Milagros Socorro

Milagros Socorro responde al cuestionario enviado por Miguel Angel Bastenier, en julio de 2007

 

MAB- ¿Tiene el periodismo latinoamericano la enfermedad de la ‘declaracionitis’, periódicos llenos de declaraciones, y muy pocos hechos al margen de las mismas?  Caso de Venezuela.

MS –Efectivamente, Venezuela no es la excepción de esa tendencia latinoamericana que usted denomina declaracionitis y que alude al hábito de tomar un acto de habla por un hecho noticioso. O mejor, por un hecho en sí mismo.

Esta propensión, que usted califica apropiadamente de enfermedad, tiene en Venezuela muy larga andadura pero en los últimos tiempos se ha agudizado –y se ha efectuado una evidente disminución del espacio dedicado a los reportajes de investigación o a la crónica, géneros que apuntan más a la exposición de hechos que a la verbalización de intenciones o puntos de vista- por factores imputables a las propias organizaciones periodísticas pero también, y muy principalmente, al hecho de que este país, que en tiempos republicanos ha tenido siempre un sistema profundamente presidencialista, en la actualidad está gobernado por una sola persona, -el presidente Hugo Chávez-, que reúne en sí misma las atribuciones que naturalmente corresponderían a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, convertidos hoy en meros repetidores de las declaraciones del Presidente y agentes de sus propósitos, concebidos en ámbitos que sólo el Jefe del Estado conoce y que no incluyen la participación de expertos venezolanos en las distintas áreas ni muchos menos la sugerencia de los ministerios, hoy reducidos a oficinas de escaso presupuesto, muchos empleados y ninguna capacidad de decisión y operatividad. No por nada los ministros viven alerta a los ataques de declaracionitis del Presidente, puesto que cada acceso de este mal les permite entrarse de cuál será la orientación de sus respectivos despachos. Ésa es la razón por la que se ha convertido en un tópico fotográfico en Venezuela la instantánea de tal o cuál ministro, presente en el estudio desde donde se transmiten las alocuciones dominicales de Chávez, al noticiarse de los cambios que a partir del lunes está obligado a hacer e, incluso, de que ha caído en desgracia y su remoción es inminente. Desde luego, son muy comunes también las fotografías que muestran ministros cabeceantes o agobiados por el tedio y el agotamiento en esos ataques de declaracionitis de los domingos, cuya duración promedio es seis horas.

No se me escapa que la noción de declaracionitis que manejamos aquí es el exceso en el que incurren los medios de comunicación y no los voceros, que, finalmente, pueden ejercer esa función –y, en algunos casos, esa compulsión-el tiempo que quieran, con independencia del espacio que luego conseguirán ocupar en los medios de comunicación. Pero he tratado de exponer rápidamente la situación de Venezuela para dar cuenta de un contexto muy específico, que hasta ahora no tiene réplica en ningún lugar de América Latina, con la excepción, claro está, de Cuba, donde no cabe ninguna reflexión acerca de la prensa. Me refiero, pues, a un país donde todos los poderes están concentrados en una sola persona; y a la práctica desarrollada por esta persona en el sentido de concebir en solitario (o en sociedad no siempre establecida pero que el propio Chávez ha identificado muchas veces como Fidel Castro, a quien menciona como consejero y guía de sus iniciativas) las políticas por las que ha regirse la Nación, cuáles serán las directrices en materia de política internacional, cómo se llamarán las instituciones (qué nombre sustituirá al anterior), qué miembro del procerato ha bajado del altar y qué sargento decimonónico ha tomado su lugar, cuáles son los nuevos amigos de Venezuela y qué alianzas tradicionales han perdido toda validez, qué tonada ha sido evocada por el Presidente en la víspera… y luego anunciarlas en cadenas audiovisuales o en su programa dominical de radio y televisión. Todo esto tiene un correlato en la clausura de las fuentes informativas oficiales, inclusive de aquéllas instituciones obligadas por ley a presentar cuentas a quien lo solicite. Venezuela es hoy un país sin contraloría y los funcionarios rechazan como afrentas personales cualquier intento de escrutinio público a sus gestiones y a sus manejos administrativos. Petróleos de Venezuela, por ejemplo, la estatal petrolera a través de la cual ingresa la inmensa mayoría de los recursos de Venezuela por la explotación y comercialización de hidrocarburos, ha sido calificada de “caja negra” porque nadie sabe qué ocurre con el caudal de dólares –el mayor en la historia de Venezuela- que entra a sus arcas. Claro está que una parte sustancial de esas divisas se dirige al Banco Central, que luego las orienta conforme a la norma legal, pero se sabe que una jugosa tajada se encauza a través de los programas sociales del Gobierno, ninguno de los cuales está sujeto a procedimientos de contraloría.

