El antiguo y reducido grupo que en Venezuela componía lo que se llamaba la gente decente dio paso a un estrato más amplio y ávido que aparece en las estadísticas bajo el rubro de clase media. Un intelectual que ha reflexionado sobre ella y elaborado más de una versión sobre su naturaleza, regresa al tema y lo renueva.
Milagros Socorro
Todos los géneros que se entrecruzan en la obra de Salvador Garmendia (Barquisimeto, 1929) están escritos sobre, para y desde la clase media. Su novelística fue tempranamente considerada “un verdadero documento narrativo sobre la problemática del venezolano medio de la ciudad, el pequeño ser fracasado o alienado por el trabajo, la familia”. Y su periodismo así como su obra de libretista para radio y televisión han circulado en ese mismo estrato social con la solvencia de un escritor que practica un cierto humanismo político siempre aliado a las visiones y expectativas de la clase a la está consciente de pertenecer, otra vez, la clase media.
-Yo he escrito siempre sobre la clase media -deja establecido de entrada-. Y sobre ninguna otra. Pero yo soy anterior a la clase media, nací antes de que esa clasificación existiera como tal en Venezuela. En los años ‘30, ‘40 e incluso hasta muy andados los ‘50, todavía no se había establecido la clase media con unos hábitos, con una determinada condición económica y cultural. Había en Venezuela una clase adinerada, en otros términos, la burguesía, compuesta sobre todo por agricultores y comerciantes enriquecidos, una gente que llevaba una vida austera (el lujo en esos años prácticamente no se conocía) en medio de una sencillez que casi nos nivelaba a todos, pero sí había una separación bastante grande entre estos hombres de la fortuna que casi siempre eran quienes sustentaban el poder y el grupo integrado por quienes se llamaba la gente decente para diferenciarlas de la capa absolutamente pobre y los campesinos. Esa clase intermedia no se llamaba clase media sino gente decente porque eran pobres vergonzantes, es decir, que les daba vergüenza su pobreza, procuraban andar siempre limpios, bien arreglados… entonces era fácil tener una casa y, regularmente, la gente decente tenía su casa o vivía en casas alquiladas en las ciudades y en los pueblos. Con las dificultades de comunicación, incluso los ricos se quedaban a vivir en los pueblos. En un pequeño pueblo como Yaritagua, cercano a Barquisimeto, había gente que nunca había salido de allí y era gente rica que toda la vida había vivido allí. Ya cuando las carreteras cundieron por todo el país, mucha gente salió de los pueblos.
-A esta clase de la gente decente pertenecía mi familia, la familia Garmendia, en los tiempos en que yo ya era un muchacho. Esta familia tal vez tuvo dinero en otro tiempo. Mi abuelo era un hombre rico, era un agricultor e industrial de renombre en el estado Lara y muy amigo de Gómez. Este hombre hizo lo que se llamaba entonces fortuna; pero todas esas viejas fortunas, sobre todo las de la agricultura, se vinieron abajo, se deshicieron de los ‘40 en adelante. Vino la renta petrolera e impuso otras formas de riqueza en Venezuela. A esa medianía pertenecí yo, a ese mundo pequeño de estrechez, de formación mediana porque era difícil completar el bachillerato y casi imposible ir a la universidad, sobre todo la gente del interior. Para un muchacho del interior ir a Caracas a estudiar Derecho o Medicina era un acontecimiento importante y se hacía un enorme esfuerzo para mantenerlo. Había familias, como la mía, que no podían hacer ese esfuerzo. Por eso mis seis hermanos, siete conmigo, no llegaron a la universidad, ninguno. Yo hubiera podido llegar porque era el menor y tenía dieciocho años cuando la vida era otra, ya había liceos, muchas cosas habían cambiado, pero intervinieron otros factores, muy diversos. La formación pues, en los años 30, era poca. Si a alguien le gustaba leer tenía que procurarse libros por su cuenta; en mi caso, yo tuve la suerte de que mi hermano Herman Garmendia, periodista y poeta, era un hombre de extensa cultura, conocedor de la literatura moderna, que me transmitió todo eso. Pero ése fue un caso de azar, una circunstancia. La norma era que los jóvenes tuvieran una formación menos variada y profunda.
