Luis Elías

Milagros Socorro

Arnoldo José Martínez Romero y su padre, Arnoldo Martínez, se encontraron por casualidad el jueves pasado en una ferretería en Machiques de Perijá, donde ambos residen.

Era alrededor de las 4:00 de la tarde.

Estaban conversando cuando comenzó a sonar el radio que Arnoldo José lleva siempre para mantenerse comunicado con la finca de la familia, La Frontera. El encargado de la hacienda le dijo que su hermano Luis Elías acababa de ser emboscado por ocho miembros de la “gente del monte” y que estaba muy malherido. Arnoldo José le dijo a su padre que se fuera al hospital de Machiques para solicitar un apoyo médico –que, por cierto, fue concedido rápidamente– y él se fue al Destacamento 36 de la Guardia Nacional para pedir custodia para la ambulancia y para él, e irse inmediatamente a la finca.

Sin esperar a que se le diera permiso de acceso, ingresó en el patio del comando. Corrió hacia el primer efectivo con que topó y le planteó lo que estaba ocurriendo. El soldado lo remitió a un subteniente y éste comenzó a hacerle preguntas del tipo dígame su nombre, deme su número de cédula.

Arnoldo José, desesperado, le rogó que no lo retardaran con indagaciones burocráticas que bien podría responder más tarde. Pidió hablar con el comandante pero éste no se encontraba en el lugar. En su oficina estaba un guardia durmiendo la siesta, arrullado por un televisor que transmitía un partido de fútbol. Despertado por los gritos de Arnoldo José, el guardia se incorporó y empezó a hacer las mismas preguntas. Pero Arnoldo José lo que necesitaba, por el amor de Dios, era que le dieran una custodia para ir a recoger a su hermano. Tuvo que irse sin esa ayuda. Le esperaba una hora y cuarto de trayecto desde Machiques hasta La Frontera. Una eternidad que recorrió rogando porque Luis Elías estuviera vivo todavía.

 

LUIS ELÍAS MARTÍNEZ NACIÓ EN MACHIQUES EL 27 DE NOVIEMBRE DE 1961. ERA EL MENOR DE CUATRO HERMANOS.

Estudió la primaria en el colegio de las monjas de la congregación de El Pilar que está frente a la plaza Bolívar de Machiques; y luego hizo el bachillerato en el liceo militar Monseñor Jáuregui, en La Grita, donde había estudiado también Arnoldo José.

El jueves 15 de agosto, Luis Elías llegó a La Frontera hacia el mediodía.

Tenía pendiente la reparación de un tractor de oruga que se encontraba a unos seis kilómetros del patio de la finca. Poco antes de llegar al lugar donde se encontraba la Caterpillar averiada, le pidió al trabajador que lo acompañaba que se apeara para revisar si la semilla de pasto brachiaria que habían sembrado días antes había germinado. Y siguió solo. Luis Elías estaba sentado ante los mandos de la máquina cuando llegaron los ocho hombres armados, cubiertos con pasamontañas y calzando las típicas botas negras que deambulan furtivas por la Sierra de Perijá y que todo el mundo sabe qué pasos acompañan.

Desde el primer momento supo a lo que venían. Tanto él como su familia llevaban años recibiendo mensajes de amenazas y extorsión firmados por la guerrilla colombiana. Y se habían negado rotundamente a acceder a las peticiones de los violentos, como los llama Arnoldo José.

Los recién llegados le exigieron que se bajara del tractor y se fuera con ellos. Pero cualquiera que haya conocido a Luis Elías sabe que esto no iba a ocurrir. Tanto él como su hermano han sido presidentes de la Asociación de Ganaderos de Machiques (Gadema).

En su posición de productores del campo y de dirigentes gremiales han sido intransigentes en el trato con criminales; y habían presentado un informe a la Fiscalía General de la República, así como a la FAN, donde daban cuenta de la persecución e incluían fotografías de los criminales.

La determinación de no ceder nunca a las presiones de los secuestradores había sido manifestada muchas veces por los dos hermanos.

