El Mercado Municipal de Chacao

Milagros Socorro

El 23 de diciembre de 2009 fue miércoles. Y en Venezuela, entonces pasto de severa sequía, sobrevino un palo de agua de tal magnitud que en Maracaibo cayó granizo. Los bomberos de la ciudad florecida junto al lago reportaron haber recibido numerosas llamadas de vecinos alarmados por la caída de árboles y los vendavales que amenazaban con sacar las puertas de sus goznes. También en Caracas el viento remecía las ventanas y el agua, precipitada a raudales, barría los oficios como si a un gigante le hubiera dado por jugar con una manguera. Los relámpagos estallaban a cada momento y las calles se vieron convertidas en torrenteras. De pronto el estruendo cesó, las calles quedaron lavadas y la vegetación del valle de Caracas, hermosa como ninguna, pareció esponjarse. Pocas horas más tarde, a las dos de la madrugada del 24 de diciembre, Rafael Caldera murió mientras dormía.

Teníamos pensada una visita al Mercado Municipal de Chacao, el 24 de diciembre, para ver cómo es el movimiento de ese lugar en esa fecha. Albergábamos cierta certeza de que encontraríamos una gritería, pasillos atestados, gallinas soltando plumas en su angustioso aleteo, perniles de cochino izados de mano en mano, radios encendidos en diversas emisoras, clientes repartiendo codazos para salir de allí con media tonelada de mercancías, vendedores recontando grandes pacas de billetes. Las vueltas que habíamos dado para ubicar un puesto de estacionamiento en las calles de Chacao nos habían reforzado la creencia de que una multitud se nos había adelantado, camino al mercado. No fue así. Debe estar descontinuada la maña de dejar para última hora las compras para la cena de navidad porque el caso es que el Mercado de Chacao estaba tranquilazo, la gente no demostraba apuro. Más aún, había no exactamente un silencio sino una falta de ruido, del ruido que debe acompañar una mañana de 24 de diciembre en un mercado popular.

Como no iba a ser posible la descripción de dos mujeres peleándose por el último saquito de nueces, ni el dibujo con palabras del momento en que el vendedor de este puesto sacó a bailar a su colega, la vendedora del chiringuito de al lado, no me quedó más que dirigirme a una especie de Recepción que hay allí, en el centro de la fachada norte. Mientras me dirigía al mostrador ignoraba qué iba a preguntarle al hombre que se encontraba ahí, solo y no demasiado ocupado.

Reportera (abriendo la libreta, pasando rápidos las hojas, rogando que se le ocurriera algo): Por favor, dígame su nombre.

Hombre (acento del Zulia, ni rastro de timidez): Pablo García.

Reportera (más preguntas para dar tiempo a que le surgiera alguna idea): de dónde es usted.

Hombre: De Santa Bárbara del Zulia, ¿por qué?

Reportera (anotando el dato que no venía al caso): ¿Cuál es su trabajo?

Hombre (harto de que lo estuvieran importunando): Soy operador nocturno del mercado.

Reportera (resignada a que ese día no le llegaría la inspiración y mirando el reloj): ¿Nocturno? Son las ocho y media de la mañana.

Hombre: Me estoy rebuscando aquí, en el Centro de Información, vendiendo tarjetas telefónicas y haciendo carreritas, si es que salen.

Reportera (mirando a los lados para asegurarse de que nadie estaba escuchando aquel amago de entrevista): Y… ¿cómo diría usted que está la cosa por aquí, en este día?

Hombre: Hay un movimiento bonito. Sin embargo, no es tan bueno como cualquier jueves. La gente lo que anda es buscando fallitas.

Reportera (reteniendo al hombre, que ya está haciendo gesto de salir del centro de información): ¿Usted ha oído que alguien comente la muerte del presidente Caldera?

Hombre: No.

Reportera: Y usted mismo, ¿qué piensa?

Hombre: Nada.

Reportera: Cómo que nada.

Hombre: Nada. No me interesa. A mí lo que me interesa es que si no trabajo no como. Vai, permiso.

Reportera: No puede ser. Alguien tiene que haber dicho algo…

Hombre: Ve, allá arriba está uno que vino enfluxado porque él y que está de luto. Buscálo pa’ que te guindéis a llorar con él.

La planta baja del Mercado Municipal de Chacao cuenta con 1.700 metros2, en cuyo centro se acomodan las 260 bateas dispuesta para los puestos de productos perecederos, como verduras, hortalizas, tubérculos, hierbas, casabe, gallinas y huevos); y en el perímetro se suceden 32 locales de carne, pescado, café, quesos, charcutería y chicharrón. Se trata de la nueva sede del mercado, primera etapa de un proyecto más amplio, llamado Centro Cívico de Chacao, que en el proyecto ofrecería áreas deportivas y edificaciones culturales, con el propósito de ofrecer un espacio utilitario y de esparcimiento a un sector especialmente denso de Caracas, que, además, cuenta con muy pocas playas de parqueo (unos 300 de viviendas y otros centenares de comercios carecen de estacionamiento).

