Tania Sarabia reflexiona sobre la belleza

Milagros Socorro

Lo primero, para que nos entendamos: hemos pedido a la actriz venezolana Tania Sarabia que reflexione acerca de la belleza física como un talismán ajeno, no porque ella carezca de gracias o porque su rostro y cuerpo hayan sido desdeñado por las hadas que rocían encantos sobre las cunas de las niñas. No. El país conoce a Tania lo suficiente y ha tenido el honor de contarla entre sus grandes actrices en los roles y el tiempo necesarios como para saber que tiene en ella una aliada de lo hermoso, lo noble y lo genuino. En suma, lo verdaderamente bello. Y, como si fuera poco, está el registro fotográfico de sus interpretaciones de las damas jóvenes de las piezas de José Ignacio Cabrujas, que nos muestran una muchacha estupenda, tan bonita como cualquiera de esas beldades que iluminan las calles de Venezuela.

El punto es que la seducción de Tania Sarabia radica en un atractivo distinto al de esas guapas de belleza monstruosa instaladas en el condominio de la televisión; y también está el hecho de que su carrera ha estado siempre imantada por la comedia física, que suele imprimir una marca peculiar en los actores que la ofician, incluso cuando son gente buenamoza como Lucille Ball o Ben Stiller.

En más de treinta años de trayectoria jalonada por numerosas piezas teatrales, telenovelas y unas trece apariciones en cine, Tania Sarabia, nacida en la clínica Razetti, parroquia Altagracia, es una referencia para todas las audiencias nacionales. En la actualidad, además de su trabajo artístico se desempeña como imagen de la fundación Tócate para la difusión de la prevención del cáncer de Mama y dela Sociedad Anticancerosa de Venezuela. En la última década ha formado parte del elenco actoral de Venevisión, autoproclamado “el canal de la belleza”.

-Mi hermana siempre fue bella –dice Tania-. Tenía unas facciones perfectas; sus cejas, ojos, nariz y boca, todo era perfecto. Y un cabello largo y espeso, de un maravilloso color caoba. Parecía una muñeca. Desde luego, era infinitamente más bonita que yo, que, para empezar, tenía unas greñas irredentas y una carita sin mayor atractivo. Tuve conciencia de eso muy tempranamente porque la verdad no se puede ocultar ni aunque tengas cuatro años de edad. Cuando llegábamos a algún lugar saltaban las voces admirativas ante la llegada de mi hermana: “ay, qué bella, qué muchachita tan bonita”. Más atrás llegaba yo y se hacía una pausa. “Ay, qué graciosita”, decían finalmente y sin entusiasmo. Pero entonces empezaba yo a cantar y a hacer chistes. Y me ganaba a todo el mundo. Era mi única manera de hacerme un espacio porque mi hermana era una competencia demasiado fuerte. Y así mismo me di cuenta de que la belleza no era todo y que yo podía tener amigas y amigos sin ser tan bonita como mi hermana. Debo hacer una salvedad: yo nunca albergué ningún sentimiento de envidia o animadversión hacia mi hermana. Al contrario: la admiraba y la adoraba. Me parecía lo más normal del mundo que siendo tan buena y dulce tuviera el aspecto de un ángel. Ella era mi hermana mayor, mi objeto de adoración y mi confidente. Compartíamos cuarto y secretos. Éramos la dos contra el mundo (contra mi mamá, mi papá, en fin, la casa…). Ella era una luz deslumbrante y yo, bueno, tenía mi bombillo de veinte vatios. Pero mío. Cada quien tenía lo suyo. Quizá desde entonces me viene esta necesidad de tener lo mío, mi apartamento, mi espacio, mi carro, mi trabajo, mi carrera, mi, mi, mi… Esto es fundamental para mí. Desde chiquita he detestado la idea de depender de alguien o de querer o necesitar lo de otro.

