Pedro Benítez: “El país marcha a una refundación de sus instituciones, como ocurrió en el 58”

Milagros Socorro

Pedro Abdiel Benítez Fernández podría tener un pasaporte español. Pero no lo tiene. Y tampoco habla gallego, pero dice entenderlo perfectamente. Es una mezcla inédita en la política venezolana: hijo de oriental y coruñesa, adeco desde el liceo, evangélico de nacimiento, historiador de formación, miembro del CEN de Acción Democrática y activista de la Mesa de la Unidad Democrática, ente al que concede un papel clave para el devenir futuro de la república.

Nacido en la parroquia Santa Rosalía, Caracas, en mayo de 1970, Pedro Benítez es secretario Político de Acción Democrática y profesor de Historia Económica y Pensamiento Político de la UCV y de la Unimet. Está casado desde hace 20 años “con Adriana”, educadora especial. “Nos casamos muy jóvenes”, dice, “porque estábamos enamorados y sigo enamorado”. Tienen dos hijos.

–Mis abuelos paternos –explica- eran campesinos analfabetos del oriente de Venezuela. A mi abuela le escuché decir que su marido, mi abuelo, huyendo de la Sagrada, fue a internarse en las montañas, donde la conoció a ella. Y se juntaron. Tuvieron once muchachos. En los años 50, ella decidió bajar hacia Cumaná para darles educación a sus hijos. Tres de ellos tuvieron estudios universitarios. Uno de ellos, mi papá.

Cuando nació Pedro, quien sería el mayor de tres hermanos, su padre trabajaba en una tintorería y luego se fue a trabajar en el Consejo venezolano del Niño, con cuya ayuda terminó la secundaria. Trabajaba de día y estudiaba de noche. Así sacó la licenciatura en Educación, en la Universidad Simón Rodríguez. Fue uno de los primeros maestros normalistas del país. Fue él quien alfabetizó a su madre, con el método “Abajo cadenas”. Siguiendo el camino de tantos sucrenses, dejó el estado y se fue a la zona del hierro en Bolívar, donde consiguió trabajo en la Orinoco Mining Company y se vinculó con el sindicato adeco. Luego marchó Caracas con la intención de continuar sus estudios. Y cuando se produce la división de Acción Democrática (1967), se fue con el MEP. “Mi padre”, remata Benítez, “es evangélico y eso influyó mucho en mí: soy evangélico practicante”.

–Mi madre, por su parte, llegó a este país en el año 63. Venía de La Coruña. Suele contar que la primera vez que vio un rollo de papel toilette en su vida fue en el barco que la trajo. Tenía 13 años cuando llegó. Venía sola, a encontrarse con su madre, que ya estaba en Venezuela. Ellas integraron aquella inmigración gallega, compuesta por mujeres que venían a servir en residencias, que una vez instaladas se traían a sus familiares. Mi madre llegó a las 10 de la mañana a La Guaria; y a las 4 de la tarde ya estaba trabajando en una casa de familia. Su primera paga fue un plato de pasta.

“Mi madre se sociabilizó con Venezuela a través de la iglesia evangélica. Su madre, mi abuela, tenía 18 años cuando se produjo el levantamiento Nacional, en España, y empezó la Guerra Civil. Sus padres habían muerto en la hambruna de los meses previos, pero ella y sus hermanos quedaron en el lado nacional. Su hermano mayor, que entonces tenía 18 años, fue asesinado tras ser acusado de comunista por el cura del pueblo. Mi abuela quedó muy marcada por eso. Era muy creyente, pero desarrolló un hondo rechazo hacia la iglesia católica. Fue así como, ya en Venezuela en los años 50, se vinculó con los primeros movimientos evangélicos que trajeron los misioneros del sur de los Estados Unidos. Ella se unió a la iglesia evangélica de Dios pentecostal, que quedaba en la colina Gato Negro, Catia (todavía existe). Allí se conocieron mis padres”.

Postal de Berlín: una cola para comprar azúcar

El hermano más joven, Benjamín, es 12 años menor que Pedro. Era surfista, hasta que hace 7 años sufrió un accidente en la playa, una ola lo revolcó y la cabeza le llegó al pecho, Esto le ocasionó aplastamiento de médula con fractura de vértebra que lo dejó parapléjico. Tenía muy pocas probabilidad de volver a caminar, pero por su tenacidad y el terco apoyo de su madre, logró sentarse en una silla de ruedas, trabaja, maneja, se mudó solo a un apartamento y todo indica que va poder caminar.

“Yo creo”, constata Pedro, “que tengo el carácter de ella, esa determinación gallega de nunca rendirse. Y de mi padre, la inclinación intelectual. Aunque los dos son grandes lectores. Mi madre comenzó sus estudios cuando mi padre terminó los suyos y llegó a graduarse abogada”.

