Milagros Socorro
Venezuela es percibido como un país de ingenuos. Esta es una impresión generalizada que se exacerba en los círculos dominados por Cuba, donde se nos tiene como un pueblo de bobos sentado sobre una mina de petróleo. Es fama que el propio Fidel Castro se jacta de su suerte y habilidad al haber encontrado un venadito al que controla a su capricho. Los cubanos y sus repetidores no se ahorran expresiones peyorativas para el talante venezolano, que, ciertamente, todavía no ha sido ganado por la perversión que caracteriza la psicología del poder en la isla antillana.
En cuanto a la oposición, ya no digamos. La crítica más visible que desde las filas oficialistas se hace al candidato dela Unidad Democráticaapunta, precisamente, a su supuesta debilidad de carácter, que es la manera en que los penetrados por el castrismo aluden a su falta de zafiedad, a su negativa a desplegar las mañas de bajos fondos que imperan en Cuba.
La escena del momento exhibe con toda claridad el ardid del régimen en su intento de defenderse de lo que, a todas vistas, es una avalancha que se le viene encima. Frente a la creciente fuerza de la coalición democrática y a la erosión de sus filas debido a la desastrosa gestión del Gobierno, sus propagandistas han arreciado en el reforzamiento del mito de la invencibilidad de Chávez. Para ello se han valido, sobre todo, de la ya desenmascarada guerra de encuestas, buena parte de ellas encargadas a mercachifles a sueldo del chavismo.
Los sondeos amañados no son la única manifestación de esa estrategia. Todos los voceros del régimen, los aspirantes a algún cargo o negocio y, en general, quienes están pescueceando, repiten el bulo según el cual el golpista del 92 es invencible. El propio Chávez incurre en la paradoja de propagar su invulnerabilidad aún cuando la deformidad de sus rasgos ofrece indicio contrario.
Que no crean los cubanos que tienen el monopolio de las artimañas urdidas para crear sensación de fortaleza cuando se está en franca debilidad. En Venezuela tenemos un caso proverbial de esta añagaza. Lo ha contado ni más ni menos que Andrés Eloy Blanco, quien, al graduarse de abogado en 1920, tuvo entre sus primeros clientes a la hacendada llanera Francisca Vásquez, “una mujer”, según anotó el poeta cumanés, “que tenía que defenderse, sola en aquel medio y que para defenderse tenía que agregar a su valor personal una serie de leyendas acerca de sus poderes ocultos y sus cordiales relaciones con lo sobrenatural. Por lo demás, una infeliz mujer, oscura y fea, a quien los rábulas robaban y los Presidentes de Estado explotaban a gusto”.
Inerme ante los ladrones de ganado y los invasores que en la noche de Venezuela siempre han corrido las cercas de las fincas, doña Pancha hizo circular la fama de que tenía poderes ocultos y comercios con fuerzas sobrenaturales, a ver si con eso intimidaba a sus contrarios.
En el Tomo II de las Obras Completas de Andrés Eloy Blanco, Ediciones del Congreso dela República (Caracas, 1973), leemos: «Cazadora o devoradora, como el tremedal, como la brujería, como la tragedia, como las hondas leyendas que en torno al sitio y a su dueña tejieron las gentes y acendraron los miedos. Ya desde San Fernando me decían que era cosa valiente el dormir una noche en la casa del hato, a dos pasos de la alcoba en que dormía Doña Pancha. Y que era cosa de pavor el salir, al caer la media noche al gran corral de ‘palo a pique’ que se extiende al frente de la casa; porque allí está enterrado el toro negro de Mata de Totumo, que doña Pancha sepultara allí una noche de conjuros y rezos y exorcismos, para que fuera su fantasma el guardián de las puertas, el astado sereno de los sueños».
Como no podía hacerle frente al pillerío con fuerzas de este mundo, doña Pancha enterró un toro en su propiedad (o regó la especie, que para el caso es lo mismo) y se creó una reputación de invencible. Fue eso lo que vio en ella Rómulo Gallegos cuando la usó de referencia germinal para Doña Bárbara.
Es bueno que tengan esto en mente los analistas adheridos a la tesis del mentado titán, así como las masas que tan fácilmente se desmoralizan y cuestionan la utilidad del voto frente a una opción que les presentan como imbatible.
Unos y otros deben recordar que la superstición funciona porque siempre hay incautos dispuestos a creer que un fantasma puede detener a una multitud.
Publicado en El Nacional, el 17 de junio del 2012
El mejor ejemplo de ingenuidad en Venezuela es la suposición de que el actual candidato antichavista tenga posibilidades de derrotar a Chávez. Creo que sin saberlo, este artículo trae su propia prueba.
Este texto se pretende escrito para combatir supersticiones, pero el arma que usa son precisamente supersticiones: intenta asustar a doña Pancha con otra doña Pancha, como si al Coco sólo pudiera ahuyentarlo el Coco. Es demasiado cómico el efecto de esa moraleja erudita.