Alfredo Silva Estrada / El Nacional, 2005

Alfredo Silva Estrada

“Vivimos la dignidad sin estarla pregonando”

 La XII Semana Internacional de la Poesía de Caracas, que se realizará entre el 3 y el 7 de octubre de 2005, lo ha escogido para rendir homenaje a su figura y obra. Con este gesto, la Casa de la Poesía Pérez Bonalde hace un reconocimiento nacional a un intelectual de sólida y extensa obra poética, así como a un gran traductor y maestro de varias generaciones de poetas.

 Milagros Socorro

Después de ser un gran viajero y caminante, Alfredo Silva Estrada se encuentra un poco limitado en sus movimientos. “Más por temor que por un verdadero impedimento físico”, explica Sonia Sanoja, la gran bailarina, pionera de la danza contemporánea en Venezuela, su esposa y compañera. “Hace un tiempo tomó una medicina que le produjo serias complicaciones: trastabillaba y se caía. Ahora está bien, incluso hacemos ejercicios diariamente, pero prefiere estarse sentado”.

Nunca antes lo había visto personalmente y su apostura me sorprende. Desde su asiento observa la llegada de las periodistas con ojos de penetrante curiosidad e inteligencia. Recuerda al Marlon Brando de El Padrino, un hombre guapo cuyas atractivas facciones han encallado en cierto sobrepeso y en el paso de los años. Antes de darle la mano ya he visto que el monumental poeta caraqueño es un muchachón simpático y vital. Lo encontramos recostado en una de esas grandes poltronas con extensión para apoyar los pies. El que ocupa es uno de dos sillones idénticos, colocados muy juntos frente al televisor, en el recibo de su apartamento de Las Mercedes. Me instalo a su lado, tan cerca que rozo su brazo. El escaso mobiliario –que se completa con varios anaqueles de libros y algunas sillas sueltas- está dispuesto sobre un piso de madera que Sanoja usó hasta hace poco para dar clases de danza. El lugar tiene, pues, un aire de austera escenografía.

Reclino la espalda y quedo casi acostada. Parecemos dos pasajeros de primera clase, dos desconocidos obligados a conversar por algunas horas. Silva Estrada me hace preguntas pero éste es un viaje en que sólo él va a responderlas. Nada más comenzar la entrevista, llama a “Sonín” para que le traiga un libro, después otro y así.

Me había advertido por teléfono que sería un pésimo entrevistado. No es cierto pero tampoco es de los que se embalan a cada interrogante. No tiene ninguna intención de terciar en polémica alguna. Desde su infancia, le dijo a Rubén Wisotzki, cuando lo entrevistó en 1997, al recibir el Premio Nacional de Literatura, vive “en y para la poesía”. Además, estamos tan divinos en esas poltronas, con una estrella del ballet haciendo de dulce azafata, que no provoca sino dejar que el diálogo discurra a su aire.

 

La forma que no se agota

Alfredo Silva Estrada nació en Caracas, el 14 de mayo de 1933. Hizo la primaria en la Escuela Experimental Venezuela; y la secundaria, en el liceo Andrés Bello. Andariego desde muy joven, aprendió italiano, francés e inglés, lenguas –sobre todo las dos primeras- de las que ha traducido grandes poetas. En 2001, obtuvo el Gran Premio Internacional de Poesía que otorga la Bienal de Lieja, en Bélgica, conocido como el Nobel de la Poesía, que antes recayeron en poetas de la talla de Guiseppe Ungaretti, Saint John Perse, Octavio Paz y Jorge Guillén.

-Tú has escrito sobre Ida Gramcko –es lo primero que me dice-. De Ida admiro su energía para superar adversidades. La conocí cuando yo era muy joven y desde entonces fuimos amigos. Después vinieron otras cercanías, con Fernando Paz Castillo, Enriqueta Arvelo Larriva, Luisa Delvalle Silva; y en la plástica, también me sentí muy cerca de Elsa Gramcko, Gego y de Gert Leufert. Eso se conjugó con mi obra poética… es muy difícil hablar de uno mismo… hay cosas que están presentes y pasadas.

