con el corazón.

El Nacional, 1 de agosto de 2010

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