El Simón del siglo XX

Varias vidas han transcurrido en la mente y el corazón de Simón Alberto Consalvi, las de sus personajes de ficción, las de los hombres cuyas biografías ha atisbado con su escritura, las de los seres que lo amaron y se despidieron a destiempo, las del país posible y el imposible. Fragmentos de algunas de ellas aparecen aquí, en lo dicho y lo silenciado.

Milagros Socorro

-¿Por qué cree usted que los venezolanos pareciéramos estar bajo una especie de amnesia que nos impide acumular memoria y nos lleva a repetir constantemente los mismos errores?

-Porque nos espanta la Historia. Le tenemos miedo a la propia Historia y tratamos de ignorarla, de olvidarla, de borrarla. En Venezuela hay consenso con respecto al fracaso de la educación en el período democrático, yo creo que el principal fracaso radica en el maltrato a la Historia venezolana. Es patética la ignorancia de los venezolanos con respecto a su propia Historia: la gente de 40 años no tiene nociones de lo que fue la dictadura de Pérez Jiménez y mucho menos las de Cipriano Castro o Gómez.

Canciller en dos períodos, que van de 1977 al 79 y del 85 al 88; ministro de la Secretaría de la presidencia en 1984 y de Relaciones Interiores entre 1988 y 89; presidente-fundador del Inciba; embajador de Venezuela en Yugoslavia, en las Naciones Unidas y en Washington; periodista, autor de una veintena de títulos en los que se ha paseado por muchos géneros, incluido el relato erótico, en la actualidad sólo aspira a salir al encuentro de su destino de escritor.

Después de varias décadas cargando con el sambenito de ser el adeco ilustrado, Simón Alberto Consalvi ha pasado a la reserva y ahora sus actividades se restringen a un tranquilo despacho en El Hatillo, donde reside, escenario casi exclusivo de sus actuales actividades. Dado que comenzó a publicar sus libros algo tardíamente (su primer título salió de la imprenta en 1988), ahora Consalvi parece espoleado por una necesidad de poner al día su carrera de escritor y corre contra el tiempo para terminar los originales que se debe a sí mismo desde hace muchos años.

En alguna ocasión fue acusado de haber aprovechado sus cargos de embajador –concretamente el que lo retendría en Washington desde 1989 hasta 1994- para dedicarse a escribir. Y aunque él no acepta la suposición de que abandonara sus responsabilidades en provecho de la escritura, concede sí que Washington es una ciudad muy aburrida, perfecta, por tanto, para encerrarse a emborronar cuartillas una vez concluida la jornada laboral. Y lo cierto es que a partir de entonces no ha parado de escribir y de publicar.

Tras la tempestad que sacudió su vida hacia finales de 1995, cuando su esposa, la escultora venezolana María Eugenia Bigott, murió de dolorosa muerte siete semanas después de haberle sido diagnosticada una enfermedad, Simón Alberto Consalvi recoge los pedazos de su naufragio y los va juntando en su nueva residencia del Hatillo. Es muy pronto todavía para afirmar que se ha restablecido de tan abrupta viudez. “Siendo como era, veinte años mayor que ella, cómo pude prever que se iría antes que yo. El primer año de su ausencia fue terrible, no encontraba consuelo, ahora me voy acostumbrando…”.

Dos cosas sorprenden en este hombre, nacido en Santa Cruz de Mora, Mérida, el siete de julio de 1927: su risa, fácil y musical, como la de un muchacho extrovertido; y la hondura de la huella obrada en su rostro y en su carácter por las dolorosas gestas que ha debido librar. Antes, unos veinte años antes, de ver parpadear la belleza de su esposa hasta consumirse en un pozo de calmantes, el infortunio había venido casi con idéntico rostro para arrebatarle a su hija Silvia, muerta a los quince años tras heroica lucha contra el mal. En ambas ocasiones el trabajo le sirvió de bálsamo y le mostró las oscuras trochas de la supervivencia. De hecho, la redacción de Profecía de la palabra Vida y obra de Mariano Picón-Salas fue concluida poco después del fallecimiento de María Eugenia, a cuya memoria le está dedicado.

