Milagros Socorro
“Me mantengo vigilante”, dice Elisa Lerner, Premio Nacional de Literatura 2000, “para no perder las voces venezolanas porque ya he perdido un idioma, el alemán, cuya añoranza se me resuelve en el español. He comenzado cursos de francés que nunca termino y tengo un manejo escueto del inglés. Mi añoranza de idiomas finalmente se concentra en la necesidad de un castellano bien escrito.
-En alguna ocasión usted afirmó que en Venezuela hay un racismo de los géneros que privilegia a la novela, a la poesía o al ensayo sobre la crónica.
-En Venezuela domina la tendencia de un ensayo muy hablado. En la tradición norteamericana los ensayos suelen ser cortos, ahí está el libro Contra la interpretación, de Susan Sontag, como buen ejemplo de esto. Lo importante en un ensayo no es que se escriban muchas páginas pero nosotros tendemos a identificar el ensayo con el discurso… a discursear… de allí surgen esos textos larguísimos. Todo esto se debe a nuestro miedo de interpretar el instante; y al abstenernos de interpretar el instante evitamos interpretarnos a nosotros mismos: no asumimos nuestra propia escena.
-¿Se refiere usted a un instante estético, político, de comprensión de la realidad o de preguntas?
-No lo sé. El instante se va haciendo claro mientras se escribe. La escritura es una indagación. En Venezuela predomina un tipo de ensayo donde el autor se pone por encima de los demás: un ensayo-tarima. Yo trato de escribir ensayos que permitan un acercamiento al lector, evadiendo la tendencia principal en el ensayo venezolano que apunta a un gran temor a la anécdota y con ella al conflicto. Yo no rehuyo la anécdota porque sé que no tiene que ser banal.
-¿Considera usted que la anécdota es la base de la crónica?
-Yo todavía no sé qué es la crónica. Me parece que la crónica es algo que acontece con la palabra. Es el momento en que se encuentran el tiempo y la palabra.
-¿Podríamos intentar una definición de este género?
-No me interesa intentar la definición de la crónica ni de ningún otro género porque yo soy una mestiza cultural, tanto por mi formación (por ser hija de la inmigración) como por haber nacido en un país de la periferia. Yo creo que la crónica es el género del mestizaje, el que practicamos los que no tenemos pánico a no ser novelistas. Hay mucha gente que llega a la novela o al relato de manera forzada, por miedo a quedarse al margen de “los grandes géneros”. Hay un gran miedo a lo transitorio; y lo bello de la crónica es que no le importa jugar con la mortalidad. Desde luego que cuando yo he escrito crónica no lo he hecho con el objetivo de defender el mestizaje cultural o de indagar en las posibilidades de la mortalidad; todo lo que he escrito responde a un proceso inconsciente: es un canto solitario que algunas veces suena como un aria y otras como una cancioncita popular. Nunca digo: hoy me siento a escribir de tal a tal hora una crónica… no, la crónica es para mí una manera de estar en la vida; una manera dialogante, amable, donde está el otro, donde no estoy yo sola… es una manera poco arrogante de estar en la vida. También es una forma de ciudadanía.
-¿Cómo ha sido su personal trasiego por los géneros del teatro, la crónica y el ensayo?
-Antes de Carriel número cinco (selección de crónicas publicadas en El Sádico Ilustrado), a mí lo que me habitaba, lo que me hacía escribir, era que yo veía en una revista a la duquesa de Windsor y a partir de esa metáfora lejana yo hablaba sobre una serie de cosas muy dolorosas del mundo; o a partir de Yo amo a Columbo, la televisión me servía para hablar de una serie de pasiones o de fracasos, de sufrimientos, de mediocridades que nos asedian. Pero en Carriel empecé a escuchar a la gente. Por mucho tiempo yo escribía a partir del cine, que influyó mucho en mi infancia y en mi adolescencia; el cine era un atajo para llegar al mundo venezolano: yo veía una película como Cuéntame tu vida y en esa amnesia particular identificaba la desmemoria del país. El cine, la radio, la moda, las tiras cómicas y las revistas de consumo masivo me llevaron a comprender los problemas, las dolores, las limitaciones del país. Y eso está en Yo amo a Columbo (selección de crónicas), así como en Vida con mamá (teatro). Y paralelamente permanecía atenta al habla venezolana a través de personas de carne y hueso con lo que no sólo percibí el habla sino algo más íntimo. Eso también ha llegado a mis textos.
