Nacida en el país vasco en el seno de un familia gallega, la autora de veinticinco años es graduada en filología inglesa y escribe en español. Su juventud, su estilo y su determinación de plantarse con ventaja en el competido campo editorial de la península la han convertido en todo un personaje de los albores del nuevo siglo.
Milagros Socorro
En apariencia –y quizá sólo en apariencia-, Laura Espido Freire es el sueño de una monja. Siempre afable y moderada, atiende con sensatez y seriedad las numerosas entrevistas que le ha arreglado su casa editora para promocionar su novela Melocotones helados, ganadora del premio Planeta 1999, galardón consagratorio en la órbita de la hispanidad, que además conlleva una gratificación de 50 millones de pesetas, “más de la mitad de los cuales son absorbidos por Hacienda”, corta ella con los ojos redondos y ese aire de sabidilla que haría las delicias de una madre superiora, “y como luego hay otras pesadas imposiciones fiscales, con suerte me quedará algo para el cine y las palomillas”. Todo esto recitado en un sonsonete muy formal que recuerda los caletres a que tan afecto es el gremio monjil.
Laura, que firma sólo con sus apellidos, es una niña prodigio que a los dieciséis años ya había recorrido toda Europa como integrante del coro del tenor José Carreras. De entonces debe haberle quedado esa expresión de querubín barroco, de venus castísima, que se sabe íntegra la lección y tiene anotados los nombres de los que hablan en clase.
De niña jugaba a Los ángeles de Charlie, lo que no impidió que a sus espaldas le pusieran el remoquete de diccionario. Lo que sería esta niñita con un uniforme de colegio pululando entre un atajo de monjas nostálgicas del franquismo… En cuanto acabó la primaria sería descubierto su enorme talento vocal y poco después sería una profesional del canto lírico. Algo de eso se habrá colado en su oficio literario ¿no?
-No se puede hablar ahora –explica Espido Freire- de una generación literaria española, de un coro; sino de voces solistas con una marcada voluntad de ser eso, solistas. Los cantantes son los músicos que más conciencia tienen de su diferencia, de su identidad porque el instrumento forma parte de su propia persona y eso a veces contribuye a formar una personalidad distorsionada: muy egocéntrica, un tanto errante. Y eso se parece bastante al el mundo del escritor, continuamos buscando un lenguaje propio, una visión propia, transmitida mediante nuestro peculiar matiz de voz, nuestra coloratura.
-¿Cambia usted la voz de una obra a otra y al cambiar un género?
-Sin duda. De un género a otro, más que necesario es imprescindible. No te expresas con la misma intensidad ni con la misma concisión en un relato de cinco páginas que en una novela de trescientas. En el cuento estás condensando todo un universo. De una novela a otra también existen cambios, ten en cuenta que yo tengo veinticinco años, estoy comenzando, estoy todavía en la búsqueda de una voz literaria, de manera que es lógico que me encuentre en un proceso de investigación que pasa por el cambio de voces y de tonos.
-Ese proceso de investigación en el que se encuentra, ¿tiene que ver sólo con la escritura y la lectura, o implica también afinar el oído para captar los ruidos de la calle?
-Uno de los aspectos más fascinantes de la vida literaria es que el escritor debe saber de todo, debe estar continuamente abierto a todo y empaparse de todo como una esponja. Algunos escritores afirman abstenerse de leer porque si leen otros autores trastocan su estilo propio; yo estoy radicalmente en contra de esa idea, sin mis lecturas, sin mis autores, yo no hubiera llegado a escribir. Otra cosa es que trates de afirmarte frente a ellos, como el niño ante el padre, pero yo necesito leer más porque tengo muchas lagunas. Siempre he sido la más joven en los grupos donde he estado, lo que muchas veces me incapacitó para opinar… pero no para escuchar. Y es lo que siempre he hecho, siempre he escuchado muy atentamente y recibido mucha información. Esa capacidad de voyeur se refleja ahora en mi trabajo literario: se es personaje y se es narrador, pero no se es totalmente ninguno de los dos, en realidad eres un autor y mueves los hilos de los títeres. Y con respecto a los sonidos de la calle, las historias verdaderas son demasiado ficticias como para resultar creíbles en una novela. No se puede echar mano de los ruidos de la calle y darles un uso literario sin elaboración, al contrario, cada historia real necesita un proceso de interiorización para que lleguen a ser literatura y no mera crónica. Estamos hablando de un sentido estético, no de correlación con la realidad.
-¿Deja eso mal parada a la crónica?
-No. Yo hago columnas de opinión, de hecho. Pero estamos hablando de cosas muy distintas. La crónica pasa por una información veraz, donde la objetividad es esencial. Mientras que en la literatura estamos hablando de un proceso estético, de una creación y, en algunos casos, de una malformación de la realidad para lograr un efecto determinado.
-Sus ventajas para el desempeño del oficio literario son, básicamente, su disciplina, su capacidad de absorber información, su buena memoria y su formación intelectual. ¿Cuáles son las debilidades que debe enfrentar?
-Tengo una incapacidad notoria para dedicarme a algo que no me guste. Cuando debo escribir sobre un tema obligado sufro horrores y si puedo evitarlo, lo evito. Esto sólo me pasa en periodismo, no en literatura. Por otra parte, la mía es una disciplina errónea: poseo muy poca disciplina pero mucha voluntad, es decir, una gran afición. No sé qué ocurriría si tuviera que entregar una novela en una fecha determinada, hasta ahora lo llevo muy bien porque nunca me han impuesto tiempos de entrega y puedo escribir a mi aire, unas seis horas diarias.
