El puente sobre el lago cumple 50 años

Milagros Socorro

Ante el horror de los embajadores, que sentían un río de sudor deslizándose por la columna vertebral, el presidente de la República descendió del palco protocolar y echó a andar por aquella alameda de concreto abierta a los elementos. Eran casi las 11 de la mañana de un día de agosto en Maracaibo. Era el infierno propiamente dicho. Al menos, así lo percibían los diplomáticos de Estados Unidos, Holanda e Inglaterra, cuyos rostros encendidos eran mero asomo de su tormento.

El instante en que aquellos hombres decidieron sobreponerse a su espanto, y sumarse a la comitiva que se aprestaba a seguir al presidente Rómulo Betancourt en su travesía a pie por el puente sobre el lago de Maracaibo, es recordado medio siglo después por Kurt Nagel Von Jess, director del Acervo Histórico de Maracaibo. Nagel había estado allí, con los representantes del cuerpo diplomático, porque el día anterior había sido convocado, en su calidad de presidente de la Cámara Junior de Maracaibo (entonces en plena reunión en el Hotel del Lago de esa ciudad), para que, por favor, reuniera la flota de automóviles necesaria para movilizar a los embajadores desde el aeropuerto hasta el sitio del magno evento, ¡porque el designado de Cancillería para esos menesteres estaba borracho perdido en el bar del hotel!

A las 8:45 de la mañana del 24 de agosto de 1962, cuando el avión que traía al jefe del Estado aterrizó en el aeropuerto Grano de Oro, de Maracaibo, había una fila de carros aguardando a los embajadores. Habían sido recabados entre amigos y líneas de taxi. No hubo, por ese lado, ningún contratiempo. Tampoco los habría en ningún otro aspecto de ese día. La inauguración del puente sobre el lago General Rafael Urdaneta fue una jornada bendita.

 

 

Después de Rómulo Betancourt, aparecieron en lo alto de la escalerilla del avión la Primera Dama, Carmen Valverde de Betancourt, el ex presidente Rómulo Gallegos, el ministro de la Defensa, general Antonio Briceño Linares, el senador por el estado Sucre Carlos D’Ascoli y varios miembros de la casa Militar. Al pie de la aeronave se encontraba la comitiva de recepción, que encabezaba el gobernador del Zulia, Luis Vera Gómez , acompañado por el coronel José Monsalve Durán, comandante de la Segunda División de Infantería, los miembros del Concejo Municipal y los directivos Pro-Festejos del Puente.

En cosa de minutos aterrizó un avión de Aeropostal donde venían otros dignatarios, como Leopoldo Sucre Figarella, Luis Beltrán Prieto Figueroa, el Nuncio Apostólico, monseñor Angelo Dadaglio, el presidente y vicepresidente del Congreso Nacional, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, casi todos los miembros del gabinete Ejecutivo, el secretario de la Presidencia, presidentes de las corporaciones venezolanas de fomento (de Guayana, de los Andes) y los secretarios generales de todos los partidos, así como los rectores de todas las universidades del país, decanos de las facultades de Economía, presidentes de las compañías petroleras y ministros de Obras Públicas de Colombia, Ecuador, Bolivia, Panamá y Brasil.

Sin dilación, todo el mundo ocupó su lugar en la caravana y se dirigieron al puente por la avenida Circunvalación Nº 2. El corresponsal de El Nacional reseñó que a ambos lados de la vía había gente apostada para saludar el paso del jefe del Estado.

-El Presidente bajó del automóvil –reseñó el reportero de El Nacional- y caminó varios metros en medio de millares de personas. En un momento, antes de llegar a la tribuna presidencial que le habían preparado en el centro del comienzo del puente, en el sector Punta de Piedra, se detuvo para saludar al doctor Raúl Leoni, que estaba confundido entre la muchedumbre.

“Cuando el Presidente subió a la tribuna, luego de haber sido izada la bandera a los acordes del Himno de la Patria, pidió a la multitud que se acercara. El deseo del jefe del Estado fue correspondido por una marejada humana que se abalanzó hasta abarrotar el lugar. Sin embargo, no se registraron incidentes, pues la multitud, pese al desbordante entusiasmo, guardó ejemplar compostura y en ningún momento la fuerza pública tuvo que actuar”.

