Milagros Socorro
En la frontera las cosas son distintas. Como todo está así, tan junto, tan mezclado, tan caóticamente emparentado, es preciso trazar rayas de cal que distribuyan unos límites que la proximidad territorial desdibuja. Las señoras, pongamos, son las señoras; y las colombianas son las mujeres. Los señores son los señores; y los colombianos son los peones. Ambos, colombianas y colombianos, peligrosos, lujuriosos, ladinos, hábiles para las sustracciones y, definitivamente, muy mentirosos. Constituyen una influencia de la que debe ponerse a salvo a las niñas.
Pero, cómo se hace, las colombianas están allí, haciendo las camas, cargando los guisos con onoto, malgastando el detergente en el lavaplatos, tardándose horas en pulir un piso que ya debía estar reluciente… y planchando.
Dos imágenes resumen mi infancia, transcurrida en los ‘60 en Machiques: la Sierra de Perijá, azul en su lejanía; y la mancha de sudor que orlaba los sobacos de estas mujeres cuando planchaban. También el respingo que imprimían a sus nalgas al alisar con el acero candente los pantalones de kaki (que es como decir los pantalones de papi) y las guayaberas cruzadas de jaretas.
Planchadoras las hubo por legiones. Más altas, más chiquitas, más prietas, más claritas, más hábiles, más chapuceras, más viejas, más pollitas, unas fumaban con la candela para adentro, la mayoría se mojaba la punta del dedo en la lengua para calcular la temperatura de la plancha, pero todas escuchaban la radio. Sin excepción.
La radio, pues, quedaba en el territorio vedado, del otro lado de la raya divisoria entre la gente y los colombianos. La oferta del éter se restringía a Radio Perijá y, posteriormente, también a Radio Machiques, que es como decir que se reducía a una sola opción puesto que ambas transmitían lo mismo (si no es así, ruego excusas por la imprecisión, lo cierto es que no logro recordar diferencia alguna en la programación). Los niños, los de mi casa al menos, no escuchaban la radio o no debían hacerlo. Qué de bueno puede quedarle a un niño de las radionovelas. Qué de útil de los vallenatos. Los folletines debían transmitirlos en las horas de colegio porque apenas recuerdo unos personajes femeninos con nombres como Isolina que se la pasaban subiendo y bajando las retorcidas escaleras de sus amplias mansiones para arrojarse en una cama a llorar con una carta aferrada al ebúrneo pecho. Pero los vallenatos sí se me metieron en el alma con su carga de mulatería, de sinvergüenzura, de deslenguamiento, de culo forrado y cejas pintadas, de nostalgias ardorosas y marconis fatídicos, de hembrería apta para el adulterio, de carne sudorosa que fragua en la noche las transgresiones de fin de semana.
Entre una y otra dedicatoria -solicitada mediante esquelas desde las haciendas y los caseríos- la voz de Alí Rachid resonaba, después de un eco, tucutún, tucutún, tucutún: AQUI SE OYE EL ECO DE LA SIERRA. Y yo juraba -sigo jurando- que aquello era el latido de una tierra donde siempre era de noche y por donde discurrían, subterráneos, los seres más insólitos seguidos por felinos de suavísima pisada. Ese era el slogan de Radio Perijá, fanfarrón como todos pero mucho más absurdo: la Sierra era -es- muda, qué palabra pueden albergar unos montes sólo trasegados por una jauría de desheredados y cuatro indios perplejos. Pero ésta es una reflexión posterior, en ese momento yo captaba correctamente la proposición de Alí Rachid: lo que se escuchaba era un eco terrenal, carnal, primigenio y genital que aun continúa pululando por esos parajes. El eco de las trochas, del miedo, del avance en la oscuridad, del arrastrarse entre ramas partidas. Quizá de volcanes ignotos.
Los vallenatos salían de unos pobres receptores, adelgazados y mal transmitidos, pero sin embargo lograban instalar, en la enramada donde se ponía la mesa de planchar, una atmósfera de tristeza y ferocidad que daba la exacta medida de la criatura extranjera: extraña y pasajera. Uno se ponía por ahí, a jugar yaki o con las barbis, y se iba sumiendo en aquel melao espeso que salía del aparato vulgar donde la gente no se hace novia para después casarse, sino que se aparea en las madrugadas en un moroso ejercicio de carne con agujeros. Era la dramatización de lo sucio, lo amenazante, lo tenebroso que supura bajo las faldas su miel avinagrada de embeleco y felonía. Era, Dios me perdone, fascinante.
Así se deslizaban las cumbias, las puyas, los porros, los mapalés, los paseaítos, los guararés. Todos en la última escala de lo aborrecible. Rubén Darío Salcedo cantaba con su voz de iletrado los versos de Ojos verdes, de Alfredo Gutiérrez… como el mar, ay yo los quiero para mí, no me dejen de mirar porque me puedo morir. Me podía morir. Aquel hombre que debía ser un descamisado, pecho pelado y dientes brillantes, proclamando sus bajos instintos: si yo pudiera arrancarte de tu faz / esos ojitos y en un cofre de tesoro / en una isla, junto a mi vida / allí quedarían / en esa isla que tiene el mar. Allí estaba la clave de todo el enigma de los adultos, tribu misteriosa que sólo aspira a mutilarse entre sí para abigarrar el cofre de sus tesoros.
Las señoras, finalmente, tenían razón: los colombianos me hacían mala, desobediente (escuchaba la radio) y, sí, eran contagiosos: nunca logré desprenderme de esa pesadilla que congrega toda la sangre en un punto palpitante y tan alejado del acantilado donde penden los relicarios. Quiero decir que aun escucho, esté donde esté, el eco de la Sierra.
