“Aún soy creador y vivo las tragedias de mi país”
Escultor constructivista que ha reinventado el hierro, Valera nació en Maracaibo, el 17 de febrero de 1927. En estas ocho décadas ha atravesado la pobreza, los descarríos de un niño realengo, las vicisitudes de una vida militar inmediatamente posterior al gomecismo y, en fin, la contemporaneidad venezolana para ser en la actualidad un artista representado en muchos museos y cuya obra está integrada en diversos lugares del espacio público de Caracas.
Milagros Socorro
En su libro “Sueños y recuerdos de infancia” (Caracas, 2005), Víctor Valera se describe a sí mismo de esta manera: “cargando mi cuerpo sobre mi cuerpo, soportando mi obesa dimensión como una gran carpa de circo gelatinosa, de mirada hiriente, como repudiando las horas vacías que vienen, con movimiento pesados, toscos e imprecisos, aún soy creador; construyendo seguridad verdadera, fabricando orgías de hierro y de sueño; ésa es mi vida; de otra manera no podía vivirla”.
De hecho, la vive en un apartamento tan abarrotado de obras de arte, adornos cuidadosamente escogidos y recuerdos de diversa naturaleza, que parece el escenario de varias películas a la vez. En su libro se encuentra también la clave de esta compulsión de atesorar objetos raros. Y radica en la multitud de cosas que poseía una de las patronas de su madre, que sería quien lo iniciara en los nombres y misterios de aquellos muebles, porcelanas, espejos y figuras de art deco.
-Mi madre –dice Valera- fue un regalo que hizo su familia a las monjas del Hospital dela Chiquinquirá. Nuncavolvió a ver a sus padres. Mucho después pude averiguar que su madre, mi abuela, era una mujer casquivana y, al parecer, fue infiel a su marido con un hombre negro que sembraba caña en los alrededores de la ciudad trujillana de Valera. De esa relación, nació mi madre. La regalaron cuando era una bebé. Mi padre tenía origen judío y era deLa Cañada(Zulia). Tenía una molienda de sal, que se llamaba Copo de nieve, y quedaba a dos o tres esquinas dela Chiquinquirá. Conocióa la muchachita y se la llevó.
-¿Cómo se salvó de un destino de muchacho pobre, que tenía jurado?
-El destino de mis hermanos, sin ir más lejos. El camino fue muy complejo. Cuando yo era niño recibía constantes castigos porque nunca me sabía la lección. Y eso se debía a que me encantaba fugarme de la escuela para irme al lago de Maracaibo, donde vivía toda clase de aventuras y, sobre todo, era el espacio ideal para imaginar maravillas. No había quién me mandara a estudiar. Mi madre trabajaba como sirvienta para mantenernos. Yo comía en la mañana un pan con queso y debía esperar hasta la tarde, cuando ella llegaba, para volver a comer; esta vez un caldo en botella, que ella traía, así como las sobras de la casa, que envolvía en papel de periódico. Durante el día me la pasaba tumbando mangos o me iba al mercado de Maracaibo a ganarme unos centavos cargando bolsas. Me encantaba estarme en el mercado para escuchar a los decimistas [trovadores que cantan estrofas de diez versos octosílabos] mezclados con los ruidos que hacían los carniceros al dar hachazos a las enormes piezas, así como los que provenían de las grandes jaulas de pájaros en venta. Ese mundo extraordinario fue mi escuela. Aunque llevaba mucho desprecio, porque ése es el tratamiento que suele dársele a un muchacho de la calle. Y yo fui un muchacho de la calle.
Un día, abrumado por una gran depresión, me senté en la acera de la esquina McGregor, donde se reunían los peloteros. Tenía 15 años y ya había sido policía. Allí estaba cuando pasó un camión lleno de soldados, que saludaban a los parroquianos. Corrí detrás del camión y me encaramé. Así me alisté enla Infanteríade Marina. Entre mis primeras tareas estuvo la de vigilar a los presos del Castillo de Puerto Cabello. El 18 de octubre [del 45] me encontró en la entrada de Puerto Cabello cuidando la zona con un fusil. De manera que de la pobreza me libró una mezcla de audacia con ganas de ver el mundo.
-¿Cómo recuerda usted su paso por el Ejército?