-La gente decente se fue transformando poco a poco en la clase media cuando sus miembros pasaron a ser empleados de empresas o de grandes compañías. Con los liceos funcionando en todo el país las universidades se expandieron y mucha gente vino a estudiar a Caracas; así aparecieron los profesionales que ingresaban a cierta prosperidad. La clase media se formó en Venezuela de una manera silvestre, espontánea y lenta. Los hábitos, la cultura, que esa clase media dispuso no era una cosa ordenada ni pensada; la gente fue tomando lo que encontraba. Lo primero que sorprendió de los ‘40 en adelante fue la llegada del petróleo que transforma la economía del país por completo y la clase media se vuelve consumista de artículos importados. Absolutamente todo se importaba. Los helados que se vendían por la calle, los polos, los traían en barco de Nueva York… esto, hasta mediados de los ‘40 porque después empezó a desarrollarse en Venezuela la industria de artículos de consumo al ritmo de la voracidad que se despertaba en la clase media que quería tener muchas cosas, llenar la casa de objetos. A mí eso me sorprendía mucho. Cuando yo venía a Caracas, de pequeño, me sorprendía mucho ver las casas repletas de objetos, casi todos frágiles. Esto no puede durar mucho, pensaba yo. Si yo vengo aquí dentro de cinco años, la mayoría de estas cosas no estarán, habrá otras.
-En mi casa, en cambio, estuvieron, hasta que cumplí dieciocho o diecinueve años y me fui, los mismos objetos que yo había visto desde que tuve uso de razón: las mismas sillas, la misma mesa, más viejas quizá, más estropeadas pero las mismas. Rara vez ingresaba un objeto nuevo en la casa porque las cosas se eternizaban, si se compraba una silla era para siempre. Nadie veía la necesidad de cambiarla. Entonces sobrevino esa clase media voraz, consumista, inquieta, que no valoraba lo que poseía sino que estaba deseando que las cosas se gastaran rápido para sustituirlas por otras, que fueran nuevas. Así llegó la obsesión por lo nuevo. La palabra sagrada que la publicidad comenzó a ser: ¡nuevo!
-Los objetos debieron ser nuevos pero la recién llegada clase media intentó perpetuar usos sociales como el culto a la virginidad, por ejemplo, o la fidelidad; valores que al parecer sólo operan en este estrato.
-La virginidad funcionó en la clase media como actitud y como valor porque era realmente lo único que una muchacha podía ofrecer para el matrimonio. No tenía otros atributos aparte, claro está, de las virtudes hogareñas. Pero hoy, una mujer ofrece una posición, un sueldo a veces superior al del hombre; ofrece una cooperación total que en ocasiones rebasa al hombre de la casa como se llamaba antes. Cuando el hombre era el dueño, ¿cuál era el tesoro que una mujer podía aportar? Su virtud. Esa muchacha conservaba la virginidad porque sabía que ésa era su gran oferta y no tenía muchas otras cosas que ofrecer… quizá un dulce de leche muy bueno… todo muy limpiecito en la casa. Pero esto no era, al fin y al cabo, lo más importante. Esos valores se han resquebrajado porque la base económica en la que se sustenta la sociedad cambió. El matrimonio mismo se maneja ahora con unos valores muy diferentes a los de hace treinta años; prácticamente el hogar desapareció. Yo he visto disolverse el hogar de la misma forma en que se ve una mancha que se va extendiendo al tiempo que se aclara y desaparece. He visto cómo aquellos valores primarios de la clase media que sustentaban el hogar se acabaron porque para que éste exista debe tener como requisito un centro que sea a la vez autoridad y creencia. Antes, en el hogar de clase media se iba a misa y se era católico; había santos en los cuartos y en todas partes crucifijos. El padre sostenía la casa en lo económico y la madre en lo emocional y eso formaba un núcleo. Pero el hogar actual, como no descansa en estos valores, se va deshaciendo y no está siendo suplantado por nada. No hay valores nuevos, lo que hay es quiebra de los antiguos.