-Yo quería leerte –propone, como para que de una vez quede claro qué es lo que le interesa y cuáles son sus prioridades- una página de un libro mío, de ensayos, que se llama “La palabra trasmutada – La poesía como existencia” (Colección de Medio Siglo de la Contraloría General de la República, Caracas, 1989). Sonín, tráeme “La palabra…”

Lee el prefacio: “Poesía como experiencia y no como sólo experimentación formal, porque su material (el lenguaje) sólo es manipulable en la medida en que continuará siendo naciente e incitantemente elusivo. Dicción de lo que se ha llamado ‘los grandes lugares comunes del ser humano’: el amor, el dolor, el júbilo, la conciencia de la muerte… sentimientos universales que desde siempre han sido dichos, que siempre quedan por decir y que cada poeta, individualizándolos, los pronuncia con la intensidad de una primera vez.

“Poesía como lenguaje de revelación y, al mismo tiempo y en un solo movimiento, revelación en el lenguaje… en un lenguaje. Revelación ¿de qué? Precisamente, de lo que, en cierta forma y dentro de esa forma única, permanece en su secreto y en insistente surgimiento porque nunca se agota al confiársenos.”

-¿Por qué ha leído eso?

-Ese es mi único libro de reflexiones en prosa, todo lo demás ha sido obra poética. Esas reflexiones están, por supuesto, enraizadas en mi obra poética pero aquí vertidas sobre la poeta de otros poetas, como Francis Ponge, Vallejo, Jorge Guillén, Pierre Reverdy… en fin, obras que se fueron extendiendo en mis reflexiones.

 

Leopardi de memoria

-Usted es caraqueño.

-Sí. Yo nací en la urbanización El Conde, en una casa que ideó y mandó a construir mi padre, que se llamaba Pedro Vicente Silva y era carupanero. Yo nací en esa misma casa.

-¿Qué hacía su padre?

-Era un gran lector, pero se dedicó al comercio. Trabajó primero en el Automóvil Universal y luego en el Almacén Americano. Digamos que fue un comerciante con cierto espíritu de letras. Mi primer viaje, que fue a Italia, lo hice por complacerlo a él, porque le gustaban mucho los idiomas. Quizá engañándolo un poco porque le dije que iba a estudiar Medicina, cosa que nunca hice. Me inscribí en la Università per Stranieri di Perugia e hice algunos cursos de Historia del Arte.

-Aprendió italiano.

-Mucho. El italiano me captó muy profundamente. Yo soñaba en italiano. La poesía de Leopardi me apasionó. [Recita] “Sempre caro mi fu quest’ermo colle, / E questa siepe, che da tanta parte / De l’ultimo orizzonte il guardo esclude. / Ma sedendo e mirando, interminato / Spazio di là da quella, e sovrumani / Silenzi, e profondissima quiete / Io nel pensier mi fingo, ove per poco / Il cor non si spaura…”

“Se llama ‘El Infinito’. Te hago una traducción aproximada. [Traduce de memoria]. ‘Siempre amada me fue esta yerma loma / y esta maleza que de tantas partes / del último horizonte la mirada empece / mas sentado aquí y mirando interminables / espacios y profundísima quietud / yo en el pensamiento me fijo, donde por poco / el corazón no se espanta…”

-Tras esos nueve meses en Italia, usted regresó a Venezuela.

-Sí. Y conocí a Sonia. Poco tiempo después nos fuimos a París, donde estudié en la Sorbonne, con grandes maestros. Vivimos varios años en Francia, en varias etapas. Y, por supuesto, tuve la cercanía de poetas franceses. Una vez me acerqué a Francis Ponge, que era profesor en la Alianza Francesa, donde yo estudiaba. Yo era casi un adolescente y Ponge era un gran poeta. Con un tono altivo –que no le reproché, tenía toda la razón- me respondió que él consideraba muy difícil que yo pudiera traducir su obra porque él trabajaba “sobre el espesor semántico de la palabra”. Le contesté que, sin embargo, trataría de traducirlo. Y cuando Ponge recibió la traducción, bilingüe, me escribió una esquela donde me agradecía, imagínate tú, mi trabajo. [“De parte de las cosas”, de Francis Ponge, fue la primera traducción de Silva Estrada para Monte Ávila Editores. La primera edición apareció en 1971].

-¿Cómo llegó a la traducción?

-Creo que fue por “Las Iluminaciones”, de Rimbaud, que leí por primera vez en una traducción italiana. Eso me llevó a sentirme en otros poetas y en otras lenguas. Después ese amor por la traducción se afianzaría durante los casi veinte años que estuve haciendo un programa sobre poesía en la Radio Nacional, que se llamaba “Homenaje”; y todo el tiempo que escribí en periódicos, traduciendo poetas de diversas lenguas. Era un goce de estar en otras lenguas y cerca de la mía.