Publicado el 21 de enero de 1999
La muerte del chavismo y Milagros
Recordada y apreciada Milagro, vi con detenimiento y alegría la entrevista personalidad que te realizaron en Globovisión, tus comentarios me llevaron a nuestra época estudiantil, las cosas buenas y malas que vivimos pero de todo lo que comentaste y conversaste me llamo poderosamente la atención la intervención de una de tus amigas, la directora del ateneo. (no recuerdo su nombre) quién te recomendaba que te dieses un halito de paz. Tu respuesta fue genial y tu actitud igualmente pero en el fondo no quede convencido por que yo también estoy viviendo este desacierto de inicios de siglo.
No se si leerás esto pero no me queda mas remedio que comentártelo y compartirlo contigo por considero que debes de saberlo.
Cuando entre a la Universidad del Zulia era algo mas que un imberbe inmaduro y con muchos temores (en estos tiempos le dicen Nerd) pero me encontré con mis dos grandes maestros del momento como lo eran Sergio Antillano e Ignacio de la Cruz, pero sobre todo a Sergio, quién no solo me brindo su amistad y sabiduría sino que en los momentos mas duro de mi vida me tendió la mano y me dio trabajo en LUZ.
Su influencia se encargo de removerme el cristal de idioteces que mantenía como modelo de vida, indudablemente que adosado con una gran dosis de marxismo.
Devoré, como era de espera cientos de libros de teóricos de izquierda, reacomode mi vida a esa visión y durante mas de cuarenta años espere a que se diese un gobierno de izquierda en Venezuela. En el momento que Chávez asume el poder como presidente, llore de alegría y me dije entre mi NO VOY A MORIR SIN VIVIR UN GOBIERNO DE IZQUIERDA.
Sin embargo, luego del 2002 en la intentona de tumbar a Chavez, el discurso del difunto comenzó a sentirse mas agresivo y entre mi decía “esa son las circunstancias del momento” y me mantuve cercano al chavismo, pero, como siempre en estos relatos hay un pero. Para el 2003 había presentado un esbozo por la prensa de un proyecto político cultural para el rescate del Lago de Maracaibo el cual increíblemente le pararon y me llamaron para que se lo presentase a la directiva del ICLAM, lo que me pareció genial por considere que querían rescatar el Lago.
En la primera reunión que asistí pregunte por los investigadores que había entrevistado en años anteriores como periodista científico y me informaron que a todos los habían despedido por que se necesitaba ideologizar el movimiento revolucionario y alejarse de los tecnócratas, respuesta que me dio el presidente del ICLAM del momento, a lo que le pregunte “y como van a rescatar el algo sin los técnicos?”. Su respuesta fue una mirada asesina de contrarrevolucionario y decidí callarme y seguir con el proyecto que me habían solicitado.
Pero ya para quinta reunión Chávez trae a Fidel a Venezuela y yo nunca había sido fidelista por que siempre me pareció un vulgar dictador, con todo y lo ñangar que fui en mi juventud. En esa reunión me atrevía a criticar al máximo líder de la revolución comentando que debería de mantener en bajo perfil la alianza con Fidel. Hasta ese día tuvimos reuniones para “salvar el lago”. Mis 40 años de izquierda se vinieron abajo y con ello mas de la mitad de mis amistades por que era un traidor a la revolución.
La ruptura ideológica ya era total con el chavismo, sobre todo por los discursos mitómanos y ególatras que se mandaba el difunto; había nacido el culto a la personalidad y nadie podía desmontar semejante exabrupto para nuestro país.
Comence de nuevo ha aspirar un cambio para el país pero con mucha mayor fuerza y énfasis que antes, me convertí en un activista en mis clases de periodismo y en mis escritos hasta que en el 2005 se me presento un cáncer en la tiroides la cual tuvieron que extraerla con el agrave que se llevaron mis cuerdas vocales y me dejaron “casí” mudo y postrado por 2 años en cama por que no podía respirar bien.
En esa época mi visión deprimente de la vida me la adosaba Chavez con sus discursos y la gente de izquierda que me venía a visitar para decirme que me viera con los médicos cubanos ¡¿?!. En realidad quería conocer a alguien que trajera un kilo de c4 y colocármelo en el pecho y que me llevaran con Chavez para abrazarlo y así hacer labor patria. Pero el tiempo paso me realizaron una segunda operación, mejoro mi condición de vida pero quedo latente el cáncer y con ello una nueva actitud para asumir.
Sin embargo mi convicción de que Chavez era lo peor que le había sucedido al país era cada vez mas profundo. Unos añitos mas tarde a Chavez le sale el cáncer y comienzo a ver que el hombre actúa de la manera mas anormal, sus discursos bajan el calibre de violencia pero no su actitud ni su ego; comienza arroparse con un dejo de inmortalidad su cuerpo y maltratarlo de tal manera que me permitió a mi decirme VA A MORIR PRIMERO QUE YO, por que nadie en su sano juicio con un cáncer como él que tenía podía hacer las barbaridades que le hacía a su cuerpo, como por ejemplo, el de estar casi 13 horas parado dando un discurso y luego decir que le dolía los riñones y las piernas las tenía hinchadas, y eso al año de haber sido operado y sacarle un cáncer del tamaño de una pelota de beisbol según plabras del difunto.
A estas alturas de los acontecimientos a mis 61 años estoy viendo desaparecer lo mas ignomio que he visto en Venezuela como ha sido el chavismo. La desaparición física del monstruo está llevando a devorarse entre si las lacras que dejo, por eso el chavismo desde mi perspectiva tiene una vida máxima de dos años, si no ocurre un golpe de estado este mismo año o una revuelta sangrienta que con el corazón en la mano no espero que se de.
Así que mi amiga Milagro yo no me voy a morir sin antes ver caer el chavismo, ¡ni tu tampoco¡