En la introducción de la biografía de Picón-Salas, un auténtico best seller en 1996, año de su publicación, Simón Alberto Consalvi deja establecido el motivo por el cual dedicó a su investigación y escritura sus mayores empeños intelectuales hasta la fecha.

“Mariano Picón-Salas”, proclama desde la primera línea, “es el gran humanista venezolano del siglo XX”. Esta afirmación da la pauta del autor en que se ha convertido Consalvi, aligerado ya de sus tareas oficiales y poco dispuesto a negociar con sus convicciones después de haberle visto la cara al horror en sucesivos pugilatos.

-¿Qué lo movilizó a emprender la biografía de Mariano Picón-Salas?

-A diferencia de otros libros -explica- que he escrito por encargo o llevado por algún tipo de presión externa, escribí sobre Mariano guiado por una admiración profunda hacia él. Este trabajo es producto de una reflexión personal, muy íntima, diría yo, en torno a un hombre cuya vida fue muy trágica desde el momento en que tuvo que irse de Venezuela. Mariano simboliza la lucha terrible del intelectual solitario que, contra viento y marea, llevó a cabo una de las obras más espléndidas de las letras venezolanas del siglo XX.

Siempre he tenido una gran identificación con la obra de Mariano Picón-Salas, con sus orígenes, con el trabajo político de su juventud (Mariano publicó en Chile unos ensayos sobre la gran controversia del siglo entre totalitarismo y democracia, que luego desarrollarían otros intelectuales en América Latina, como Octavio Paz). Cuando tenía 18 años, dictó una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de los Andes, en Mérida, donde analiza la cuestión fundamental del debate venezolano; es el primero, en la época de Gómez, que insurge contra la tesis cesarismo democrático de Vallenilla Lanz. Tenía apenas 18 años pero era un erudito increíble en sus lecturas, en su cultura, en su visión del mundo. Además, tengo una identificación geográfica con Picón-Salas, cuando un andino lee Viaje al amanecer… aunque ese mundo ya en mi juventud había desaparecido (aparte de que yo viví en Mérida por poco tiempo y sin hacer vida merideña porque estaba en el internado)… experimenta una conexión especial con los fantasmas de ese mundo.

-En Picón-Salas parecen confluir muchos de los rasgos que a usted le apasionan en un personaje.

-Sin duda alguna. Sobre todo ése del personaje inmerso en la tragedia intelectual que no encuentra un acomodo racional en la sociedad venezolana. Y mucho menos en su época. Mariano tuvo una visión muy contemporánea del mundo y una especie de nostalgia –como él mismo decía- de una política especial, que consistía en la angustia de no ver a Venezuela ocupando el puesto que le correspondía en un mundo civilizado.

-Esta angustia es plenamente compartida por usted.

-Es una angustia mía, sí. Y otro punto de identificación con él.

-Se percibe, en esa biografía, la obsesión venezolana de Picón-Salas, su desesperación ante esos aspectos del atraso que no hemos logrado superar.

-Cuando uno indaga en torno a las confrontaciones del intelectual venezolano con la realidad –y con el poder como un factor de la realidad- se llega a la conclusión de que los que lograron salvarse, los que llevaron a cabo su obra, lo hicieron gracias a una enorme voluntad, a un carácter muy fuerte y a una decisión vital de ser fiel a sus ambiciones intelectuales. José Rafael Pocaterra, por ejemplo, escribe todas sus novelas antes de 1920, incluida La casa de los Abila, que la escribió en la cárcel; y después de ese año se dedica a la batalla política, al destierro, a ganarse la vida dando clases en una universidad o redactando columnas para El Heraldo, de Cuba, o escribiendo intensamente textos políticos. El caso de Rufino Blanco Fombona, quien tuvo una vida de un batallar incesante y, sin embargo, logró llevar a cabo una obra formidable, desde el punto de vista histórico y novelístico pero, sobre todo, del punto de vista de la controversia política. Pero en muchos casos la obsesión política, el enfrentamiento con el poder, consumieron todas las energías de los intelectuales y truncaron obras muy prometedoras.

