Chucho lo tiene loco / Editorial Código Venezuela 21-12-2010

Chucho lo tiene loco

El régimen se enfrenta, con sus tropas, sus tanquetas y el funcionariado del INTI, a un campesino de 94 años, que los espera sentado en la sala de su casa de hacienda, apoyado en un bastón cuya base está siempre tiznada con la tierra, oscura y untuosa, del sur del lago de Maracaibo.

Milagros Socorro

Se repite la palabra “militarización”. Significa tomar el control de una zona con efectivos y equipos militares. En sentido estricto, la zona sur del lago de Maracaibo, que incluye áreas del Zulia, pero también de Mérida y Táchira, no está militarizada. Hay militares ocupando casa de haciendas que fueron despojadas por orden del Ejecutivo, que es distinto. Y hay un grupo de oficiales que merodea por los portones de la hacienda El Peonío, propiedad de Jesús, Chucho, Meleán. La primera vez que intentaron ingresar fueron rechazados por la peonada. Cierta prensa habla de “personas apostadas” y, sí, son personas, también los caudillitos regados por los fundos lo son, pero las que están plantadas a la entrada de El Peonío son trabajadores. Más que eso, son obreros, una categoría que no suele aplicarse a los braceros del campo, pero resulta que éstos lo son porque gozan de un tipo de contratación que les garantiza vivienda digna, acceso al Seguro Social, cesta tickets, escuela primaria para sus hijos (incluso de los que se han desenganchado de la nómina y se han marchado a otros lugares, puesto que el cupo de los niños no depende de la continuidad de la relación laboral) y abundante alimentación de la insuperable calidad de esos parajes.
Tras la orden de Chávez, emitida el pasado 17 de diciembre, de “rescatar” las tierras más productivas del país, que son, precisamente, la de esa franja del sur de lago, unos oficiales se encaminaron a la finca. Iban con un séquito de “sabios del INTI”, como los llama Chucho Meleán con expresión muy seria. Pero los jornaleros no los dejaron pasar. Hubo un diálogo muy gracioso: el general le dijo al obrero guajiro que lo mantenía con los crespos hechos y bajo el sol, que no tenían por qué preocuparse, porque ellos seguirían en las mismas condiciones, conservarían sus condiciones de trabajo… sólo que con otro patrón. Y le propuso que les firmaran un poder… “que, justamente, lo tengo aquí, mire…”.
Con todo respeto a la autoridad castrense, un trabajador le dijo a esta cronista que tuvieron que morderse la lengua para no decirle al heredero del glorioso ejército libertador, que les extendía el documento: “¡cómo no! Dámelo pa miátelo”. Esos trabajadores conocen el destino que han tenido los jornaleros de haciendas vecinas sometidas a despojo por parte del Estado. Tienen, sin ir muy lejos, una hacienda de los alrededor, expropiada porque su dueño lo encontraron incurso en legitimación de capitales. Varios de los peones de esas tierras fueron contratados por Meleán; de manera que, entre cuentos de aparecidos, por las noches se hace el recuento de las penurias que pasa la gente sobre cual se ceba la “revolución”. Nadie quiere ni oír hablar de eso.
La segunda visita se produjo ayer. Los militares llegaron con tanquetas, con soldados, con jeeps y, en fin, el paramento necesario para tratar con un ciudadano venezolano que en febrero próximo cumplirá 94 años. La reunión se produjo en privado. Nada de reporteros. Pero nosotros sabemos qué paso ahí. El régimen fue a suplicarle a Meleán un gesto que lo saque de este zanjón al que los ha arrastrado un ganadero que se sentó en su silla y desde ahí les dice que no saldrá de sus tierras hasta que se las paguen en su justo valor. En ningún momento los ha amenazado. No ha hablado de muertes, de venganzas ni de cuentas saldadas por vía distinta a las que prevén las leyes. Tampoco ha hecho traer chirrincheras llenas de guajiros armados. No ha hecho más que apoyar el bastón en la pared y sentarse a esperar.
En Caracas, rodeado de guardaespaldas, Chávez se desmelena, revela sus fantasía acerca de planes para crear caos (cualquiera que se haya ganado un centavo con el sudor de su frente sabe que el factor más importante para el trabajo y la productividad es el orden, las reglas claras y los pactos con gente honorable, preferiblemente sobria y de palabra). Y en un recodo de Colón, Chucho Meleán suelta frases a cuentagotas. Ya ha dicho lo fundamental: despojado no sale. Ha trabajado desde los 8 años para ganarse lo que tiene.
Es un anciano. Mestizo. Zamarro. Increíblemente rico. Lleva décadas alimentando (literalmente) a los militares apostados en las inmediaciones, que no por nada lo han cubierto de placas de reconocimiento donde consta en metal su agradecimiento “por la colaboración”.
Chávez está pulseando con una leyenda. Sus oportunidades de abatir el brazo de Chucho Meleán sobre una mesa tallada en ceiba son nulas.

Código Venezuela, 21 – 12- 2010

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