-Muy bellamente. Incluso la vigilancia a los presos fue hermoso para mí, porque pude conocer gente muy notable. A pesar de que lo tenía prohibido, yo conversaba con aquellos hombres greñudos y barbudos, les hacía mandados. Y algunas veces me tocó acompañar a algunos a los burdeles, a donde les permitían ir, con sus grillos. En el año 48 me juramentan para ingresar a la guardia de honor del presidente Rómulo Gallegos, pero no llegué a hacerlo porque se produjo su derrocamiento. Me pasaron ala Direcciónde Guerra y Marina. Un día Wolfgang Larrazábal hizo formar a toda la tropa y escogió algunos para ir a Miraflores. Entre ellos iba yo pero fue más el tiempo que pasé entre Estados Unidos y Panamá, haciendo cursos, que el que estuve en el Palacio. En Estados Unidos tuve ocasión de ver grandes museos y eso tuvo un gran impacto para mí. Pero lo que sería definitivo fue el hecho de que Wolfgang Larrazábal, enterado de que yo me la pasaba dibujando, me mandó llamar y me dijo: “tú aquí no haces nada. Te voy a mandar ala Escuelade Artes Plásticas de Caracas, para que estudies durante el día, y haces la guardia nocturna enla Infanteríade Marina”. Salí dela Marinaen el año 50, al tiempo que me expulsaron dela Escuelade Artes Plástica por revoltoso, y fui a parar a Maracaibo, donde encontré a Jesús Soto, que estaba dirigiendola Escuelade Artes Plásticas de esa ciudad; y conocí a Lya Bermúdez. Hicimos un grupito estupendo.
Hay que estar ciego
En 1984, el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas “Sofía Imber” abre una retrospectiva de Valera. En esa ocasión, Valera, a solicitud de Sofía Imber, hizo un conjunto de obras para ciegos cuya exhibición tuvo un gran éxito en el propio museo y en muchos otros donde estuvo itinerante. La serie, de un total de 60 piezas, se compone de 30 obras para invidentes y otras treinta para videntes; y quedó al resguardo del MACCSI, que disponía de ellas para prestarlas a las instituciones, nacionales e internacionales, que durante todos estos años solicitaron su exhibición. Éstas son las que le fueron devueltas recientemente a Valera, porque la citada institución museística carecía de espacio para guardarlas.
-¿Usted hizo una donación notariada de esas obras al MACC?
-No. Yo las dejé allí porque constantemente estaban viajando a otros museos. Simplemente, no las volví a reclamar y para mí eso era el equivalente a una donación. Sólo hubiera faltado que la institución la hiciera oficial. Pero un día me llamó una señora, cuyo nombre no recuerdo, que fue la directora del MACC tras la salida de Rita Salvestrini, y me notificó que habían decidido devolverme las obras “porque estaban ocupando un lugar que se necesitaba para otra cosa”. No me preguntó de qué se trataba la serie, lo que me hubiera dado ocasión de explicarle que ésta constituye un raro conjunto de obras para invidentes; ni si yo tenía la disposición de donarlas, como, efectivamente, era el caso. Y, bueno, aquí las tengo. En unas semanas se expondrán en la sede de El Carabobeño, en Valencia.
-El Museo de Arte Contemporáneo, ¿tiene otras obras suyas?
-Sí. Tres o cuatro esculturas, que doné a Sofía Imber, también de manera informal pero sostengo que pertenecen al museo. Y, por cierto, se encuentran en un estado deplorable, por falta de mantenimiento. Tras la salida de la señora Imber, les hice saber quién es mi restaurador y jamás me contestaron.
-¿A qué atribuye usted esa conducta?
-A un desconocimiento total del artista que te habla. Y, luego, al descontrol en el que ha caído el Museo tras la salida de Sofía Imber. Pero eso se aplica también a algunas de mis obras que se encuentran en la calle, que también han sido objeto del deterioro. Ante la ignorancia e indolencia de las actuales autoridades de cultura, cabe prever que el arte en la calle dejará de existir en Venezuela por mucho tiempo. Más cuando vemos que ahora cualquiera es pintor y escultor, como podemos comprobar con las nuevas obras que se han puesto en la calle, que no tienen ningún valor.
-Sin embargo, el Estado se ha ocupado de restaurar la esfera de Soto, que está en la autopista Francisco Fajardo. Y lo ha hecho muy bien.