Cuando el país era un archipiélago
-La avidez de consumo y los nuevos hábitos de la clase media caraqueña tardaron algo en llegar al interior, aparte de que el interior era algo completamente desconocido. La gente, si llegaba muy lejos, llegaba a Barquisimeto. Ir más allá era casi una temeridad. Quién iba al llano. Nadie. El primero que fue al llano fue Rómulo Gallegos, estuvo allí una semana y escribió Doña Bárbara, con un poder de absorción tremendo, era una auténtica esponja. Aspiró el llano completo en una semana y lo volcó en Doña Bárbara. Por lo demás, nadie iba por allí, si acaso dos o tres ricachones que tenían hatos allá y de pronto iban una vez al año, hacían fiestas y regresaban. Quién iba a Ciudad Bolívar. Quién, a Cumaná, a Margarita. Nadie. Hasta a Maracaibo era difícil llegar y no digamos los Andes. Quién se iba a atrever a cruzar la cordillera para llegar hasta Mérida; a los más osados les daba mal de páramo y llegaban enfermos. En suma, había todo un país desconocido, un país que podía glosarse como Caracas y sus alrededores, hasta Valencia llegaba la civilización, el mapa de las carreteras. Todo lo demás era tierra.
-¿Se puede deducir de esto que la clase media insurge en Venezuela precedida de una fragmentación nacional, una especie de archipiélago que adquiere organicidad al mismo tiempo que hace su aparición una clase media más o menos homogénea en todo el país?
-En la medida en que los medios de comunicación se extendieron por toda Venezuela, la población se homogeneizó y el país también. La misma clase media que uno se encontraba en Caracas estaba, con pequeños matices de diferencia, en Ciudad Bolívar o en Puerto Ayacucho. Ya se había producido una ruptura en esa fragmentación del país con Juan Vicente Gómez, quien construye las primeras carreteras en Venezuela: la Trasandina, una obra de ingeniería fabulosa para su época -y aún para hoy- con la que une a Caracas con San Cristóbal; y carreteras hacia oriente, hacia el sur. Así se va uniendo ese montón de fragmentos que era el país. Gómez unifica el país y crea la primera institución que hay en Venezuela después de la Colonia: el ejército.
Ese ejército es parte de la clase media. En otros países, tal vez Perú, la misma Colombia, hay aristocracia dentro del ejército; gente muy poderosa que va al ejército porque sabe que éste es la sustentación de su clase. No es el caso de Venezuela donde el ejército es muy reciente y se nutrió de la clase media. En aquel momento la institución armada tenía tan poco prestigio que ningún hijo de ricos se alistaba en sus filas. Había cuatro o cinco militares como Delgado Chalbaud provenientes de familias importantes, el resto no. Un lugar como el Cuartel Nacional de Barquisimeto, en los años 40, tenía tan mala reputación que frente a su fachada no pasaban las mujeres decentes porque era un antro de vicios, de enfermedades, de horror; la gente le tenía miedo al cuartel porque estaba habitado por bárbaros. Esa situación cambió, desde luego, ya no es lo mismo pero persiste la inhibición que los muchachos de estratos acomodados tiene de ingresar al ejército. En un país como Chile los familiones importantes procuran tener un hijo cura y uno militar para tener cubiertas las dos grandes columnas del poder. No en Venezuela donde la Iglesia es socialmente débil.
El ejército venezolano, pues, se alimenta de miembros de la clase media. El oficial, cuando se retira, va a ocupar un lugar en su clase, que es la clase media de cierta prosperidad. El hecho de carecer de una aristocracia armada marca una diferencia, no despreciable, que ha hecho posible muchas cosas en Venezuela.
-¿Se refiere a la democracia misma?
-En efecto. La adscripción del ejército a la clase media venezolana ha permitido que la democracia haya podido desarrollarse. Enferma o como sea, pero lo logró; en otros países no pudo. Durante treinta años los gobiernos se han sucediendo por elecciones y esto que se llama democracia formal se ha mantenido en pie, funciona. Eticamente se desmoronó, no tenía consistencia moral; no supo formar en su seno hombres verdaderamente capaces y rectos. Lo que hoy queda son ancianos como el actual presidente, y los nuevos que llegan avanzan en la ignorancia, son en su casi totalidad aventureros políticos, pequeños aventureros que llegan a tomar los altos cargos. Y el pueblo no cree en ellos porque no le infunden respeto. Si uno revisa los documentales sobre López Contreras puede constatar las manifestaciones que recibían a éste por dondequiera que iba; eran multitudinarias. Las calles aparecen llenas con la gente dando gritos y saludando al presidente con los sombreros porque el presidente era una gran figura. La gente veía en el presidente la encarnación de todas las virtudes del país: era como si fuera el hijo de Bolívar, una cosa así. Los presidentes tenían sus enemigos, por supuesto, gente que no los quería, pero la inmensa mayoría sentía admiración por ese personaje: el presidente de la República. A eso se le perdió toda consideración y todo afecto.