Luis Felipe Méndez, ganadero y dirigente gremial, fue testigo de un diálogo entre los dos muchachos Martínez en el que Arnoldo José, bromeando con un asunto que a ambos los traía por la calle de la amargura, le dijo a Luis Elías: “Ve, que si te secuestran yo pago el rescate con los cobres tuyos”. A lo que Luis Elías respondió:

“Por eso no te preocupéis, que no vais a tener que pagar nada, porque esos carajos a mí no llevan. Lo que sí te pido es que veáis de los muchachos”.

 

LUIS ELÍAS ESTABA CASADO CON GIOVANNA TITTONEL, que, si la memoria no me juega malas pasadas, era una muchachita rubia como una sueca, muy delicada y de finos modales, que esperaba el transporte escolar paradita frente a su casa, con el uniforme pulcro y unas trenzas adornadas con lazos. Giovanna dice ahora que esa mañana, la del jueves de los disparos y el solazo abatiéndose sobre un hombre que se desangra, Luis Elías se despidió de ella y de sus tres hijos en un ritual con visos de ser definitivo.

Esto no era excepcional, en realidad solía hacerlo, porque en Machiques los productores del agro saben cómo salen pero no cómo van a regresar ni cuándo… ni siquiera si habrán de regresar por sus propios pies.

Eran una pareja muy unida. Y Luis Elías, que era un padre de todas las horas, tenía mucho por qué vivir.

Cuando los tipos armados le gritaron que bajara del tractor, Luis Elías les dijo que si lo que querían era cobres, se podían arreglar. Pero los hombres le hicieron saber que habían venido a buscarlo.

—Ahí sí se pone la verga difícil, porque yo no me voy –dijo Luis Elías.

Uno de los hombres se le abalanzó con una cuerda para amarrarlo y recibió una trompada que lo derribó.

Entonces comenzaron los disparos.

Los primeros apuntados a los pies del ganadero. Puede ser que Luis Elías haya alcanzado a ver las cuatro mulas que aguardaban algo alejadas del sitio de su martirio. Una para él y las otras para los jefes de la operación. Entonces una bala atravesó su corazón.

 

CUANDO ARNOLDO JOSÉ LLEGÓ A LA FRONTERA YA SE ENCONTRABAN ALLÍ VARIOS GANADEROS DE FINCAS VECINAS, que se habían enterado de los hechos por radios que están en la misma frecuencia.

Desde luego, no había ninguna autoridad, sus representantes llegarían con 16 horas de retraso.

Arnoldo José vio a su hermano menor, su socio, su inseparable compañero, tendido en la tierra, asediado por huestes de bachacos, en medio de un calor sofocante, y cogió el radio para llamar a su padre.

—No hay nada que hacer, papá, Luis Elías está muerto.

Gina Martínez Romero estaba con su padre en la oficina cuando llegó el aviso. Dice que Arnoldo Martínez cortó la comunicación y dijo: “Me mataron a mi muchacho. Mi muchachito está muerto”.

Mientras el padre entonaba este lamento, el hijo mayor envolvía a Luis Elías en una lona para llevarlo al hospital de Machiques.

 

GINA ES PSICÓLOGA. TAMBIÉN VIVE EN MACHIQUES. Su hermano fue enterrado el sábado y el domingo mandó a hacer una torta de cumpleaños para su sobrino Luis Elías Martínez Tittonel, que cumplía 12 años de edad. “Tenemos que seguir viviendo”, dice. “No nos vamos a llenar de odio y tampoco quiero que Luis Elías sea visto como un héroe, sino como un perijanero que llevó hasta las últimas consecuencias su decisión de vivir con dignidad y de defender lo que ha sido nuestro por varias generaciones».

Cuando Luis Elías decide que no va a caminar le está diciendo a la guerrilla que es dueño de su libertad y que no va a traicionar sus valores.

Nosotros somos dueños de nuestra vida y nuestro destino, y eso no nos lo van a quitar ni los guerrilleros, ni los paramilitares ni el Gobierno.

Luis Elías peleó como un león por su vida. Y, aun en medio de los disparos, les dijo: ‘No camino, hijos de puta’ . Papá se consuela diciendo que murió como un macho. Yo estoy orgullosa de que no haya caminado y aseguro que nosotros tampoco caminaremos. Queda en manos de la sociedad venezolana determinar si mi hermano será un muerto más de los tantos que lloran las familias”.

 

 Publicado en El Nacional, el 22 de Junio de 2006 

 

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