Entrevista con José Agustín Catalá / El Nacional, 2005

José Agustín Catalá sigue en su puesto de combate

 “Mi satisfacción más grande es tener 90 años y ser un limpio”

 Editor de centenares de títulos que van desde la diatriba política hasta la poesía, pasando por la historia, la crónica, el ensayo cinematográfico… en fin, el editor venezolano por excelencia se convirtió en nonagenario este 11 de febrero. Aquí despliega su angustia, su pasión y su gran sentido del humor.

 Milagros Socorro

 -El país ha cambiado mucho desde el año 34, cuando usted tenía 19 años y fue hecho preso por primera vez, acusado de difundir un texto filosófico que la policía del general Gómez consideró comunista. Desde su perspectiva, ¿en qué ha cambiado el país, desde el 34, cuando lo empezaron a perseguir por escribir o editar críticas a los gobiernos?

-Hay un cambio muy radical: las prisiones de ahora están legalizadas por unos tribunales entregados a la represión para hacerle el coro al gobierno de turno. Pero lo más grave es que ignoramos hacia dónde vamos, hacia dónde nos llevan, porque los procesos de persecución, tortura y muerte comienzan por caminos como lo que estamos transitando ahora. Cuando se inició la tortura con Pérez Jiménez, los compañeros se horrorizaban porque la tortura consistía en obligarlo a uno a pararse en las puntas de los pies, con las manos apoyadas en la pared, y dejarnos así por días. Esa tortura fue creciendo y yo llegué a ver cómo se destrozaba a un hombre en la cámara de tortura de la Seguridad Nacional.

-Usted ha escrito sobre las torturas a compañeros suyos de prisión pero nunca ha contado su propia experiencia. [En 1974, el escritor José Vicente Abreu, autor de “Se llamaba S.N.”, yerno de Catalá, dijo en un artículo que éste “se ha negado sistemáticamente a contarlo”].

-Te advierto que no he querido hablar nunca de eso, pero te lo voy a contar. Yo estuve detenido, después de un largo proceso de persecuciones tras la edición del Libro Negro [publicación clandestina que denunciaba y describía los abusos de la dictadura, los secuestros, las detenciones, las torturas, los traslados a Guasina, las confiscaciones a las libertades, fue editado en octubre de 1952]. Esa prisión ocurrió después del asesinato de Leonardo Ruiz Pineda [perpetrado en San Agustín del Sur, el 21 de octubre de 1952], ya el libro estaba en la calle. Ya yo había sido detenido muchas veces para asistir a interrogatorios por papeles clandestinos que circulaban. Esta vez fui y me hizo el honor de interrogarme el jefe de la policía, que era Pedro Estrada, quien cayó en una equivocación que le resultó muy molesta porque me acusó de haber escondido los archivos de Ruiz Pineda. Y yo le dije: “Mal podría yo, señor Estrada, esconder esos archivos cuando yo estaba preso en la Cárcel Modelo el día que mataron a Ruiz Pineda”. Me mandó otra vez a la Cárcel Modelo. La anterior vez que yo había estado allí, el bachiller Luis Castro, jefe de la sección política, me había advertido que la próxima vez que me llevaran allí no sería para interrogarme sino para aplicarme “el procedimiento acostumbrado”. Una mañana me vinieron a buscar para trasladarme de la Cárcel Modelo a la Seguridad Nacional. Nunca olvidaré la cara de Ramón J. Velásquez, que estaba preso conmigo, cuando me vio salir con los esbirros. Llegué al cuartel de la policía, que estaba en El Paraíso, y me pasaron directamente a la tortura.

 Cuatro días con los monstruos

-¿Qué pasó entonces?

-Me arrancaron la ropa y empezó eso… Había una tortura que consistía en obligar a los detenidos a pararse en el borde del ring de un automóvil. Para mí eso era terrible porque tengo los pies planos. Me caía a rato del ring y entonces la situación era peor porque me caían a palos. Conmigo, en mis mismas condiciones, se encontraban dos detenidos más: un obrero autobusero, que en ese entonces se decía que era obrero “miquilinero”, llamado Crisanto Camacho, y Fabián de León. Yo he contado lo que le ocurrió a éste.

-¿Qué le ocurrió a usted?

