Que no quede nada

Milagros Socorro

Lo peligroso de Maduro no es que no sepa lo que está haciendo –lo sabe muy bien, sino que carece de la consistencia necesaria en quien manipula las masas. Un día arenga a las masas para que se constituyan y ocupen una tienda “hasta que no quede nada en los anaqueles”; y al otro día aparece asustado ante las consecuencias de su propia iniciativa y, lo que es peor, intentando desplazar las culpas.

En la tarde del viernes 8 de noviembre, Maduro ordenó por televisión que se pusieran “precios justos” en una red de electrodomésticos, a la que señaló de sobrefacturación hasta el 1000%. Después de que le subió temperatura a la acusación, remató con una orden de claro acento de manipulación de masas:

“Que no quede nada en los anaqueles”. Y, efectivamente, de inmediato se formaron multitudes delante de las tiendas mencionadas y de otros del ramo. ¿Maduro pronunció las palabras “robar” o “saquear” en su soflama? No, pero la masa que rápidamente se formó sí que las interpretó. Y es el caso que al día siguiente la sucursal de Valencia de la tienda aludida por Maduro fue invadida por centenares de personas, que rompieron las vidrieras para irrumpir en el local y llevarse la mercancía. Los videos que han circulado en Internet son explícitos del festín de latrocinio y de la absoluta impunidad conque actuaban los ladrones.

En estos días (los robos se prolongaron, por lo menos, hasta el lunes, cuando los rateros hicieron lo mismo Ciudad Ojeda, Zulia; los comerciantes de Puerto Ordaz tuvieron que cerrar sus locales por la amenaza de saqueo; y una farmacia en Mérida sufrió el ataque de antisociales), las masas se han ido configurando, tal como ocurrió en 1989, cuando los desórdenes fueron tomando cuerpo a partir del 27 de febrero y ya en los días siguientes se produjo lo que el padre Pedro Trigo ha llamado “robos en cadena totalmente repudiables”.

En el momento en que escribo (martes en la mañana) el riesgo está lejos de conjurarse. Se han desatado fuerzas muy difíciles de recoger y de imprevisible deriva. En un contexto, además, de gran crispación, crisis económica, inflación y desabastecimiento. Pero, insisto, el mayor peligro lo constituye la endeblez de carácter Maduro, que después de activar a las muchedumbres, manipulando su emocionalidad y estimulando la irracionalidad propia de las masas con ese alegato que de que no queda nada en los anaqueles, está tratando de escurrir el bulto culpando a los medios de comunicación y a la oposición (esto, naturalmente, con la complicidad de la fiscal Luisa Ortega Díaz).

Maduro no tardará en volver a azuzar a las masas. Lamentablemente, se ha lanzado por un corralón que no le deja más salida. Y las multitudes volverán a comportarse como les es propio: suspendiendo la personalidad individual para suplantarla por una mente colectiva que, por lo general, se orienta a la destrucción.

Tal como estableció Gustave Le Bon, en su “Psicología de las Masas”, en 1895: “La peculiaridad más sobresaliente que presenta una masa psicológica es la siguiente: sean quienes fueren los individuos que la componen, más allá de semejanzas o diferencias en los modos de vida, las ocupaciones, los caracteres o la inteligencia de estos individuos, el hecho de que han sido transformados en una masa los pone en posesión de una especie de mente colectiva que los hace sentir, pensar y actuar de una manera bastante distinta de la que cada individuo sentiría, pensaría y actuaría si estuviese aislado. Hay ciertas ideas y sentimientos que no surgen, o no se traducen en acción, excepto cuando los individuos forman una masa”.

Desde esta perspectiva, es posible que la responsabilidad individual queda borrada en la masa, poco dada a razones, pero rápida en actuar; lo que sí es perfectamente discernible es la incumbencia de Maduro, quien, como tantos otros mandatarios, pulsó unas determinadas emociones y echó a andar unas masas que ya han dado muestras de escapar a su control.

Si repite la operación de espolear a las multitudes, luego calificar sus previsibles tropelías de percances (para desestimar su impacto), después actuar nuevamente como psicólogo perverso y otra vez hacerse el desentendido; es decir, si incita la fiera para burlarla, si hace de aprendiz de brujo y se pone a jugar con el poder que acaba descubrir, las consecuencias pueden ser terribles. Para absolutamente todos.

 

Publicado en El Carabobeño, el 13 de noviembre de 2013

 

 

 

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