Milagros Socorro
Hace unos días, la noticia quedó confirmada: Oscar D’León ha perdido la visión del ojo izquierdo, tras un accidente doméstico en su residencia de Miami. Desde el primer momento, su manager, Oswaldo Ponte, ofreció información confiable acerca del malhadado percance y mantuvo a la opinión pública al tanto del estado físico y anímico del gran artista de Venezuela. Sin proponérselo –y, de seguro, sin calcular un contraste con el secretismo y la falta de consideración con que se trató al país desde el inicio de la enfermedad de Chávez hasta su muerte en fecha y lugar inciertos-, Ponte ha dado una auténtica lección de respeto a las audiencias y de valoración al cariño que millones sienten por el inmenso sonero caraqueño, figura cimera del Caribe hispano.
La imagen del músico con un ojo vendado ha venido a sumarse al álbum que jalona su trayectoria desde el año 1971, cuando Oscar Emilio León Simoza, nacido en Caracas el 11 de julio de 1943, inició su carrera en la cervecería La Sabra, que quedaba en el edificio del diario El Universal.
Antes había sido obrero en varias empresas, empezando una de gas carbónico que funcionaba en Antímano, donde residía, hijo único del albañil margariteño Justo León y Carmen Dionisia Simoza nacida en Ocumare del Tuy, músicos los dos, intérpretes de varios instrumentos y padres amantísimos que cargaban con el muchachito para sus parrandas desde que era tan pequeño que debían llevarlo envuelto en cobijas. No por nada, al preguntarle, en una entrevista que me concedió en 2001, cuál es la música que busca por instinto, respondió: “La música cubana de los años 40 y 50”. Eso explica que, a principios de los años 80, cuando sus discos empezaron a circular en Cuba de forma masiva, aquel público quedara hechizado por quien había retomado el portentoso caudal sonoro cubano con un vigor extraordinario.
La democracia venezolana había garantizado el espacio y oxígeno que la tiranía castrista había negado a la cultura popular cubana, sujeta, como todo, a los caprichos de Fidel Castro, quien había decretado no solo la prohibición oficial del pop anglosajón, por ser »armas ideológicas del enemigo», (con lo que impidió que en Cuba se escuchara, por ejemplo, a los Beatles y Elvis Presley), sino también latinoamericanos como el brasileño Roberto Carlos y el boricua José Feliciano, además, por supuesto, de los cubanos que marcharon al exilio. Por eso, mientras Celia Cruz era habitué de la radio y la televisión venezolanas, su solo nombre era objeto de censura en su país, como también ocurría con Rolando Laserie, Bebo Valdez, Frank «Machito» Grillo, Justo Betancourt, ni más ni menos que Pérez Prado y Arsenio, así como Willi Chirino, el saxofonista Paquito de Rivera y el trompetista Arturo Sandoval, que salieron después. El punto es que los cubanos no pudieron escuchar a Celia Cruz; y aunque Oscar D’León se ha llamado varias veces “hijo de Benny Moré”, en realidad, lo es de Celia Cruz.
El autor de ‘Llorarás’ fue el vector que transportó a Celia y a otros grandes músicos vetados en su propio país. Fue una hazaña cultural que la Antilla mayor celebró hasta el delirio. Por eso la gira que Oscar hizo en Cuba en 1983 tuvo visos apoteósicos. Les había devuelto “Mata siguaraya”. Los videos, que pueden verse en Youtube, lo muestran mercurial, presa de un entusiasmo incontenible, que era espejo de la pasión que desató, sobre todo en el Festival Internacional de Varadero, donde se presentó con un traje blanco de flecos, su bajo y una apostura de reyes. Gracias a él, los cubanos redescubrían su música, que les llegaba desde Caracas, revitalizada y potente, perfumada de libertad.
Larry Harlow dijo de él que es “el músico más completo” de la cuenca. En parte, esto puede atribuirse a que la tarima es, para Oscar D’León, la sede del paraíso, el lugar donde le gustaría que lo sorprendiera el fin del mundo y el sitio al que llega tarde en su sueño recurrente.
Consultado para esta nota, César ‘Albóndiga’ Monge, su antiguo compañero de escenarios, me dijo que este revés “no va amilanar a Oscar. Al contrario, le dará más fuerzas, él es así, un genio y hombre de excepcional disciplina y voluntad, que convierte toda dificultad en fortaleza”.
En aquella entrevista, le pregunté cuál es el amuleto en que sigue creyendo firmemente. “Mi mente”, me contestó. A un ser que es como la linterna (que lleva la luz por dentro), no le hará falta un ojo izquierdo.
Publicado en El Nacional, el 19 de mayo de 2013
Lejos como estoy de ese caribe hispano, leer a Milagros Socorro siempre me reconforta.
Qué swing caballero tiene esta señora con la pluma, azúcar !
Lástima que para hablar maravillas de Óscar D León haya que politizar tanto el artículo y ser tan sesgados. Cabe mencionar el otro lado de las cosas: a los músicos de la Fania (como Johnny Pacheco) lucrándose de la música cubana sin pagar derechos de autor, mientras que grandes orquestas como Irakere o Los Van Van (que se influenciaron grandemente de la música estadounidense) no se oían en el resto de América Latina por cuenta del espantoso bloqueo que Estados Unidos le puso a Cuba. Óscar D León es un gran artista que recoge la gran tradición de la música cubana, pero mientras la música hecha en Miami suena aguada y sin alma, la música que se sigue haciendo en Cuba continúa viva. Mejor dicho, ojalá quienes escriben estos artículos -parafraseando el título- vieran por los dos ojos y no solamente por el ojo derecho.