Bolívar y los terroristas
Milagros Socorro
No deberíamos escribir de nada distinto al fin de semana –el del 14 al 16 de marzo- que puso a Caracas en la cima de las ciudades más violenta del mundo. En tres días con sus noches murieron 67 personas por mano criminal. Una cosecha superior a la recogida por el tenebroso narcotráfico mexicano en los mismos días.
Ese festín de fuego y sangre es la representación cabal y fidedigna de lo que estamos viviendo: un país sin ley, donde la crueldad es la base de las relaciones entre las personas; una sociedad que no ofrece oportunidades a la inmensa mayoría de los ciudadanos, donde la educación es una tragedia, donde cada vez hay menos empleo y cauces para que los jóvenes se procuren el sustento; donde es normal andar con un arma y que ésta sea la medida de todos los intercambios. Un país donde la pobreza material y moral se multiplica cada día, sin que se avizore una mínima enmienda.
Esos 67 muertos nos interpelan con voz estentórea: el país se desmorona y sus cenizas caen sobre las cabezas de todos los venezolanos. No deberíamos, pues, pensar en otra cosa, analizar más nada ni acometer otro asunto que no sea este río de sangre cuyo caudal crece hora con hora.
Vil manifestación de esa correntada de destrucción es el ataque del 16 de marzo al rectorado de la Universidad Central de Venezuela. Se trata de una brutalidad sin nombre. Y no aspiro a ponérselo. Insisto: nada es tan terrible como una vida humana segada por la violencia. Nada es tan lamentable como un hombre herido, un vigilante amenazado con una pistola, un trabajador intimidado por un grupo terrorista.
Me referiré, entonces, a las implicaciones menores derivadas de la acción de la banda de encapuchados que atacó las oficinas de los pisos 1 y 2 del Rectorado de la UCV. En el primer piso de ese edificio de tres plantas, de aproximadamente mil metros cuadrados cada una, están el despacho de la rectora y el de la
Secretaría. En la planta baja se encuentran las dependencias técnicas (como Control de Estudios). Y el segundo piso alberga a los vicerrectorados Académico y Administrativo.
En el camino hasta el lugar escogido para detonar las bombas, la sombra de los criminales se deslizó sobre muros recubiertos de cuadrados de vidrio italiano, pintados, en cada piso, de un color diferente. Todo lo que hay allí fue concebido por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva, quien concibió la Ciudad Universitaria, que sería construida entre 1943 y 1960, en los terrenos de la hacienda Ibarra, propiedad donada por Simón Bolívar a la antigua Real y Pontificia Universidad de Caracas, luego de su reorganización bajo los estatutos republicanos que la convirtieron en la Universidad Central de Venezuela.
La oficina del Rectorado, que despierta tanto odio en delincuentes todavía no atrapados por las autoridades, tiene varios espacios. En uno de ellos se atesora el escritorio (y la silla) de José María Vargas, rector de 1827 al 29; redactor, con Simón Bolívar y José Rafael Revenga, de los Estatutos Republicanos de la Universidad de Caracas, que la dotaban de plena autonomía, carácter secular, rentas y democracia. Este documento fue escrito el 24 de junio de 1827, durante la última visita del Libertador a Caracas, ocasión que aprovechó para donar las haciendas de Chuao, Cata y Tácata a la Universidad para que le sirvieran de sustento económico. Un gesto que el doctor Vargas emuló después al legar dos casas para que la Universidad las alquilara y usara el producto del arriendo para premiar a los mejores estudiantes y estimular la investigación. También donó su escritorio, en el que destaca la primorosa talla en madera. No por nada José María Vargas fue honrado por el Libertador como uno de los albaceas de su herencia.
Detrás de ese escritorio hay una vitrina donde se atesora un libro que perteneció a Bolívar, el “Opere”, (sobre operaciones militares), de Raimondo Montucuccoli, que había integrado la biblioteca de Napoleón Bonaparte y fue obsequiado a Bolívar por su amigo el Gral Wilson, y que el gran caraqueño donó al Universidad, tal como consta en el punto Nº 7 de su testamento.
Si al gobierno “bolivariano” no le importan las muertes de venezolanos ni el intento –por lo demás, inútil- de sembrar el caos y la intimidación en la universidad, debería procurar, al menos, mantener al terrorismo lejos de las reliquias de los próceres que escogieron ese ámbito para preservas sus cositas.
El Nacional, 21 de marzo de 2010
…comentario: sin comentarios,que barbaridad!!
Este comportamiento y lo continuo de su ocurrencia es la manisfestación de la impotencia de estos degenerados por no poder comprar la "luz" ,tienen el poder y el dinero, pero le falta el conocimiento, la comprensión y la inteligencia…creen que destruyendo la universidad destruyen el saber y la oportunidad de estudiar y sueñan con el día en que todos sean básicos, elementales y primarios, estos seres que a fuerza de viveza,
astucia, violencia e inmoralidad han llegado al nivel mas alto que pueden alcanzar, estan empeñados en volver a la Edad del Oscurantismo. En fin, carecen de argumentos ante la inteligencia.
Entretenido e interesante el blog, estuve un rato leyendo, la Joda Nacioanl no descansa…saludos,
JD