-¿Cuándo comenzó a escribir?
-A los once años. A esa edad mi padre me regaló unos zapatos muy lindos, abiertos en la punta y adornados con una trenza que remataba en un lazo. Me pareció que aquéllos eran zapatos de escritora y así se lo dije a mi padre: “papá”, le dije, “éstos son zapatos de escritora. Ya estoy armada para ser una escritora”. Y a él le pareció muy bien. Poco después me compraron papel, muchas plumas y una máquina de escribir. En mi infancia escribí tres poemas con un tema muy doloroso: mi mamá se enfermó gravemente cuando dejó de recibir noticias de Europa. A los dieciséis escribí un libro de relatos que titulé La ciudad del lucro y que luego extravié no sé si en una mudanza o en un interrogatorio dela Seguridad Nacional.
Aunque empecé a escribir muy joven es ahora cuando estoy entendiendo mejor al venezolano y a la sociedad venezolana. Esto ha sido el resultado de un proceso muy lento porque el hecho es que mi vía para comprender el país ha sido a través de sus mitos. Al final de mi infancia se produce la llamada Revolución de Octubre, la caída de Gallegos y luego la muerte de Delgado Chalbaud, todo eso repercutió muy profundamente en mi trabajo literario. No es que yo sea una escritora histórica pero sí he estado atenta a los ruidos que me rodean: primero percibí las palabras, después las voces y finalmente escuché la sociedad venezolana. Claro que siempre de una manera oblicua, valiéndome de pretextos.
-Si admitimos que su trabajo literario se sostiene en una permanente referencia a lo real ¿podríamos afirmar que la crónica es siempre un género sin ficción?
-No quisiera hablar en forma de preceptiva. Pero la verdad es que no creo eso. Creo que la crónica se impregna a veces de la ficción pero, sobre todo, que la crónica está presente de manera fundamental en la novela. Los grandes novelistas latinoamericanos han hecho un uso muy astuto de la crónica y han usado la estructura novelística para desarrollar una crónica: es como una casa cuya fachada está hecha de astucia novelística pero que en su interior sólo discurre la crónica. Piensa en novelistas como Teresa DeLa Parra…es la crónica del gomecismo a través de una familia venida a menos por causa del mismo régimen. Piensa en Vargas Llosa, en García Márquez, en Carlos Fuentes, en Lezama Lima. En el fondo, las novelas de estos autores son una vasta crónica; una crónica adornada para que no duela tanto lo inmediato. Un escritor no puede ser un gran novelista si no es un gran cronista.
-Sin embargo, la crónica es considerada un género menor.
-No hay género menor, hay escritores menores. Sólo hay dos tipos de escritores: los buenos y los malos. A un escritor no lo hace un género, lo hace la escritura. Es muy simple. Sería absurdo negar la presencia de la crónica en todos los géneros: incluso en la poesía; hay una poesía contemporánea donde se percibe una cierta ironía urbana que se toca con la actitud del cronista.
-¿La mirada del cronista es, entonces, siempre irónica?
-Es que hay muchas ironías; la verdadera es aquélla que no se hace sentir, la que mantiene por encima de todo su buena educación, porque de lo contrario caería en el sarcasmo.
-¿Ha incurrido usted alguna vez en el sarcasmo?
-No. Creo que no.
-Elisa, por favor.
-No, de verdad, creo no haber caído nunca en eso. Yo no entiendo la ironía sin lirismo; sin refinamiento, quiero decir. Cualquier persona puede dar respuestas sarcásticas, salidas bruscas surgidas de su tosquedad. El sarcasmo es la ironía de gente muy desplazada en la vida, es la malevolencia que no conoce la dulzura de la vida. La ironía conoce la dulzura de la vida y la añora; la ironía aparece cuando alguien se conduele de que falten las dulzuras de la vida. El sarcasmo no añora las cosas bellas porque las desconoce; el sarcasmo generalmente es la expresión de gente que ha tenido que hacer trabajos muy duros para sobrevivir. El sarcasmo está movido por la urgencia mientras que la ironía existe por el terror de que la exquisitez, los placeres, el encanto, puedan desaparecer; de allí que a veces el ánimo registre una ligera crispación irónica. La ironía y el lirismo se complementan como el hombre y la mujer en el amor: en la escritura deben convivir ironía y poesía como macho y hembra. En fin, que espero no haber sido sarcástica nunca y si lo he sido esto se explica por una inmadurez juvenil y quizá por un gran dolor en mi vida.
