Milagros Socorro
La supuesta fotografía del presidente Chávez, hinchado y pegado a un tubo como una auyama prendida al tallo, había circulado por las mesas de redacción de los diarios y los portales de noticias en Venezuela. Y nadie la publicó. Los periodistas le echamos un vistazo y la descartamos, en el rápido ritual de criba de falsas noticias, “peines”, material spam y hasta porno pergeñado (en el que participarían celebridades), que constituye parte del diario quehacer de los profesionales de la información en este país.
Ciertamente, el rostro que aparecía en la imagen guardaba gran parecido con el del jefe del Estado, sobre todo en la época en que sus facciones lucían abotargadas por efecto mórbido; y teníamos entendido que el paciente había estado intubado debido a la sedación profunda a que había sido sometido en Cuba. Sin embargo, estos indicios no confundieron a la prensa nacional, tan denostada dentro y fuera, sino al diario El País, de Madrid, que tiene bien ganadas credibilidad y fama de ser un medio responsable. ¿Qué pasó?
Al mejor cazador se le va una liebre. Cualquiera comete un error; y El País lo reconoció con gran velocidad, presentando excusas a sus lectores. No cabe atribuirle mala fe, puesto que el gran perjudicado en este impasse es el propio diario, que se ha puesto en el más indeseable desfiladero que pueda concebirse para un medio y para un periodista. No hay oro capaz de compensar el horror de publicar una especie fraudulenta, más aún cuando la falta está teñida de tantos ribetes ridículos: una imagen sacada de un video en circulación desde 2008, una foto que llevaba varios días en las papeleras de las redacciones en Venezuela, un paciente mexicano, 30 mil euros pagados a un falsario… El infierno propiamente dicho. Entonces, qué pasó.
Aunque parezca un oxímoron, cabe pensar que hubo una combinación de ingenuidad y de experiencias previas. Los editores españoles no están, como los venezolanos, escaldados con los trucos cubanos; y es el caso que El País, en muchas ocasiones, ha adherido de manera acrítica las ideas producidas y empacadas en La Habana por la Dirección General de Inteligencia (DGI). El entusiasmo con que el gobierno venezolano, así como los voceros de los llamados “países pedigüeños”, han asumido la tarea de repetir hasta la nausea la fallida fotografía, nos dice que el pelón de El País le ha venido de perlas a Cuba y a sus subordinados locales, fajados en la labor de crear el mito de Chávez. Si en realidad la imagen resultara lesiva para el Presidente, para su familia o para alguien, lo lógico sería tender a suprimirla y no, como han estado haciendo, auspiciar su multiplicación por todos los medios posibles. Cuantos más factores se sumen al “escándalo” y cuanto más alarguen la alharaca en el tiempo, más confirmada se verá esta tesis: los Castro fueron los grandes beneficiados con el error y van a ordeñarlo hasta sacarle el máximo rédito.
Quienes ofrecieron la foto a los diarios españoles saben que, en las sociedades democráticas, si las fuentes naturales no dan información, los medios se la procurarán por otras vías y con otros interlocutores. Pero seguramente también tenían presente el episodio de la muerte del dictador Francisco Franco, cuya enfermedad estuvo rodeada de casi tanto secretismo como la de Chávez, y las muchas coincidencias entre los dos casos (a pesar, naturalmente, de la gran diferencia de edad entre los dos autócratas).
Tras la muerte de Franco, una revista “del corazón” publicó unas fotos de Franco, macilento y agonizante, con un tubo en la boca. Las imágenes levantaron una polvareda, pero eran reales. Casi 40 años después, la historia de la agonía de Franco y aquellas instantáneas siguen siendo objeto de debate en España. El periodista Jaime Peñafiel dijo hace unos años que, efectivamente, las había comprado “por una buena suma de dinero” y las había publicado “como periodista” que es. “Y volvería a publicarlas”, remató.
Es lo que hacen los periodistas convencidos de que la información acerca de la vida o la muerte de los jefes de Estado no pertenece a su entorno íntimo sino al ámbito colectivo, que se verá afectado por los hechos concernientes a la persona del mandatario.
Publicado en El Nacional, el 27 de enero de 2013