“Herederos y responsables de esta nación…”
Milagros Socorro
Nada tengo que agregar al soberbio texto de Susana. No hay una sola observación que pudiera extraer de mi menguada cosecha para abultar sus argumentos o para ofrecer un punto de vista por el que ella no se hubiera paseado. Mis limitaciones se deben al hecho evidente de que no soy especialista en los asuntos tratados por Susana con erudición, atrevimiento, ternura y elevada prosa; pero, además, porque también se me adelantó Leonardo Azparren Giménez, quien en su prólogo a Isaac Chocrón y Elisa Lerner: los transgresores de la literatura venezolana, hace un resumen magistral de su contenido, haciendo un fluido esquema de los hitos tradicionales en los que se monta el discurso, glosando las obras de Elisa Lerner y de Isaac Chocrón y reconociendo los inmensos méritos del trabajo de Susana Rotker, de quien dice: “A la par de hacer un estudio todavía hoy único en el panorama de los estudios teatrales venezolanos, el análisis es fundacional al explorar un contexto raigal antes no intentado, mediante el cual pone al descubierto sentidos diversos y universales en Chocrón y Lerner; esto, sin excluir sus reflexiones personales y generales sobre el judío: el escándalo de ser diferente, de doble significación en los autores estudiados…”.
Dado, pues, que me encuentro incapacitada para añadir una sola línea al análisis literario y a la ponderación del aporte que este libro implica para los estudios sobre el teatro venezolano, espigaré un hecho muy relevante, que reviste una gran importancia para mí, escritora venezolana no judía.
Hay un aspecto en el que Elisa Lerner e Isaac Chocrón son excepcionales. Y yo agregaría a la propia Susana Rotker, desde luego, y a otros escritores judíos como Ben Ami Fihman, Alicia Freilich, Sonia Chocrón y Jacqueline Goldberg; y es su clarísima identidad judía y venezolana. Doble heredad que se resuelve en ellos como un bloque sin fisuras; y que se expresa en su claro compromiso con el país, en la presencia de los asuntos nacionales y la vida cotidiana de nuestro colectivo en sus tramas y versos; y en la soltura y creatividad con que usan los venezolanismos en sus obras, como luciérnagas de gracia y de afecto.
Isaac Chocrón lo dijo de la manera más contundente y conmovedora, en 1983, cuando fue designado orador de orden de la Segunda Semana Sefardí, celebrada en Caracas
Dice Isaac: “Por debajo o por detrás del folclore, del ladino o del jaquetío y del sardónico sentido del humor que nos caracteriza, hay toda una filosofía de la vida proveniente de la trasplantación interminable que ha sido el de los sefardíes desde 1942, cuando casi medio millón salió de España y los que se quedaron se convirtieron en marranos. Aun antes, durante los catorce siglos que precedieron a esa expulsión, los sefardíes vivían en España sin realmente sentir que vivían en su patria. Muy diferente a la fortuna de nosotros los venezolanos que, siendo sefardíes, nos sentimos herederos y responsables de esta nación”.
Herederos y responsables de Venezuela. Yo creo que esta es la gran marginalidad de los escritores judíos venezolanos con respecto a la comunidad judía mundial. Si, como suele decirse, los judíos polacos antes del Holocausto se sentían más judíos que polacos (he hecho, muchos de ellos no hablaban más lengua que el yidish) y los judíos alemanes se sentían más alemanes que judíos, ignorando muchos de ellos la tradición que el nazismo vendría a recordarles con estrellas amarillas cosidas a la ropa y con el aliento de los perros cosido a la nuca, los judíos venezolanos han hecho de esa doble bendición un sincretismo que forma parte del patrimonio cultural y simbólico de Venezuela. Por lo menos, así lo han hecho estos escritores de los que venimos hablando, que son mis venerados maestros los unos y muy queridas amigas, las otras, mis contemporáneas.
Elisa Lerner lo refrenda con aplomo y sencillez. “En mí no ha habido –al menos literariamente hablando- entre mi mundo literario y mi mundo judío. Nunca he tenido problemas, narrativamente hablando, entre mi mundo judío y mi mundo venezolano. No tengo problema en ese sentido”.
Esta afirmación es de una gran importancia para los estudios literarios en Venezuela, porque Elisa Lerner es una de las más notables cronistas de la lengua. Haciendo la salvedad de que la crónica en Elisa Lerner es un género en sí mismo, que arroja la mortero pizcas de novela, de relato, de poesía, de ensayo, de aforismo, de reportaje y de tratado político, como esos vinos dorados que logran atrapar los perfumes de los tránsitos por lo que han pasado hasta llegar a la copa: los campos de lavanda, los ríos metálicos, la brisa impregnada de albahaca y el corcho desincrustado del bosque húmedo desde la prehistoria.
