Ana Teresa Torres
Con un discurso crítico sobre la conciencia del intelectual ante las coyunturas políticas que exigen su pronunciamiento, la escritora caraqueña se incorpora hoy a la Academia Venezolana de la Lengua. Será la tercera mujer, después de Lucila Palacios y María Josefina Tejera, que ingrese a la institución.
-¿Qué pensó cuando la invitaron a incorporarse a la Academia?
-Fue una gran sorpresa porque no se me había pasado por la mente que ellos pensaran en mí entre tantas personas con grandes méritos para ser elegibles. Desde luego, fue una sorpresa honrosa y un gesto muy generoso de parte de ellos: no es frecuente que ingrese una novelista; porque la Academia, por sus mismas funciones, suele estar integrada por especialistas de lingüística o lexicografía.
-¿Qué idea tiene de la Academia de la Lengua?
-Las academias venezolanas, todas, no sólo la de la Lengua, son un residuo de la tradición ilustrada y civil venezolana, que pareciera estar desaparecida o haberse difuminado. Pero no es así. Esa tradición está presente. Y, en ese sentido, la propia existencia de las academias, más allá de sus funciones específicas, le puede recordar a los venezolanos que existe esa tradición. Que la hemos tenido siempre. No es la tradición que ha predominado, eso es evidente, pero la tenemos: Venezuela no es un país de barbarie. Es un país donde a veces la barbarie predomina pero donde convive una reserva intelectual y moral de gran relevancia y persistencia. Por eso, pertenecer a ella me consuela.
Las academias de la Lengua tienen como objetivo central el trabajo sobre la lengua, en el sentido de su normalización y registro de las particularidades de cada comunidad de hablantes. Entiendo que, anteriormente, se tomaba como referencia al español de España y que la Academia Española mantenía una hegemonía, que, sin duda, conserva, pero ha habido una notable apertura hacia “los españoles” que se hablan en los 22 países de habla hispana. Se le ha dado mayor valoración a la lengua que hablamos en América Latina y, por consiguiente, se la ha dado mayor importancia a nuestras academias, que ya no se consideran meros apéndices de la Academia de la Lengua sino participantes en un plano de igualdad.
-Cuando habla del objetivo de la Academia, ¿se refiere a una función de fiscal de la lengua?
-No. No creo que se trate de una función de fiscalía sino de cuidado, de protección. No sólo contra el uso de incorrecciones sino también a favor de las incorporación de nuevos términos, porque la lengua es un ser vivo cuyos sucesivos modelados deben ser admitidos por la Academia. Desde luego, no hay una lengua culta, por un lado, y una mal hablada, por la otra. Hay una lengua viva que se va enriqueciendo con los aportes de sus hablantes. Estos son temas en lo que yo no creo que pueda aportar nada, porque exigen un conocimiento especializado del que carezco. Mi aporte, me imagino, vendrá por el lado de la literatura. ¿Cómo, de qué manera? No sé. No tengo un plan. Ya me orientará Oscar Sambrano Urdaneta, presidente de la Academia, e intelectual dedicado a la literatura. Claro que tampoco estoy sola, en la Academia hay varios escritores, poetas, narradores y ensayistas.
-¿Admite usted, sin embargo, que hay una lengua mal hablada, atropellada, desvalorizada?
-Sí, cómo no. Yo creo que hay un deterioro lingüístico en Venezuela bastante notable. No puedo dar cifras ni estadísticas, es la impresión de una persona que escucha los medios de comunicación y se relaciona en la calle o a través del teléfono con los usuarios de la lengua de su país. A partir de esa perspectiva, concluyo que el deterioro de la lengua, sobre todo en los jóvenes, es muy notorio. Se evidencia en la dicción, en la dificultad para comprender lo que se les dice y en la construcción de las frases. Eso nos remite a la educación formal, por supuesto, donde tiene que haberse producido una crisis muy honda para que los venezolanos se expresen como lo hacen. Y no estoy postulando una actitud puritana con respecto a la lengua, sino una construcción eficiente, normal, en cuyo marco todos cometemos errores, si lo vemos con la lupa de la sintaxis. Y este deterioro no es reciente, ya tiene unos cuantos años.