Convengo en que esta suma de circunstancias, -de complejidad y gravedad difícilmente comprensible para nadie que no sea venezolano y, a la hora de informar sobre ella, periodista venezolano- no justifica la virulencia con que en nuestro medio se manifiesta la declaracionitis. Aún en un país controlado por un jefe de Estado que en la práctica se conduce como un monarca, y con un aparato estatal inescrutable, ocurren cosas, innumerables cosas, como en cualquier país. Y es cierto que la prensa venezolana parece no admitirlas. Esto es verdad. Nuestras páginas muestran el sarpullido de la declaracionitis. Es un signo que está a la vista y es incontrovertible. De manera que usted y yo partimos de una afirmación que concita nuestro acuerdo. La diferencia está en que usted evalúa y diagnostica con una distancia de la que yo carezco.

No voy a justificar a la prensa venezolana ni a acaramelar sus defectos, que son muchos, pero no me encuentro en situación de juzgarla puesto que he sido parte de ella por dos décadas y no hay mancha de la prensa venezolana que no me haya pringado. Una parte de esa vivencia profesional la he desarrollado en el contexto de una polarización política que ha enfermado nuestra sociedad con un mal mucho más agudo y devastador que cualquier otro. Hay que ser venezolano y haber visto el propio país dividido (más, por espada tan mediocre) para saber lo que han sido estos años.

¿Y la del oficialismo, aquella por la que las fuentes casi siempre son oficiales o de organismos públicos? Caso de Venezuela.

–El oficialismo en Venezuela no padece de declaracionitis, todo él es una sola declaración. Una declaración de Chávez. Una declaración sin más sustento que la proliferación de sí misma. El resto de los funcionarios se las arregla para repetir los contenidos emanados del jefe del Estado… sin la gracia y el talento histriónico de éste.

Visto desde lejos, sobre todo desde la remota inconsecuencia de cierta izquierda fascinada por los caudillos militares que vociferan contra los Estados Unidos, en Venezuela hay una revolución. Y fíjese usted que su indicio para dar crédito a esta ilusión son dos actos de habla: 1) Chávez lo dice; 2) Chávez insulta al presidente Bush. Dos declaraciones mal respaldadas por los hechos, puesto que la revolución de Chávez, que ya va por su noveno año, no ha reducido la pobreza, a pesar de contar con los precios petroleros más altos de la historia; no ha sido vector de una auténtica participación de las masas; no sólo no ha disminuido la inseguridad ciudadana sino que ésta se ha multiplicado hasta unos niveles difícilmente concebibles para alguien que nunca haya visto cerrar una autopista por una banda de motorizados que se emplazan en punto, como en una alcabala improvisada, mientras sus compañeros se dedican a robar, a mano armada, a los automovilistas represados en la vía; lejos de combatir la corrupción administrativa, la ha tolerado, cuando no estimulado, -mediante la ausencia total de controles y una total impunidad- con la expresa voluntad de auspiciar una nueva “burguesía bolivariana”; lejos de estimular la producción, tenemos hoy una economía de puerto (el año pasado, las importaciones sumaron los 32.000 millones de dólares y, por el alza registrada en el primer semestre, puede estimarse que este año llegarán a los 38.000 millones de dólares); expresa su determinación de defender la soberanía de Venezuela ante las ansias imperialistas de los Estados Unidos, al tiempo que relega instituciones vitales para el funcionamiento de la República al dominio de los cubanos, en cuyas manos se ha confiado, para poner un caso que espero explicite la delicadeza del asunto, todo el proceso de expedición de documentos que acreditan la nacionalidad. Esto, admitido públicamente por Chávez, quien lo ha presentado como una iniciativa del todo plausible. De manera que son los cubanos quienes controlan la Extranjería en Venezuela y el proceso de emisión de cédulas de identidad y pasaportes, repartidos a espuertas a quienes sean considerados amigos de la revolución (sean venezolanos o no; eso es insustancial en un país donde la ideología ha sustituido al Estado de derecho) y dificultados hasta el extremo para quienes no hayan demostrado adscripción revolucionaria y, peor aún, para quienes aparezcan en la lista de Tascón como se conoce el documento donde aparecen los nombres, número de cédula y direcciones de quienes votaron para convocar el Referéndum Revocatorio Presidencial, instrumento electoral contenido en la Constitución Nacional de 1999; y, en fin, dedica improperios a Bush y al imperio norteamericano pero éste no ha dejado de ser el primer socio comercial de Venezuela.

