Milagros Socorro
Se nos ha dicho tantas veces que la voz del pueblo es la voz de Dios, que cuando tenemos ante los ojos la prueba palmaria de que la mayor parte de ese pueblo ha cometido un inmenso error tendemos a pensar que los equivocados somos quienes no hemos suscrito la aberración.
En Venezuela hay una gran mayoría de equivocados, compuesta por quienes votaron por Chávez este domingo y por quienes se abstuvieron de sufragar para sacarlo del poder. Unos y otros conforman una masa enorme, tan grande que casi tapa a la minoría que avizora el abismo hacia el que se dirige Venezuela. Pero ese abismo está allí, palpitante, imantando a la sociedad entera, principalmente a los jóvenes que serán quienes pagarán más duramente el yerro del 61% ganado para prolongar un gobierno que no ha traído nada bueno para Venezuela.
Fueron a votar por Chávez, ejercieron un derecho democrático, son muchos, son más, pero están equivocados. No sólo en votar por quien lo han hecho sino en votar a secas, porque ese voto es una muestra de fe en quien no la merece y ha hecho todo para no ser objeto de ella. Porque ese voto es una especie de gran borrador que vendría a desvanecer los males que Chávez le ha causado a la nación y a darle otra oportunidad, otra página en blanco para que esta vez sí escriba el relato correcto. No lo hará. No sabe cómo hacerlo. No tiene preparación para hacerlo. No tiene el marco institucional para hacerlo. No quiere hacerlo.
Y no tenemos el consuelo de pensar que la tragedia la ha fraguado un pueblo ignorante porque no lo es o, al menos no está en desconocimiento del drama en el que chapotea. Si no fueran suficientes ocho años de empobrecimiento, de merma de los puestos de trabajo, de incremento de la criminalidad, los homicidios, los secuestros, la extorsión, los robos y las violaciones, de devaluación de la moneda, de depauperación de la infraestructura, de disminución del ritmo de construcción de viviendas, de socavación de las libertades, de amenazas contra la prensa, la educación, las universidades, la propiedad privada y, en suma, el aniquilamiento de la idea de futuro y de las posibilidades individuales en el contexto del país, si todo esto no fuera suficiente indicio que Chávez encarna muchos males, ahí está la carretada de otros nuevos que prometió en su campaña.
Quienes votaron por Chávez sabían perfectamente que el Presidente prepara un proyecto de reforma de la Constitución para tornar esta revolución de mera ineficiencia, corrupción y militarismo en una revolución clásica, que tendrá un poco de Cuba, un poco de China (la peor China, la que va quedando atrás), del estalinismo y de vete a saber qué otro proyecto fracasado y muy costoso para los países donde se han aplicado.
Quienes votaron por Chávez vieron a sus activistas lanzando comida a sus partidarios desde el cajón de una camioneta, una gastronomía zoológica que algunos creímos que sería un símbolo devastador para sus huestes. No lo fue. Al contrario. Al parecer les encantó. Constituyó el llegadero de sus aspiraciones. Lo que se llama comida rápida, más rauda aún que las bolsas de alimentos repartidas sin criterio, sin respeto, sin mañana.
“España cae en cuatro pies. ¿Se levantará? Probablemente encontrará cómoda la postura y permanecerá en ella largo tiempo”. Esto apuntó en su diario el poeta español Antonio Machado tras el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera, perpetrado el 13 de septiembre de 1923, que impondría la dictadura.
Hay un 61% de los electores que sabe que las amenazas de Chávez son una guillotina. Están perfectamente conscientes de eso. Pero creen que será roma para sus pescuezos y muy afilada para la del otro, la del que tiene algo, sobre todo dignidad para oponérsele y conciencia democrática para plantarle cara y recordarle que la democracia no se ejerce en fecha de elecciones sino cada día y en cada acción.