 

Los años son más crueles con los bellos

-Mi padre, Luis Sarabia, -continúa- trabajaba en un banco pero era un gran amante de la ópera así como de las artes plásticas y mi madre trabajó enla Direcciónde Cultura y Artes del Ministerio de Educación antes de pasar al Inciba (lo que luego sería el Conac) y fue miembro fundadora del Ateneo de Caracas. Por las actividades y vocación de mis padres, yo tuve la suerte de crecer al lado de intelectuales, artistas, poetas, actores, cantantes. Es decir, auténticos creadores, gente culta para quien el talento y la formación era un valor muy importante. Era lo básico. Y yo crecí sabiendo que sería actriz, que estaría en los escenarios y nunca me planteé que sería la protagonista de historias de amor porque yo no era bonita. Eso era un hecho. Yo lo sabía y no me producía ningún conflicto. Siempre estuve clara en eso. Sobre todo tratándose de la televisión. Pero también tuve muy claro que había otros valores con los que yo contaba y podía competir.

“He observado que para la gente bella envejecer es terrible. Y parece que se les nota más el deterioro. Tú oyes decir: ay, fulana que era tan bella ahora está acabada. Yo, que nunca he sido bella, siento que los años no me afectan tanto. Aparte de que la gente que está pendiente de su belleza vive en una eterna competencia. Algo terrible porque siempre habrá alguien más joven, más delgado, que está más bueno, que la ropa le luce más. Por eso viven operándose, retocándose, inyectándose, quitándose aquí, agregándose allá, matándose a hambres… viven para eso. Yo los veo y siento que eso les produce un gran estrés y que debe ser agotador. No los envidio para nada. Eso no va para ninguna para parte. No tiene futuro. Lo único que tiene sentido es hacer una carrera sólida, formarse como actriz o actor y como ser humano. Mi seguridad como actriz la adquirí en los años que estuve trabajando enla Compañía Nacionalde Teatro, en la esquina de Cipreses, haciendo clásicos, sainetes, teatro norteamericano, en fin, un repertorio amplio y diverso que contribuyó a reforzar mi disciplina y profundizar mis conocimiento en materia de canto, dicción, manejo del cuerpo y expresión corporal. Eso me dio mucha seguridad y dividió mi carrera y mi vida en un antes y después dela Compañía Nacionalde Teatro”.

 

Los misterios de las cámaras

-¿Cómo vivió el hecho de vivir con un hombre guapo (su esposo, el actor Alberto Halifa)?

-Al principio fue muy angustioso porque yo veía esas mujeres encantadas con él. La verdad es que sufrí mucho. Porque no era solamente el hecho de que Alberto era bello sino que yo le llevo 16 años. En la prensa me llamaban asaltacunas. Fue tremendo. Me sentí muy insegura. Pero con el tiempo la relación se fue solidificando y yo fue superando etapas. Desde luego, hablaba de mis sentimientos con él. Y Alberto decía: “qué cosa que la gente sea tan convencional y sólo atienda a la diferencia de edad entre dos personas. Como si no hubiera más nada. Como si no hubiera amor, sexo, diálogo, comprensión, comunicación, risas…”. Y tenía toda la razón. Alberto, con quien compartía todo eso y más, me ayudó a quitarme los complejos.

-¿Hay gente bonita que no aparece bien en la pantalla?

-Cómo no. Gente a quien la cámara no ama. Es un misterio. He conocido gente que no es bonita y la cámara la adora. Eso lo ve uno en las fotos de familia. ¿No te ha pasado que estás viendo las fotos de un matrimonio y te quedas sorprendida de lo bien que salió tu prima sutanita, que no pasa de ser simpaticona y aparece estupenda? Eso mismo ocurre con las cámaras de cine y televisión. Es un misterio. Que si los ángulos, que si los ojos separados. Qué va. Nada de eso. Es que las cámaras los adoran. Y puede ocurrir con gente hermosa a quien las cámaras no hacen justicia. Por supuesto, a Chiquinquirá Delgado para que salga fea en pantalla habría que caerle a mandarriazos; éste es un caso done coincide una gran belleza con una gran fotogenia pero esto no siempre va junto. Por ejemplo, Mayra Alejandra, actriz hija de Charles Barry y la escritora Ligia Lezama, no era bonita. Era una muchacha de aspecto común y estaba pasada de peso pero las cámaras la adoraban.