-Usted se graduó en Filosofía. ¿Qué influencia ha tenido eso es su poesía?

-Desde luego, nunca me he considerado filósofo. Y no sé si mi poesía tenga resonancias filosóficas, ojalá las tuviera. No quisiera caer en el ridículo si digo que mi poesía, más que cerebral, tiene mucho de sensualidad. Sensualidad en el lenguaje.

-En su obra es recurrente el tema de la casa.

-Sí. Será porque siempre he tenido presente el esfuerzo y la vitalidad de mi padre para hacer la casa donde nací. Yo me sentía feliz de estar en esa casa, que era pequeña pero muy linda. Se llamaba “El Chuare”, que es un sitio de Carúpano. Tenía una gran mata de palmera, unos pinos y un patio con un limonar.

 

Dignos y fraternos

-¿Usted se considera parte de la generación poética del 58?

-Yo nunca fui un poeta grupal. No me sentí identificado con el grupo Sardio o El Techo de la Ballena. Tampoco los adversaba, era amigo de ellos. No creo que pertenezca a una generación, porque siempre me sentí muy cerca de poetas de otras generaciones, como Vicente Gerbasi, Paz Castillo, Sánchez Peláez o Luis Fernando Álvarez.

-Alguien ha observado que la generación de los escritores del 58, con todas las diferencias que puedan tener entre sí, comparten una honda noción de dignidad: se han mantenido apartados de los cargos, de los honores, y han permanecido “en la dignidad de sus apartamentos”.

-Yo lo he sentido siempre así. Y lo veo en muchos poetas, sin tomar en cuenta su filiación política, como es el caso de Ana Enriqueta Terán, Elisa Lerner, Eugenio Montejo, Elizabeth Schöen. También en muchos que ya murieron. Es una dignidad que ninguno de nosotros está proclamando, es algo natural, que surge de cercanías. De una cercanía no complaciente sino fraterna.

-Y la lejanía, ¿de qué se siente distante?

-No siento la lejanía en poetas. Los poetas que admiro siempre están cerca.

-La Semana de la Poesía le hará un homenaje.

-Me ha alegrado mucho. Al principio me asustó un poco, porque yo he estado muy enconchado, por mis dificultades de movimiento. Pero lo superaré e iré

-Me dicen que usted es un gran tanguero.

-Tengo un gran repertorio de tangos y boleros. ¿Y tú? ¿Quieres cantar?

-Amanecí pensando en un tango.

-¿Cuál?

-Uno que dice: “Te oí decir: adiós, adiós”…

-“Cerré los ojos y oculté el dolor / sentí tus pasos cruzando la tarde / y no te atajaron mis manos cobardes. Mi corazón lloró de amor / y en el silencio resonó tu voz. / Tu voz querida, lejana y perdida, / tu voz que era mía, tu pálida voz…” Sonín, pásame el libro.

Y Sonia Sanoja, con ese andar felino, nos trajo un libraco que estuvimos alternándonos para cantar por un buen rato.

 

“No deben mezclarse poesía y política”

-En Venezuela –dice Alfredo Silva Estrada- la poesía tiene mucho que decir y creo que llega a quien tiene que llegarle, sin embadurnamientos políticos. Ella llega libremente. La poesía nunca ha sido un hecho político y, cuando lo ha sido, ha perdido fuerza. Lo perdió con Stalin y, más horriblemente, con el nazismo. Prefiero la poesía que asume la libertad. Por supuesto, uno no puede pretender que la política no existe; claro que existe.

Al preguntársele cómo percibe el actual momento venezolano, responde: “Hay mucha violencia y pobreza. Confío en que vendrán cosas mejores. Vivimos una situación muy difícil, muy sombría, que parece insuperable. Pero creo que llegará el momento en que veremos una luz. Algo se iluminará”.

 

 

Un comentario en “Alfredo Silva Estrada / El Nacional, 2005

  1. HOLA BUENAS TARDES, ME GUSTARIA DE SER POSIBLE COMUNICARME CON EL SENOR ALFREDO SILVA ESTRADA , QUISIERA QUE EL ME CONTARA UN POCO MAS SOBRE LA VIDA DE IDA Y ELSA GRAMCKO . MIS NUMEROS DE CONTACTO SON LOS SIGUIENTES 04144211612 04143904098 MI NOMBRE ES LISMARY COLOMBO

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