¿Estaba loco?
Milagros Socorro
Franklin Brito cumpliría hoy 50 años de edad. Nació el 5 de septiembre de 1960, en Irapa, estado Sucre. No alcanzó ese espléndido hito de la vida porque decidió seguir una huelga de hambre hasta que el Estado le restituyera sus derechos violados. Y esto no ocurrió.
La única vez que vi a Brito fue en julio de 2009, cuando el alcalde Ledezma y un grupo de estudiantes hacían huelga de hambre en la sede de la OEA, en Caracas, porque el gobierno central había confiscado ilegalmente los recursos de la Alcaldía. Fui allí como reportera. A Antonio Ledezma no pude verlo. Desde hacía días estaba recluido en una oficina de aquel organismo internacional. Entrevisté a los otros huelguistas… y a Franklin Brito, cuyo nombre y tragedia eran familiares porque para entonces se había amputado un dedo para llamar la atención sobre su caso, uno más en la retahíla de arrebatones del régimen.
El hombre desconcertaba por muchas cosas. Aunque era evidente que se había apostado allí para hacerse visible por quienes acudieran a la sede de la OEA y quienes fueran allí a propósito del alegato de Ledezma, mientras éste permaneció en el lugar, no hacía nada para que se detuvieran los viandantes. Estaba en la ruta de acceso al edificio, pero recostado en la pared. Un improvisado cartel resumía su predicamento: aunque en 2003, el INTI le había reconocido la posesión del terreno correspondiente a su fundo, el mismo Instituto había otorgado a otras personas cartas agrarias que abarcaban parte de la propiedad. El fundo, por cierto, se llama Iguaraya, que es el título de una leyenda indígena escrita en 1874 por el poeta José Ramón Yepes, (Maracaibo 1822-1881), quien hubo de marchar al exilio por su oposición a la dictadura de José Tadeo Monagas. Posteriormente, en 1913, Udón Pérez, (Maracaibo 1871-1926) publicaría su poema Iguaraya, alusivo a hazañas en los alrededores del lago.
Hablé con él y en ningún momento se pronunció como miembro de algún movimiento político. Tampoco emitió juicios contra el gobierno como azote generalizado. Nada que no estuviera relacionado con los abusos del INTI y de Elías Jaua, en particular. Era asombroso: no estaba polarizado. Era como si todas las injusticias del mundo estuvieran escenificadas en la negativa del Estado de reconocerle su propiedad sobre aquel jirón de tierra con nombre de epopeya. Y él no estaba dispuesto a vivir para tolerar esa afrenta, que parecía tiznar a toda la humanidad.
Brito era excepcional. No solo en su valentía y su inverosímil fuerza de voluntad, sino en la entonación de su protesta: un susurro obstinado. Un cartón barruntado con su determinación de inmolarse, con tal de no hacerse cómplice del atropello que lo desmedraba a él y a su familia. Cero megáfonos. Cero negociación sobre la mesa o debajo de ella. Mientras muchos hacían toda clase de arreglos para no perder lo suyo (que es, probablemente, lo que yo misma haría, para no perder la casa donde escribo y donde mi hijo viene a dormir); mientras veíamos a los expropiados haciendo loas a Chávez; mientras veíamos políticos que en el pasado gozaban de respeto, apresurarse a entregar sus almas al golpista del 92 como prenda de sumisión; mientras presenciábamos, en fin, muestras de cabeza fría y afán de sobrevivencia, un hombre quedaba en los huesos por no negociar con delincuentes. Dos esqueletos nos deja el verano. El de Franklin Brito es uno.
Es por ello que se ha dicho que el régimen mató a Brito. Porque violó sus derechos y luego lo engaño sistemáticamente (en cada ocasión, al revelarse la trampa, Brito volvía a su sacrificio); y, sobre todo, porque estaba en poder del Estado, que lo secuestró obligándolo a permanecer en el Hospital Militar. Pero Brito murió porque ésa fue su voluntad. Es muy diferente a los presos que, siendo responsabilidad del Estado, mueren en las cárceles. Esos no tienen opción, están en el infierno. Pero a Brito le hubiera bastado, literalmente, con abrir la boca para detener su martirio. Desde luego, la sociedad es víctima de un Estado asesino: cómo puede llamarse al que sirve de marco para más de 19 mil homicidios en medio año.
Es a ese Estado cruel, que permite que alguien se robe el presupuesto de un hospital, condenando a muerte a inocentes, al que Brito se le atravesó. No se debe desestimar el monumento de su arrojo cuando se afirma que alguien lo mató. Es distinto: él se enfrentó con las manos vacías y unos papeles emborronados a un poder capaz de muchos crímenes. ¿Y el Estado arremetió? Sí, pero no contra un ciudadano anónimo y desguarnecido, como somos todos cuando trasponemos la puerta de la casa, sino contra un hombre que lo desafió. Y muerto en vida -más aún, con la vida que lleva ya en la muerte- lo venció.
El Nacional, 5 de septiembre de 2010
¡Duele. Tu escrito duele. Mucho!
F. Brito es el mejor ejemplo de que no todos los venezolanos le temen a este régimen que desafortunadamente tenemos.
La tristeza mas grande de las mucha que asimila nuestro país VENEZUELA
La tristeza mas grande que asimila nuestro país VENEZUELA, en su nombre sus naturales tengan que sufir este atropello
La perseverancia se considera patológica cuando una sociedad desonoce o desvalora las virtudes como la constancia, respeto a si mismo y a los demás y sentido humano de la justicia; lo que asegura nuestra dignidad humana.