Muchos de esos venezolanos saben ya que un gobierno de Chávez no le acarreará reivindicaciones, no le traerá educación, ni empleo, ni seguridad ciudadana ni rescate de los espantosos centros urbanos de casi todas nuestras ciudades ni mucho menos paz. Pero albergan el anhelo de que algo le quitará a los otros; e insisto, sobre todo el decoro de mantenerse opuestos a sus desmanes, de llamarlo autócrata, de enrostrarle que por muchas elecciones y elegantes observadores internacionales que vengan, no hay democracia en un país donde oficiales extranjeros mangonean a los locales, ni mucho menos donde un candidato presidencial que ya detenta todos los poderes se jacta públicamente de que dispondrá de las señales televisivas a su antojo y de que en cualquier momento se declara gobernante vitalicio.
El reelecto Chávez ha anunciado con toda elocuencia hacia qué derroteros (¿o debería decir derrotaderos?) se propone llevar a Venezuela. Primero el socialismo y luego el comunismo. Lo dijo muy nítidamente en su campaña, además de las muchas veces que lo había anunciado en su larga campaña previa (la de ocho años). Pero aún si no aludiera directamente a sus prioridades también las deja ver con toda transparencia, como ocurrió el domingo en la noche, cuando aseguró que desenvainaría dos espadas, una para luchar contra la corrupción, mientras se rodeaba… bueno, ahí están las fotografías. Y la otra para segar la burocratización, que es el eufemismo del Gobierno para aludir a la ineficiencia y al dispendio de recursos, mientras se hacía acompañar… bueno, ya se sabe.
El 61% votó para refrendar a Rafael Ramírez, propuesto por Chávez para un inexistente premio nobel de la publicidad por haber acuñado una frase vil, que alude a la politización (por lo bajo, por lo mediocre) de Pdvsa y al despido de 19.500 trabajadores de la industria (ésa fue la cifra que dio) por su oposición a Chávez, un desangramiento de personal calificado que se podría multiplicar si hubiera en la estatal petrolera más disidentes e incluso ni-nis. Así lo dijo. Eso fue acolitado por el 61% y ahí estaba el hombre en el balcón del pueblo la noche en que todo eso fue cohonestado. ¿Quiénes son los equivocados?
Los venezolanos que votamos para darle un final cívico a todo esto y a tantos horrores que no caben en este espacio podemos sentirnos muy preocupados por nuestro porvenir; incluso, abiertamente angustiados por el de nuestros hijos. Lo que no podemos admitir es un instante de duda con respecto a lo atinado de nuestro proceder. Si fuéramos el 10%, el 2%, el uno coma nada por ciento, estaríamos en lo correcto: la permanencia de Chávez en el poder será un desastre. Nos queda la secreta, nimia, si quieres, satisfacción, de no habernos equivocado cuando la circunstancia no estaba para erráticos.
Podemos decir, otra vez con Antonio Machado: “En una nación pobre e ignorante -mi patriotismo, señores, me impide adular a mis compatriotas- donde la mayoría de los hombres no tiene otra actividad que la necesaria para ganar el pan, o alguna más para conspirar contra el pan de su prójimo; en una nación casi analfabeta, donde la ciencia, la filosofía y el arte se desdeñan por superfluos, cuando no se persiguen por corruptores, en un pueblo sin ansias de renovarse, ni respeto a la tradición de sus mayores, en esta España tan querida y tan desdichada, que frunce el hosco ceño o vuelve la espalda desdeñosa a los frutos de la cultura, decidme: el hombre que eleva su mente y su corazón a un ideal cualquiera, ¿no es un Hércules de alientos gigantescos cuyos hombros de atlante podrían sustentar montañas?”.
Publicado en El Nacional, el 07 de diciembre de 2006
ESTÁN EQUIVOCADOS TODOS AQUELLOS QUE CREEN QUE CON ESTA PERVERSA #FRANQUICIAG2CUBANA, EL VOTO ELIGE. SI FUERA ASÍ; EL FINADO FIDEL CASTRO RUZ HUBIERA PERDIDO ALGUNA «ELECCIÓN» DE LAS QUE ÉL MISMO LLAMÓ «BOBERÍAS»