Mentes criminales / El Nacional, 25. 09. 2011

La pantalla del celular pone Número desconocido, pero Manuel R. lo responde. Atiende casi sin mirar: espera ansiosamente una respuesta a su solicitud de crédito hipotecario.

Cuando Manuel R. cuelgue la segunda llamada tendrá que tragar grueso. Pensará que alguien debería documentar la proliferación de tracalerías desatada en Venezuela desde que el régimen de Chávez echó a andar al ritmo de la flauta que convoca las ratas. Desde luego, las viejas mañas gozan de excelente salud y están en plena actividad, pero cada día tenemos noticias de nuevas modalidades delictivas, todas auspiciadas y protegidas por el Gobierno (que, al hacerse de la vista gorda, acolita la criminalidad). Cada ministerio, instituto autónomo o empresa estatizada exhibe sus propias manifestaciones de trajín; de manera que quien emprenda la tarea de consignar el atlas de malandrería de los tiempos de Chávez tendrá material de sobra, desde los grandes negociados de donde ha emergido la chavoburguesía hasta la morralla que trafica con pequeñas influencias, pasando por el delito organizado con ribetes tecnológicos… como el que le tocó lidiar a Manuel R.
La voz se identifica como empleado de cierto banco de Venezuela. Le dice que su crédito amparado por la Ley de Política Habitacional ha sido aprobado. Manuel R. suelta un suspiro de alivio y empieza a dar las gracias aludiendo al interlocutor como “hermano”.
–Pero no los Bs. 580 mil que usted ha pedido -lo interrumpe la voz- sino solo Bs. 280 mil.
Manuel R. saca una cuenta rápida, el plazo para concluir el pago de la cuota inicial del apartamento está a punto de vencerse. De hecho, la espera por la respuesta del banco se ha prolongado más de lo prometido y ya está en el límite. Bueno, qué más le queda, acepta la suma que le ofrecen. Cuelga.
Aferra el volante y estira los brazos. Mueve el cuello como quien padece una corbata apretada. No es el caso, lleva una franela holgada. Está nervioso y concentrado en afanosos cálculos cuando el teléfono vuelve a sonar. Otra vez, Número desconocido. Pero la voz es otra. Le dicen que su crédito está aprobado en su totalidad. Le piden su correo electrónico y le envían, desde una dirección No reply (esto es, que no se puede contestar la comunicación porque se trata de una dirección secreta), la reproducción facsimilar de todas las instancias que su solicitud ha ido superando con éxito en ese banco de Venezuela. Allí verá varias planillas con su propia firma y el sello de las distintas oficinas… menos una, la última, cuyo visto bueno supondrá la inmediata asignación de los fondos.
–Sí –dice Manuel R.- ¿falta algún documento? Dígame, por favor, qué puedo hacer.
Manuel R. y su novia han bromeado con sus amigos diciendo que han “hecho zanja” en la ruta a ese banco de Venezuela para llevar la gran cantidad de recaudos exigidos. Algunos han debido presentarlos varias veces, puesto que su vigencia se ha vencido en la búsqueda de otros papeles, constancias y obligaciones fiscales. Ha sido un vía crucis, pero todo es poco si con eso se obtiene una vivienda.
–No –le aclara la voz-. No se preocupe, su expediente está completo.
Lo han montado en la olla. Le dicen que se dirija a una agencia de la avenida Solano, en Caracas, y haga un depósito de Bs. 15 mil a su propia cuenta bancaria en esa entidad. Le informan que ese dinero desaparecerá casi inmediatamente de todos los registros. Pero será la única condición. No habrá más. Después de pagar una coima de Bs. 15 mil, aparecerá ya firmada y sellada la requisitoria faltante.
Tras reunir el dinero con toda rapidez, Manuel R. se encamina a donde le han indicado. Deposita su plata mirando a los lados con sigilo. Se siente tan vulnerable que no se atreve siquiera a presentarse ante la gerencia del banco y explicar lo que ha ocurrido. Piensa que, en realidad, ya su crédito estaba aprobado con todas las formalidades, pero que hay una mafia interna que manipula la desesperación de la ciudadanía; y, sin embargo, no se atreve a develar el juego. No sabe hasta dónde puede llegar la red de complicidades.
¿Y si en el extremo de la cabuya hay un chivo, un alto chavista o un militar? Esa es la certeza que disuade a Manuel R. de cualquier denuncia. La misma que enmudece y paraliza a tantos venezolanos. La que ha servido de coartada a tanto pillo que actúa a la sombra de la revolución.

Publicado en El Nacional, 25. 09. 2011

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