Juan Carlos Zapata

“Se siguen suicidando. Les sigue faltando la visión de país. La grandeza”

El escritor y periodista apureño se ha colado en el grupo de los principales escritores de Venezuela. En su más reciente libro, El suicidio del poder, donde coinciden la ficción y el gran reportaje, hace un minucioso memorial de los hitos de la degradación institución del país y nos recuerda, tal como dice en esta entrevista que “A ciertos sectores del poder el gendarme les resuelve el problema de repensar el país, de involucrarse”.

Milagros Socorro

Juan Carlos Zapata (Guasdualito, 1960) ha escrito un gran libro. O tres. Una parte es un gran reportaje acerca de la relación de Mario Vargas Llosa con Venezuela; la segunda es una novela con referencia en lo real, armada con monólogos imaginarios de figuras políticas locales; y la tercera es un gran reportaje acerca de periodos de la historia reciente del país. Se trata, también, de un intenso trabajo de investigación, así como de una conquista de escritura.

El título El suicidio del poder (Editorial El Parricida, Caracas, 2012) ya nos augura el inventario de dislates que vamos a recorrer. Solo que no son solamente de las élites poderosas, sino de todo un país que se descarrió de la senda institucional para abrigar quimeras autodestructivas. Es, en suma, la obra de un periodista extraor4dinario y de un narrador de garra y honda vocación.

–¿Cómo se gestó la idea de escribir la historia reciente de Venezuela con Vargas Llosa como referencia?

–Intentaba escribir sobre Vargas Llosa tal como lo hice con Gabo, partiendo de la anécdota vinculada a Caracas y sus amigos. Pero no funcionaba. Entonces lo releí casi todo, y me percaté de que su visión del poder tiene una correspondencia con el caso venezolano. Más interesante si se toma en cuenta que fue el primer premio de novela Rómulo Gallegos; que por esa fecha, 1967, Vargas Llosa comenzaba a revisar lo que era y lo que había sido desde el punto de vista político; y un aspecto que pesa: estableció con Venezuela una relación de agradecimiento, sincera, por el significado del premio, por el dinero asignado y por el sentido democrático del reconocimiento. Desde entonces, se ha mezclado con este país. Ha tomado partido. Ha arriesgado. Ha debatido. Es una referencia, y no solo literaria. Esa, su visión del poder, me dio la voz, el hilo, el tono del libro. Me brindó, además, la siguiente paradoja: una vez releído el libro me di cuenta de que ya no sabía si era realidad o ficción. Me pregunté: ¿esto ocurrió en Venezuela?

–Usted hace un ejercicio de ficción, que consiste en meterse en la mente de Carlos Andrés Pérez y adivinar sus pensamientos. El resultado es un flujo de conciencia que mueve al lector a simpatizar con Pérez y experimentar cierto desprecio por sus enemigos. ¿Esto es lo que usted siente por la figura de Pérez?

–Lamento que se interprete así. Hay críticas sobre Pérez. El mismo Vargas Llosa, al principio del libro, advierte sobre las medidas que se van a tomar en febrero de 1989. Advierte sobre el riesgo de la democracia. Hay críticas a la corrupción en los dos gobiernos de CAP. También advierto sobre el impacto de la reelección. Sin embargo, debo ser sincero y confesar que, sí, al releer el libro, noté que hizo falta más contundencia sobre el Pérez mesiánico, sobre el desprecio de Pérez hacia su partido, hacia la dirigencia de su partido, y la entrega de Pérez a los tecnócratas obsesionados más por demostrar una tesis económica, una visión económica. Sin embargo, todo ello está dicho o sugerido. Inclusive la oferta engañosa de 1988, de que con Pérez volvía la Gran Venezuela. Pérez, Caldera, Chávez, son figuras obsesionadas consigo mismas, por el lugar que les corresponde en la historia, y nosotros estamos pagando los platos rotos. Con CAP se tiende a ser más sutil por su esfuerzo de cambio.

–Hay también un monólogo que usted atribuye a Rafael Caldera. Más corto, menos intenso que el de Carlos Andrés Pérez. No muy generoso que digamos. ¿Cuál es su evaluación de Caldera?

–A mí me terminó de decepcionar Caldera cuando lo entrevisté y le pregunté sobre Pedro Tinoco, Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera y los empresarios. La respuesta no era la de un estadista, sino de un dirigente de partido corroído por la envidia y el rencor. Mezclemos a Caldera con Pérez. ¿Qué obtenemos? Eso está en el libro. Es un delta de historias, de datos, de situaciones, que explican la Venezuela actual. Era el libro que yo, en lo particular, necesitaba escribir para hacer la conexión entre la IV y la V República. El odio no comenzó con Chávez. ¿Sabes cuántos banqueros perseguidos por Caldera murieron de cáncer o les sobrevino el cáncer? Y no hemos revisado aún por qué Ramón J. Velásquez se prestó al juego de Caldera contra el Banco Latino. Sin embargo, hay páginas que abordan los esfuerzos de Caldera por darle una salida a la crisis de 1998. Ya era demasiado tarde. Ni él tenía las fuerzas para ello, y el sistema estaba montado en otra ola.

