Dawn Fraser, la sirena australiana

 Dawn Fraser, la sirena australiana

 Milagros Socorro

 Cuando Dawn Fraser sacó la cabeza de la piscina supo que esa noche podría por fin ponerse un vestido escotado y dejar que el alcohol fluyera libremente por su garganta. Acababa de coronar con una medalla de oro los esfuerzos de toda su vida.

En 1956 se realizaron en Melbourne, Australia, los XVI Juegos Olímpicos de la modernidad, era la primera vez que la gran cumbre del deporte mundial se celebraba en el hemisferio sur. Dawn tenía entonces dieciocho años, había nacido en Sidney el 4 de septiembre de 1934, en una familia de la clase modesta australiana, compuesta por sus padres y sus seis hermanos. Antes de cumplir los siete años, esta niña se topó por primera vez con el rostro del infortunio, visión que jalonaría una vida marcada también por el éxito. A los seis años el médico le diagnosticó una pleuresía combinada con un principio de tuberculosis y al pie del récipe le prescribió la natación. Fue así como empezó a dar brazadas en el río Parramatta, acompañada de uno de sus hermanos. Pocos años después este primer compañero de los silencios acuáticos caería víctima de la leucemia y su padre moriría de tuberculosis. La desgracia cerraba el primer círculo en la peripecia de Dawn Fraser.

Pero ese verano del 56, la sirena australiana estaba dispuesta a desquitarse. En su propio patio y rebosante de vitalidad, Dawn Fraser batió dos récords mundiales que le acarrearon un par de medallas de oro: una en los 100 metros (1 minuto 2 segundos) y la otra formando parte en el relevo 4 x 100 (4 minutos 17 segundos 1 décima). En esas Olimpíadas, la Unión Soviética, con su segunda participación en los Juegos, se alzó con el mayor número de preseas (37 medallas de oro contra 32 de los Estados Unidos) lo que vino a quebrar el monopolio ejercido por los Estados Unidos desde la reanudación de los Juegos en 1896 (con una solitaria excepción introducida por los alemanes en 1936). Pero a pesar de este cambio en el mapa de las marcas, de tan alta significación política, fue la imagen de Dawn Fraser la que se convirtió en emblema de Melbourne-56 y sus anchas espaldas todavía goteando al emerger de la piscina se hicieron famosas en todo el mundo.

Ese año la competencia por acaparar centímetros en los periódicos era ardua. La mujer triunfadora parecía estar inaugurando una moda. En 1956, la francesa Francoise Sagan se convirtió en figura de culto tras la publicación de su novela Buenos días, tristeza. Grace Kelly, que ese año estrenó High Society, se casó con el príncipe Rainiero de Mónaco con lo cual la hija de un albañil de Filadelfia pasó a codearse con la nobleza europea. Marilyn Monroe, que acababa de estrenar Bus stop, contrajo nupcias con Arthur Miller tras abandonar, en 1955, a otro aristócrata de este siglo, Joe DiMaggio. Ingrid Bergman reapareció en Hollywood con Anastasia, film que selló el perdón de la industria norteamericana a esta actriz execrada varios años por haber abandonado a su esposo, un amable médico sueco, para correr a los brazos de Rossellini. Y las niñas de todo el mundo hacían alardes de una sensualidad hasta el momento reservada a la intimidad del claustro conyugal al enrojecer y despelucarse entre alaridos ante los contorsiones de Elvis Presley que en 1956 grabó ni más ni menos que Love me tender y Don’t be cruel.

Súbitamente célebre, Fraser se rebeló a su entrenador y comenzó a dedicar menos tiempo a los entrenamientos que a una dolce vita negada hasta entonces para una muchacha de clase media baja. Sin embargo, sus registros permanecieron intactos. En Roma ‘60 se hizo nuevamente de dos medallas doradas. En 1962, durante los Juegos de la Commonwealth, en Melbourne, logró bajar la marca de los 100 metros a menos de un minuto (59 segundos 9 décimas). Y en febrero del 64 la redujo un segundo más para bordar un registro que permanecería imbatible por ocho años. En el verano del 64, en los Juegos de Tokio, volvió a vencer a en los 100 metros. Tenía veintisiete años y era la tercera justa olímpica para Dawn.

En marzo del 64, el horror volvió a mostrarle su risa helada. La madre de Dawn murió cuando el carro que la campeona manejaba se estrelló. Curioso, la misma muerte que aguardaría a Grace Kelly -que abandonó su carrera cuando la de Fraser estaba en alza- en una carretera de la Costa Azul.

Dawn abandonó para siempre las anchas piscinas y la vigilancia del cronómetro cuando fue descalificada a raíz de la publicación de sus memorias Yo gané una medalla, donde defendía el profesionalismo de los atletas. Se casó, tuvo una hija y poco después de su separación, su ex marido se mató en un accidente automovilístico en 1979. Desde entonces, la australiana de cuerpo de barquilla vive retirada al frente de su hotel Riverview en el barrio de Balmain.

 

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