El Plan Especial Centro Cívico de Chacao contemplaba –o, mejor, sigue contemplando- llevar a cabo una Etapa II (la que sigue a la primera, la de levantar el nuevo mercado), que se echaría a andar una vez demolida la vieja estructura y se construyera en su lugarla Gran PlazaJosé Solano y Bote y un estacionamiento público con más de 700 puestos. Pero resulta que el Gobierno central, a través del Instituto de Patrimonio Cultural, intervino para impedir el derrumbe del mercado viejo, decretándolo ¡Bien de Interés Cultural dela Nación!, “porque forma parte de la tradición de la zona y no debe ser destruido para dar paso a la creación de un proyecto nuevo, una propuesta capitalista, que no responde a las necesidades sociales del área”; yla Etapa IIse ha quedado en la maqueta más allá de lo previsto. Por eso que es que cuesta tanto conseguir donde pararse si se llega en carro particular al Mercado de Chaco.

Tal como ha explicado Alberto Manrique Ventura, el arquitecto que concibió la obra,  ésta “surge del concepto de mercado como un gran atrio de encuentro ciudadano”. Con esa orientación, el edificio es muy abierto, luminoso y ventilado, con cuatro niveles de altura. “Su centro está protegido por un sistema de cubiertas acristaladas que permiten la entrada de luz natural, lo que le confiere la calidad de espacio abierto”.

Para llegar al siguiente nivel, la mezzanina, no es necesario subir escaleras. Se asciende por un sistema de rampas amplias, diseñadas para facilitar el desplazamiento entre los dos niveles, de los clientes y de carritos, las sillas de ruedas y los coches de bebés. Efectivamente, allí, en esa especie de balcón, está Víctor Ávila Pacheco, barloventeño de 64, empleado en el área de Operaciones. Va vestido con un traje muy sobrio. Y corbata.

En la planta mezzanina se ubican las mercaderías de más fácil manejo, como frutas, tomates, pimentones, frutos secos y tubérculos. Y en los 57 locales de los bordes venden ropa, lencería, cosméticos y artesanías. Allí están los cinco expendios de comida originales del antiguo mercado (arepas, empanadas, batidos, tortas y chucherías).

Al salir de la rampa voy al encuentro de Víctor Ávila Pacheco. Me explica por qué está de luto: “la muerte del doctor Caldera es lamentable para muchos venezolanos, porque él fue uno de los precursores de la democracia en nuestro país. Fue un luchador social y un ilustre ciudadano. Es muy triste que algunos no reconozcan la larga trayectoria de lucha para que la democracia se consolidara en este país. Con democracia, todos vivimos en libertad. El doctor Caldera se pasó toda su larga vida defendiendo la democracia; por eso luchó contra Pérez Jiménez y contra todas las dictaduras, cuando hay otros que las quieren instaurar. Estoy sinceramente conmovido por su muerte”.

Reportera: ¿Usted tiene militancia política?

Víctor Ávila Pacheco: No soy político. En el pasado milité en A.D., pero agora estoy declarado, profundamente, agente libre.

La mañana es fresca quizá por la lluvia de la víspera, pero la verdad es que raramente hace calor en ese mercado cuyas muros son calados de ladrillo, tanto en los núcleos de circulación vertical como en la paredes laterales.

Al pasearse por la mezzanina, Víctor Ávila comenta, con tono grave, que el día anterior se había registrado “un movimiento apoteósico” porque la gente había acudido en masa “a buscar los insumos de las hallacas”. Caminamos lentamente por la balconada. No nos hemos guindado a llorar, pero sí hablamos en voz baja y miramos al piso. María Cardozo, una vendedora de auyama, yuca y batata , se separa como un metro de su puesto y se atraviesa en el pasillo para ver venir a Víctor, vestido de tan singular guisa.

-Eso sí está bonito, papi lindo –le espeta, adelantando la barbilla hacia las solapas.

A su lado, un joven algo pálido al que le falta uno que otro diente y tiene un aspecto de pajizo irredento, riposta: “es que Caldera se murió y le dejó el flux”.

Víctor los mira y sigue su camino en silencio.

Algún día será posible aliviar los duelos y celebrar los nacimientos en la planta nivel 1, pensada para contender el área de gastronomía, algo así como lo que hay en el mercado de Mérida, con mesas, manteles y buena comida. Por ahora no es así. Ha pasado un año largo desde su inauguración, el 30 de octubre de 2008, y todavía la nueva sede no ha visto desfilar un pelotón de gorros blancos, ni el primer piso es terreno abonado para que germinen los fogones. Será cosa buena de ver a los cocineros saliendo de sus cocinas para ir a los pisos de abajo a buscar algún ingrediente que llegará a los platos crujiente de frescura.

También esta pendiente la ampliación del calendario de trabajo: en la actualidad el mercado abre de jueves a domingo. Y, muy importante, la instalación de puntos de venta, reservados ahora a pocos comerciantes.

Al desandar el camino, lo que supone el descenso por la rampa hasta la planta baja, se percibe de golpe el colorido. Es impactante, muy bonito. Los tomates parecen reventar dentro de su fina piel lustrosa, los pescados semejan señoras en la noche de gala de un crucero, los rábanos lucen estilizados penachos. Todo luce hermoso, limpio, alegre y armonioso. Ese día, además, algunos vendedores llevan gorros de fieltro rojo con un pompón blanco en la punta. Detrás de ellos, amarrados a sus puestos de cualquier manera, muchos tienen cochinitos para cosechar el aguinaldo. No tiene nada que ver, pero dos días después, el 26 de diciembre, Rafael Caldera, dos veces presidente de Venezuela, fue enterrado en Caracas en un mediodía especialmente soleado.

 

Publicado en la Revista Clímax, febrero de 2012


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