Las declaraciones del Presidente, donde todos estos hechos se transforman en revolución, son repetidas por todos los funcionarios con una rapidez y uniformidad que moverían a la risa si no reflejaran una situación dramática. Muchas veces nos reímos, de todas formas. Pero qué puede esperarse del oficialismo si Chávez no es sólo el centro del poder político y el historiador que ha readaptado el pasado para demostrar, desde la llegada de Colón, todos los acontecimientos de este país anunciaban su llegada redentora; sino que, no conformes con la hipertrofia del poder ejecutivo y el debilitamiento del legislativo y judicial, la Asamblea Nacional concedió facultades extraordinarias a Chávez para gobernar sin interferencias de la misma Asamblea, mediante la llamada Ley Habilitante. Y en febrero de este año, ese Parlamento le otorgó facultades extraordinarias para gobernar por decreto en diversas áreas, incluida la energética.

En el escenario de un creciente autoritarismo, donde todos los espacios han sido copados por el gobierno militar; donde todas las decisiones están en manos de una persona que ha concentrado un poder omnímodo y de quien depende todo lo que se haga en el país, es explicable que las fuentes a las que se acude para obtener información de cualquier cosa sean, precisamente, las fuentes oficiales, multiplicadoras de la voluntad del vocero único. Es preciso tener en cuenta que muchas de las otras fuentes se cuidan muy bien a la hora de suministrar información porque en Venezuela se ha desatado el miedo y cualquier desliz podría traer consecuencias muy duras para las empresas, organizaciones e instituciones de todo orden, incluidas las universidades, que han sido amenazadas por el propio Chávez con una intervención de su autonomía.

En suma, se acude a la fuente oficial porque nada se mueve en Venezuela si Chávez no lo aprueba. Y, al llegar a la fuente oficial, muchas veces nos encontramos con un muro y otras veces con la altanería de quien no tiene que darle cuentas a nadie. Para ilustrar esto de lo que le hablo, le daré un ejemplo muy reciente (para la fecha de cierre de su libro). Me refiero a que no he ido muy lejos para espigar un evento que le dé idea del comportamiento de los funcionarios de gobierno frente a los periodistas. El día 11 de julio, la periodista Maye Garcés Primera, del diario vespertino TalCual (dirigido por Teodoro Petkoff), cursó una comunicación a la Embajada de Venezuela en Perú con el objeto de solicitar información acerca de la apertura de una oficina del ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América).

A continuación transcribo textualmente la respuesta que recibió TalCual: “Reciban un cordial saludo. Por instrucciones de la Jefa de Misión y en atención a su solicitud enviada a esta Embajada en su fax de fecha 11 de julio de 2007, que suscribe Maye Garcés Primera, Jefe (a) de Redacción, se hace de su conocimiento que la información o entrevista solicitada se ofrecerá siempre y cuando se le explique ¿cómo el señor Teodoro Petkoff, es ahora el mejor vocero y militante de la extrema derecha?

Agradeciendo toda la atención que pueda prestar a la presente se despide de usted.

Buenas noches.

Secretaría del Despacho

Embajada de la República Bolivariana de Venezuela

En la República del Perú”.

Tanto los términos como los signos de puntuación han sido reproducidos sin nnguna alteración.

  La superpolitización de casi toda la prensa latinoamericana ¿no es acaso un efecto de su reducidísimo mercado, formado por las capas superiores de la sociedad más su clientela? ¿Es ese el camino?

-En Venezuela, como en muchas partes del mundo, atravesamos una grave crisis de los partidos políticos y de buena parte de las instituciones. No podría precisar con exactitud a qué se debe la superpolitización de la prensa ni soy capaz de argumentar hasta dónde es saludable que la prensa sea politizada y a partir de qué punto se hunde en la hiperpolitización y, por tanto, pierde equilibrio y credibilidad. Tampoco esta vez voy a justificar el hecho de que la prensa venezolana tenga este sello. Más aún, me cuento entre quienes observan con preocupación que en esa crisis de los partidos y en ese parpadeo de las instituciones, la prensa ha ocupado espacios que no le corresponden y amagado funciones que no son de su incumbencia ni están en su naturaleza, con lo que nos desviamos de nuestra función y de lo que podemos hacer bien para hacer mal lo que es asunto de otros.