-¿Y en cuánto tiempo está lista la primera versión?
-El proceso de redacción es muy rápido, suele tomarme unos tres meses. Lo que ocurre es que durante dos años esa novela se ha ido forjando a través de una serie de anotaciones que hago en una agenda donde llevo un registro de reflexiones, frases, páginas enteras de la novela, notas acerca de la música que esté escuchando, incorporo fotografías, dibujos que yo misma hago… y cuando ya tengo perfectamente clara la historia, el proceso de redacción es muy rápido.
-¿Cómo distribuye las tareas en un típico día suyo?
-Por las mañanas me impongo el trabajo urgente, como las colaboraciones con prensa, preparar conferencias o responder entrevistas, lo que no puede esperar. Y después de comer escribo toda la tarde.
-Usted ha dicho que los dos autores fundamentales en su formación son Shakespeare y Homero. Está claro que aprecia, entre otros muchos valores, la recreación del mito.
-Una de mis preocupaciones es la dimensión mítica de cualquier realidad. Estoy convencida de que la novela del siglo XXI se alimentará de mitos, de símbolos que aludan inmediatamente al inconsciente colectivo. Esto lo consigues en la Odisea, en la historia de ese hombre que va vagando y que luego Cavafys recoge en su Itaca y que Joyce ha sabido retomar… al fin y al cabo, siempre contamos las mismas historias.
-El título de la novela premiada alude al postre que combina fruta muy fría con chocolate hirviendo en su interior. Usted ha dicho que sus personajes hierven en sus pasiones pero las congelan bajo una capa de convenciones. ¿Ha vivido algún desengaño terrible?
-Nunca he esperado mucho de la vida, la he ido aceptando tal y como ha venido. Pero sí, he tenido desengaños con personas a quienes había idealizado o de quienes directamente me había enamorado y luego las descubrí en su mezquindad humana. Quizá porque mi entorno familiar es mayoritariamente femenino (en mi casa somos todas mujeres, salvo mi padre), siempre tuve una relación con mi abuela, estudié en una colegio femenino, en fin, como que crecí en un mundo que idealizó a los hombres, al caballero, al príncipe azul. De allí que haya sufrido algunos desengaños. Nada muy trágico pero ha sido difícil aceptar que aunque los hombres y las mujeres estamos hechos para entendernos, los malentendidos son constantes.
-¿Cuál es el comentario de la crítica que más la ha halagado, o que le haya señalado un aspecto digno de ser fortalecido en su narrativa?
-La mayor parte de los críticos, más a favor más en contra, ha destacado la creación de un mundo propio en mis novelas. Eso es algo que yo sabía, no me ha tomado de sorpresa, porque lo venía persiguiendo desde mi primera novela. Pero, sin duda, el mayor elogio provino de otro escritor, en la presentación de Melocotones helados, cuando me llamó “la hermanita pequeña de las Brontë”. Eso fue maravilloso.
-¿Y cuál es el señalamiento que, aún mortificándola, le llama la atención sobre aspectos de su trabajo que podría mejorar en el sentido marcado por el crítico?
-Algún crítico ha señalado algo que me ha irritado y no creo que haya tenido razón, es uno que ha calificado mis diálogos de “muy convencionales”, cuando yo estaba reflejando una situación mental determinada: estaba hablando del silencio, de cómo la gente a veces se encorseta y acaba en una especie de mudez. Me ha parecido que algunos críticos no han sabido percibir esta intención. Y esto me ha enfadado. En cambio sí me ha parecido que tenían sentido los que me han apuntado la necesidad de una mayor profundización en los aspectos sociales que condicionan la novela. A mí me interesaba más hablar de cómo la sociedad determina a los individuos y no describir esa sociedad. Pero sí volviera a escribir la novela prestaría más atención a este aspecto.
-¿Cree que ha escrito un poco ensimismada?
-Sí. Me parece que no profundizo en la estructura social donde transcurre la trama de la novela, sobre todo cuando abordo el asunto de la descomposición económica y moral de la ciudad, la irrupción de las sectas religiosas, la desintegración de la familia… eso he podido hacerlo mejor.
-Tiene tres novelas publicadas y dos ya terminadas, aún inéditas, ¿qué proyecto tiene ahora?
-Sé la dirección en la que quiero ir, pero no sé exactamente lo que estoy buscando. Y no me quiero dar demasiada prisa. Pero tengo pensado meterme en una novela histórica. Quiero ahondar en la percepción del tiempo, me parece que lo que yo pueda innovar en la novela vendrá por la indagación en torno al tiempo: el tiempo externo, el tiempo interno, el tiempo del narrador, la manera en la que erosiona las vidas y cómo se capta ese mismo tiempo. Me cuesta un poco explicarlo porque no tengo discurso al respecto, me muevo por intuiciones.
-¿Hay alguna idea que le resulte inasible, que se le niega constantemente como posibilidad narrativa?
-Sí. El amor. Tengo problemas con las historias de amor, con el romance en literatura, porque odio los tópicos.
Verbigracia, suplemento literario de El Universal, abril de 2000