-Y ahora, ¿qué papel juegan los intelectuales venezolanos de hoy en la vida de la nación?

-Yo reivindico el papel de los intelectuales y de las instituciones culturales en Venezuela. Por lo general, los intelectuales y artistas venezolanos han cumplido su papel pero no han encontrado la repercusión necesaria dentro de la sociedad. El arte y la cultura constituyen mundos aislados dentro del contexto de la sociedad venezolana; y ser intelectual equivale a comprarse un ticket para el aislamiento y la discriminación. En Venezuela se usa la expresión ése es un poeta para descartar a alguien y marginarlo. Pero cuando se hace un análisis serio encontramos que los museos, las editoriales, los teatros y cierto cine nacional han cumplido su papel formativo con mayor eficiencia que todo el aparato educativo del Estado y que si su impacto no ha sido mayor es justamente porque le ha faltado el clima de sensibilidad y comprensión que debía haber creado la escuela.

-En Venezuela, las actividades culturales emprendidas por el sector privado cuentan con el apoyo presupuestario del Estado, y es común que las fundaciones privadas cuenten con financiamiento del erario público. Algunas personas opinan que esta manera de funcionar es de su autoría y que su sello está impreso en el conjunto de la institucionalidad cultural venezolana.

-Yo no sería tan audaz de pretender que todo eso haya sido una creación mía porque quien trazó las líneas del compromiso del Estado con la cultura fue Mariano Picón-Salas, quien fundó la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación en 1938 y se esforzó en darle a la cultura el respaldo del Estado pero salvando la independencia de los intelectuales y de los artistas, sin pretender interferir en el mundo de la creación. Posteriormente, Picón-Salas fue el primer presidente del Instituto de Cultura y Bellas Artes (Inciba) y su discurso de toma de posesión –que no pronunció pero que dejó escrito porque murió justamente el día en que debía leerlo- traza perfectamente las líneas –siempre difíciles- de las relaciones entre el Estado y el creador. A partir de esas líneas, el Estado venezolanos ha tenido éxito en alguna medida: es preciso reconocer el éxito del Estado en su respaldo financiero a la cultura, con la peculiaridad de que el Estado no ha tratado de interferir en la dirección de las actividades culturales o en su sometimiento. Esto podría explicar, también, a partir del tradicional divorcio entre los políticos y el arte, quizá a un cierto menosprecio de aquéllos a esta actividad. Paradójicamente, en Venezuela la falta de valoración del poder hacia la cultura la ha preservado de una intervención nefasta como ha ocurrido en otros países.

-Usted mismo es percibido como una especie de quintacolumna en ambos campos: es un político ilustrado a la vez que un escritor que ha detentado el poder.

-Pues sí. Yo fui presidente del Inciba en un gran momento. Entonces se aseguraba que si el Inciba concedía una beca a un escritor o a un pintor, promovía la creación de Monte Avila, la editorial de Estado, o auspiciaba la fundación de la revista Imagen, todo esto respondía al propósito del gobierno de sobornar a los intelectuales. Era la época en que la Revolución Cubana tenía mucho prestigio en Venezuela. Pero quiénes se oponían al Inciba y lo criticaban fuertemente no estaban precisamente en la empresa privada sino en las universidades. ¿Y cuál es la diferencia entre las universidades autónomas y el Inciba, más allá del hecho de que al presidente de este último lo nombraba el presidente? El caso es que muchos de los escritores editados por Monte Avila y los artistas becados por fondos estatales se contaban entre aquellos críticos. Nunca hubo ningún tipo de discriminación como no fuera la calidad de la obra; y ésa era mi arma defensiva, la que más los enardecía porque yo jamás me dediqué a publicar a los poetas adecos sino a los buenos poetas.

De lo que ha vivido, si bien el hombre ha sufrido aporreos, ha salido reforzado el escritor que avanza en sus zapatos y ahora sólo quiere escribir.