Pero, con todo, me pregunto qué sería de Venezuela si los medios de comunicación hubieran imitado la claudicación de todos los poderes, las instituciones y las conciencias, y hubieran dejado el país librado a la hegemonía que brega por instaurarse en todos los aspectos de la vida venezolana.

Esta pregunta me la he hecho muchas veces. En ocasiones llego a la conclusión de que, sin la prensa, Venezuela estaría ya inmersa en una dictadura. Y, en otras ocasiones, -quizá porque pienso lo anterior-, llego a la conclusión de que la prensa es la hoja de parra que cubre las vergüenzas de un régimen dictatorial, que la prensa es el único argumento de este Gobierno para presentarse como demócrata.

¿Por qué en toda América Latina de habla española, salvo la excepción relativa de Clarín en Buenos Aires, no hay ni un gran periódico internacional, como Le Monde o EL PAÍS, que tenga una implantación mundial? ¿Por qué las menguadas (y malísimas) secciones de Internacional de los diarios tratan mucho más (antes de Chávez y Morales) de Europa y Oriente Medio, por ejemplo, que de América Latina?

-Me lo pone usted difícil. Me he pasado demasiado tiempo preguntándome por qué no hemos merecido los venezolanos una calidad de vida como la de España, siendo que hemos heredado tantas cosas de tan entrañable lugar (geográfico y del alma), y ahora me llega usted por flanco desguarnecido a preguntar por qué no tenemos un diario como El País. Como no tengo respuesta para eso, le daré la explicación que he afilado para conformarme un poquito porque nuestras ciudades son invivibles mientras las de España son una delicia.

A ver, me he dicho muchas veces, desde cuándo Madrid es esta capital europea donde las muchachas van solas por la calles (solas de compañía masculina o solas de tutoría adulta, no solas de ellas mismas), hablando entre sí con tal volumen, vestidas con prendas de colores (lo mismo que sus madres y, todavía más asombroso, sus abuelas). Desde cuándo España consume a este ritmo y exhibe esta clase media mayoritaria y, además, pujante, segura de sí misma. Desde cuándo corresponden al mundo desarrollado las vías terrestres de España, la estatura de sus policías, el índice de escolarización de sus masas, la libertad de su debate político, la pluralidad de las fuerzas que conviven en sus instituciones, la calidad de esos periódicos. Esto no fue siempre así. Más aún, el pasado reciente de España ofrece estampas de precariedad económica, social y política. La espléndida transformación de España ha tenido mucho que ver con el auge económico que supuso para este país el soporte de la Unión Europea.

Pongámoslo de otra manera: Francia y España tienen dos mil años de historia y, ¿desde cuándo tienen periódicos como Le Monde y El País? En el caso de España, la respuesta está muy clara: El País existe desde que España salió de la antimodernidad.

Hace 40 años, cualquier ciudadano del mundo hubiera podido preguntarse por qué España permanecía tan tercamente sustraída a la modernidad. Los españoles de aquel momento y los venezolanos de hoy sabemos que la militarización de la política es un freno brutal a la modernidad. Sin una verdadera democracia y con resabios como el militarismo no hay margen para un gran periódico internacional como orgullosamente califica usted al suyo. Y créame que lo entiendo. El Nacional, mi periódico, no tiene implantación mundial, tiene una sección de Internacional que, para empezar, carece de corresponsales en el extranjero y ha cometido algunos errores. Pero con todo lo que puede achacársele es motivo de inmenso orgullo para mí porque, contra los vientos más bravos, hemos plantado lucha por la democracia de Venezuela y contra el afán hegemónico del actual gobierno.

Lo otro es que no es tan grave quedar fuera de la lista de países sin periódicos de impacto planetario. En fin, no me lo parece. Terrible sería quedar en el descampado de una tradición artística que dialogara con las más altas del mundo en términos de igualdad; y esa bancarrota no la registramos. Trágico sería vivir extrañados de una trayectoria democrática y ésa no es carencia que nos abrume. Muy por el contrario. Creo saber, de paso, que el Pacto de Punto de Fijo, -ese arreglo por el que los partidos políticos de mayor arraigo en Venezuela acordaron la alternabilidad en el poder y el apego a los dictámenes electorales- influyó en el Pacto de la Moncloa y que Acción Democrática otorgó los medios para adquirir la sede del PSOE en Madrid. La democracia venezolana, en algún momento, tuvo una implantación más allá de nuestras fronteras. Por algo se empieza.

–¿Es un peligro Internet para la sobrevivencia de la prensa de papel en América Latina?

–Al contrario. Será, me imagino, un soporte alterno para la prensa. Y, de seguro, una herramienta invalorable para la investigación.

 

 

 

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