Milagros Socorro
Tan recientes los hechos, tan incierto el devenir, una cosa podemos dar por segura: los obituarios de Chávez constituirán material para el estudio y no poco bochorno. Los analistas más metódicos toparán con el hecho de que uno de los tópicos más recurridos, después del cacareado carisma (que algunos jamás percibimos), es el aserto según el cual el fallecido autócrata encabezó un gobierno que favoreció a los pobres.
En muchas notas sorprendía el hecho de que, inmediatamente después de esa afirmación (una especie de santo y seña para ingresar en el asunto), se hacía el inventario de la destrucción que Chávez obró en la economía, la infraestructura, la seguridad ciudadana, la institucionalidad y la unidad nacional. ¿Cómo pueden dar por cierta una impronta positiva para los pobres, al tiempo que se hace un balance tan nefasto de las condiciones capaces indispensables para superar esa condición? Tengo para mí que esta paradoja es hija de la pereza: lo más fácil es concluir que Chávez era inepto, pero auténtico en su sensibilidad hacia los desposeídos; que la adquisición de una nevera gracias al candidato que la regala en faena proselitista es mucho “para quien no tiene nada”; y, finalmente, que Venezuela se merecía a Chávez.
La verdad es que lo contrario de la pobreza no es la tenencia de unas monedas en el bolsillo. Ni siquiera un aumento provisional del consumo. Lo opuesto a la pobreza es la mejoría estable de la capacidad adquisitiva; es el acceso a un empleo bien remunerado y garantía de permanente capacitación; es, en suma, el diseño y aplicación de políticas públicas capaces de generar las condiciones para que los ciudadanos puedan desarrollar sus capacidades productivas. Y esto último no puede garantizarlo un Estado en solitario y mucho menos en pugna permanente con el sector privado.
La verdad es que entre 2004 y 2008 se registró en Venezuela un notable aumento en el consumo, atribuible al alza espectacular de los precios del petróleo. El destino de ese ingreso extraordinario no fue la inversión ni una planificación de esas que dan frutos en el largo plazo, sino que se arrojó al torrente de la liquidez. “Se tiró para la calle”. Hubo, pues, una repartición de la renta, y la siembra del petróleo quedó una vez más pospuesta. Pero el régimen, en su voracidad propagandística, presentó el realero circulante como un logro de su “política social”. Esto es, “del amor de Chávez por los pobres”.
Ya en el primer semestre de 2001, el INE daba cuenta del frenazo de aquel supuesto desarrollo social. Había menos plata. Y mucho más gente que mantener, puesto que cada año se abultaba la nómina de las ayudas en el extranjero, sin excluir a los Estados Unidos, la primera economía mundial.
La dolorosa verdad es que el régimen de Chávez podía poner pañitos calientes pero no sacar a nadie de la pobreza porque nunca se lo propuso. Porque para empujar gente de la clase baja a la media es preciso crear y multiplicar las oportunidades para que sus capacidades se traduzcan en mejor ingresos fijos, así como en un entorno que ofrezca seguridad jurídica y ciudadana, acceso igualitario a los servicios sociales y público, así como a los derechos civiles y políticos.
La terrible verdad es que tras los años de bonanza, solo explicables por el repunte de los precios de los hidrocarburos, hoy tenemos un país abrumado por el déficit fiscal, la inflación, el desabastecimiento, el centralismo, la corrupción administrativa, el militarismo y, más que nunca, la dependencia ilimitada del petróleo.
Lo peor de todo es que muchos de los beneficios que los pobres venezolanos recibieron, porque tenían todo el derecho a ello –y porque, como acaba de establecer el Informe sobre Desarrollo Humano 2013, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) “en la última década todos los países aceleraron sus logros en las dimensiones de educación, salud e ingresos; en tanto que ningún país sobre el cual había datos disponibles tuvo un valor del IDH más bajo en 2012 que en 2000”, fueron asignados por la vía de las listas o censos concebido para facilitar el chantaje político.
La verdad es que esos pobres fue mucho lo que tuvieron que acosar a Chávez y a su séquito para entregarles un papelito con sus planteamientos y súplicas. Cuántas veces el tal empoderamiento no ha sido más que un alivio pasajero… logrado con gesto mendicante que en mucho degrada al pobre individuo puesto en tan indigna situación.
Es de imaginar que los obituarios de Fidel Castro coincidirán en dos puntos: el gran carisma del dictador de medio siglo y lo mucho que hizo por la pobreza de Cuba.
Publicado en El Nacional, el 17 de marzo de 2013
Es una lástima que tengas una visión tan sesgada y estrecha de lo que significó Chávez. Yo te conocí cuando estudiábamos Comunicación y Lenguaje en la Facultad Experimental de Ciencias (Estudios Generales) de LUZ y sé que eres brillante en tus ensayos. Pero erraste la Diana al escribir que Chávez le quedó pendiente la «siembra del petróleo». Vaya y observe el impulso que le dio al ideario bolivariano que estaba casi perdido cuando el gobierno oligárquico de la IV lo mantuvo en el olvido y que no convenía que el pueblo tuviera visión de patria. Para mayor dolor al sector que usted defiende Chávez fue un segundo Simón Bolívar porque despertó las mentes de los venezolanos que no tenían claro el camino a seguir. Besos y abrazos para ti y que tengas muchos éxitos
Hola Jorge.
El difunto Chávez no era Bolivariano.
El difunto era un marxista-leninista; y utilizaba la imagen de Simón Bolívar y el dinero de nuestro petróleo para impulsar su revolución.
Un Abrazo.
Completamente de acuerdo con usted ,una descripción acertada del populísmo ; un discurso dirigido a sector clave
Chavez fue un iluminado, un resentido social que hablaba en su lenguaje simple y mediocre para atraer al populacho pobre y sin ninguna o poca educación escolar ni cívica, dandole migajas y limosnas a cambio de mantenerlo en el poder. El peor presidente de la historia es Hugo Chavez , solo superado por su heredero Maduro Moros.