Milagros Socorro
Cómo se explica que estén aquí. Esa es la pregunta que muchas veces me hice al ver miles de personas marchando el domingo en Caracas. Curiosamente, es la primera vez que me planteo con tal frecuencia e intensidad esa interrogante: cómo es que tanta gente va a contravía de un poder omnímodo y abusivo.
He participado en muchas manifestaciones contra el gobierno de Chávez. Desde el primer día. Ya son muchos años caminando en silencio (me gana la sensación de ridículo cuando intento corear una consigna), mirando a los altos de los edificios, tratando de atisbar por las ventanas donde transcurre la vida de los otros (muchas veces he estado contemplando en el instante en que alguien se asoma, lanza un vistazo a la muchedumbre y regresa a la sombra dulce de sus aposentos). He caminado en el asfalto hirviente cada 23 de enero que las masas demócratas han sido convocadas por su liderazgo, aún cuando este estuviera muy por a la zaga de la claridad y determinación de sus filas). He acudido a todas las marchas en Caracas y, en fin, he cumplido con mi deber ciudadano. Y nunca experimenté la perplejidad que me embargó este domingo, no solo por la profusión de la concurrencia, sino por la vehemencia que veía en los rostros de los caraqueños que se echaron a las calles para apoyar la candidatura de Capriles Radonski.
Por qué lo hacen. Con lo fácil que es ser chavista, tal como acaban de demostrar las figuras del espectáculo que, al pronunciarse adeptas a Nicolás Maduro, han recibido contratos millonarios, prebendas y privilegios, mientras sus colegas que persisten en la opción opositora ven cerrarse escenarios (que son la vida de los actores, presentadores de televisión y los libretistas), negarse posibilidades e incluso se ven forzados a emigrar para buscar trabajo en otras partes, porque en su propio país se les han clausurado las opciones. Eso, sin contar las persecuciones de las que muchos son objeto.
Por qué insisten tantos venezolanos en abrazar una causa que los mantiene al margen de las ventajas, los contratos, los beneficios, al tiempo que los arroja al descampado donde llueven los insultos y las amenazas.
Por qué esta gente sencilla, estos jóvenes, estas mujeres, estos hombres, no han dudado de sus convicciones pese a la avalancha de propaganda a la que nos ha sometido el régimen de Chávez y sus cómplices. Cómo es que confían más en sus visiones que en la prédica invasiva de un régimen montado sobre los dispositivos de un culto religioso. Con qué reservas individuales, espirituales, psicológicas, han hecho frente a tan avasallante maquinaria publicitaria. Me consta que un campesino de la Sierra de Falcón tiene el discernimiento que les falta a tantos intelectuales apuntados a las huestes del mandón militarista y no solo porque de ello han derivado grandes provechos, sino porque, en verdad, han caído cautivos del hechizo del hombre fuerte, desconocedor de las leyes y las convenciones civiles.
Por qué seguimos insistiendo en la ruta democrática, en la defensa de las libertades civiles y en la libertad de empresa, aún en medio de la indiferencia de América Latina, que en forma mayoritaria ha optado por hacer de la vista gorda ante las innumerables violaciones a la Constitución y a los derechos humanos, que en nuestro país se han perpetrado. Cómo es que no nos ha amilanado la soledad de Venezuela, que ha apechado en solitario con su drama, pocas décadas después de que demostráramos nuestra solidaridad y apoyos muy concretos hacia naciones hermana, que entonces eran víctimas de la hegemonía de sus chafarotes particulares.
A qué atribuir que tanta gente haya sido refractaria a la instigación de resentimiento. Por qué, en una misma familia, algunos aceptaron la tesis según la cual, su fracaso se debe a que alguien les arrebató lo que les pertenecía, mientras otros se plantan, con el corazón libre de este peso abrumador, a reclamar condiciones para desarrollarse en buena lid.
Hay un país asombroso. Valiente, profundamente marcado por los valores democráticos. Hay una enorme porción de la sociedad que quiere progresar, que sabe que la vía para salir de la pobreza es un buen empleo y un marco sólido de reglas claras. Ese país, lejos de menguar, ha crecido en estos lustros de mediocridad y autoritarismo.
Ese país ha estado y estará siempre ahí. Por eso no somos Cuba ni lo seremos jamás. Por eso, ya Venezuela no puede perder. Con nada.
Publicado en El Carabobeño, el 10 de abril de 2013
De Milagros Socorro no esperamos menos, siempre aguda, precisa y comprometida en sus lineas, cuando de democracia se trata.
Su artículo me hizo reconciliar con mi venezolanidad, entendí que no estamos tan mal como creí. La desesperanza que en ocasiones me abruma fue borrada con estas palabras.
Gracias mil. No deje de escribir sobre lo bueno que tenemos los venezolanos, necesitamos palabras de aliento para seguir luchando contra este régimen.