Disfraces
Milagros Socorro
Que los estudiantes alzados en protestas en toda la extensión del territorio nacional son “fascistas disfrazados”, ha dicho uno de los lengua mocha del régimen (curiosa característica de buena parte de los voceros de la revolución corrupta, chapucera y autoritaria es esa dicción de analfabetas o de quien masca un trapo mientras repite consignas). No toma en cuenta el gris ministro que esos bachilleres que, sin duda, saldrán un día no lejano a las calles no a incendiarlas sino a celebrar un nuevo 23 de enero, provienen de la sociedad. Son hijos de familias que han hecho enormes esfuerzos para que ellos ingresen en la universidad y obtengan una formación que les asegure una vida mejor. Son, sobre todo, portadores de una inmensa esperanza: cada bachiller que llega a un aula universitaria ha superado miles de escollos. En su mayoría son la prueba viviente de la voluntad de sus padres (sobre todo, de sus madres y abuelas), quienes han debido sortear el grave deterioro de la educación primaria, la falta de liceos, el descalabro de la infraestructura educativa, la ausencia de guarderías, comedores escolares, transporte escolar gratuito, laboratorios, elencos docentes completos (ya se sabe que hay estudiantes que concluyen el bachillerato sin haber cursado materias obligatorias porque nunca tuvieron el profesorado correspondiente) y ya no digamos remunerados de manera digna.
Los estudiantes enfrentados a la banda hamponil que ejerce la dictadura en Venezuela no se inmutan ante los insultos; más aún, no los consideran tales, provenientes como son de quienes han labrado la destrucción que ellos habrán de remontar. Plantados ante la represión con sus caras descubiertas, sin capuchas, sin piedras, sin armas, sin prontuarios, sin eternidades en las aulas (en la Universidad del Zulia, hablo de lo que conozco, había “dirigentes estudiantiles” que desafiaban décadas en esa condición), los estudiantes son lo contrario de los disfraces: son ellos mismos y no llevan máscaras. Son, además, lo contrario del disfraz de “hombre nuevo” cuyo vestuario no es de fieltro ni de satén sino de beca de la misión, pistola, moto… y charco de sangre para yacer como víctima o como victimario.
Los carnavales del 92 se distinguieron por los “disfraces de Chávez” lucidos por muchos niños, días después del golpe de Estado en el que éste inició su carrera de fracasos. Era bonito, incluso para quienes experimentamos inmediato –e inalterable- desprecio hacia el felón. Simbolizaba el desencanto de la sociedad frente a una democracia que no había honrado antiguos compromisos de inclusión y legalidad, así como su anhelo de cambio.
Ya nadie se disfraza de militar golpista, a excepción de los judas de semana santa, porque Chávez resultó un gran disfraz, una mentira sin límites: prodigó hambre y envilecimiento entre quienes pedían pan y oportunidades; atestó las cárceles con gente que pedía ampliación a las libertades; entregó la soberanía y los espacios más complejos a la canalla de Fidel Castro; en una sociedad que clamaba por controles a la corrupción, pervirtió a millones convirtiéndolos en cómplices y observadores silenciosos de la destrucción. En un país de jóvenes que reclamaban el liderazgo para su generación impuso a José Vicente Rangel y Alí Rodríguez Araque, cimas de travestismo: son grandes mediocridades que han vivido disfrazados de perversión; pasan siempre por cínicos y malvados, lo que no voy a regatearles, pero, principalmente, son figurones provincianos carentes de ideas, fundaciones o aportes. Dueños de un perfil de “muy mala persona”, que les cuelgan quienes los conocen desde los inicios de sus fechorías, se han arropado en ello para tapar su medianía. Al compararlos con sus equivalentes en los gobiernos de Chile, Colombia o Brasil se ve que estos gigantes de la iniquidad no son más que unos viejos intrigantes sin ninguna estatura intelectual.
Que “no lograrán incendiar las calles”, dice el funcionario con la pronunciación de quien mascotea turrón sin dientes, “porque aquí hay un gobierno y unas instituciones”. Bueno, que lo demuestre, porque si no los secuestradores que se llevan mujeres de las puertas de los colegios seguirán dando motivos para concluir que ese gobierno y esas instituciones están confiscadas por disfraces de payaso.
El Nacional, 14 – 02 – 2010
Gracias por estar ahí, por ser la mirada aguda que no se rinde, que no se acobarda. Tus palabras son aliciente para los que resistimos, aire para los pechos que se cansan, manos para la protesta y el amor, por esta nación que nos duele y de la cual no nos saca nadie…gracias milagros socorro.
Gracias, por esta lectura. Me gusta su irreverencia, aunque admito que, a veces, me parece un tanto grosera. Creo que por eso me gusta.
Saludos, una estudiante de la Universidad del Zulia.
No sabes lo que me gustan tus artículos. Ese rosario inagotable de adjetivos para los incalificables.
Gracias por la fuerza, por la valentía por el estímulo.
Algunos de tus artículos los he reenviado a mis contactos…Ahhh pero el de El cigala lo copí en mi blog. Por cierto. cuando puedas pasa por allá que edité a Alexis Correia tu colega en el Nacional. Me gustaría que revisaras lo que hice