Milagros Socorro
Después de quince años aguantando la humillante ocupación de Cuba, permitida y auspiciada por Hugo Chávez y sus cómplices, el gesto de Leopoldo López de subirse a la estatua de José Martí, en Chacaíto, Caracas, minutos antes de entregarse a las fuerzas represivas de Nicolás Maduro, nos ha entregado un símbolo dulce de reivindicación no solo de Venezuela, sino también de Cuba.
No es la primera vez que abrigamos la certeza de que la liberación de Venezuela redundará también en la de Cuba, oprimida por mas de medio siglo por la dictadura de los Castro. Pero la imagen de Leopoldo López, con el mapa de Venezuela en el pecho, aferrado al mismo balcón desde donde Martí le habla a Caracas, ha venido a reforzar esa convicción; y, de paso, a traernos el alivio que supone tener de Cuba la imagen de su poeta, de su castellano, de sus más altos valores, de su población. Y no la del invasor cuya presencia nos veja a cada instante.
Al saltar al balcón de Martí, Leopoldo López ha acuñado muchos símbolos, ha echado a andar muchas imágenes –todas, desde luego, contrarias a la permanente confrontación, a las ofensas, a las amenazas-. La escogencia no es casual, desde luego. El perseguido decidió con mucho tino y claridad saltar al lado de una de las figuras más entrañables de la hispanidad, faro del Caribe y emblema de quienes luchan por la libertad de su país.
Las imágenes que han dado la vuelta al mundo muestran al opositor venezolano en gesto idéntico al de José Martí, quien en su momento fuera huésped de Venezuela, donde encontró cortijo, trabajo y amigos. Leopoldo López no se puso bajo el techo del mármol castrense, no se arrimó a la sombra de la estatuaria militar. Buscó la vecindad inspiradora del autor de los Versos Sencillos, del cubano errante que exclamara: «Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo». No hubiera buscado jamás Martí que le diéramos algo de qué servirse o una forma de contribuir a nuestra ruina y oprobio, como ha hecho el protectorado al que Chávez y Maduro, entre tantos, nos han rebajado.
No puede ser casual que Leopoldo López, un liberal moderno, se arrime al hombro de Martí, quien escribiera en 1895, en el Manifiesto de Montecristi: “Un pueblo libre, en el trabajo abierto a todos, enclavado a las bocas del universo rico e industrial, sustituirá sin obstáculo, y con ventaja, después de una guerra inspirada en la más pura abnegación, y mantenida conforme a ella, al pueblo avergonzado donde el bienestar sólo se obtiene a cambio de la complicidad expresa o tácita con la tiranía de los extranjeros menesterosos que lo desangran y corrompen”.
No concebía Martí, ¡a finales del siglo XIX!, la libertad de los pueblos sino gracias al trabajo y en el contexto de un universo “rico e industrial”. Esto es, próspero y productivo. Al tiempo que abominaba de la sumisión de las masas ante quien las tiraniza y sojuzga porque de él deriva el remedo menesteroso de bienestar, a cambio de su corrupción y despojo.
Ese pensamiento liberal de Martí ya había enfurecido a Guzmán Blanco, quien mandó a decirle al cubano que si la tercera edición de la Revista Venezolana, fundada por el poeta en su estadía caraqueña en 1881, no le estaba dedicada, “su Director abandonaba el país inmediatamente”. Martí le contestó que para autócratas ya tenía con el de Cuba. Y se marchó para siempre.
Pero había sido en suelo venezolano donde Martí concibió su libro, Ismaelillo, dedicado al hijo del que estaba separado. Allí puede leerse su opinión sobre los tiranos: “¡Mal van los hombres con su dominio!”. Y ya arrebatado de venezolanidad, escribiría, en el prólogo al Poema del Niágara (1882), de nuestro compatriota Juan Antonio Pérez Bonalde: “Asesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo de los hombres, es el que, so pretexto de dirigir a las generaciones nuevas, les enseña un cúmulo aislado y absoluto de doctrinas, y les predica al oído, antes que la dulce plática de amor, el evangelio bárbaro del odio”.
Con Martí por testigo, Leopoldo López optó por un evento cargado de símbolos para responder a Maduro, quien, como recordó el líder de Voluntad Popular asido de la baranda del poeta, muchas veces vociferó que lo quería preso. Y se jactó de dar instrucciones a los otros poderes, cuya autonomía arrastró por los pisos.
Ya el régimen tiene preso a Leopoldo López. Pero para eso tuvo que arrancarlo de los brazos de Martí, quien dejó anotado en Nuestra América (1891): “Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal…”.
En esta fecha el pedestal no fue para el soberbio sino para el acosado, para el amenazado, que en realidad, es la condición que padecen en pleno dos pueblos. Complete el amigo lector cuáles son.
Publicado en El Carabobeño, el 19 de febrero de 2014
Ese gesto de Leopoldo fue realmente genial por los símbolos positivos que nos transmitía y la bofetada que daba a los dictadores…
Leopoldo López siempre pasará a la historia de Venezuela y América como símbolo de valentía, honestidad, coherencia e inteligencia, esos son los líderes que necesita el mundo, no políticos obsoletos con resentimientos y hasta sicopatas