Cercano a cumplir noventa años, el doctor Werner Jaffé, fundador de la cátedra de Nutrición Humana, en la UCV, en 1958, promotor de grandes avances en la nutrición venezolana y autor, entre otras cosas de la fórmula de Lactovisoy, sigue asistiendo a su trabajo en Fundacredesa. Su bonhomía, su gran solvencia académica y científica, así como su prolongada apuesta por el destino de Venezuela le dan méritos para contarlo entre los grandes de nuestro país.
Milagros Socorro
Nací en Frankfurt dos meses después de estallar la Primera Guerra Mundial, el 27 de octubre de 1914. Mi padre ya se había incorporado a las fuerzas armadas como médico militar. Mis primeros recuerdos se refieren a impresiones relacionadas con la guerra, cuando nos sacaron de las camas en plena noche para llevarnos al sótano por una alarma de ataque de aviones franceses. Eran chiquitos, con un sólo piloto que probablemente tenía que tirar sus granadas a mano. Podían producir huecos en las calles, poco daño en verdad, pero el miedo que provocaban era grande. Una bomba cayó exactamente sobre una gran cruz roja en el techo del hospital municipal y todo el mundo decía que ésa era otra muestra de la maldad francesa. Pero este argumento no me pudo convencer porque pensé que aquella cruz no era visible en la noche y porque había objetivos más interesantes, como la estación del tren. Tendría cuatro años de edad pero me quedó un gran escepticismo para toda la vida ante la opinión mal argumentada.
En 1933 ya se empezaba a sentir discriminación antisemita, aunque no había ninguna restricción para acceder a la universidad. Siempre había sido costumbre en Alemania que el joven graduado de bachillerato se alejara por un tiempo de la casa materna y escogiera un sitio de estudios superiores distinto del lugar de residencia. Así que escogí ir un semestre a Danzig, donde la situación ya era tensa con la llegada al poder de los nazis en Alemania y se sentía mucha simpatía por este partido. En las vacaciones de pascua iba a casa en avión. Para estudiantes había pasajes al mismo precio que en tren. Los aviones eran chicos, como de veinte puestos y se podían bajar las ventanas como en el carro. No volaban más alto de unos quinientos metros, así que la vista era muy buena.
Entre 1933 y 36 estudié en la Universidad Humboldt de Berlín. Recuerdo especialmente la clase de Otto Hahn, el descubridor de la fisión nuclear. Un día en 1934, un colega y supuesto amigo de mi padre se presentó en su laboratorio, vestido de S. A. y le presentó una orden de transferencia de su instituto al del Hospital Buch en la periferia de la ciudad y de segundo orden. Era un preaviso y un año más tarde se le informó sobre su jubilación prematura, dejándole sin trabajo a los cincuenta años de edad. Entonces inició las gestiones para una eventual emigración. Había llegado la oferta de la Policlínica de Caracas para trabajar como patólogo. Poco después de su llegada a Caracas le ofrecieron a mi padre un puesto en la universidad, en la sala de autopsias del Hospital Vargas, donde trabajó más de veinticinco años.
Aunque por los discursos de Hitler y Goebbels y la continua propaganda nazi uno ya tenía cierta idea de cómo eran ellos, no se podía creer entonces que fueran capaces de hacer todas las cosas absurdas que predicaban. Pensamos que jamás se iban a realizar. Uno estaba acostumbrado a un régimen democrático y de derecho. ¿Cómo iba a cambiar eso tan abruptamente? Nos habían educado como buenos alemanes. Mi padre y todos mis tíos habían participado en la Primera Guerra Mundial y uno murió en ella. No era fácil aceptar que ya no era el mismo país que uno conocía y quería. Yo soy medio judío. Había que acostumbrarse a ser un marginado y que el país que uno quería se había enrumbado en un camino desastroso.
Mis padres, que ya llevaban tiempo en Venezuela, obtuvieron una visa para mí en enero de 1940. Así escapé de un destino que le costó la vida a millones de personas. Tenía 26 años. Ya en Caracas, me presenté al profesor de fisiología catalán Augusto Pi Suñer, quien había llegado de España contratado para fundar un instituto de medicina experimental. Hablábamos una mezcla de castellano, francés y catalán y nos entendíamos muy bien.
Un evento de la guerra influenció mucho mi línea de interés científico: la ocupación de Java y todas las indias holandesas por los japoneses, que cerró la única fuente comercial de quinina, de donde se obtenía el único remedio disponible contra el paludismo, que hacía estragos en Venezuela. Con el Dr. Schnee, botánico alemán, salíamos en largas excursiones a buscar árboles de Cinchona, la fuente de la quinina, de origen latinoamericano. Muchas veces pedimos permiso para guindar nuestras hamacas en el patio de un ranchito y siempre nos ofrecían para comer arepas y caraotas, a veces con algo de queso blanco o huevo. De estas exploraciones resultó la fabricación de una preparación de quinina… y para mí la curiosidad acerca de esta dieta tan monótona. Así surgió mi interés por la nutrición.