“Mis proyectos giran alrededor de la escritura, únicamente. No tengo otra ambición que escribir”. Después de recrear la vida obra de Picón-Salas escribió varios ensayos biográficos sobre personajes venezolanos como Pedro Manuel Arcaya, Rafael Seijas (un hombre también vinculado a la política exterior venezolana en el siglo XIX). Dentro de poco pondrá en circulación una biografía de Augusto Mijares y hace pocos meses apareció El Libertador George Washington.

Simón Consalvi es un experto en historia norteamericana, sobre todo en ciertas figuras como Jefferson. “La biografía me tienta porque me tienta la historia”.

-Nunca ha emprendido usted la biografía de una mujer.

-No, ciertamente, no… nunca, la verdad… pero no porque falten mujeres biografiables en Venezuela. Desde luego que no. Pero, no sé, no ha habido una circunstancia propicia que ponga en marcha un proyecto así.

Propietario de una considerable biblioteca que supera los diez mil volúmenes, son dignos de mención los anaqueles consagrados a política internacional, una de las bibliotecas más actualizadas en Venezuela; y a las artes plásticas, asimismo, más que notable. Coleccionista de arte desde los tiempos en que se desempeñaba como periodista cultural y era objeto de la generosidad de algunos artistas, célebre por su buen gusto y tino a la hora de elegir una pieza en el taller de los artistas locales, quizá pocos sepan que Consalvi atesora una bonita colección de arte naif croata, iniciada cuando sirvió como embajador en Belgrado.

La impresionante biblioteca –en la que destaca el número de títulos relacionados con la historia de la política en los Estados Unidos y en América Latina, así como con las relaciones entre éstos- es, desde luego, el resultado de una vida de estudio y mudanzas iniciada en algún lugar de Mérida cuando llegó un corso que hubo de dedicarse a la agricultura y se casó con Virginia Méndez, hermana del general José María Méndez “el que le abrió el camino a Castro”. El corso y la bella andina serían los abuelos paternos del pequeño Simón Alberto, trasladado con sus padres, desde muy pequeñito, a vivir en la hacienda Cuba Libre, desde donde iba a caballo o en bicicleta a la escuela de Santa Cruz de Mora. “Muy pronto me separé de mis padres e inicié, siendo niño, una vida errante. Viví poco tiempo en todas partes. De una ciudad a otra, de un colegio a otro. Donde permanecí más tiempo yo creo que fue en el colegio San José de los jesuitas, en Mérida, donde estuve interno como cinco años. De allí me fui para La Grita, al colegio de los eudistas, franceses. Tengo fama de tovareño pero viví muy poco tiempo allí porque iba solamente de vacaciones. Después de La Grita, volví al colegio de los jesuitas en Mérida, a estudiar primer año de bachillerato. Era la época de Medina. Después me fui a San Cristóbal a estudiar en el liceo Simón Bolívar”.

Fue en esa época de liceísta en San Cristóbal cuando se desempeñó por primera vez como director de periódico, en el diario Vanguardia de la capital tachirense, uno de los más importantes de occidente. No había cumplido aún los veinte años. Pero ya estaba listo para cambiar de escenario porque algunas etapas estaban ya cerradas en su vida; como la que corresponde a la fe: “me había pasado muchos años con los religiosos, de manera que después de haber rezado tanto, creo que ya mi deuda de devoción está cumplida”.

-¿Cómo llegó a George Washington?

-Por el camino de la temeridad. En 1988, en medio de una conversación muy informal, Guillermo Morón me preguntó si yo sería capaz de escribir una biografía de George Washington para la Historia General de América. Me quedé pensando unos minutos, calculé la cuantía e importancia de la bibliografía que había acumulado sobre Jefferson, Hamilton y sobre los Estados Unidos, en general, y dije que sí. Mi atrevimiento pareciera no tener límites. Comencé por indagar qué biografías de Washington se habían escrito en lengua española y descubrí que no había ninguna. Y eso me estimuló más. Entonces me hice el propósito rescatar esa biografía de la visión norteamericana, que es muy exclusivista (las abundantes biografías de Washington escritas en los Estados Unidos, tanto en el siglo XIX como en el XX, toman muy poco en consideración el pensamiento no norteamericano con respecto a la historia de Estado Unidos y a la propia figura de su héroe). Fue así como me tracé la meta de explorar el pensamiento extranjero sobre Washington, por una parte; y por la otra, hacer hincapié en la participación latinoamericana y española en la historia norteamericana y en la saga de Washington. Por ese camino hice énfasis en la figura de Miranda y su papel en la Independencia de los Estados Unidos.