El primer viaje que hizo a Galicia fue seguido por un recorrido por Europa. La familia tenía recursos tan modestos que compraban billetes de tren nocturno para ahorrarse noches de hotel. Con ese sistema llegaron a Berlín, un destino anhelado por su padre. “Trasponer el muro y llegar a la parte comunista fue como llegar a otro planeta. Veníamos del lado próspero, libre y lleno de vida; y pasamos a un lugar triste, gris, opresivo, monótono, agobiado por la escasez, atado al pasado. Era, como alguien ha dicho, el mejor argumento contra el socialismo. Eso me marcó para siempre. Nunca olvidaré la imagen de una inmensa cola delante de una tienda: mi madre se acercó a preguntar qué era lo que atraía semejante clientela y le dijeron que había llegado el azúcar. A la ciudad. Estamos hablando de Berlín, una de las capitales más importantes del mundo, que, además, era la vitrina del socialismo frente a Europa (cuál sería la precariedad al interior de aquel mundo). Yo tenía 12 años. Y quedé impactado por esa visión de decadencia”.

Una vida al borde de la política

En 1993 comenzó a militar en Acción Democrática. Los sucesos de febrero del 92 lo habían sacudido. “Todo aquello me pareció una barbaridad, una cosa primitiva. Movido por eso, me acerqué a Acción Democrática, que ya entonces consideraba el bastión de la defensa de la democracia. Y me influyó también la campaña de Claudio Fermín, cuyo planteamiento me pareció muy sensato y conveniente para el país. Me involucré al comité local de AD y dos años después me inscribí formalmente. Mi relación con AD ha tenido altibajos. Primero, viví aquella etapa inicial en la que me fui involucrando progresivamente; me inscribió un obrero, Luis Ollarves, que ahora es militante chavista; entré al comité ejecutivo municipal de San Antonio de Los Altos; y luego ascendí hasta el buró regional de Asuntos Municipales, que coordinaba Carmen Teresa Ayala. Así llegamos a la campaña del 98, desde que Claudio se va del partido hasta la candidatura de Alfaro y el derrumbe. Entonces me pasó lo que a tantos militantes… me desmoralicé y me retiré del partido”.

Pero entonces ya estaba en la escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, a punto de entregar una tesis sobre la historia del libro Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel, a quien define como “uno de los intelectuales más importantes y densos que ha tenido Venezuela, y entre los más notables de América Latina. Está entre los primeros en explicar el verdadero impacto de Fidel Castro en la región”. Inmediatamente, obtuvo un contrato como investigador en la Fundación Cisneros; y se inscribió en la Maestría de Historia de América, que completaría con una tesis sobre el ascenso del peronismo visto desde Venezuela, a partir de un libro de Antonio Arráiz .

En 2002 regresó a la política, tras cuatro años de extrañamiento. “En abril de ese año participé en la marcha más por casualidad que por verdadero deseo de hacerlo. Al día siguiente, estaba en mi casa viendo por televisión el decreto de Carmona y salté: coño, qué es esto. Me pareció algo insólito e inexplicable. Sentí que debía hacer algo. Y otra vez concluí que la trinchera de lucha no podía ser otra que Acción Democrática. Entonces empezó otra etapa que me ha traído hasta este día. Ya nada me apartará del partido. He concluido que fue un error haberme ido”.

En 2003, ya de lleno en Acción Democrática, se vinculó con la Unidad de Análisis de Políticas Públicas, que coordinaba el ex senador Ángel Reinaldo Ortega. “Se trataba de una iniciativa para repensar el partido y actualizar su programa histórico. Esa época coincide con la llegada de Henry Ramos Allup a la secretaría general de Acción Democrática; y con el inicio de mi amistad con él. Con base en ese trabajo dimos inicio a una serie de visitas a las diferentes regiones del país para dictar talleres de formación política a nuestros militantes. Como es sabido, AD hizo un viraje hacia el pragmatismo excesivo: llegó a convertirse en una máquina electoral, y sus dirigentes y militantes perdieron conciencia de que verán portadores de un proyecto histórico. Esto lo hicimos hasta el 2005. Luego AD se retiró de las elecciones parlamentarias, no participó en las presidenciales, ese grupo se disolvió. Y ahora ese trabajo lo estamos haciendo de manera más institucional, no como un grupo aislado sino dentro de la estructura del partido”.

En 2009, Pedro Benítez ingresó al CEN, con lo que trazó una trayectoria vertiginosa (si contrastamos con el tiempo que tal ascenso tomó a la gran mayoría de sus predecesores). Dos años antes, en 2007, el año de la irrupción del movimiento estudiantil, el partido se vio favorecido por el ingreso de jóvenes “que no tenían nada que ver con la era de la preeminencia de AD; pero que se interesaron en política tras el cierre de RCTV y la propuesta de enmienda a la Constitución, y empezaron a buscar referencias. Fue así como toparon con la generación del 28, donde destaca Rómulo Betancourt. Leyeron Venezuela, política y petróleo, que fue uno de los libros más vendidos ese año, junto con Betancourt, político de nación, de Manuel Caballero (poca gente lo sabe). Sin que nadie los llamara, se presentaron en el partido diciendo que querían hacer algo.