En el invalorable testimonio que Elisa Lerner le confía a Susana dice lo siguiente: “Ser escritor en los países nuestros (como se leía hace 40 años), era ser una dama rentable de la cultura, que escribía en la mañana, y que en la tarde recibía a los amigos entre terciopelos y jardines. Eso era lo que nunca me perteneció ni debía pertenecerme. En cambio, la crónica estaba más cerca de mí porque era, en cierta forma, la manera más propia de comunicarse del judío ¿Cómo se comunicaban nuestros antecesores, los que yo vi? A través de las cartas y leyendo el periódico yiddish. De manera que esa pasión que tengo hacia la carne del periodismo es porque de una forma ilusoria e hipotética pienso que me van a volver a leer mis padres, o porque me van a leer otros padres, o los hijos de esos padres. Por que el judío ha sido un lector de periódicos. Tenía que estar informado de las guerras, de la invasión hitleriana, de cualquier noticia de la vieja Europa donde había dejado restos de su familia… Entonces yo sé que puedo escribir crónicas en le periódico, porque eso está dentro de una costumbre muy casera nuestra. Es una literatura casera, es algo que me pertenece. O escribir como una epístola: eso es muy nuestro”.
Hay que tomar en cuenta que esas crónicas, esa suerte de epístolas, siempre las ha publicado Elisa en periódicos nacionales, en revistas cuya circula no está restringida a la comunidad o en publicaciones cuyo cabezal está flanqueado de candelabros. Sus libros están publicados por los mismos sellos que difunden las obras de Salvador Garmendia, Adriano González León, José Balza, sus amigos, venidos, por cierto, de lo más profundo de la provincia venezolana.
Susana, en su epílogo, revela que esta consustanciación de Lerner y Chocrón con la cultura nacional que los acogió y que ellos eligieron como heredad y responsabilidad es un rasgo que los distingue. Así dice Susana: “La dramaturgia de Isaac Chocrón y Elisa Lerner es individualista, solitaria, transgresora. Pero no es una dramaturgia que desea preservarse como tal, que diga Black is beautiful […] Los temas de sus obras son transgresores de los marcos de su endogrupo original y también (cuando coinciden) de los del exogrupo; no obstante, el conjunto de esas obras y sus mismos autores son ya instituciones sociales. Esa dramaturgia está insertada en la cultura de un país que no ha sido agresor; que no ha sido antisemita y que la ha acogido como parte de su identidad: el teatro venezolano no sería el mismo sin las obras de Isaac Chocrón y Elisa Lerner”.
Sigue diciendo Susana que “Ambos escritores se insertan en la cultura de un exogrupo que a su vez es marginal: Venezuela, como país latinoamericano y subdesarrollo, es parte de la dinámica de colonizado y colonizador, de mayoría y minoría en términos del Poder”.
A esto debo agregar el hecho de que ser escritor es una condición marginal en Venezuela. De la que no se salvan ni siquiera los autores que registran ventas excepcionales o que ganan premios internacionales de prestigio. Siempre se es una especie de tonto, que desperdicia su don de palabra en vez de desplegarlo en el litigio o en las arenas políticas. Cuando mucho se llega a ser alguien que escribe bonito; o distraído, como le dijo Elisa Lerner a Susana y que ésta, con mucha solera, explica que en Venezuela la palabra “distraído” aplicado a una cosa (no a una persona) se refiere a que esa cosa es amena, entretenida.
Quiero terminar con el principio del libro. Después de la dedicatoria. Arrebatadora. Susana deja constancia de sus agradecimientos. Hay muchos nombres allí, algunos de mucha celebridad continental y de universidades norteamericanas. Y están los de Venezuela. ¿Y quiénes son? ¿Acaso rabinos o expertos en relatos jasídicos? No. Son sus panas venezolanos. Sergio Dahbar, caraqueño nacido en argentino, de origen sirio, a quien alude como “amigo y cómplice, a quien le debo la idea de reactualizar este texto”; Antonio López Ortega, Roberto Llovera De Sola y Juan Liscano.
Como Lerner y Chocrón, Susana Rotker era responsable de Venezuela. Poco antes de fallecimiento le hice una entrevista para conversar sobre su reciente libro Escritura y violencia. Mi última pregunta apuntaba a lo que estaba haciendo en ese momento, tras entregar el manuscrito a la imprenta.
Esta fue su respuesta
—El año pasado estuve investigando acerca de cómo se ha escrito sobre el 27 de febrero de 1989, en Venezuela, fecha que demarca, ya definitivamente, un antes y después del país. Estoy trabajando dos aspectos al mismo tiempo: por un lado, investigo en las crónicas y el periodismo la construcción de identidad; y estoy yéndome para atrás de nuevo (siempre me ha gustado indagar en los precursores de la Independencia, he trabajado mucho a Simón Rodríguez, Fray Servando Teresa de Mier…) y estoy trabajando sobre Gual y España, las primeras proclamas sobre los derechos del hombre y del ciudadano a ver cómo se creó ese pacto social cuya consecuencia somos nosotros en la actualidad. Creo que lo que me mueve es la necesidad de saber cómo se concibió el pacto para armar la nación… y dónde falló.
Publicado en Papel Literario – El Nacional