-Oscar Rodríguez Ortiz ha observado en su trabajo literario una evolución de su visión del mundo. De tétrica y expresionista, dice Rodríguez Ortiz, ha pasado a una visión del mundo más cordial; él se pregunta si será que usted ha terminado aceptando que la sociedad no tiene remedio.
-Esa es la observación de un crítico muy inteligente y agudo, que está llena de verdades. Pero yéndonos a un plano más íntimo, yo diría que quien no tiene remedio soy yo. Yo descubrí que yo no tenía remedio, entonces debo tener compasión de mí mismo, puesto que no tengo remedio. Esa actitud como compasiva, que me hace escribir esos artículos que tú lees, ha cambiado por completo la faz de mi literatura; la ha hecho mucho más interior, más tranquila, menos agresiva y feroz. Esa actitud no la tengo sólo yo: el país está también quebrantado; la clase a la que pertenezco está sumamente golpeada… pero, definitivamente, quien no tiene remedio soy yo y por eso me tengo compasión.
-Pese a esto, ¿persiste en usted esa visión del empleado de clase media como miembro de un proletariado moral que se expresa en un personaje suyo, un miserable como el abogado Antúnez?
-Ya no. Esa manera de ver la sociedad y de concebir el hecho literario estuvo muy asociada a los 60 y los 70. La literatura, entonces, se echó a la calle y devino arma de combate. El ojo del escritor se metió en las oficinas, en las casas y trató de descubrir la miseria de la gente y delatarla. El escritor se convirtió en eso, en un delator. Eso pasó. Fue una tempestad, un cataclismo, pero pasó como pasaron los años 60. Todo eso se aplacó y uno volvió a su casa; se volvió a meter en su cuarto y volvió a pensar en sí mismo; volvió a ver su propio cuadro y se olvidó un poco de la calle.
-Con respecto a su trabajo como dramaturgo de televisión: usted ha dicho que a las 9 de la noche se sirve el alimento espiritual de Venezuela. Este condumio ¿es sólo para la clase media?
-No, para todos los venezolanos. La televisión no hace separación de clases, como sí lo hace el cine. Todo el mundo -o casi- puede tener un aparato de televisión: un poco más grande, un poco más pequeño… por ahí salen los mensajes para todos por igual. A las nueve de la noche se borran las clases en Venezuela mientras la gente mantiene los ojos fijos en la pantalla.
-¿Cuál cree usted que es el destino de la clase media en Venezuela?
– Tendrá que irse desarrollando junto con la totalidad del país; y eso se hará dentro de una perspectiva nueva, va a ser distinta de lo que ha sido hasta ahora porque todo el país va a sufrir una serie de cambios cuyo signo ignoramos. Y la clase media se va a mover con esas transformaciones porque ella vive empujada por sus necesidades, unas necesidades elementales y básicas. En primer lugar, la casa, el apartamento, lo que hace que alguien sea de clase media y no marginal. Y, luego, tener un buen trabajo que le permita gozar de comodidades. Y pivotando entre estas necesidades, la clase media avanzará, seguramente, hacia los esquemas de vida del desarrollo basados en una vida cotidiana más próspera pero probablemente más infeliz porque le faltará vida interior y se va a sentir víctima justamente de las cosas que la alimentan.
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CITAS
La virginidad funcionó en la clase media como actitud y como valor porque era realmente lo único que una muchacha podía ofrecer para el matrimonio. No tenía otros atributos aparte, claro está, de las virtudes hogareñas. Pero hoy, una mujer ofrece una posición, un sueldo a veces superior al del hombre.
El ejército venezolano se alimenta de miembros de la clase media. El oficial, cuando se retira, va a ocupar un lugar en su clase, que es la clase media de cierta prosperidad. El hecho de carecer de una aristocracia armada marca una diferencia, no despreciable, que ha hecho posible muchas cosas en Venezuela.
A las nueve de la noche se borran las clases en Venezuela mientras la gente mantiene los ojos fijos en la pantalla.
Publicado en El Nacional el 22 de enero de 1999
Gracias por esta importante entrevista.
Mi familia materna es de Barquisimeto y tenìan amistad con los Garmendia.
Presento un trabajo teatral para ni#os y pùblico en general con la traducciòn al italiano de un trabajo de él: «L’uccellino che visse due volte». (puede verlo en nuestra pàgina web). Blanca Briceno