Qué importan los hechos / El Nacional, 1 de noviembre de 2009
Milagros Socorro
A comienzos de octubre el gobierno sacó sus gallinas al patio para cacarear el supuesto triunfo que implicaba el avance de cuatro puestos de Venezuela en el Índice de Desarrollo Humano, calculado anualmente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Según esta medición internacional, habíamos pasado del puesto del número 62 al 58, de un total de 182 países. Inmediatamente Jorge Giordani aseguró que ese Índice seguiría “creciendo para el 2008, consecuencia de la política implementada por el Gobierno Nacional desde el 2 febrero de 1999, cuando asume el poder el presidente Hugo Chávez, para poner la economía al servicio del ser humano”.
El ministro de Planificación hablaba en futuro de un crecimiento para el 2008, año que ya había pasado, porque el citado informe del PNUD recoge cifras del 2007, facilitadas, por cierto, por el propio gobierno a través del cuestionado Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en cuya sede se hizo el acto de lanzamiento del informe. ¿En qué indicios se basó Giordani para afirmar que el 2008 daría mejores cifras que el anterior? En ninguno. O en el mismo yacimiento de mentiras a donde acudió Chávez para decir que los pobres (y los empobrecidos, agregamos por aquí) de Venezuela no tenemos agua porque los ricos nos la quitan en el camino desviándola a sus piscinas y sus prados de césped. Es impresionante el aplomo y la impunidad con que se plantan delante de un país a mentirle, a estimular odios y a endilgar a otros las propias culpas.
Lo cierto es que nadie en su sano juicio podría decir, en noviembre de 2009, signado por falta de suministro de agua, apagones, inflación, recrudecimiento de la violencia, crisis sanitaria, presos políticos y nuevos controles a las libertades a través de Cadivi, que en Venezuela se incrementa el desarrollo humano. Pero la verdad es que tampoco podía afirmarse en 2007, cuando todas estas desgracias dejaban oír su taconeo.
La explicación para este abismo entre la realidad y la idea de desarrollo –al margen de la propaganda oficial y la manipulación de las cifras que, sin duda, hace el INE- la ofrece una publicación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), titulada “Calidad de vida más allá de los hechos. A partir de un sondeo entre residentes de la región se observó que las percepciones sobre la calidad de vida suelen diferir mucho de la realidad.
“A través de América Latina, las personas con ingresos más altos se sienten menos satisfechas con los resultados de las políticas de salud, educación. Todo es cuestión de expectativas: Guatemala y Venezuela aparecen con opiniones muy benignas para sus condiciones objetivas de desarrollo humano, mientras que la gente de Argentina, Chile, Perú y Trinidad y Tobago menosprecia sus logros”.
El informe del BID alude a la paradoja de la educación: “Venezuela, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Honduras y República Dominicana exhiben niveles más altos de satisfacción con su educación que Japón, aunque los resultados de las pruebas de los estudiantes de esos países son 35% más bajos, en promedio, que los de los estudiantes japoneses. Costa Rica, Venezuela y Nicaragua son los países con los niveles de satisfacción más altos de la región, y más de 80% de los encuestados indicaron que se sienten satisfechos con su sistema de educación”.
Lo más asombroso es que un país con más de la mitad de la población económicamente activa en la economía informal –que deja fuera a los trabajadores de toda forma de estabilidad y seguridad social, al tiempo que incrementa las jornadas laborales-, como es Venezuela, es, a la vez, “el país con el mayor nivel de satisfacción en el trabajo”.
La explicación se encuentra unas páginas más adelante: “Los sectores más pobres y menos educados de la población tienen una mejor opinión de las políticas sociales que los individuos más ricos o con mejor educación de los mismos países. La falta de aspiraciones debilita las demandas de los pobres por mejores servicios de educación, salud y protección social frente a los grupos de ingresos medios o altos que cuentan con más información e influencia política. (…) Está además el problema de que las evaluaciones que los individuos hacen de sus propias vidas son fácilmente manipulables externamente, y están afectadas por sesgos de autocomplacencia, especialmente entre los individuos que cuentan con menos oportunidades”.