-El Gobierno restauró esa esfera, que es una bella obra, para lavarse la cara ante el exterior, porque Soto tiene un inmenso prestigio internacional. Pero no hizo lo mismo con la obra de Soto que estaba en Maracaibo, y que fue destruida con una caterpilar, lo mismo que una escultura de Lya Bermúdez y una mía. El Gobierno arregló la esfera después de que había permitido su destrucción, pero ¿es que acaso las obras de los otros escultores venezolanos no merecen que también sean rescatadas y conservadas? Ahí está el crimen que se cometió que la obra de Cruz Diez enLa Guaira… lo mejor que pudo ocurrir fue que la terminaran de destrozar, porque ver aquello en ruinas era muy doloroso. Cruz Diez merece el respeto de todo el país, no sólo por ser un gran artista sino por haber regresado a Venezuela a hacer su obra.
-¿Le confiere usted una importancia especial al hecho de hacer la obra dentro del territorio?
-Sí. La verdad es que yo nunca he podido vivir fuera de mi país. Ni ahora ni nunca. Yo estuve un tiempo en París y tuve mucho éxito. Pero regresé porque tenía que ocuparme de mi madre y porque quería hacer una labor en Venezuela, no sólo como artista sino como profesor [Valera inició su labor docente enla Escuelade Artes Plásticas Cristóbal Rojas, en 1970], lo que me ha permitido formar a varias generaciones de artistas. Pero lo más importante es que he vivido todas las tragedias de mi país y lo he acompañado como hijo y como artista. Sí, eso tiene un gran significado para mí.
-Al hacer un balance en ocasión de cumplir 80 años. ¿Hay algo de lo que se arrepienta?
-No. He servido a mi país de muchas maneras y, siempre, lo mejor que he podido. Y en medio de los dolores que mi país me produce, no hay un hombre más feliz que yo, con mis amores, con mi fuerza, con mis equivocaciones. También con mis temores.
-¿Cuáles son sus temores?
-Me da miedo comprobar que el tiempo es ahora corto para mí. Temo que también se acorten mis habilidades. Temo a una muerte larga (quiero una muerte rápida). Y temo que mi fin llegue en medio de esta desolación a la que asistimos. Yo fui un niño de la calle y ahora, a mis 80 años, veo que hay más niños que nunca en esa situación; y, además, que sus circunstancias son mucho más crueles y violentas que la mía. Temo, como todos los venezolanos, a escuchar al Gran Circo decir cosas que nos ofenden y humillan… temo que las próximas cabezas que caigan sean las de los grandes poetas y las de la gente inteligente. Cuando yo era cabo, me decían que debía defender ala Patriaincluso con mi vida. Y yo no entendía qué erala Patria. Hevenido a entenderlo ahora, cuando pretenden negármela y cuando la veo asediada por tan terribles amenazas.
-¿Tiene usted un mensaje para los jóvenes artistas?
-Que los amo. Que hagan lo que están haciendo. Y que sé que sufren mucho.
***
La medalla que falta
Jesús Soto marcha a París a comienzos de los 50; y poco después induce a Víctor Valera a que siga sus pasos. En la capital francesa, el maracucho, que venía de ser pintor cubista, frecuentaría el taller de arte abstracto de Dewasne y Vasarely, y comienza a experimentar con formas ópticas resueltas sobre un plano; también trabaja como obrero en el taller de Fernand Léger. Hacia 1955 comienza su trabajo de escultor y adopta el hierro como material fundamental de su obra, con lo que se convierte en uno de los primeros escultores venezolanos en emplear el hierro como medio plástico.
A mediados de los 50, regresa a Venezuela y participa en el proyecto de integración de las artes dela Ciudad Universitaria de Caracas, mediante la realización de 13 murales en colaboración con Carlos Raúl Villanueva. En 1958 recibe el Premio Nacional de Escultura. Entre 1963 y 1964 integra el grupo de ocho jóvenes escultores venezolanos que asisten al taller dictado por Kenneth Armitage, en Caracas. En 1966 su obra formó parte de la muestra venezolana enla Bienalde Venecia. Y en los años sucesivos participará en exposiciones colectivas en Europa, Estados Unidos y América Latina. En 1972 gana el Primer Premio del Salón Arturo Michelena. En 1982 se alza con el primer premio dela I BienalNacional de Escultura, Francisco Narváez, en Porlamar.
Y en 1984, todo el Museo de Arte Contemporáneo “Sofía Imber” se llena con una retrospectiva de su obra. Puede decirse de él que ha obtenido todos los premios y reconocimientos que Venezuela puede tributar a un artista. “Menos”, dice él, “la medalla que en verdad quisiéramos, que es la de tener un papel en la sociedad como artistas. Hoy no somos nada. Y ver nuestra obra apreciada y respetada”.
Publicado en El Nacional, febrero de 2007
Excelente entrevista, esta fue muy especial porque admiro realmente a Víctor Valera