-¿En qué se evidencia ese deterioro? ¿Usted está hablando de raquitismo lexical, de palabras dichas en lugar de otra (la correcta) o de descuido en la dicción?
-Lo más preocupante es la dificultad de inteligibilidad que se aprecia en muchas conversaciones. Porque si una persona no logra formular de manera comprensible lo que quiere decir, eso indica que también tiene problemas para pensar: lo que uno dice traduce lo que piensa. Por eso, lo preocupante no es que la persona emplee mal un verbo, repite una palabra porque carece de sinónimos o no sabe conjugar en subjuntivo, eso no es tan grave. Lo alarmante es que no sepa articular con claridad las ideas; y como interlocutora percibo esa dificultad, simplemente porque no entiendo lo que me está diciendo. Éste es un problema que presentan hablantes de todas las clases y niveles educativos. Hay personas que han tenido poca educación formal y se hacen entender perfectamente; así como hay otras, con mayor educación, que no logran expresarse. Me pregunto si no será que quieren hablar de una manera “superior” a la que verdaderamente conocen y manejan, y terminan armándose una galleta. La dicción también ha empeorado, puede ser que yo tenga defectos de audición hoy en día. No lo descarto. Pero el caso es que con frecuencia tengo que escuchar varias veces un mensaje en la grabadora hasta captar el nombre de quien me ha llamado y en qué consiste el recado. Esto me preocupa y, de alguna forma, me hiere, esa lucha de una persona por expresar ideas que casi siempre son muy sencillas. La verdad es que Venezuela, en comparación con el resto de América Latina, está muy en desventaja en materia verbal. No hay duda de que se ha producido una descapitalización de nuestro patrimonio expresivo.
-Usted fue terapeuta psicoanalítica por muchos años. Éste es un desempeño estrictamente discursivo, no tiene más recursos que el verbal. Un paciente que no es capaz de ponerle nombre a su padecimiento, ¿puede salir de él a través de la verbalización de sus conflictos?
-Hace mucho tiempo que no ejerzo la clínica pero, efectivamente, la práctica que hice era exclusivamente de lenguaje, porque el psicoanálisis no tiene otro instrumento. Por eso mi labor terapéutica y mi trabajo como escritora son diversos, sí, pero tienen una única herramienta en común, que es el lenguaje. Por el lado del analista, el lenguaje debe ser muy preciso, que acierte a poner las palabras que quedan vacías por parte del analizado. Requiere, por eso, que el analizado pueda comprender esta dialéctica, porque no va a ocurrir otra cosa que un intercambio de palabras. En ese ámbito, la palabra tiene posibilidades benéficas, restaurativas, y posibilidades dañinas. Se puede herir mucho con las palabras.
-Es decir, que la palabra cura…
-…pero también puede matar. Uno de los temas a analizar en la Venezuela reciente es la agresividad del discurso. Eso, sin duda, ha causado un daño simbólico al país. Al ofender sin medir las consecuencias, aquí se ha producido un desmedro de la subjetividad en el que todos hemos terminado por participar. Quizá estoy hablando como escritora, que confiere un gran valor a la palabra, pero no creo en eso de atender sólo a lo que alguien hace y no a lo que dice. Hablar es actuar, el lenguaje es una acción, que puede dañar muy profundamente la subjetividad de una persona o un colectivo. Y, sobre todo, que impide al agraviado resarcirse, salvo de la misma manera: tú me insultas, yo te insulto. Ése es el clima que ha privado en Venezuela en los últimos tiempos, porque muchos han considerado que el discurso agresivo, acorralante, es útil políticamente. Yo no soy politóloga y no sé si, finalmente, es útil o no, pero como ciudadana lo percibo como algo muy dañino, porque radicaliza posiciones e impide el diálogo. Y, definitivamente, puedo afirmar que ha sido el poder político quien introdujo la variante.