-Tanto el torturador como el torturado llegan a un estado bestial. Los torturadores eran jóvenes que se volvían locos. Hoy los calificarían de drogados. Se solazaban en el dolor de los demás, dándonos palos y peinillazos, saltando sobre nosotros. En eso nos estuvieron cuatro días. Tirados en un piso de cemento frío. Cuando ya estaba prácticamente inconsciente por el dolor, por las heridas, los magullamientos y los hematomas en todo el cuerpo, entró Ulises Ortega, uno de los peores criminales del grupo de Estrada, a quien yo había denominado El Monstruo, se acercó a mí, que estaba tirado en el piso, abrió los ojos como una fiera, le quitó la peinilla al vigilante, me levantó por los cabellos y me cayó a planazos mientras gritaba como un loco: “yo soy el monstruo, yo soy el monstruo”. Fue terrible. Al cuarto día nos arrojaron en un calabozo.

-¿Por qué usted se había negado a hablar de su experiencia y se valía siempre del expediente de relatar la de otros?

-Porque tras la caída de Pérez Jiménez el relato de la víctima, sobre todo de los que en realidad no pasaron por eso, se convirtió en una forma de acceso al poder y los privilegios. Hubo mucha gente que se aprovechó de la situación para fungir de héroe. Y muy rara vez se habló de las brutales torturas y represiones de los obreros y campesinos con quienes yo me vinculé mucho en la cárcel. Quise compartir con ellos el silencio de su martirio. Cuando Rómulo Betancourt, que fue mi gran amigo de toda la vida, llegó a la Presidencia de la República, me llamó para que trabajara con él en Miraflores. Un día me dijo que algunos ministros se habían quejado de que habían venido a hablar conmigo y habían tenido que esperar para ser atendidos. “Efectivamente”, le dije, “yo tengo mis preferencias”. Betancourt me dijo que él conocía mis debilidades femeninas. Pero yo le aclaré que no era eso, que eran preferencias masculinas: yo recibía primero a los que volvieron de Guasina, a los que estuvieron en las cárceles conmigo. Ésos tenían prioridad. “Estoy satisfecho de que sea así”, me dijo Rómulo.

 Palos y delaciones

-¿Qué sostiene a una persona durante la tortura? ¿En qué piensa?

-Los que se debilitan más durante la tortura son los jóvenes, por su deseo de vivir. Cuando se trata de personas maduras, por lo general aguantan más. Yo vi entrar montones de gente a la cárcel por delaciones, porque algunos detenidos habían sido débiles en la tortura y delataban a sus compañeros. La cárcel no sólo convirtió a algunos en víctima de los palos sino que los convirtió en delatores… no sé qué es peor.

-A usted, ¿qué lo sostuvo?

-La gente que estaba detrás de mí, que estaba comprometida conmigo y que me había ayudado en la confección del Libro Negro, que se hizo en las condiciones más precarias pero con el compromiso y el riesgo de mucha gente. Cómo iba yo a mirar a esa gente a la cara si los delataba y los sometía a aquel infierno. Me imagino que eso me sostuvo.

-¿Cómo se hace para no enloquecer de dolor, de rabia, de humillación?

-En medio de eso, uno tiene sus momentos de aliento, de empeño en subsistir para continuar la lucha y para contar todo lo que ocurría allí, para que no olvidara. Para mí fue muy importante el hecho de ver torturados que habían tenido actitudes muy honrosas.

 La muerte será un alivio

-Ahora no se ha llegado a eso –prosigue Catalá-. Este gobierno ha activado las venganzas matando la gente y no torturándola. No dejan rastros. Eso es lo que ocurrió con Antonio López Castillo y Juan Carlos Sánchez, asesinados a sangre fría.

-La democracia también incurrió en asesinatos políticos.

-Sí. Pero los dos casos, el del profesor Lovera y el de Jorge Rodríguez, fueron acusados llevados a los tribunales y sus autores fueron acusados y condenados. Ahora los tribunales no responden sino para legitimar los crímenes. Las personas que dispararon en Puente Llaguno no sólo fueron puestas en libertad sino glorificadas. La diferencia es total. Esto nos hace presagiar días peores.

-Usted está luchando desde que era menor de edad.  Ahora, que tiene 90 años, ¿encuentra que éste es el país por el que tanto bregó? ¿Cómo se siente con respecto a la comparación entre el país que procuró, a riesgo de su vida, y el que somos hoy?