-En algunas ocasiones usted ha reconocido que siente un temor a la escritura comparable con el que experimentaría si viviera con un hombre que le va a fallar.
-Antes de sentarme a escribir doy muchas vueltas. Antes, la escritura me producía muchos temores y no me acostumbraba al acto de escribir. Siempre lo hacía en medio de una gran zozobra. Ya en el momento en que me instalaba con la escritura experimentaba un gran deleite con la palabra y una felicidad con el pensar. Y aunque ahora no tengo esos sentimientos de temor y zozobra, la verdad es que cualquier contratiempo exterior se me interpone en mis horas de escribir.
-¿Ha ganado alguna seguridad?
-Una nunca está completamente segura con la escritura. Lo más que puede estar es segura de la felicidad que proporciona el acto de escribir. Pero sí, ahora me siento más a gusto que antes al escribir. Yo soy una persona de un solo talento: la escritura. Hay personas encantadoras y la gente comenta qué maravilla son: ella hace una tortas fabulosas, cómo recibe, qué bien se viste, qué hijos tan perfectos tiene, siempre se ve estupenda… y yo voy a la peluquería y las empleadas me dicen: caramba, pero usted no sabe ni cepillarse bien el pelo. No sé cocinar. Nunca recibo en mi casa. Tengo, pues, un mínimo e inservible talento que me ha salvado de ser una hojalatera más.
-También ha podido ser una señora rica judía de Los Chorros.
-Pero, ¿no has visto que me han dado el Premio Nacional de Literatura “por mi pensamiento y dramatización de la cosa venezolana”? Ése es mi camino. No tengo otra opción. Para ser una señora de sociedad como la que tú dices se necesita mucho talento y dedicación. Y, además, no es bueno excluirse dentro de una minoría. Insisto: yo tengo un mínimo e innecesario talento para la escritura. Si eso no hace mi felicidad, por lo menos hace mi certidumbre. Y no lo cambio por un destino más próspero. Tampoco me quejo: tengo lo que Virginia Woolf llamaba una habitación propia, qué más puedo desear.
-Podría desear la correcta difusión de su obra, las puntuales reediciones y una distribución eficiente de sus libros, que no se consiguen por ninguna parte.
-El escritor venezolano es una figura social; a lo más que puede aspirar es al éxito social, en el sentido de que lo conozcan éste o el otro grupo como escritor… es un hecho físico, un asunto de celebración social físico: éste es un escritor. Pero no conocen lo que uno escribe. “Es una escritora”, dicen en las reuniones, “qué bien”. Pero jamás llegan a los libros de la escritora. Para la sociedad venezolana el libro no existe, es como una piedrita perdida en el camino y no hay forma de que llame la atención de alguien. Los escritores somos los fantasmas de la casa venezolana; nuestras cadenas chirrían un poco cuando hay un premio y luego, de vuelta al silencio. Pero en realidad no existimos. En Venezuela sólo cuentan los libros de cocina y esa cierta frivolidad que consideran muy elegante los ricos recientes porque les permite fingir una especie de irresponsabilidad frente a sus fortunas.
-Una pregunta que se le haría a Joan Crawford: ¿cuál es el secreto de su éxito?
-Mi truco ¿tú sabes cuál es? Yo soy una atleta de la soledad. Para mi escritura lo más importante es el lujo de pensar, que sólo se adquiere en el silencio. Tengo amigos muy queridos a quienes no suelo frecuentar porque los pensamientos pueden rivalizar con los afectos. ¿Cómo se miman los pensamientos?… en medio de la hosca soledad. Es como la persona cuya vida es mediocre porque está a régimen y deben alimentarse de comidas poco deslumbrantes. Así mismo, para pensar debe observar una vida muy poco deslumbrarte. He terminado siendo la anfitriona de los personajes de mi ficción.
Verbigracia, suplemento literario de El Universal, abril de 2000
No había leído esta entrevista, me encanta Elisa Lerner siempre tan irónica como bien lo dice ella. Solo un libro he leído de ella, pero ha permanecido en mi a través del tiempo.