Milagros Socorro He aquí una historia para ser contada con voz de gigantes, que, como se sabe, entonan con suave pronunciación, acerada la garganta y con la imaginación concentrada en hechos portentosos, ocurridos en escenarios fugitivos del mundo común.
Este domingo 27 de noviembre se cumplen 60 años de la culminación, con el hallazgo de las fuentes del Orinoco, de la expedición Franco Venezolana que estableció el nacimiento del río padre en la sierra Parima, lindero con Brasil, en la frontera sureste del país.
–En el silencio matutino de la selva se oyó un disparo –narra Julieta Salas de Carbonell, en su libro de pronta aparición con el sello de la Academia de Ciencias-. Era el 27 de noviembre de 1951, apenas había salido el sol y los hombres de la Expedición Franco Venezolana, que llevaban cinco largos meses de marcha entre ríos y selvas, tuvieron la certeza de haber llegado a la meta. Habían salido de la sabana de La Esmeralda el 13 de julio, navegando río arriba por el Orinoco en búsqueda de las fuentes de este río, elusivo para conquistadores y aventureros a través de los siglos.
La detonación era la señal convenida para indicar que los adelantados habían llegado al punto exacto donde podía decirse que nacía el Orinoco. Muy pronto se reunirían, en el brote del manantial, los 20 miembros de la expedición que en aquel claro de la selva hicieron hondear la bandera de Venezuela, flanqueada por el pabellón francés.
Tal como escribe el científico venezolano Alejandro Reig, en el prólogo a “El misterio de las fuentes”, de Julieta Salas de Carbonell, el nombre de la expedición es una paradoja puesto que “estrictamente hablando, fue un esfuerzo de logística, conducción y financiamiento del Estado venezolano, y sólo la idea es francesa, surgida de un grupo de jóvenes exploradores”. De hecho, pocos días antes de sucumbir asesinado, el 13 de noviembre de 1950, Delgado Chalbaud había firmado el compromiso de la Junta de Gobierno, que encabezaba como Presidente de la República, promover el viaje de estudio, con recursos de Venezuela y logística a cargo de las Fuerzas Armadas.
El estelar elenco de exploradores comprendía destacados científicos, pertenecientes a las nóminas de los diferentes ministerios involucrados en el proyecto: José María Cruxent, director del Museo de Ciencias; René Lichy, entomólogo, profesor de la UCV; Marc de Civrieux y Carlos Carmona, geólogos del Ministerio de Minas e Hidrocarburos; León Croizat, botánico, también profesor de la UCV y Pablo Anduze, entomólogo y zoólogo al servicio de la Creole en Caracas; Joseph Grelier, geógrafo y especialista en hidrografía. Félix Cardona Puig, capitán de la marina mercante española, de larga residencia en el país y gran conocedor de las selvas de Guayana y Amazonas, fue acompañado de su hijo de 16 años de edad, Félix Cardona Johnson, quien sería el miembro más joven de la expedición. Como delegado del Ministerio de Educación y médico de la expedición fue nombrado Luis Carbonell, en la actualidad el único sobreviviente del grupo, en cuyas memorias se basa el libro de su esposa.
Con ellos andaban el “General” Butrón, de 76 años, gran conocedor del Orinoco, y el mayor del Ejército Franz Rísquez Iribarren, comandante de la expedición, y su ayudante el teniente Alfredo Alas Chávez. Iban, asimismo, los franceses Pierre Couret, farmaceuta y botánico, Raymond Pelegri, técnico de radio, y el canadiense François Laforest, etnólogo y arqueólogo, todos pertenecientes al grupo de exploradores Liotard, así llamado en recuerdo a Louis Liotard, expedicionario francés entonces recién fallecido en el Tíbet. Otro francés residente en Caracas, Pierre Ivanoff, buscador de oro y explorador, se unió al grupo. Completaban el personal más de 40 porteadores y macheteros y un grupo de indígenas maquiritares, expertos navegantes, sin cuyo aporte la expedición jamás hubiera logrado su objetivo.
Fue así como un conjunto de criollos y sus socios extranjeros pusieron pie en zonas indígenas hasta ese momento vedadas a los extraños; delimitaron la frontera sur del país, cuyo paradero se desconocía; asistieron al alumbramiento del Orinoco, que por cinco siglos había logrado mantenerse oculto a la curiosidad de tantos aventureros y, en suma, participaron de un acontecimiento histórico, científico y político que constituyó una hazaña del siglo XX.
El Nacional 27. 11. 2011
Estimada prof. Socorro, como todos sus escritos, este también es un placer leerlo. Tengo una pregunta, con relación a la palabra «hondear» en el cuarto párrafo. No debió decirse «ondear», moverse haciendo ondas? Gracias y felicitaciones por su escrito. Pablo Briceño
Efectivamente la palabra hondear esta mal utilizada en ese contexto, debió usar «ondear». La palabra hondear no esta reconocida en el Drae, pero si por otros diccionarios de la lengua española y se refiere al acto de lanzar con una Honda.