Después de cruzar el país en autobús, Consalvi llegó a Caracas en 1947, el año que cumplía veinte. Andino persuadido, no fue mucho el impacto que le produjo la gran ciudad.

“No sé por qué, debe ser por mis lecturas. En los Andes recibíamos la prensa bogotana antes que la venezolana”. El caso es que llegó con el copete muy alto, convencido de que podría estudiar Derecho y Economía simultáneamente; y además, incursionar en política. Cuando vio que a aquella frondosidad de proyectos le sobraba algo, dejó esas carreras y se inscribió en Periodismo. El año 1948 lo encuentra trabajando como reportero en El País: “entonces cae Gallegos y con él, el periódico. Nadie quería escribir para El País y yo me vi en la difícil tarea de llenar las dos páginas editoriales, cosa que hice con artículos viejos y con mis trabajos de Literatura del liceo. Ahí están publicadas mis tareas de liceísta en los quince días que duró El País tras la caída de Gallegos”.

“En el año 50 mi padre, muy preocupado por mí y consciente de cómo era la cosa porque a él lo persiguieron mucho también, hace gestiones para que yo me vaya a estudiar a Italia. Cumplió con todos los trámites necesarios, mandó todas las cartas y yo estaba formalmente inscrito en la Universidad de Bologna. Pero se me ocurrió irme a despedir de César Morales Carrero, Secretario General de AD en la clandestinidad, y éste me dice que como estoy a punto de irme, que en esos días haga esto y aquello. Me fui involucrando rápidamente en la vida clandestina y mandé al diablo mis estudios en Europa. Me dediqué con gran intensidad a la política. En el 53, caí preso y me llevaron a la cárcel de Ciudad Bolívar donde estábamos unos 1.500 presos políticos”.

“La mayoría de los presos pasaba el tiempo jugando dominó. Y estábamos otros, que no aprendimos a jugar dominó, ni siquiera en la cárcel. Yo me pasaba el tiempo leyendo y dictando cursos de Historia de Venezuela. Salí dos años y medio después, en diciembre de 1955. Me sacaron el 27 de diciembre para La Guaira y el 28 para La Habana”.

En la capital cubana Consalvi se dedicó a escribir. Como todos los venezolanos que recalaban en aquellas costas tras haber sido expulsados de su país, él sabía qué puertas tenía que tocar.

Al poco tiempo empezó a escribir para la revista cubana Bohemia, y se fue involucrando en la lucha política de la isla hasta el punto de caer preso con Raúl Roa y José Antonio Echeverría, como consecuencia de un acto que tuvo lugar en la Universidad de La Habana. “Estuve en Cuba hasta mediados del 57. Me sentía muy bien allí. Estaba en la lucha y eso me producía mucha satisfacción. Yo fui uno de los pocos que escogió quedarse en Cuba. Me fui cuando la cosa se puso imposible para mí y no por mis actividades en Venezuela sino con respecto al propio régimen cubano. En ese momento, cuando se produjo el asalto al Palacio Presidencial, en La Habana, los asaltantes eran muy amigos míos, en particular Enrique Rodríguez Loeche, quien después del asalto se escondió en mi apartamento y me hizo el relato completo. Esa noche llevé el relato a Bohemia. Y después todo se complicó demasiado. Fue entonces cuando decidí tomar un avión a Miami y de ahí un autobús de la Greyhound hasta Nueva York. Entonces comenzamos la conspiración del final de la dictadura, que fue muy fuerte. Estuve en Nueva York hasta el 24 de enero de1958”.