–En la página 131, usted escribe: “…el comandante les salió respondón. Se equivocaron. Se suicidaron”. ¿Podría ser más explícito? ¿Es esta la clave de su libro?

–Pues, sí. De esto hay más que testimonios. Los empresarios que quieren el cheque en blanco de vuelta. En apariencia, doy las opciones a escoger: se equivocaron o se suicidaron. Porque lo de Chávez no era secreto. Se sabía quién era, cómo pensaba y con quién andaba. Por eso, el título va más por el suicidio. Se siguen suicidando. Algunos operando desde las parcelas de dinero, abultando las cuentas en dólares, haciéndole el juego al gobierno. Otros, conformándose con la parcelita de una alcaldía, una gobernación, un partido que ni cascarón ya es. Les sigue faltando la visión de país. La grandeza.

–Usted dice en su libro: “…lo que ha ocurrido con el Grupo de Empresas Polar, solo la protesta de los trabajadores y el sentimiento del país por un grupo, por una marca, por muchos productos, por la propiedad privada, por la libre empresa, la creación de riqueza, el aporte social, ha trastocado la ofensiva del gobierno de Chávez, cual es crear el clima para aplicar la medida de expropiación del conglomerado”. ¿Podría comentar esta afirmación? ¿Usted aseguraría que la medida de expropiación ha estado siempre en el escritorio de Chávez?

–Los trabajadores y la opinión pública han sido los mayores defensores del Grupo Polar. Como objetivo específico, Polar entra en la mira desde el 2002. Anoto una reunión habida en el 2000 entre Chávez y Lorenzo Mendoza, de la que solo ellos conocen el contenido y los resultados. Chávez se llevaba bien con Mendoza. Lo sacaba del grupo de empresarios que se habían beneficiado del poder. Después eso cambió: los primeros que plantearon ir contra Polar fueron Maduro, Cilia Flores, García Carneiro, Ramón Martínez. Chávez se fue por la vía de estimular a Fernández Barrueco para hacerle contrapeso a Polar. El esquema no funcionó. Fernández Barrueco se montó en su propia agenda y fue defenestrado por los intereses cubanos y Chávez. Luego vinieron los ataques directos. El cerco con las importaciones, los controles de precios, con la expropiación de Agroisleña, con la presión contra los productores, proveedores de Polar. Nada de eso funcionó. Optaron por el ataque directo, metiéndose en los galpones, entorpeciendo la distribución de cerveza, revisando impuestos. Se agitó la opinión pública, se agitaron los trabajadores, y esto enardeció a Chávez, que no podía creer que hubiera obreros defendiendo a sus patronos. También hay que destacar la actitud de la familia Mendoza. Dispuesta a todo. A morir con la botas puestas. Con un mensaje a flor de boca: este es nuestro país y de aquí no nos saca nadie. Luego vino Pudreval, que hizo aterrizar a Chávez y al gobierno sobre un tema tan sensible como es la distribución de alimentos, el fuerte de Polar. Y luego, la enfermedad se convirtió en la prioridad.

–En el capítulo titulado ‘El dinero en campaña’, usted hace una lista de “las señales de la quiebra de las élites económicas” : 1) no entender el paquete de Pérez; 2) la pugna y crisis bancaria; 3) creer en Caldera; y 4) “entregarle más de lo necesario a la campaña de Chávez, ignorando las características del personaje, aunque claro, buena parte de esa élite quiere un gendarme, añora la mano dura del militar…”. ¿Podría extenderse en el cuarto punto?

–No es nuevo para las élites ni tampoco para buena parte de la clase media, la búsqueda de un vengador. No olvidemos cómo se aplaudió el 4-F. No olvidemos cómo, ni siquiera, factores políticos y económicos que sabían del golpe alertaron de ello, sin hablar de los que se involucraron. Antes, 1989, en medio del Caracazo, hubo políticos y empresarios que sugirieron a los jerarcas militares quedarse con el poder para recomponer el país. Caldera fue elegido en 1993 porque prometía venganza. Más tarde, le pedían que siguiera el ejemplo de Fujimori. ¿Qué decían de Chávez factores del poder? Es un militar. Pondrá orden. Y se sabe, en estos casos, lo que significa orden. Por último, pese a admitir que se equivocaron con Chávez, no han dejado de buscar que la solución provenga de un sector de la Fuerza Armada. Les resulta fácil y conveniente a ciertos sectores del poder: el gendarme les resuelve el problema de repensar el país, de involucrarse. No abundan los empresarios que creen de manera sincera en la democracia como modelo. Y otros consideran que la acumulación primitiva de capital es la constancia definitiva de la riqueza, y no la educación de calidad, las industrias a todo pulmón, el sosiego de las calles, la paz de las noches y las libertades.