Monseñor Domingo Roa Pérez, obispo de la diócesis, dio la bendición del caso y entonces el presidente Rómulo Betancourt ofreció un discurso de 35 minutos.

“El elevado costo del puente General Rafael Urdaneta”, dijo Betancourt, “plenamente justificado por la magnitud de la obra y su trascendencia socioeconómica, que asciende a 350 millones de bolívares, ha sido totalmente cubierto con los recursos ordinarios de los presupuestos generales de ingresos y gastos públicos del régimen constitucional, ya que el inicio de los trabajos de construcción del puente tiene la fecha de 24 de abril de 1959, dos meses después de haberme juramentado yo como Presidente de las República ante el soberano Congreso Nacional”.

-El puente es una obra ‘autopagable’, -señaló el mandatario- a través de las cantidades que por concepto de peaje aportarán los usuarios, lo que quiere decir que la inversión será recuperada a largo plazo. Y si no se ha querido forzar dicha recuperación financiera a plazo más breve, ha sido en atención al bienestar colectivo, por lo que se han fijado tarifas de peaje realmente módicas. Solamente por este concepto de costos de peaje, el puente representa para los zulianos un ahorro de 15 millones de bolívares anuales.

“En lo sucesivo, ya no serán solamente las torres petroleras sobre el lago el símbolo característico de Maracaibo. En adelante, a esas torres y a ese lago se verá incorporada la silueta ágil del puente, como nuevo símbolo de progreso y desarrollo de la Venezuela de esta generación”.

Betancourt cerró su discurso con “palabras ajenas, pero hermosas y de venezolano de excepción”. Las tomó prestadas del entonces cardenal José Humberto Quintero, quien en documento difundido el día anterior, estableció que “mezquindad sería callar o regatear el aplauso al gobierno que acaba de construir el puente sobre el lago”; y recordó que la fecha de apertura del prodigio ingenieril recordaba “no solo el 463º aniversario del descubrimiento del lago de Maracaibo, sino del cumpleaños de haber sido pronunciada por los labios de Ojeda, Vespucio y de la Cosa, ante la humilde ciudad aborigen fabricada en las aguas, la palabra Venezuela, diminutivo musical que hoy suena a nuestros oídos como el más armonioso de todos los vocablos castellanos”.

 

 

 

Dichas estas palabras, el Presidente se bajó de lo que el diario Panorama llamó “palquete de honor”, cortó la cinta simbólica, dio un beso a la hija del gobernador, la señorita Fanny Vera; y le echó pichón a la caminata por la formidable estructura. Detrás venían, boqueando, los jefes de las misiones diplomáticas, casi ninguno de los cuales acostumbrado al solazo y las violentas temperaturas del esos lares; y encantados, los miles de zulianos que se remangaron para disfrutar su puente palmo a palmo.

Hasta ese momento. las poblaciones de Maracaibo (en la costa occidental del lago) y Altagracia (en la costa oriental) se comunicaban, salvando el estrecho de Maracaibo, a través del ferry, en un viaje que duraba 45 minutos. En 1957, el gobierno de Venezuela, todavía ejercido por el general Pérez Jiménez, contrató al ingeniero italiano Ricardo Morandi, catedrático de la facultad de Arquitectura de la Universidad de Florencia, para que se encargara del diseño del puente. Los cálculos de la superestructura fueron realizados por los técnicos del consorcio Puente Maracaibo, integrado por las empresas Precomprimidos C.A. y Julius Berger A.G. de Caracas y Wiesbaden, Alemania.

Betancourt y las cien mil personas que, según El Nacional, lo siguieron ese día, (Panorama consignó el doble), constataron una longitud de 8.678,60 metros y un ancho de 17.40 metros (donde funcionan dos vías para vehículos en cada dirección) de la que entonces era la obra de concreto armado más grande del mundo

Su parte central consta de 5 tramos de 235 metros de luz cada uno, suspendidos por medio de tirantes oblicuos. Esta sección se calculó a una altura de 50 metros sobre el nivel del agua para permitir el tránsito libre de tanqueros hacia los campos petroleros del lago. Los tirantes de las seis pilas centrales descansan en pilones de 92.5 metros de altura cuyos cimientos llegan a una profundidad de 56 metros bajo el nivel del agua.