La Mesa de la Unidad tiene razón

Pedro Benítez es coordinador de Políticas Públicas de la Mesa de la Unidad Democrática y un vocero muy activo de esta coalición de partidos de oposición. “Inicialmente”, concede, “veía el proyecto la Unidad con cierto escepticismo. Pero luego vi de cerca el trabajo de Ramón Guillermo Aveledo… francamente, no se me ocurre qué otra persona hubiera podido cumplir una tarea de tanta significación. En la actualidad, y desde hace mucho, pienso que la Mesa es fundamental en la tarea de orientar hacia dónde irá Venezuela. El país está lanzado en una especie de tobogán; y es preciso mostrarle al país una alternativa, porque diera la impresión que el único proyecto es el de Chávez. Y esto no es cierto. La historia puede cambiarse, Venezuela puede dar un viraje hacia mejores perspectivas. Nuestros vecinos así lo han demostrado: el caso de Colombia es drástico”.

-Yo creo que el destino de Venezuela no está condenado por el chavismo (como el peronismo sí condenó a la Argentina). Creo que los venezolanos tenemos la capacidad de detener ese desplome del país, que se está produciendo ante la resignación de muchos. Por eso creo en el proyecto que ha venido desarrollando la Unidad Democrática, que es la única opción para configurar a futuro un gobierno de unidad nacional.

“Nosotros estamos ante la posibilidad cierta, en los próximos años, de pasar no por una transición, sino por una refundación de la institucionalidad republicana, tal como ocurrió en el 58. Es triste y lamentable que cada 50 años los venezolanos tengamos que volver a comenzar, porque esto supone una pérdida de tiempo que detiene nuestro avance, pero esa pérdida de tiempo ha detenido nuestro avance. En la Mesa estamos trabajando para sentar las bases de un acuerdo político como el que se dio en Chile después de Pinochet; o el que se dio en Perú, después de Fujimori. Esas élites políticas, como la venezolana en 1958, tuvieron la lucidez de ver a dónde querían llevar a sus sociedades. Ese es el trabajo que estamos haciendo en la Mesa, en la conciencia de que eso viene”.

“Dentro de la Mesa tenemos diferencias y no las ocultamos. Eso es lo normal y lo sano, resolver las diferencias con los mecanismos de la democracia. En ese sentido, la Mesa está haciendo un ejercicio de pedagogía política. Acción Democrática, por ejemplo, tenía grandes reservas con la candidatura de Henrique Capriles Radonski; e hicimos todo lo posible para que no fuera electo en primarias. Pero una vez que esto sucedió, nosotros hemos dado muestras contundentes de que estamos comprometidos con el proyecto unitario”.

A quienes señalan a la MUD de pusilánime y de no enfrentar a Chávez con sus mismos métodos, Benítez les recuerda que “la Mesa no es un partido, sino una instancia de coordinación política. Las críticas deben dirigirse a los partidos, que somos quienes tomamos las decisiones. Es necesario que el país comprenda que las decisiones de la Mesa no las toma Ramón Guillermo Aveledo, sino las direcciones nacionales de las distintas organizaciones que componen la MUD. La Mesa es una oportunidad para el país, no solo para la oposición. Y nuestra siguiente tarea es denunciar el nefasto legado de Chávez. Y sí, es cierto que muchas veces nuestras declaraciones se sienten tibias frente a la gravedad de los hechos, pero eso es porque cada declaración debe representar a mucha gente, a muchas tendencias distintas”.

Dicho esto, Benítez agregar que, desde su perspectiva, “a la Unidad nos falta más audacia, porque ciertamente en algunos asuntos somos timoratos, como en las relaciones con China. Si Rómulo Betancourt se hubiera puesto a pensar qué dirían los norteamericanos sobre lo que el escribía en el diario Ahora acerca de los abusos que cometían las transnacionales petroleras en Venezuela venezolanos… esa es una lección histórica que nosotros podemos atender para enfrentar las graves violaciones a la Constitución, a la Ley Orgánica de Hidrocarburos, que el gobierno de Chávez perpetra en sus tratos con China, un país que, a diferencia de los Estados Unidos es, por cierto, una dictadura que irrespeta flagrantemente los derechos humanos. El hecho de que el contrato de suministro de petróleo a China sea un secreto es una aberración que la MUD debe denunciar por la calle de en medio. Y ya no digamos el hecho de que Raúl Castro, cabeza de una dictadura, se convierta en presidente de la Celac. Si la radical oposición a ese absurdo nos resta amigos en el exterior, ese es el riesgo que tenemos que correr, porque estamos convencidos de que nos asiste la razón. Nuestra línea política no tuvo éxito en 2012, pero eso no quiere decir que estanos equivocados, porque en la política lo importante no es tener la razón, sino que te la den. Bueno, a nosotros no nos dieron la razón en 2012, pero esto no quiere decir que no la tengamos”.

 

Publicado en Revista Clímax, abril de 2013

 

 

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