Te tengo un cuento / El Nacional, 31. 07. 2011

Te tengo un cuento

Milagros Socorro

Es posible que no dé el tipo, pero la verdad es que me encuentro en la minoría selecta que ha compartido entrenador con un medallista olímpico.
En los primeros años 70, las monjas del colegio Nuestra Señora del Carmen, de Machiques, al pie de la Sierra de Perijá, en el Zulia, contrataron al ex boxeador tachirense Víctor Julio Patiño (La Grita, 1933) para las clases de educación física. Patiño tenía estampa europea y esa elegancia que, como ha dicho Guillermo Sucre, nace del sosiego. No por nada el periodista zuliano Pedro Hernández lo apelaba en Panorama el Tony Curtis del boxeo.
Llegado a Maracaibo en 1950, había derrochado pundonor en el cuadrilátero, donde solía describir una danza entre los puñetazos, hasta que una afección arterial empezó a provocarle súbitos cansancios. Entonces la dio en compartir la jornada entre su empleo en el departamento de Bomberos Marinos y ciertas incursiones en el local Don Pedro, donde empezó como entrenador de bolas criollas y terminó encargado de las ventas de refrescos y cervezas. Un día el dueño del negocio le propuso que reinvirtiera sus ganancias en un espectáculo. Tenía apalabrados a Tito Puente y a La Lupe, para presentarse en los carnavales del año 67. Los grandes de la escena caribeña compartirían cartel con la orquesta bailable local Súper Combo Los Tropicales. Se requería una inversión de Bs. 112 mil: 40 mil para los invitados internacionales, 12 mil para el Súper Combo…. No había que preocuparse, era un tiro al piso. Y lo hubiera sido, si un chubasco inesperado no se hubiera abatido sobre Maracaibo en las dos fechas.
A comienzos del 69, Víctor Julio Patiño llegó a Machiques para encargarse del gimnasio de esa población ganadera. Muy pronto se haría de muchos alumnos, entre quienes están dos que ustedes conocen: vuestra humilde columnista y un muchachito tan taciturno que hoy lo hubieran diagnosticado de unos cuantos males de atención, lenguaje y aprendizaje. Pero era muy constante, no faltaba un día al gimnasio, y tenía una tremenda pegada. “Yo no esperaba que me hablara”, me dijo el profesor Patiño, en entrevista en Maracaibo, “pero sí que me aguantara los golpes cuando yo guanteaba con él. Y en eso era tremendo. Era un flaquito taciturno, con unas condiciones físicas extraordinarias. Y una capacidad de recuperación francamente excepcional”.
Este día, 31 de julio, se conmemoran los 35 años del torneo donde ese muchachito obtuvo la primera medalla de plata para Venezuela en unos juegos olímpicos. Se llama Pedro Gamarro. Nació en Machiques, el 8 de enero de 1955. Y la noche del 31 de julio de 1976 subió al podio para que le impusieran la presea plateada en las XXI Olimpíadas de Montreal, Canadá.
Dos días después llegó a Caracas, donde fue objeto de muchos homenajes, programas de televisión y ofertas de reconocimiento en la forma de ayudas económicas y muchas otras promesas. El país, siempre necesitado de héroes que vengan a aliviarlo de tanta canallada, estaba impactado por la hazaña del humilde muchacho de frontera. Hasta ese momento, Venezuela solo podía ufanarse de la medalla de oro, de Morochito Rodríguez, en México 1968. Además, los fanáticos tenían motivos para asegurar que Gamarro había sido birlado por un fallo injusto, que le concedió la victoria al alemán Jochen Bachfeld.
El 5 de agosto, el Tren de Machiques, como lo apodó el periodista Orlando Galofré, llegó a su pueblo (nuestro pueblo), donde fue recibido con fuegos artificiales. Pero a las pocas semanas, ya Gamarro se había descarriado por la mala vida.
Mi padre me habló de eso con franca preocupación. Años después, escribí un relato de ficción, titulado “Sangre en la boca”, sobre un boxeador medallista entregado a los excesos, que termina en un festín de violencia con una boxeadora guajira que acude al mismo gimnasio. Al aparecer en una antología editada por Cerlalc/Unesco, ese relato fue seleccionado por una compañía productora de cine en Argentina para hacer un cortometraje con la dirección del cineasta Hernán Belón, que fue estrenado en Venezuela este año, en el Festival de Cine Nacional de Mérida.
En la actualidad, los argentinos trabajan la historia para convertirla en largometraje y Gamarro sigue en Machiques, dedicado a entrenar jóvenes boxeadores y reclamando, a quien lo quiera oír, el cumplimiento de las promesas que le hicieron hace exactamente 35 años.

El Nacional 31 de julio de 2011

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