-¿Qué función le concede al discurso de ficción (narrativa y dramaturgia)?
-Tiene varias. Primero, una función estética y de disfrute. Y, luego, tiene la función de producir en el lector la entrada a otros mundos distintos al suyo. La ficción te saca de tu pequeño mundo y te traslada a otros, paralelos, que no conoces o que enriquecen el tuyo a través de otras vivencias. Ese ingreso a otros puntos de vista aumenta el capital subjetivo del lector. E incrementa su capacidad de comprender la vida.
-¿Sobre qué versará su discurso de incorporación?
– Se va a salir de la ortodoxia, en el sentido de que no tratará de temas literarios venezolanos. Voy a hablar sobre la conciencia del intelectual como representante de una racionalidad ante las situaciones políticas y sociales. Para eso, revisaré algunos casos de escritores internacionales.
-¿Cuál es la idea central de su exposición?
-Será una crítica a la noción del intelectual como autoridad moral: no necesariamente, porque un intelectual sea alguien muy valioso, su conciencia y su discurso político son válidos y deben tomarse como grandes verdades. Muchas veces, los grandes escritores tienen discursos políticos infames. Mi discurso será una gran pregunta: ¿qué hacemos los escritores e intelectuales cuando las situaciones políticas nos reclaman una voz?
-¿Cómo cree que ha funcionado en Venezuela esa apelación?
-En estos tiempos ha habido una vuelta a la exigencia de que los intelectuales se expidieran en sus opiniones. Cosa que hicimos, muchas veces. Y a mí me gusta más colocar el asunto en el plano de la ciudadanía: somos ciudadanos y, como tales, defendemos unas ideas que serán distintas a las de otros ciudadanos. Lo que me preocupa es la operación de mercadeo ideológico mediante la cual los juicios políticos emitidos por una figura célebre de la literatura son tomados como el pronunciamiento de un oráculo. Mi discurso recogerá una inquietud al respecto, que he mantenido en los últimos tiempos. Y planteará más interrogantes que certezas.
La academia observa los medios de comunicación
Señora de la letra F
Ana Teresa Torres (Caracas, 1945) tiene, hasta la fecha, dos vidas. La primera como psicóloga y psicoanalista, y profesora de la Universidad Central de Venezuela en esa especialidad. En esa primera vida publicó tres libros: “Elegir la neurosis” (1992), “El amor como síntoma” (1993) y “Territorios eróticos” (1998).
Hasta que llegó el momento en que cerró el consultorio, se despidió de pacientes y alumnos, e inició la etapa vital que le ha deparado un lugar en la cultura venezolana. Su primera novela, “El exilio del tiempo” (Monte Ávila Editores,1990), fue premiada por el Concejo Municipal del Distrito Federal y por el Conac. A ésta seguirían: “Doña Inés contra el olvido” (Monte Ávila Editores, 1992), Premio de Novela en la Bienal Picón Salas y Premio Pegasus de Literatura de la Mobil Corporation de 1998 a la mejor novela venezolana de la década; “Vagas desapariciones” (Grijalbo, 1997); “Malena de cinco mundos” (Literal Books, Washington DC, 1997 / Editorial Blanca Pantin, Caracas, 2000); “Los últimos espectadores del Potemkin” (Monte Ávila, 1999) Premio Municipal (Caracas, 2000); “La favorita del Señor” (Editorial Blanca Pantin / Y la nave va, 2001); y “El corazón del otro” (Colección Alfa 7 de Alfadil, 2005).
También ha publicado “Cuentos completos 1966-2001” (El otro, el mismo, 2002); el volumen de ensayos “A beneficio de inventario” (Memorias de Altagracia, 2000); y la monumental investigación “El hilo de la voz Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX” (escrito con Yolanda Pantin, Fundación Polar / Angria Ediciones, 2003).
En el año 2001, Ana Teresa Torres recibió el prestigioso premio de la Fundación Anna Seghers, en Berlín.