La construcción había exigido 260.000 metros cúbicos de cemento (producido en la fábrica Mara, situada al lado de la obra), 3.800 toneladas de andamios, 22.000 toneladas de cabillas y 5.000 toneladas de acero especial.

Para terminar la obra dentro de los 40 meses que constituían el plazo previsto, hazaña que Betancourt resaltó en su discurso de inauguración, se necesitaron numerosas máquinas, grúas, barcos, gabarras, islas flotantes y otros equipos, con un valor de más de Bs. 60 millones de la época. El turno de trabajo continuo era de día y de noche, por lo que se requirió la disponibilidad de numerosos ingenieros, maestros y especialistas para las situaciones imprevistas y casos de urgencia. Durante la fase culminante estaba empleado un promedio de 2.630 personas, dividido en 1.048 especialistas, 1.026 obreros, 173 capataces y 225 empleados.

 

 

Entrevistado medio siglo después, el arquitecto Pedro Romero, profesor de la facultad de Arquitectura de la Universidad del Zulia y experto en arquitectura petrolera, dice que si la función elemental de un puente es la de establecer el tránsito entre lados geográficamente separados por un accidente natural, “el del lago de Maracaibo simboliza además otro tránsito: el que condujo al régimen democrático”.

-Uno de los simbolismos asociados al puente sobre el lago de Maracaibo –escribió Romero en la Revista Bigott Nº 57-58- es el de representar la primera y más trascendente obra del nuevo régimen democrático, instaurado tras la caída de Pérez Jiménez en 1958. Iniciada su construcción en 1959, es inaugurado por Rómulo Betancourt en 1962. En lo sucesivo, constituirá un argumento obligado en la discusión política propia del tránsito democrático. Para el nuevo régimen que se instaura, el puente era la demostración categórica de que es posible igual o mayor capacidad ejecutora de grandes obras que había desplegado la dictadura, pero ahora dentro de un estado de derecho, libertad y participación democrática. Para los defensores del régimen autoritario, la estructura representaba el mejor ejemplo de su eficiencia para llevar a cabo obras monumentales puesto que, a la evidencia democrática, se oponía el argumento de las bondades del proyecto original de Pérez Jiménez, según cuyos defensores, incluía en su diseño una vía férrea, además de otros atractivos sobre el proyecto ejecutado por la democracia.

“El puente sobre el lago”, puntualiza Pedro Romero, “fue otra oportunidad para el ensayo de nuevas tecnologías. Si bien la del concreto pretensado era una técnica conocida, no se había ensayado la cobertura de las grandes luces exigidas por su diseño. Esta opción tecnológica se seleccionó de un conjunto de doce proyectos alternativos, que ofrecían la opción convencional de la estructura de acero. Finalmente, prevalecieron las razones de mantenimiento y de reducción de componentes importados, junto a la calidad técnica y estética del diseño”.

En medio de una algarabía que debió ser ensordecedora, el enviado especial de El Nacional logró hacer una encuesta para indagar, entre personas comunes que estaban allí movidas por la curiosidad, “¿Qué, del Puente sobre el Lago, es lo que más impresionó a la gente del pueblo, que pudo recorrerlo a pie y apreciarlo en toda su magnitud?”

A muchos les asombró la extensión. Otro ponderó la altura. Una mujer wayuu se jactó de haber hecho el recorrido de ida y vuelta en 5 horas. Y un vendedor de café de 11 años celebró haber vendido cinco termos y le dijo al periodista que para él lo mejor había sido “ver los barcos pasando debajo del puente”.

Esa noche, con el puente brillando a lo lejos, Betancourt ofreció el brazo a la Primera Dama para abrir el baile ofrecido en la casa del gobernador.

Publicado en la Revista Clímax, agosto de 2012


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