La avalancha de imágenes aportada por la modernidad ha favorecido la vista a expensas de otros sentidos (“el miedo de Chávez es evidente en su voz”, me decía una invidente en estos días, “y quien no se da cuenta es porque la visión ha empobrecido su percepción), pero, ciertamente, nos ha aportado una inmensa cantidad de información que ha terminado favoreciendo la síntesis en todas las formas de expresión.
Me explico: si hace un siglo un autor necesitaba comunicar asuntos ajenos a la experiencia de la audiencia, debía tomarse el trabajo de describirlos con detalle para que la cosa aludida se dibujara en la mente del lector. En la actualidad, basta con decir: muralla china, torre Eiffel, estampida en la selva, corales y barracudas, superficie de la luna… y todo el mundo sabe de qué se trata. No sólo no es preciso abundar en explicaciones, sino que éstas se hacen latosas porque hasta el último habitante del planeta sabe cómo es el fondo del mar y las cumbres nevadas.
El cine y la narrativa del último medio siglo han acelerado su ritmo gracias a esta masiva divulgación informativa (y hasta el cine francés se muestra menos remolón). ¿Por qué la política tendría que ser diferente? Si los aficionados a la novela leen en diagonal los párrafos detenidos en disquisiciones baladíes, por qué la clientela de la política se habría quedado atascada en la época de las cotorras eternizadas en la tribuna.
Hay muchas razones para pensar que las audiencias políticas están hasta el gorro de los bocazas, al tiempo que exigen obras, pruebas concretas de las promesas y más respeto a su tiempo libre. Lo que sí está claro es que los viejos paradigmas han sido relegados al rincón de las polillas.
Sobre estas dos certezas: la declinación del palabrerío y el fin de los catecismos ideológicos, se montó el lanzamiento de la candidatura de Henrique Capriles a las primarias de la unidad democrática. Quienes apostaron a que su preeminencia se desvanecería en cuanto tuviera que hablar, se equivocaron. El gobernador de Miranda logró convertir su escasa habilidad oratoria en una fortaleza: fue al grano, no empleó horas en inventarse una epopeya, no se degradó en ofensas, no imitó a los predicadores de ferias, en suma, no se puso en la cola de la charlatanería periclitada.
En vez de eso, compareció en un evento bien organizado, que, en el contexto del caos nacional, tuvo un gran impacto favorable. No mencionó al pasado por su nombre propio, pero sí denunció sus acciones, las que han destrozado al país y lo han sumido en el actual desastre. «No hace falta quitarle nada a nadie para progresar”. «La tarea del gobierno es proteger, no quitar. La tarea del gobierno es promover, no confiscar». “Basta de que en Venezuela uno tenga que ponerse una franela de un color para tener acceso a las misiones y a lo que es de todos”. “No es suficiente hablar de la pobreza, es preciso combatirla mediante la creación de empleos de calidad”. «Hoy les pregunto, ¿tenemos derecho a tener una vida mejor? Yo quiero, igual que todos ustedes, una vida mejor para cada uno de los venezolanos, una vida de progreso, sin temor a salir a la calle… hoy vengo aquí a decirles a todos que sí podemos tener esa vida mejor». No era necesario llamar perro a quien le mostraba el tramojo. Así, jojoto como se le vio, torpón en el habla, muy lejos de ser un pico de plata, llamó las cosas por su nombre. Y lució sincero, genuinamente emocionado, además de estar autorizado por una excelente gestión, a la que hasta ahora se ha referido poco.
Capriles advirtió a los compatriotas que la reconstrucción del país pasa por el esfuerzo y el aporte de cada quien. El abanderado de 39 años trato a la gente como adulta.
Y lo más relevante es que se puso por encima de la polarización al recordar que: «No es la hora de la izquierda ni la derecha, sino de Venezuela». Con este principio, Capriles se pone en sintonía con los objetivos de desarrollo del milenio de Naciones Unidas: Erradicar la pobreza extrema; Lograr la enseñanza primaria universal; Promover la igualdad entre géneros y la autonomía de la mujer; Reducir la mortalidad infantil; Mejorar la salud materna; Combatir el VIH, el paludismo y otras enfermedades; Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente; y Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Ya está dicho. Falta gobernar.
Milagros Socorro
El Nacional, 17. 10. 2011