–Se tiene la impresión de que El suicidio del poder es dos libros. Uno es el de la crónica venezolana de Vargas Llosa y otro, el de la peripecia reciente de Venezuela. En muchos puntos, estos dos relatos ni siquiera se tocan y, definitivamente, el inventario venezolano tiene un tono distinto, mucho más dramático, ¿por qué decidió trenzarlos en un único volumen?

–Yo creo que hay correspondencia. Inclusive en las historias colaterales que le ofrecen una suerte de pausa al lector: Gallegos, Carlos Rangel, la cita en La Orchila, Torrijos, etc. Regreso a esa impresión terrible que tuve yo mismo: qué es ficción y qué es realidad. Pues, todo lo es. Una y otra cosa, y lo contrario. Y mira que allí no abordamos el tema de la enfermedad. El cáncer de Chávez y ese mundo fantástico que solo tiene parangón en Evita de Tomás Eloy Martínez, en El otoño del patriarca de Gabo y Oficio de difuntos de Uslar Pietri.

–¿Qué percepción cree usted que tienen mutuamente Vargas Llosa y Chávez? ¿Se respetan?

–Ambos han dicho lo que piensa uno del otro: “el caudillo militar y el intelectual analfabeta”. Se repelen. Son polos opuestos.

–Y usted, ¿los respeta?

–Una de mis primeras lecturas fue La casa verde. Desde allí, me enganché con Vargas Llosa; su obra periodística, los artículos, no envejecen, como ensayista, es de primera. Lo admiro y lo respeto. En cuanto a Chávez, ¿puedo admirar al caudillo que representa? No. ¿Puedo respetar el coctel ideológico que encarna? Tampoco. El Chávez que se salva es el de la Constituyente. Ni siquiera el Chávez de la dádiva, aunque el asistencialismo sea una oferta política que algunos acepten como válida, pese a que no sea sostenible. Es que Chávez es peor que eso. Su modelo no es tanto que haya profundizado el rentismo –siniestra enfermedad-, ni que haya rescatado el populismo –que aparece y desaparece como fórmula en América Latina, inclusive en Europa-, sino algo aún más grave: ha propiciado el saqueo de Venezuela. Se hizo el loco ante el saqueo de los cubanos. Propició el saqueo por parte de la boliburguesía, los bolifuncionarios, los bolioperadores. Chávez usó el lobby del dinero cuando le convino. Lobby nacional y lobby internacional. El comenzó con los millarditos del FIEM, y por ahí se colaron los demás. La gran corrupción de los bonos de la deuda pública,  de los contratos de obras, de las compras militares, de las importaciones de alimentos. Y la otra corrupción, la del hombre común, la de  los tarjeteros con los cupos de Cadivi y los cupos de los bonos, la de los buhoneros que especulan con la comida, la de los que trafican con las remesas familiares. El ministro Giordani reconoció que solo el año pasado la sobrefacturación pasó de 10.000 millones de dólares. Maduro acaba de admitir que fallaron en la entrega de divisas. Aquí hay nuevos magnates en fortunas. Numerosos ricos de cientos de millones de dólares. Acumulación sobre la base del saqueo. Funcionarios militares y civiles que esperan que todo cambie, sean perdonados, y escalar a la categoría de figuras de bien, del dinero y el capital bien habido. Si yo lo sé, el Estado también lo sabe. Chávez es el único presidente que de manera insólita reconoció que en su gobierno se fugaron 200 mil millones de dólares a pesar del control de cambio. Todo esto no es que ocurrió en sus narices, es que él lo propició. Todas las veces que se ha descabezado a alguien y se le acusa de hechos de corrupción no es por la corrupción, sino por el juego del poder. Hace una década prometió una policía anticorrupción. Hace una década prometió adecentar el Poder Judicial. Los factores del poder, nuevos o viejos, conocen los detalles del saqueo. Ellos mismos se entremezclan. Dinero y política. ¿Y qué hacen? Da grima responder. La verdad es que el libro ha debido llamarse El suicidio de una nación, pero ya Vargas Llosa había usado este título. No se lo podía plagiar.

 

Publicado en la Revista Clímax, abril de 2013

 

 

 

 

Un comentario en “Juan Carlos Zapata

  1. ..¿..AH ?PERO HA PODIDO AGREGARLE (DE 7 SUELAS)ES DECIR ASI :»EL SUICIDIO DE LA NACION DE 7 SUELAS»DONDE LA DEDICATORIA LE IBA INCLUIDA SIN TENER QUE MENCIONAR LE A EL POR NINGUN LADO DE LA NARRATIVA………………….

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