-Muy mal. Después de que uno vive todas estas cosas de las que hemos hablado no puede sino sentir una gran pesadumbre al ver lo que está ocurriendo. Lo que pasa es que no se puede ser en ningún momento pesimista. Yo no tengo ningún temor de morir mientras sea… ya no digamos en puesto de combate… a mi edad… en fin, estaré combatiendo hasta donde pueda con mis libros. Pero estaré en el combate. Hay que ser optimista. Y tener siempre presente que esto tiene su tiempo. Esto no será eterno. Aquí estamos ante un sujeto [en el poder] que mezcla una gran inteligencia con demasiada incultura. Eso no puede ser duradero. Vivimos una época tenebrosa, de eso no hay duda. Pero todo eso se supera, nosotros lo hemos hecho y otros países también. Lamentablemente, nosotros no tenemos la cultura política de los chilenos, por ejemplo. Me temo que de eso podemos culpar a los regímenes democráticos, que se abstuvieron de enseñarle al país el valor de la democracia y de advertirle de los riesgos de la dictadura. Y mira lo que hoy padecemos.

-¿Cuál es la parte buena de tener 90 años?

-La parte buena de llegar a esto es que le pregunten a uno si siente temor ante el hecho de que en cualquier momento va a desaparecer; y decir, con toda certeza, que no. Yo he estado al borde de la muerte muchas veces. Yo fui operado del corazón hace 30 años, después me operaron de la próstata, de una fractura de tibia y peroné, de las dos rodillas y en los últimos dos años me han dado dos infartos. Nada de eso me ha matado. Por lo demás, la muerte será una liberación: no tener que preocuparse absolutamente por nada, no indignarse al ver a Chávez en una tribuna diciendo disparates. Además, yo tengo una gran satisfacción de conciencia: no tengo odios ni rencores. Y creo que no tengo enemigos. Mis amigos, que los he tenido muchos, han salido siempre de entre los perseguidos. Como si fuera poco, tengo la satisfacción de no haber pasado nunca por la difícil situación, por la que pasaron muchos hombres, de desembocar en la corrupción. Esa es, quizá, la satisfacción más grande que tengo a estas alturas: tener 90 años y ser un limpio.

-¿Cuál es la parte mala?

-En realidad, no sé. Porque yo no he sufrido ni siquiera esas deficiencias orgánicas que sientan algunos. No sé por qué la naturaleza me ha conservado tan bien. Debo ser un milagro en la naturaleza (y se ríe de esta afirmación)..

 

—MATERIAL DE RECUADRO—-

 

Retrato de hermanos

 

José Agustín Catalá ha sido considerado por el actual Vicepresidente de la República, José Vicente Rangel, como “el editor más importante que ha tenido Venezuela […] Porque este hombre acostumbrado a codearse con los que han mandado en el país, con los poderosos, no ha vendido su alma al diablo. No ha cejado de ser lo que es, pese a haber estado muy cerca del Presidente de la República, de ministros, gobernadores y empresarios. Tiene, por el contrario, un criterio formado sobre la precariedad del poder, reforzado por un claro sentido de ironía. Es rebelde frente a los poderosos, así sean de su misma tolda partidista, y humilde en relación a sus débiles”.

Cuando se le pregunta cuál es su consejo para quienes, como él ha hecho toda la vida, escriben de política, editan libros y creen que se debe conservar la memoria, Catalá responde: “que no decaigan ni un momento. Que sigan firmes. Tienen que arriesgarlo todo pero saberlo arriesgar”.

En su opinión, hay que hacer un periodismo y una escritura inteligente. “En esto ha habido muchas fallas”, dice ‘el editor de la luz’, como lo calificó Rangel, “muchos excesos que deben ser corregidos. Hay que tener presente que este régimen no perdona. Está conducido por gente agresiva, lo que no eran los grupos anteriores que hicieron la política en este país. Y, además, hay cierto personaje, que no lo quiero nombrar porque fue como mi hermano, que es muy inteligente. Este personaje dirige la política del país más que los militares, pese a ser éste un régimen militarista. Un personaje que es agentes de Fidel Castro. No estoy haciendo el retrato hablado de nadie pero insisto en que hay alguien que tiene la entrada que tiene dentro del Gobierno precisamente por sus vinculaciones con Castro. Y ya sabemos cómo es Castro. Es capaz de lo que sea con tal de seguir obteniendo privilegios, ventajas y dinero del gobierno venezolano.”

 

——-CITAS——-

 “Nunca olvidaré la cara de Ramón J. Velásquez, que estaba preso conmigo, cuando me vio salir con los esbirros. Llegué al cuartel de la policía, que estaba en El Paraíso, y me pasaron directamente a la cámara de tortura.”

 “La muerte será una liberación: no tener que preocuparse absolutamente por nada, no indignarse al ver a Chávez en una tribuna diciendo disparates. Además, yo tengo una gran satisfacción de conciencia: no tengo odios ni rencores.”

 

 

 

 

Un comentario en “Entrevista con José Agustín Catalá / El Nacional, 2005

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *