Nuevas noticias acerca del carisma

Milagros Socorro

La primera sorpresa la tuve poco después del intento de golpe de Estado de 1992, cuando una amiga a quien tenía por muy inteligente y criteriosa, manifestó una ferviente admiración por Chávez, a quien ella veía como el remedio para los males de democracia venezolana de entonces. En mi convicción de que las reparaciones a la democracia solo pueden hacerse dentro de sus propios talleres, no podía concebir cómo la felonía podía abonar a la salud de la convivencia democrática y sus instituciones.

Lo siguiente sería una auténtica perplejidad cuando empecé a oír que a aquel hombre ignorante, que se había apresurado a rendirse ante Fidel Castro, cabecilla de la tiranía más larga del continente, y prometía freír cabezas, se le atribuía un inmenso carisma. ¿Carisma? Nunca le vi la gracia. Muy por el contrario, siempre escuché un hombre de escasa formación, resentido, latoso, incoherente, improvisado, de tosco lenguaje verbal y gestual y, si fuera poco, de un machismo bochornoso… Es evidente que el carisma está en los ojos que ven. Y yo no vi nunca más que un militar golpista, muy desinformado de los asuntos de Venezuela y terriblemente irresponsable.

Cuando llegó Maduro al poder no faltó quien asegurara que el autoproclamado hijo de Chávez toparía con grandes dificultades, derivadas del hecho que carecía de las dotes expresivas del llamado “galáctico”. Que no convocaría, corrieron a decir los repetidores de especies populares. Pero llegó el día en que Maduro llamó a las masas a acudir a los almacenes cuyos propietarios estaban obligados a vender la existencia por mucho menos de su valor real; y hete aquí que las muchedumbres se movilizaron al instante.

Pero, ¿cómo? ¿No se había admitido como gran verdad que el estilo Maduro era del tipo mampleto y que su discurso no electrizaría a las multitudes, que permanecerían indiferentes a sus emplazamientos? La realidad es que cuando ofreció mercancía a precios irreales en un contexto de inflación y devaluación, las muchedumbres lo acataron como hipnotizadas.

Eso responde la pregunta que muchos nos hemos hecho: ¿por qué no hay un carismático hondureño? ¿qué pasa, que jamás surge el carismático haitiano? ¿Por qué, si Evo Morales es también un caudal inagotable de disparates y despropósitos, también cantante y piropeador, no aparece como carismático sino como un payasito más? Ahora tenemos la respuesta. Es muy simple. El carisma es de quien tiene algo para repartir. Lo que galvaniza no es el verbo sino la expectativa de que algo le va a tocar al seducido.

Y si esa distribución se cumple mediante el expediente de pisotear el derecho de otros, no importa. La turba habrá seguido el mandato irresistible del líder, habrán comprado todo a precios de ruina para el vendedor; habrán saqueado cuando el impulso primitivo fue más fuerte que las responsabilidades individuales; y en la mañana, con la resaca, sentirán un vago sentimiento de vergüenza y se levantarán a reclamar que ellos no son saqueadores.

Lo cierto es que esas mismas personas que fueron convocadas por Maduro para adquirir productos por 50 y hasta 70% menos de su precio verdadero, se negarían con toda firmeza a vender sus propias casas, carros, motos, abastos, computadoras o máquinas de coser por el monto fijado por Maduro. Y resulta que todas esas cosas han visto multiplicar su valor en el mercado. Las masas convocadas por quien tiene el poder de distribuir convierte lo de otro en ganga, pero retiene lo suyo al precio en bolívares que la crisis económica ha multiplicado. Es una operación inmoral, que el líder carismático puso en marcha.

Ya Nietzche dejó muy claro que el autoritarismo se pone muchas máscaras para disimular sus impulsos destructivos hacia los otros: amor, igualdad, patriotismo, justicia social… Eso es lo que hemos visto en los últimos días en Venezuela.

Dejémoslo en palabras de Nietzche: “Predicadores de la igualdad, lo que les hace pedir a gritos igualdad no es más que el delirio tiránico de vuestra impotencia; y, de esta forma, vuestra tiránica concupiscencia se disfraza de virtud. Vanidad amargada y envidia reprimida, vanidad y envidia que quizá heredaron de vuestros padres, surgen en ustedes como llamas y quimeras de venganza… Yo les aconsejo, amigos míos, que desconfíen de quienes se sienten tan inclinados a castigar. Son gente de mal corazón y de mala ralea, a sus ojos se asoman el verdugo y el sabueso. Desconfíen de los que se pasan toda la vida hablando de su justicia. No es sólo miel lo que falta en sus palmas; y, si se consideran los ‘buenos y justos’, no olvidéis que, para ser fariseos, únicamente les falta el poder”.

 

Publicado en El Carabobeño, el 20 d noviembre de 2013

 

 

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