La comparsa entre los fantasmas

Milagros Socorro

«No hay que hablar tantas pendejadas», dijo el tal Winston Vallenilla, como si la primera fase de su proceso de conversión en político chavista hubiera sido una exposición obligatoria a varias horas de ‘Aló presidente’.

En realidad, dijo eso porque no se le ocurre nada más. No tiene nada que decir. Tampoco tiene nada que prometer, por lo que declara: “Lo que he logrado como artista, lo haré como servidor público”. El pobre diablo se considera “artista”, basado, aparentemente, en que según consignan las notas de prensa que han aludido a su repentina candidatura para la alcaldía de Baruta, es conductor de un programa llamado «La Guerra de los Sexos».

Y así por el estilo, el grupo de aspirantes a cargos públicos designado por el presidente puesto por el CNE, Nicolás Maduro, tiene un perfil similar: dos presentadores de televisión, un pelotero-cantante y un vocero gubernamental que mintió sistemáticamente al país al ocultar la verdadera gravedad de la enfermedad de Chávez. Hecho del que el país tuvo nueva constatación al escuchar al presidente de Ecuador, Rafael Correa, en entrevista con Telesur del 29 de julio, contando que antes de que a Chávez lo operaran en diciembre, Fidel Castro lo puso al corriente de que al paciente le quedaban pocos meses de vida; y que esta confesión del tirano de Cuba se produjo a petición del ecuatoriano, quien solicitó que le dijeran «la verdad». Muy bien. Correa recibió de Castro el parte fidedigno que Ernesto Villegas le escamoteó a Venezuela. Para eso lo puso el propio moribundo y por eso Maduro lo propone ahora para la Alcaldía Metropolitana.

Con la excepción de Villegas, el resto de los miembros de los llamados Faranduleros es completamente desconocido para las audiencias que se informan mediante las páginas de Política o que no ven telenovelas ni el canal del Estado. Hay, pues, un sector del electorado –en el que me cuento- que jamás en su vida ha visto a Vallenilla, al tal Pérez ni al ex atleta cuyo nombre también se ignora, porque se le conoce con el apelativo de un cuadrúpedo cuya inteligencia esperamos que al menos iguale.

En fin, el asunto es bochornoso. Porque ninguno de estos individuos tiene trayectoria política, se ha medido con sus pares en el seno de un partido, tiene noción de la administración pública municipal o ha hecho el más mínimo mérito para aspirar a tan importantes posiciones. De su preparación nada puedo opinar puesto que, insisto, jamás he tenido noticia de las aportaciones de aquellos señores, uno de los cuales, ha difundido la prensa de hoy, es el sustituto de Mario Silva.

Y, sin embargo, ninguno es peor que Chávez y la claque que aquel distribuyó en la cúspide del poder. Por el contrario, los cómicos que el PSUV ha dado cuerda para que salten con resorte de la caja de latón, tienen el atenuante de que, aún siendo improvisados en política y haber aceptado un encargo que equivale al desconocimiento de los cuadros locales, al menos no son felones. Su ingreso a la política es por la trascocina, sin la virtud del esfuerzo partidista y con absoluta desconsideración del derecho de los líderes comunitarios, pero no por el uso de las armas que la república puso en sus manos para hacer respetar la ley y la institucionalidad. Chávez, además, no solo era tan ayuno de cultura política como este ramillete de tarima sino que, además, al devenirgobernante “farandulizó” el espacio público con sus patéticos shows de canto y variedades.

Tanto el ascenso al poder de los golpistas del 92 como de los Faranduleros del 2013 es la evidencia de un país que no solo sigue aferrado a la antipolítica, sino que acepta ser subestimado con una oferta que, para decir lo menos, desdeña la consulta a las bases y se orienta a lo más frívolo de la sociedad, incluso a lo más chabacano y hasta grotesco. Es un país negado a la reflexión, enemigo de los protocolos cultos (y la vida culta, en general).

Un país ni ánimo (o, cabe temer, sin ánima) que ya ni balbucea un reclamo contra la humillación que se le inflige y se muestra dócil frente a los pactos con lo irracional a que los arrastran. Albert Camus lo dijo con frase certera: “Del cuerpo inerte en el que ya no deja huella una bofetada, ha desaparecido el alma”.

 

Publicado en El Carabobeño, el 07 de agosto de 2013

 

 

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