“La Resistencia significó mucho para mí. Trabajé con Ruiz Pineda y con Alberto Carnevalli, como secretario de Información del CEN en la clandestinidad. Alberto Carnevalli me nombra subsecretario general de Acción Democrática y, por supuesto, eso me llenó de una gran satisfacción. Eran otros tiempos, todos estábamos muy politizados y la política era otra cosa. El 45 fue una vorágine que nos politizó a todos. Y luego, en el 59 viene otra vorágine para mí, que es la Revolución Cubana. Yo estaba sumamente vinculado a Cuba y para mí la Revolución Cubana fue motivo de nueva politización en mi vida. Dentro de AD había dos corrientes muy fuertes: una, que sin ser antifidelista, tenía reservas con la Revolución Cubana; y otra, de los que no teníamos ninguna reserva con esa Revolución y para quienes el proceso ejercía una atracción muy grande. Betancourt se contó, desde el primer momento, entre los que veían el proceso cubano con recelo. Yo estuve en la entrevista de Betancourt con Fidel cuando éste vino a Caracas, un encuentro muy frío de parte de Betancourt. Ambos entendieron que había una gran distancia entre ellos”.

-Mi actuación en la política exterior de Venezuela –recuerda- comienza entonces, en el año 60, porque en el CEN me candidatearon como embajador en Cuba, cosa que a mí me encantaba. Pero Rómulo Betancourt, con una gran visión, me envió para Yugoslavia profetizando que allí se me “enfriaría la cabeza”. Dicho y hecho. Estuve tres años en Yugoslavia y allá la cabeza se me comenzó a enfriar.

En la actualidad, Consalvi se define como un hombre en paz, “lo que no es poco porque he pasado por muchas pruebas personales. Y en la política, estoy en paz con lo que recibí y lo que di”. Balance que parece justificar cierto alejamiento con su partido y una clara distancia con los presidentes de quienes fuera ministro: “Con Carlos Andrés no tengo ninguna relación porque él exige una sujeción incondicional que a estas alturas no puedo profesar por nadie. Y con Lusinchi, bueno, hace tiempo que no lo veo; no tenemos mucho de qué hablar”.

Amante de los caballos y jinete de gran arrojo, sus temores se resumen en el que le infunden las fieras de las aguas (como buen andino ve en el mar un sopón de peligros) y los sótanos. “Cuando comentan la proeza de Teodoro (Petkoff) y Pompeyo (Márquez) de escaparse de la cárcel por un túnel me horrorizo. Yo prefiero estar preso veinte años que meterme en un túnel de ésos. Tengo una gran claustrofobia, producto, tal vez, de los calabozos”.

-¿No siente una especie de claustrofobia mental y moral cuando lo tratan de encasillar en la categoría de adeco?

-La verdad es que no me siento aludido por los insultos. Lo que sí me siento es dolido ante el triste destino de un gran partido que se fue burocratizando justamente por la discriminación que a partir de cierto momento se desató contra los intelectuales en el seno de la organización. Un despropósito por donde se le mire porque quienes le dieron un enorme prestigio a Acción Democrática fueron justamente sus intelectuales, es el caso de Rómulo Gallegos y del gran parlamentario del siglo, Andrés Eloy Blanco. Buena parte de la crisis de los partidos en Venezuela puede atribuirse a su ruptura con los intelectuales y con el hábito de mantener informada cotidianamente a la militancia de los asuntos cruciales de la nación. A partir de cierto momento, los partidos clausuraron el debate de ideas y se rindieron al pragmatismo, al absoluto mutismo, de modo que el militante se quedó sin ideas y sin razones distintas al clientelismo para vincularse a un partido. Yo nunca he tenido nada que ver con esto, de manera que no me tocan los improperios.

 

Publicado en Revista Bigott, 2000

 

 

Un comentario en “El Simón del siglo XX

  1. Muy bueno,creo que lo lejos de las personas por la historia y lo intelectuaL es que no ha sido para todos, por varios factores especialmente la falta de formacion cultural en nuerstra poblacion

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