Al niño periodista / El Nacional, 5 – 12- 2010

Al niño periodista

Milagros Socorro

Muy estimado niño de vocación precoz, te vi en la cuña de televisión donde decías que querías ser periodista. Esto me ha conmovido. Comprendo que quieras hacerte reportero para ser portador de buenas noticias, como dices en la propaganda. Quién no ha experimentado el júbilo de ser emisario de buenas nuevas, esa excitación que invade el ánimo en el minuto previo a la revelación que sacará sonrisas y lágrimas de alegría y alivio. Lamentablemente, esos anuncios suelen corresponder más al ámbito privado que al público, porque los hechos noticiosos no suelen ser protagonizados por gente que cumple con su deber, puesto que esto no es noticia. Es lo previsible. Lo natural. Noticia es aquello que escapa a la normalidad, a lo esperable. Y lo otro es que un periodista es un profesional entrenado para distinguir el trigo del polvo; esto es, formado para escrutar el poder y desmontar sus falacias (los poderosos gustan disfrazar de éxitos sus fracasos, y suele ocurrir que un daño al colectivo sea divulgado como un beneficio).
Entenderás esto, que parece complejo, con gran facilidad y nitidez con el ejemplo que voy a darte. Lo tienes delante. Alguien te ha mandado a difundir, mediante un micrófono, la especie según la cual “la llegada” de miles de computadores del extranjero es una excelente noticia. Fíjate bien: el periodismo consiste en discernir entre la verdad y lo que parece serlo. Repetir lo que te ofrecen como buena noticia sin someterlo a examen, es lo contrario del periodismo.
¿Estoy diciéndote que es malo que los niños de Venezuela tengan computadoras? No. Estoy afirmando que tal distribución es un velo que no alcanza a cubrir las trampas montadas con el llamado proyecto Canaima, que no es más que un nombre hueco, algo así como los seudónimos que se ponen los niños para jugar a ser lo que no son. Su denominación real es Magalhães. Una de las celadas es que la computadora, muy chévere, cómo no, es un caballo de Troya en cuya panza va una inmensa cantidad de propagando gobiernista; la peor, por cierto, puesto que son recortes de los mediocres discursos del Presidente, el chapucero de febrero de 1992. Hay otros libros, ciertamente, como el de Rigoberto Lanz, que hará las delicias de chicos y grandes. Es lo único escrito allí por un venezolano, no es poca cosa.
La otra estratagema es mucho peor (dado que no habrá muchos lectores para la tosca perorata oficialista). Tú dices que “traer” computadoras es una gran noticia. Es realidad, es un drama. Piensa que cada máquina de ésas, tan bonitas y útiles, cuestan entre 200 y 300 dólares. Ese es un dinero que tu país debe pagar a quienes producen los equipos. A ver, piensa: cuál sería la auténtica noticia auspiciosa… Que tuviéramos computadoras para los niños, al tiempo que ese dinero se invirtiera en nuestro país, donde se traduciría en fuentes de trabajo para los padres de esos niños, ¿verdad?
El caso es que las computadoras no se fabrican en Venezuela, como, por cierto, prometió el presidente que se haría. De manera que lo que te vendieron como buena nueva, en realidad es un naufragio tras encallar en varias mentiras. Las computadoras fueron adquiridas en Portugal, cuyo empresariado ha hecho un tremendo negocio. Un ministro portugués declaró, como gran logro de su gobierno, que la Magalhães es fabricada por ensambladores portugueses con un 30% de componentes de ese país y el resto, importado a otros, entre los que no se cuenta Venezuela. “El proyecto supondrá una inversión inicial de 80 millones de euros y la fábrica se instalará en la localidad de Matosinhos”.
Cuando los periodistas profesionales publicaron lo obvio: que la industria nacional quedó fuera de este proyecto y de la millonaria inversión, Jesse Chacón, ministro de Ciencia, respondió que el gobierno no estaba comprando computadoras, sino un modelo educativo. Ahí tienes. Parece una , pero en realidad es una canallada. Además de una gran idiotez. Chacón precisaría que, solo en la primera fase, la compra de un modelo supondría una erogación del Estado de 80 millones de dólares. Piensa la cantidad de buenas noticias que se hubieran diseminado por los hogares de tantos desempleados si esa suma se hubiera quedado en Venezuela.
Cuando seas periodistas no darás muchas noticias buenas. Pero sí desenmascararás mucho farsante. Ya verás lo que se siente.

El Nacional, 5 de diciembre de 2010

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