En el laboratorio teníamos una cría de ratas para pruebas de toxicidad y para experimentos dirigidos por mi padre sobre tumores experimentales. Los ensayos sobre nutrición resultaron a corto plazo en tres hallazgos interesantes: la mezcla de caraotas crudas y maíz era tóxica para las ratas, que con esta dieta morían en un lapso de dos semanas. Si se cocinaban y secaban las caraotas, y se aplicaban solas y sin maíz, no se morían las ratas pero tampoco aumentaban de peso. Con la mezcla de estos dos ingredientes se obtenía un buen crecimiento, pero en la segunda generación se observaba una elevada mortalidad en las crías. Esto se normalizaba si se suministraba a las madres extracto hepático, pero no levadura de cerveza. Estas dos sustancias se consideraban como las mejores fuentes de vitaminas entonces conocidas. De estos resultados se podía sacar tres conclusiones: la caraota cruda contiene un principio tóxico, que es destruido con la cocción; las caraotas cocidas solas, igual que el maíz solo, no son alimentos satisfactorios, ambos se complementan en valor nutritivo; y por último, en la mezcla de vitaminas usadas, faltaba un factor desconocido, presente en el extracto hepático pero no en la levadura. La profundización de estas tres observaciones ocupó mi interés por muchos años y resultó en numerosas publicaciones científicas, veinticuatro de las cuales se elaboraron en el Instituto Quimiobiológico. Hasta hoy no hay en Venezuela un caso de investigación científica tan extensa hecha en una empresa privada sin ayuda oficial. Esos estudios los hice de forma particular y luego los presenté al Instituto Nacional de Nutrición.
En Suramérica la población no es especialmente consumidora de carnes. La base tradicional de la alimentación reside en el maíz y los granos, tanto el caso mexicano, por ejemplo, como en el nuestro. Y lo curioso es que la caraota negra, el grano más consumido se produce muy poco en el país. Además, es muy difícil industrializarlo, sembrarlo, y en especial es difícil cosecharlo con máquinas. Se tiene que cosechar manualmente. Efectivamente, es una paradoja que un producto de consumo masivo, su producción no lo sea, pero un país petrolero como Venezuela se puede dar el lujo de comprar lo que necesite.
Algo que me satisface es haber logrado, en 1992, que la harina de maíz precocida se enriqueciera con los elementos que habíamos encontrado más deficientes en la dieta venezolana: vitamina A, hierro y un complejo de vitamina D. Cuando se habló de importar harina de maíz, advertí que debía tenerse mucho cuidado porque en Venezuela hay una ley que exige que todas las harinas de maíz deben ser enriquecidas. De lo contrario, seria ilegal y contraproducente para los consumidores. Esta ley se aplica también a la harina de trigo. Desde luego, no creo que la mayoría de las vitaminas y micro-elementos deban llegar a la dieta de los venezolanos por enriquecimiento de los productos masivos sino que deberían estar naturalmente en una dieta bien balanceada, variada.
Sí, soy el autor de Lactovisoy (fórmula alimenticia complementaria para niños, especialmente en edad escolar, registrada por el Estado venezolano, que contiene proteína de soya, leche, harina de arroz precocida, vitaminas y minerales). Más que leche de soya, Lactovisoy, es como una chicha de soya. Se introdujo en la época del presidente Luis Herrera Campins después de mucho luchar porque el principio no le hacían ningún caso y se hablaba de traer leche de soya importada de Cuba, algo totalmente absurdo porque es infinitamente inferior a Lactovisoy. Mi fórmula es más barata que la leche y contiene ingredientes que no están en la ella; es fácil de transportar y de envasar porque es un producto en polvo. Cuando el gobierno del presidente Herrera lo producían varias organizaciones e incluso varias gobernaciones; aquí había un programa el (PAMI) que se sostenía únicamente con Lactovisoy. Ahora se produce algo, pero muy poco. El Instituto de Nutrición debería utilizarlo mucho más pero por razones desconocidas no lo hacen. Y esto es incomprensible no sólo por los indiscutibles valores nutricionales de la fórmula sino porque a los niños les gustaba, se hicieron muchas pruebas y esto se demostró. Lactovisoy tenía el tradicional sabor a chicha con un toquecito de vainilla era lo mejor.
No, qué voy a ser millonario por la creación de esa fórmula. Todos los colegas de CONICIT coincidimos en que había que otorgar los beneficios del producto. Eso fue una donación al Estado venezolano. Cuando digo que estoy profundamente agradecido de Venezuela, de donde es mi esposa, Mercedes Carbonel, y nacieron mis hijos, que son mi gran orgullo, estoy hablando en serio.
Mi padre y todos mis tíos habían participado en la Primera Guerra Mundial y uno murió en ella. No era fácil aceptar que ya no era el mismo país que uno conocía. Yo soy medio judío. Había que acostumbrarse a ser un marginado y que el país que uno quería se había enrumbado en un camino desastroso.
Algo que me satisface es haber logrado, en 1992, que la harina de maíz precocida se enriqueciera con vitamina A, hierro y un complejo de vitamina D. Cuando se habló de importar harina de maíz, advertí que debía tenerse mucho cuidado porque en Venezuela hay una ley que exige que todas las harinas de maíz deben ser enriquecidas.
Este texto hace traer a mi mente, y hacer la comparacion , 1ero de este , que se hace aqui con ud y de ver tan alta responsabilidad en relacion a lo de la industria de las harinas ,todavia hasta 1992 , pues desde alli el proximo mas cercano por lo parecido en la responsabilidad (RISAS) pero equisdistante y / o diametralmente dicho , es lo que escuche de HRCHF , cuando en una de sus alocusiones en TV «no hace falta para mas el sello NORVEN de algunos productos y los elimino «
Que dolor me da que tan buen hombre pase por lo mismo
Cuanto extraño a mi apreciado profesor, su orientación su apoyo permanente Su apreciada esposa y familia. Siempre estarán en mis mejores recuerdos. Con el mayor respecto y admiración para quien fue mi guía y estímulo
Gracias por esa reseña, siempre será un orgullo haber sido su alumna, fue con el con quien tuve mi primer trabajo luego de graduarme, fue tutor de mi tesis junto a la Dra. Dinah Seidl. Era un ser iluminado realmente, de una sabiduría sin limites, un orgullo para nuestro país. Gracias Maestro donde quiera que esté.