-¿A usted le ha hecho falta más busto, menos nariz o más mentón?

-Yo tenía un problema con mi nariz y me la arreglé. Por suerte, nunca me obsesioné con mis tetas, que me las vine a operar hace seis años… cuando me descubrieron un cáncer de mama. Es posible que me haga falta algo por aquí y me sobre otro poco por allá pero nunca me he obsesionado por eso. Y, aunque es cierto que muchas veces ha faltado novio, nunca me he quedado sentada en una fiesta.

-¿Hay papeles que no ha hecho por no ser suficientemente bonita?

-Sí. Me hubiera encantado ser Ofelia y Julieta (en Hamlet y Romeo y Julieta, de William Shakespeare, respectivamente), hacer personajes con un cabello largo. Me hubiera encantado tener un cabello abundante, pesado, brillante. El pelo ha sido un problema para mí. He debido tener más. De cualquier manera, eso no me ha frustrado. A todo el mundo le gustaría ser bonito, porque eso abre muchas puertas y tiene más ventajas que ser feo. Eso no está en discusión. Mi opción ha sido hacer lo mejor posible con lo que hay. Y no me ha ido mal. Además, hay obras en las que me he sentido muy bella. Cuando hice Matilde en El día que me quieras (José Ignacio Cabrujas), que se estrenó con El Nuevo Grupo en el Teatro Alberto de Paz y Mateos, en enero de 1979, yo tenía 27 años y me sentía maravillosa en escena. Y lo mismo sentí cuando representé a Purificación Chocano en Acto cultural, estrenada también con El Nuevo Grupo en 1976, enla Sala Juana Sujo. Me sentía bella, bella, bella. Han sido momentos estelares en mi vida. Y no me ha hecho más belleza que la que entonces tenía.

-¿Cuáles son las actrices con quienes usted se identifica?

-Siempre he admirado mucho a las comediantes norteamericanas Lucille Ball y Carol Burnett pero mi modelo es la actriz italiana Giulietta Masina, quien hizo varias películas con Fellini.

-¿Hay una revalorización de la belleza después de que uno sobrevive a un cáncer?

-De la belleza y de la vida. Cuando uno le pregunta al médico que acaba de comunicarle un diagnóstico de cáncer si uno se va a morir y éste dice: “no sé, depende de cómo reacciones al tratamiento”, pues uno como que se replantea muchas cosas. Y empieza a valorar la vida y el mundo de otra manera.

-¿Por qué sobrevivió?

-Primero, por la fumigada que me echaron (ocho sesiones quimioterapias y 33, de radioterapia). Y segundo, porque me arreché: decidí vivir, me fajé a rezar y luché. De la quimioterapia me iba directo al teatro a hacer Monólogos de la vagina. No tenía un solo pelo en todo el cuerpo y así salía a escena: como una nalga. Varias veces mis compañeras de la obra tuvieron que sacarme en volandas para el hospital para que me hidrataran. Y al otro día, me volvía a montar en el escenario. Ahí descubrí que la belleza está en el público que te da su energía. Y en este país tan bello cuya gente me paraba en la calle para darme ánimos.

 

Publicado en la Revista Clímax, julio de 2008

 

Un comentario en “Tania Sarabia reflexiona sobre la belleza

  1. No se si sera bueno o no; no ser asidua a las telenovelas, pero a ésta actriz la descubrí por cosa casual, tenia la tv encendida y pasaron un capitulo, pero no estaba mirando la tele solo la escuchaba por estar muy ocupada , cuando escuché una voz, la cual me hizo soltar lo que hacia e ir con una curiosidsd tal de ver quien habia hablado con tal «gracia», tono , timbre , no parecia una novela era una parodia pero era ella ..asi ..tal cual es …que me ilumino tanto de alegria .Era «ella» , y como como cosa casual que aveces y pcas veces pasan ,tambien Carol Burnett y Lucill Ball son o fueron mis comicas mas importantes

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *